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La monja alférez: ¿lesbiana, transexual o no binaria? | LOC

La vida de la monja donostiarra que se hizo soldado y se embarcó en la conquista de América sigue de plena actualidad. Un nuevo libro rescata a este personaje devoto y siniestro, un puro oxímoron del Siglo de Oro.

Portada del libro ‘Dadme otra monja alférez’

INMACULADA COBO / LOC

A Catalina de Erauso no le gustaban las etiquetas. Este concepto que parece tan moderno ya podía encontrarse en personajes del Siglo de Oro como ella. Así, Catalina es, según algunos, lesbiana. Para otros, transexual. Tal vez persona no binaria. Fue monja, se hizo pasar por hombre y se enamoró [o no] de mujeres. Se fue a hacer las Américas y su historia es tan fascinante que es una de las figuras históricas más revisitadas. Hasta en la fecha de su nacimiento es escurridiza. En sus memorias asegura que nació en San Sebastián en 1585, pero su partida de bautismo de la parroquia donostiarra de San Vicente la sitúa en 1592. Precisamente se ha publicado ahora un original libro que cuenta las anécdotas de su vida y a la vez le hace al personaje una atrevida entrevista.

En Dadme otra monja alférez (Ed. Somos Libros) Maite Pizarro y Purificación Beltrán borran el espacio y el tiempo que separan a la monja alférez de nosotros para sentarnos frente a ella. «Este personaje es absolutamente apasionante por muchos motivos. Es una señora que tiene la cara y la cruz. Fue monja pero también asesina, ludópata… Es un personaje muy controvertido. Ha hecho tantísimas cosas en su vida que no fue una víctima, también fue verdugo. Para aquellos a los que le gustan las moralinas esta figura es muy resbaladiza porque tú siempre quieres encasillar a una persona en un espectro pero ella era ángel y demonio. Cómo se las gastaba», afirma a LOC Purificación Beltrán, periodista y coautora de Dadme otra monja alférez.

Catalina de Erauso huyó a los 15 años del convento en el que sus padres la habían internado a los cuatro. Se cortó el pelo y se extirpó los senos, tal y como le confesó al viajero Pietro Della Valle. «Desde muchacha me dijo haber hecho no sé qué remedio para sacarlos y quedar llanos como le quedaron: el cual fue un emplasto que le dio un italiano, que cuando se lo puso le causó gran dolor; pero después sin hacerle otro mal, ni mal tratamiento surtió el efecto».

Retrato de Catalina de Erauso
Retrato de Catalina de Erauso

En su anecdotario personal en el que seguramente también hay algún episodio apócrifo, la monja alférez es retratada como una persona pendenciera, con muchísima tendencia a meterse en peleas y a la que no le temblaba el pulso a la hora de acabar con la vida de alguien. Muy aficionada (casi obsesionada) al juego de naipes, la mayoría de las trifulcas en las que se enzarzaba eran por este motivo. Atravesó con su espada a otro alférez porque durante una partida le dijo que «mentía como un cornudo».

Catalina se enroló en la flota que partía hacia América. En el libro se cuenta que en una de las expediciones que iba de Potosí a otra región, Catalina y sus compañeros fueron atacados. La venganza no se hizo esperar. «Volvimos a ellos con tal coraje e hicimos tal estrago, que corría por la plaza abajo un arroyo de sangre como un río, y fuimos siguiéndolos y matándolos hasta pasar el río». Catalina y el resto de soldados mataron a diez mil hombres.

SU HERMANO

La monja alférez trabajó a las órdenes de Miguel, su hermano, un reputado militar al que mató -sin querer- en el fragor de una batalla. Él valoraba las hazañas de Catalina e incluso quería que ascendiese a capitán. Esto último no pudo concretarse porque le habían pedido que entregase al cabecilla mapuche Quispiguaucha vivo y ella decidió que era mejor ahorcarle.

En cuanto a su vida amorosa, Catalina estuvo con mujeres e incluso salvó a una adúltera de ser asesinada por su marido. Decían que nunca se bañaba -quizá para no ser descubierta- y habitó recurrentemente cárceles y conventos. Cuando huía para no ser apresada, siempre encontraba refugio en algún convento en el que se camuflaba hasta que pasase la tormenta o incluso conseguía salvar su pellejo. A punto de ser ajusticiada, pidió clemencia al obispo Agustín de Carvajal al que confesó que en realidad era mujer. El obispo «mandó examinarla» y efectivamente las matronas certificaron que se trataba de una mujer virgen (¿virgen?). De nuevo, Catalina consiguió salvarse. El obispo le permitó volver a España donde tuvo una audiencia con Felipe IV al que contó su vida a través de la autobiografía que había escrito. Precisamente contando sus batallitas consiguió que el rey le otorgara una pensión vitalicia. Después viajó a Roma y volvió a salirse con la suya gracias a su fe.

Se entrevistó con el Papa Urbano VIII y le hizo un resumen de su trayectoria. Le cayó en gracia al Pontífice, que le permitió usar el nombre de Antonio de Erauso y vestir como un hombre. Unos lo recibieron como un escándalo y otros se peleaban por conocerla. Convertida en lo que hoy llamaríamos una celebrity, regresó a América. Trabajó como arriero y utilizó el nombre masculino que el Papa le había concedido usar.

Gracias a su virtud camaleónica vivió como quiso y derribó todas las barreras. En San Sebastián hay un busto de ella en los alrededores ajardinados del Palacio de Miramar, donde continúa camuflándose para seguir saliéndose con la suya.

Fuente: https://www.elmundo.es/loc/2023/10/15/65290198e4d4d8fd248b4578.html

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