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Ensayo | Ni placer ni ternura: el sexo en Roma era cuestión de poder y jerarquía | El Confidencial

La historiadora Patricia González Gutiérrez desmonta mitos sobre cómo era la sexualidad de los romanos en su libro ‘Cvnnvs’. Pista: todo giraba en torno a penetrar o ser penetrado

Detalle de fresco romano del dormitorio (‘cubiculum’ 43) de la Casa del Centenario, en Pompeya (siglo I d.C.).

IRENE HDEZ. VELASCO / EL CONFIDENCIAL

Falos pintados por doquier, orgías, matronas vestidas con sugerentes túnicas transparentes, emperadores lujuriosos, Mesalina compitiendo con las prostitutas de un burdel para ver quién conseguía acostarse con más hombres… Esa es la imagen estereotipada sobre la sexualidad en la antigua Roma en que machaconamente han incidido películas y series de televisión.

Aunque también las ruinas de Pompeya han hecho bastante daño. «Pompeya era el Benidorm de la época, el Magaluf de aquel entonces, un lugar de nuevos ricos. Nosotros hemos elevado a norma lo que ocurría en Pompeya, cuando en otros muchos lugares del Imperio romano la realidad era muy distinta. Es como si hoy comparamos Magaluf con un pueblo de Soria», asegura la historiadora Patricia González Gutiérrez.

Esta experta en el mundo antiguo ha decidido desmontar algunos de los numerosos mitos y falsos tópicos que rodean al sexo en la antigua Roma. Lo hace en Cvnnvs. Sexo y poder en Roma (Desperta Ferro), un ensayo que además evidencia cómo muchos de los prejuicios romanos sobre la sexualidad aún colean en nuestros días.

Portada de ‘Cvnnvs. Sexo y poder en Roma’, de la historiadora Patricia González Gutiérrez.

Lo primero que hay que dejar claro es que para la mentalidad romana el sexo nunca era una relación entre iguales. “No iba de complicidad y de ternura, no iba de obtener y procurar placer. El sexo en Roma no era un diálogo, era un monólogo. Se basaba en el poder, siempre era una relación entre un superior y un inferior, entre una persona activa y una persona pasiva. Era una cuestión de jerarquía”, nos cuenta González Gutiérrez.

El ser superior, según la concepción romana del sexo, era el que penetraba; el inferior, el penetrado. Las mujeres se consideraban, según ese razonamiento, siempre inferiores. Y en las relaciones homosexualesel que adoptaba el papel pasivo era asimismo despreciado. De hecho, la homosexualidad pasiva se conocía en Roma por términos derivados del griego como pathicuscataminus o cineaedus, no fuera que alguien pudiera pensar que se trataba de un invento de los viriles romanos. Es revelador que pathicus, derivado del verbo griego que significaba sufrir, se empleara tanto para designar a los hombres pasivos como a las mujeres. “Para los romanos, si en el sexo no eras la parte viril y activa, no disfrutabas y te tocaba sufrir”, en palabras de Patricia González Gutiérrez.

Lámpara con escena erótica. (Thorvaldsens Museum/Ole Haupt)

En las relaciones homosexuales, el pasivo no podía ser en ningún caso un miembro de derecho y honorable de la sociedad romana. Pasivos solo podían ser aquellos hombres que hubieran caído en la infamia y los esclavos, considerados estos últimos puros objetos sexuales. Y qué decir del lesbianismo. “Pasivo más pasivo: a los romanos esa idea les hacía explotar la cabeza”, señala la autora de Cvnnvs. Quizá por eso crearon un neologismo del griego para designar a las lesbianas: tribades, que significaba frotadoras.

El lesbianismo para los romanos era «pasivo más pasivo: esa idea les hacía explotar la cabeza»

Esa rígida división entre activos y pasivos colocaba a las mujeres muy por debajo de los hombres. Algo que, entre otras cosas, se manifestaba dejándolas eternamente fuera de los juegos políticos, reservados en exclusiva a los hombres. Las mujeres se tenían que conformar con estar a la sombra de personajes con poder, nunca eran poderosas por ellas mismas. Y, como mujeres, lo habitual es que les colgaran el sambenito de madres o esposas ejemplares (como hicieron con Antonia o Livia) o el de ninfómanas irresponsables (como en el caso de Mesalina o Julia).

Polifemo y Galatea, en un fresco pompeyano (siglo I d.C.). (Museo Arqueológico Nacional de Nápoles)

Ya en su PolíticaAristóteles subrayaba que los gobernantes y sus familias debían tener una irreprochable conducta sexual. Y eso afectaba principalmente a las mujeres. Lo dijo Plutarco en sus Vidas paralelas: “La mujer del César no solo debe serlo, sino parecerlo”, una frase célebre de la que se haría eco el propio César. “Para los romanos, tener una conducta sexual moderada y discreta era tan importante como ser un dirigente justo o un administrador capaz”, señala González Gutiérrez.

