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En la cocina del ‘Boom’: las cartas cruzadas entre cuatro maestros | La Lectura

Sacralizado o vilipendiado, este movimiento latinoamericano renovó para siempre la historia de narrar en español. Un jugoso epistolario nos acerca a su génesis y sus intimidades

RICARDO CAYUELA GALLY / LA LECTURA

Las revoluciones literarias suelen suceder de manera inadvertida para sus protagonistas. No fue el caso del BoomCarlos Fuentes escribió La nueva novela hispanoamericana en el tempranísimo 1969, Mario Vargas Llosa dedicó en 1971 su tesis de doctorado, García Márquez: historia de un deicidio, al estudio de la obra del colombiano, y José Donoso publicó su Historia personal del Boom al año siguiente. Las cartas del Boom, que acaba de publicar Alfaguara, entre Julio Cortázar, Carlos Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa permite observar cómo se forjó esa conciencia de grupo, pero, sobre todo, cómo se leyeron entre sí estos autores en la rueca cambiante del presente.


Las cartas del Boom

Varios Autores

Alfaguara. 568 páginas. 23,90 € Ebook: 11,99 €
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Antes que un fenómeno editorial, en la conocida tríada Carmen Balcells-Carlos Barral-Barcelona (como estudia magistralmente Xavi Ayén), el Boom fue el encuentro libre y casual de unas afinidades literarias. Fue el descubrimiento para sus participantes no sólo de que estaban escribiendo novelas bajo el mismo impulso de renovación verbal, con altas dosis de parricidio, sino de que, pese a ser de países diferentes, formaban parte de una misma unidad cultural.

Las cartas publicadas son incompletas de manera inevitable. Aun así, las 207 incluidas en el volumen son un verdadero banquete para lectores y estudiosos. Al furor epistolar de Fuentes o Cortázar se contrapone la fobia al género de Vargas Llosa (13 cartas tan sólo) y las episódicas -pero fundamentales- misivas de García Márquez (40 cartas), que obedecen menos a la coyuntura y, por lo tanto, son las que tienen mayor fuerza evocativa.

Cortázar vivía marginado voluntariamente de Argentina en París desde mediados de los años 50, celoso de su intimidad y poco propenso a la vida literaria, de suerte que era un autor casi secreto, salvo para un reducido círculo de entusiastas. A París llega a vivir Vargas Llosa, 22 años menor, en los tempranos años 60. Los une el trabajo como intérpretes. La amistad se vuelve admiración mutua cuando Cortázar lee el manuscrito de La ciudad y los perros, que aún tenía el título provisional de «Los impostores». Del otro lado del Atlántico, en México, Carlos Fuentes y García Márquez, radicados en la capital, se hacen amigos mientras trabajan en la poderosa industria cinematográficaLas cartas del Boom es también la historia de cómo estas dos parejas de amigos iniciales se vuelven una «estrella de cuatro puntas» hasta que las desavenencias personales y la perra política los separa.

LA SOMBRA DE OCTAVIO PAZ

Las cartas cruzadas entre los cuatro ayudan a entender cómo funcionaba el aparato cultural de América Latina, basado en dos polos y un premio: las instituciones mexicanas, tartufas y oscilantes, pero únicas en el continente (Bellas Artes, la Universidad Nacional, el Fondo de Cultura Económica, las revistas y suplementos culturales de la capital) y la industria editorial argentina, con Paco Porrúa de Sudamericana a la cabeza. No menor fue el peso del Premio Rómulo Gallegos en la Venezuela democrática.

También demuestra que Octavio Paz es el gran personaje escondido del libro. Fue clave para conectar a los autores con el mundo cultural de Francia y Estados Unidos, el modelo de escritor cosmopolita que dialoga como un igual en el banquete de la civilización. Además, fue guía moral, por su renuncia al puesto de embajador en la India como protesta por la masacre de Tlatelolco, y quien facilita el primer vínculo entre Cortázar -amigo y coetáneo- y Carlos Fuentes, que en esos años absorbía y transformaba las ideas del poeta mexicano en su narrativa. El otro fantasma que recorre el libro es el crítico Emir Rodríguez Monegal, editor de Mundo Nuevo y picaporte para las universidades americanas.

Un tema cruza todo el volumen (además del amor al cine, el rechazo al nacionalismo cultural y el curioso miedo a volar, compartido por lo cuatro narradores): la pasión política. Las cartas son una suerte de historia intelectual colectiva de América Latina y gracias a ellas se puede rastrear muchas posturas de los cuatro ante la cruda realidad política de la Guerra Fría, con sus tiranos de opereta y sus libertadores convertidos en dictadores. En el centro de toda discusión está la Revolución cubana, fenómeno que los hechizó y bajo cuyo influjo vivieron (y leyeron) buena parte de la década de los 60.

Las cartas revelan, además, llamativos cambios de papel. García Márquez fue un crítico temprano de los centuriones culturales cubanos de Casa de las Américas, y sólo tardíamente se convirtió en un defensor de Fidel Castro; Vargas Llosa y Fuentes, por el contrario, son firmes defensores de la Revolución, con sus matices, hasta el estallido del caso Padilla. La firmeza de ambos en el 71 contrasta con las ambigüedades de Cortázar que, siendo crítico en privado, se mantuvo fiel al castrismo hasta su temprana muerte en 1984.

UNA AMISTAD DE CONTRASTES

Aunque sólo se tenga el registro de una cita entre los cuatro, en 1970, en la casa de campo de Cortázar en Provenza, la convivencia entre los amigos fue tan intensa en París, Londres, Barcelona, La Habana y demás ciudades que quizá eso explica la casi total ausencia de asuntos íntimos en la correspondencia, con la excepción de la ruptura entre Cortázar y Aurora Bermúdez.

Las cartas revelan también cómo nacen y cambian las lealtades en el grupo; el lento desplazamiento de Fuentes, absorto en un frenesí de vida que lo aleja del día a día de los otros; el peso simbólico que adquiere García Márquez tras el éxito mundial de Cien años de soledad (y el tono irónico con que se defiende de la fama) y cómo usa el insólito bienestar que le produjo para alejarse de la vida pública, en un proceso inverso al de Fuentes o Vargas Llosa que, desde trincheras no siempre coincidentes, usaron su obra para defender en la arena pública sus ideas.

Las cartas del Boom es además un compendio de lecturas cruzadas. El más libre en ese papel es Cortázar, quien, amparado en su pertenencia a otra generación, es tremendamente agudo al juzgar los libros que va recibiendo de sus amigos. Por contraste, el más generoso es Fuentes, tanto en el elogio de las obras, que lee a velocidad de rayo, como en el ofrecimiento oportuno de contactos con editoriales, traductores, agentes, editores de publicaciones extranjeras, productores de cine y demás. Melancolía produce que algunos proyectos compartidos, como un libro colectivo sobre dictadores emblemáticos -posible semilla de El otoño del Patriarca o La fiesta del Chivo-, no se llevara a cabo.

Del Boom, historia viva de nuestras letras, se ha dicho todo. Sacralizado o vilipendiado, renovó la forma de narrar en español, atrajo en su influjo obras posteriores, como la Roberto Bolaño, pero también obras anteriores, como la de Rulfo, Asturias o Carpentier, que adquirieron el protagonismo que merecían gracias al impacto de estos nuevos narradores. Y produjo dos Nobel. Gracias a este imprescindible compendio, ahora podemos mirarlo desde la cocina, el legendario lugar de las mejores fiestas.

Fuente: https://www.elmundo.es/la-lectura/2023/07/28/64bab195fdddffb6b08b45d0.html

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