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Pat Morita, el maestro de ‘Karate Kid’, recluido en un campo de concentración, cómico fracasado, alcohólico… | El Mundo

Fue un japonés que no conoció Japón ni supo nunca nada de kárate… ‘More than Miyagi: The Pat Morita Story’ pone al descubierto la tormentosa vida del héroe de la patada de la grulla

LUIS MARTÍNEZ / EL MUNDO

Pocas narraciones tan fascinantes y recurrentes como la del héroe que vence a su propia mentira. En su cuento Tema del traidor y del héroe, Borges imagina el relato imposible del mayor de los heroísmos que también lo es de la más pérfida de las traiciones. De repente, queda al descubierto que el mito no es más que el resultado de una cuidada estratagema: el héroe en verdad fue un traidor que, una vez descubierto, aceptó con estoicismo ser sacrificado para salvar precisamente a la causa. Es héroe por traidor y, al revés, su vileza le hace imprescindible. Algo de todo ello hay en el documental More than Miyagi: the Pat Morita Story, firmado por el obsesivo en la materia Kevin Derek. Se cuenta la historia trágica y hasta cierto punto fraudulenta de un hombre humillado que vivió para entregar al mundo una historia perfecta de superación. Es héroe por precisamente traidor. Y al revés.

Pat Morita (California, 1932-Las Vegas, 2005) dio vida al japonés más célebre que conocieron los años 80 de la mano de Karate kid con sus dos secuelas y que ahora vuelve a nosotros transfigurado en el espíritu autoparódico de la serie de Netflix Cobra Kai. En su haber, la templanza, el perfecto conocimientos de unas artes marciales milenarias y, más importante, el encarnar la imagen de la integración en un país construido a partir del aluvión de culturas. La película más que discutir cada uno de los atributos del mito, se limita a colocarlos en el trasiego de una vida como poco torturada. Jamás habló una palabra de japonés pese a que buena parte de su éxito desde sus orígenes como monologuista cómico consistiera en imitar el acento en una exhibición de lo que hoy se consideraría más que políticamente incorrecto; su único conocimiento del kárate fue ninguno; pasó la infancia en el fragor de la Segunda Guerra Mundial en un campo de concentración de Arizona por precisamente ser hijo de los enemigos del país; jamás consiguió triunfar en la televisión como el comediante que era, y acabó sus días asediado por el alcoholismo y la sensación de abandono. Fue lo contrario de lo que proyectó en la pantalla y, por ello, su mentira acabó por ser su mayor heroicidad.

More than Miyagi: The Pat Morita story cuenta todo esto, pero sin acritud. Nada de lo revelado es estrictamente nuevo. Una de sus hijas lo comentaba en un carta abierta con ocasión de su muerte: «Karate kid le convirtió en un actor mundialmente reconocido, pero también le arruinó, acabó con su amor propio y le dejó sin propósito en la vida». Derek insiste en rescatar en cada plano su legado y hasta su magisterio pese al propio Morita y pese a cada una de sus debilidades y todos sus pesares. En 2011, dirigía Empty Hand: The Real Karate Kids, donde reivindicaba la labor de proselitismo de una cinta estrenada en 1986 y que sirvió como ninguna otra a la difusión del kárate y las artes marciales. Cuatro años después, su foco de atención fue el actor que dobló a Morita en la cinta, Fumio Demura, y padre de la auténtica patada de la grulla en ‘The Real Miyagi’. Ahora, de la mano de la viuda y tercera esposa, Evelyn Guerrero, recupera la memoria contra el penar de la propia memoria.

La cinta arranca con precisamente dolor. A los dos años, nuestro héroe fue diagnosticado con tubercolosis espinal. Lo que le obligó a estar inmovilizado hasta los 10 en los que una operación hizo que, por fin, pudiera andar. Eso ocurrió en 1942. Pronto, el inicio de la guerra mundial hizo que, como él mismo declarara en su momento, pasara de «niño discapacitado a enemigo público». Su familia fue recluida en un campo de concentración durante todo lo que duró la contienda. Lo que vivió después, tampoco sirvió para enderezar el destino. El Estados Unidos que surgió tras la bomba atómica resultó estar tan orgulloso de su victoria y de sus logros económicos como infectado de odio. Su infancia, nos recuerda la película, la componen en buena medida los recuerdos imperecederos de un país tapizado de carteles donde se negaba el acceso a los comercios y a la compra de casas a los japoneses como él. «Fue entonces», dice en una entrevista antigua, «cuando mis padres decidieron abrir un restaurante… chino».

Lo que sigue es un largo camino hacia el éxito de sensei Nariyoshi Miyagi que le reportaría la primera nominación al Oscar para una asiático nacido en el país jalonado de apariciones brillantes como el comediante que siempre fue. En la primera imagen del documental es Fred Astair el que le presenta para acto seguido él mismo hacer un chiste sobre su acento primero y sus ojos rasgados después. Luego vendría su aparición en M.A.S.H., su primer salto a la fama de la mano de la sitcom Happy Days… y su eterno habitar al lado del maestro Miyagi pese al alcoholismo, el olvido, la humillación… El héroe que hizo grande su propia mentira. Dar cera…

Fuente: https://www.elmundo.es/cultura/cine/2021/03/15/604e3415fc6c83e8118b457a.html

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