Eso hacía que la sexualidad se concibiera como un arma política. Y cuanto más se subía en el escalafón social, con más fuerza lo era. César y Marco Antonio, por ejemplo, fueron acusados por sus enemigos de haberse prostituido y de haber prestado de jóvenes servicios sexuales pasivos a cambio de favores políticos. Sobre César estaba muy extendido el rumor de que había mantenido relaciones con el rey de Bitania. Suetonio recoge que en medio del Senado, Cicerón le espetó a César que todo el mundo sabía lo que había dado y recibido de Bitania. Y también hay fuentes que recogen que Curión le llamó “prostituta bitinia”.

Las más afectadas por las acusaciones sexuales eran las mujeres. Para desprestigiarlas y para tapar sus posibles intereses y ambiciones

Nunca sabremos qué había de realidad en esas acusaciones. Es verdad que hay fuentes que las recogen, pero tampoco hay que olvidar que en los textos primaba lo escandaloso a lo cotidiano, y el desenfreno sexual siempre ha generado alboroto. Sin embargo, es muy revelador que César no fuera acusado de adulterio ni de mantener relaciones homosexuales: lo que se le recriminaba era haber tenido una actitud pasiva en sus relaciones con otros hombres.

Pero, sin duda, las más afectadas por las acusaciones sexuales eran las mujeres. Con un doble objetivo: para desprestigiarlas y para tapar también sus posibles intereses y ambiciones políticas. Ahí está por ejemplo Mesalina. “Puede que la suya sea una de las historias más injustas y crueles, sobre todo por el impacto que ha tenido a lo largo de siglos”, subraya González Gutiérrez.

Mesalina (interpretada por Sheila White) y Claudio (Derek Jacobi), en un fotograma de la serie ‘Yo, Claudio’.

Mesalina la insaciable, la degradada, la adúltera, la prostituida, la ninfómana, se repite desde hace 2.000 años sobre la tercera esposa del emperador Claudio. No se incide tanto en que Mesalina tenía 13 años cuando se casó con Claudio, que este le sacaba 30 años, que tuvo con él dos hijos legítimos, que fue una mujer que manejó los hilos del poder y que precisamente por eso se orquestó una fuerte campaña de descrédito contra ella.

«Es significativo que tanto Mesalina como Julia fueran presentadas como ignorantes en lo político y muy experimentadas en lo sexual«, destaca Patricia González Gutiérrez. «Los romanos tenían miedo de la solidaridad femenina, de la posibilidad de que las mujeres se aliaran. Por eso, de las intrigas políticas femeninas se hablaba muy poco».

«Los romanos tenían miedo de la solidaridad femenina, de la posibilidad de que se aliaran»

Era muy habitual que, como en el caso de Mesalina, los maridos fueran mucho mayores que sus esposas y que contrajeran nupcias siendo ellas preadolescentes. Las niñas podían casarse a los 12 años, aunque con frecuencia eran enviadas a casa del que iba a ser su esposo antes, con 10 u 11 años. Y si un amigo del futuro marido las violaba, no era delito… para ellas. El consentimiento no existía en la sexualidad romana. Esas jóvenes no eran castigadas por adulterio si eran violadas, porque aún no estaban casadas. Los hombres solo eran adúlteros si mantenían relaciones con una mujer casada, con la posesión de otro hombre. Las mujeres casadas lo eran siempre. «Pero eso, el adulterio diferencial es algo que en la legislación española se ha mantenido hasta el año 1978«, asegura la historiadora.

Amuleto en forma de falo. (EFE)

Las leyes augusteas elevaron posteriormente el adulterio de crimen privado a crimen público, permitiendo que el marido o el padre matase a la adúltera sin sufrir castigo alguno por ello. «Algo que la legislación en España también se consentía hasta 1963«, recuerda Patricia González.

El consentimiento no existía en la sexualidad romana. Esas jóvenes no eran castigadas por adulterio si eran violadas

La pederastia estaba bastante aceptada. En el Satiricón de Petronio hay por ejemplo un hombre que se queja de una niña que es demasiado pequeña para tener relaciones sexuales, y la mujer que se la ofrece le dice que ella empezó aún antes. También hay fuentes que hablan de unos niños que corretean desnudos en la boda de Augusto y Livia. Y, por supuesto, están los famosos pececillos que se dice que tenía Tiberio en Capri, niños de tierna edad que jugaban en la piscina a excitar al emperador lamiéndole y mordisqueándole tanto entre las piernas como en los pezones.

Por suerte, estaba también la sexualidad cotidiana. «Ahí había de todo: pasiones absolutas, poemas de amor escritos en las paredes, sexo despreocupado, prostitución, matrimonios por dinero, gente que se quería… Esa sexualidad se acerca mucho a la nuestra«, concluye la autora de Cvnnvs.

Fuente: https://www.elconfidencial.com/cultura/2023-08-30/placer-ternura-sexo-roma-poder-jerarquia_3726157/

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