La apuesta por la cantidad por encima de la calidad y las trabas burocráticas machacan a muchos productores de vino que además sufren el olvido de las instituciones públicas.
VÍCTOR DE LA SERNA / EL MUNDO
Pues aquí estamos, en San José y confinados, con lo que una vez más -ya nos hemos acostumbrado- el gastronómada convertido en gastrosedentario no puede viajar más que con la imaginación o las noticias llegadas de regiones ahora mismo sin acceso. Y la noticia que ha llegado esta semana es de las que alarman y, a la vez, exigen ser conocidas porque ratifican los errores que sigue cometiendo el mundo del vino, ese florón de la gastronomía española que demasiadas veces ha echado a perder su atractivo y su viabilidad por apostar por la cantidad, siempre más cantidad, por encima de la viabilidad sostenible. Hace medio siglo fue Jerez y ahora Rioja: nuestras dos zonas vinícolas más históricas y nobles.
El marco de Jerez intenta aún hoy recuperarse de la banalización -mucho vino, muy barato, de calidad a la baja- que impusieron José María Ruiz-Mateos y muchos otros, hasta el punto de que sólo una de las bodegas históricas, González Byass, sobrevive.
Pues bien, esta semana, con motivo de la elección de una nueva directiva, la asociación de los productores pequeños, Bodegas Familiares de Rioja, ha denunciado la desaparición de 53 bodegas y de casi 3.000 viticultores dentro de esa Denominación de Origen durante los últimos diez años, «por una política basada más en la producción de cantidad en lugar de calidad, las complicaciones burocráticas y la falta de apoyo institucional para el modelo de negocio familiar».
Los datos fríos impresionan: Rioja ha pasado de contar con 526 bodegas con actividad comercial en 2011 a 473 en 2020, una caída de más del 10%, y en paralelo el número de viticultores titulares de viñedos se ha reducido de 17.296 a 14.455 (más del 16%) según datos oficiales del Consejo Regulador. De las 473 bodegas activas en el mercado el año pasado, 27 de ellas son cooperativas de grandes dimensiones. Apunta además Bodegas Familiares que las estadísticas no incluyen aún todos los efectos de la pandemia porque el primer trimestre de 2020 fue de actividad normal, así que el año próximo podría contabilizarse además un número de cierres adicional importante.
Las pequeñas bodegas riojanas no suelen tener nombres famosas, pero cada una representa el esfuerzo artesano de una familia de viticultores, no el proyecto industrial de unos inversores. La asamblea ha renovó por unanimidad la presidencia de Eduardo Hernáiz (Hermanos Hernáiz) por cuatro años, a quien acompañarán en la directiva Juan Carlos Sancha, como vicepresidente, María José Nestares, de bodegas Nestares Eguizábal, como secretaria, y Pedro Torrecilla, de Bodegas Martínez Alesanco, como tesorero. Los vocales serán Juan Bautista García (Paco García), Marta Besga (Castillo de Mendoza), Pedro Salguero (Viña Ijalba), Ricardo Fernández (Abeica), Javier Salcedo (Tobelos), Eva Cantera (JER) y Sonia Martínez (Ramírez de la Piscina).
Hernáiz ha sido ratificado tras lograrse duplicar el número de miembros. El presidente se ha comprometido a seguir defendiendo ante las instituciones este modelo de negocio, enraizado al territorio y generador de empleo en el mundo rural.
El presidente ha manifestado quejas que sonarán familiares a los viticultores y bodegueros pequeños de otras partes de España: «Lamentablemente, las instituciones nos han dejado solos, pandemia incluida, con el reparto de ayudas públicas para grandes compañías, que luego se vuelven competencia nuestra».
Lamentablemente, las instituciones nos han dejado solos, pandemia incluida, con el reparto de ayudas públicas
El dato de la reducción del número de viticultores refleja una realidad aún peor, ya que realmente son unos pocos miles de viticultores los que continúan en activo con cartillas agrupadas por explotación pero todavía a nombre de familiares que ya no se dedican a la viticultura.
A través de una nota de Bodegas Familiares, su presidente cuestiona las decisiones que se están tomando en Rioja, que continúan primando más un modelo de cantidad que de calidad, y denuncia a la vez las importantísimas y crecientes trabas y complicaciones burocráticas que animan a cerrar la persiana, así como la pérdida de rentabilidad por hectárea y botella: «En este sistema únicamente se sobrevive creciendo en hectáreas o en volumen de producción, con el control de grandes compañías y multinacionales para las que Rioja es sólo una parte de su negocio y que, ante la ceguera de las instituciones, hacen mucho daño a quienes apostamos por esta tierra y a quienes invertimos aquí nuestro patrimonio en exclusiva».
Eso sucede en la primera región productora de vinos de calidad en España. Imagínense el panorama general, donde macroempresas como Félix Solís o García Carrión son genuinas fábricas de cientos de millones de botellas -con algunas marcas de prestigio, pero sin la cultura del vino pegado artesanalmente al terruño que hace grandes a los mejores de Francia, Italia o Alemania-, además de las macrocooperativas que producen mares de vino mediocre a granel.
La tentación del volumen por encima de la calidad y la autenticidad, desde las plantaciones masivas de olivos hasta ese jamón «50% ibérico» que hoy nos venden, ha sido y sigue siendo el punto más débil e inquietante del sector productivo que rodea a la gastronomía española.
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/gastro/2021/03/18/60534b2efc6c8365118b45a2.html