Por Luis Alberto Martínez
@LuisMartiMX
Pasaron de reventar asambleas, violentar marchas y provocar peleas en mítines políticos, a reventar encuestas de redes sociales, a acosar selectivamente a adversarios y inundar publicaciones de comentarios.
Los porros digitales no son bots, los porros digitales son personas de carne y hueso detrás de un celular o computadora, irracionalmente violentas y con el único propósito de incidir en la percepción a favor o en contra de un determinado personaje político. Se parecen mucho a esos pandilleros contratados por el gobierno que intervenían en los movimientos estudiantiles de la UNAM, allá por los cuarenta.
Para ser un porro digital no se necesita de mucho, tampoco se necesita invertir grandes sumas de dinero, incluso algunas personas lo hacen gratis, por convicción, o a cambio de la promesa de algún acomodo laboral medianito en alguna oficina cercana al político o política beneficiados. También hay porros digitales profesionales: empresas o consultores privados que, entre su catálogo, incluyen servicios a los que llaman «contraste digital» o «sombra digital». Algunos de estos porros incluso despachan desde oficinas de gobierno o casas de gestión de personajes políticos y están en sus nóminas, como asesores o analistas.
El porrismo digital no es una práctica exclusiva de alguna fuerza política en particular, es compartida por todas o casi todas. Desde los PeñaBots descubiertos en 2015 hasta los Mercenarios Digitales de hoy en día. Estas prácticas inundan las redes sociales. Algunos personajes y fuerzas políticas justifican el uso de estas prácticas con el argumento de equilibrar la narrativa digital y de evitar que sólo se escuche el ruido de sus adversarios, es decir, subirse a la guerra de la percepción. Como las bardas, todos los niegan, dicen que son manifestaciones de simpatizantes, sin embargo, los porros digitales están escondidos en su ropero.
Las encuestas digitales y el mercado de la egolatría
A diario es posible encontrar en Twitter (ahora X) y Facebook, decenas de encuestas de preferencia o intención del voto sobre un determinado cargo de elección popular. Encuestas organizadas por periodistas, periódicos digitales o plataformas partidistas. Uno de los mayores ejemplos es Ruta Electoral, medio poblano que ha trascendido a nivel nacional por lograr capitalizar y rentabilizar el ego de las y los políticos mexicanos.
Simplemente lanza una encuesta poniendo a competir a cuatro adversarios, ya sea del mismo partido o diferentes fuerzas políticas. La liga de esta encuesta comienza a circular entre los grupos afines a los personajes involucrados. Algunos, los menos, movilizan a sus simpatizantes, les invitan a votar, se ponen de acuerdo y construyen una votación orgánica. Sin embargo, otros inyectan las encuestas con votos sintéticos comprados en una de las decenas de páginas disponibles para tal propósito en internet. ¿Qué hacer cuando un trabajo orgánico es rebasado por la compra de cientos de votos automatizados? ¿Denunciarlo? ¿A quién?, ¿Exponerlo? ¿Dónde? Generalmente la respuesta ante esto, termina siendo la misma, también inyectar votos. Son accesibles, son anónimos, son baratos y cualquiera con una tarjeta de crédito o PayPal los puede adquirir.
Reventar la encuesta.
A partir de la proliferación de estas prácticas en las encuestas, algunos medios han buscado penalizar a quienes se valen de inyección de votos sintéticos para favorecerse, estableciendo reglas o denunciando a quienes los usan. Sin embargo, como si se tratara de los años setenta, cuando una encuesta digital no beneficia de forma orgánica a un determinado personaje político, sus porros digitales revientan la encuesta, comprando votos sintéticos a favor del adversario, para inmediatamente denunciarlo incansablemente mediante una andanada de comentarios de cuentas afines.
El porrismo y el acoso selectivo
Recordando las corretizas porriles que se daban al interior de los campus universitarios, otra de las desafortunadas prácticas cotidianas, es la persecución sistémica y selectiva a un determinado personaje político por parte de sus adversarios: comentarios negativos en las publicaciones de redes sociales que les refieren; descalificación constante en sus propias publicaciones; creación de perfiles satíricos o ridiculizantes; dispersión de memes e imágenes negativas.
Siguen la lógica del bullying, ante una denuncia, bloqueo o exposición de la práctica, decenas de cuentas porriles descalifican la denuncia, niegan ser bots (en efecto no lo son, son porros) y acusan a la víctima de intolerante a la crítica y de atentar contra «la libre expresión».
La percepción, su único objetivo
La forma en la que las personas se informan y construyen un criterio sobre su entorno político y social, determina su participación. Hoy en día, las noticias buscan a las personas, no al revés. El consumo de noticias, opiniones y datos forma parte de su vida cotidiana. Llega a ellas diluido entre los memes y contenidos que les gustan.
Bajo la premisa de «una mentira dicha cien veces se convierte en verdad», el porrismo digital busca colarse en la cotidianidad de las personas tantas veces como sea posible. Recordarle que tal candidato va primero en las encuestas, que otra candidata no tiene la capacidad, o que el elegido es tal.
En un mundo repleto de información, pero completamente desinformado, la percepción es la clave de las campañas políticas. Esta sólo se modifica con un mensaje repetido hasta el cansancio, con miles de bardas, unas tras otras, recordando un apellido, y con la abyecta integración de porros digitales a las campañas políticas.
Quien esté libre de pecado, que tire el primer tuitazo.
Hasta la próxima
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