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La epidemia de la ‘yayofobia’: por qué nos molestan los viejos | Papel

Una de cada dos personas es edadista: es decir, discrimina a los mayores. Ahora, la doctora Becca Levy publica un documentado ensayo contra esta «epidemia silenciosa». Una actitud positiva ante la vejez puede aumentar la esperanza de vida hasta 7,5 años

ILUSTRACIONES: RAÚL ÁRIAS

ISRAEL ZABALLA / PAPEL

Hace unos años Horty, una animosa anciana neoyorkina retirada en Florida, fue al aeropuerto a recoger a su nieta, una joven estudiante de posgrado. En cuanto la vio bajarse del avión, un clásico: «Estás agotada, necesitas vitaminas». Y se fueron a buscarlas a una frutería. Horty tropezó allí con una caja mal colocada, con tan mala suerte de hacerse un feo corte. Sin embargo, cuando se lo dijo al encargado no recibió una disculpa, sino un latigazo en forma de desprecio: «Bueno, a lo mejor no debería andar por ahí. Yo no soy responsable de que la gente mayor se caiga continuamente».

Esta escena se le quedó grabada a la doctora Becca Levy. Ella era aquella joven estudiante; Horty, su abuela, y lo que sucedió un claro ejemplo de yayofobia o edadismo: quédese el lector con la palabra que prefiera para dar nombre a los falsos estereotipos sobre la edad. «Creo que aquel episodio fue la chispa que encendió mi interés por investigar este problema y también por encontrar maneras de prevenirlo», dice la doctora por Zoom.

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Esta profesora de Psicología en la Universidad de Yale consiguió su propósito. Asesora a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y ha ofrecido su testimonio ante el Senado de los Estados Unidos para concienciar sobre el edadismo. «Creo que este problema se ha convertido en una crisis de salud pública», alerta esta experta.

«Desde la OMS hemos estudiado distintos países y en casi todos ellos hemos encontrado ejemplos de cómo impacta en la salud esta forma de discriminación. Creo que es algo global. Y que los países con más edadismo están exportándolo al resto», comenta preocupada. El propio organismo, en su Informe Mundial sobre Edadismo, determina que una de cada dos personas del planeta es edadista contra las personas mayores.

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Levy trata este fenómeno como una «epidemia silenciosa» a la que pone cifras: «Los costes sanitarios derivados ascienden a 63.000 millones de dólares al año solo en Estados Unidos. Eso es lo que podríamos ahorrarnos y es una estimación conservadora», señala en su ensayo Rompe los límites de la edad, que ahora llega a España. (Ed. Paidós)

Este alto precio, según ella, es la consecuencia de que todo el sistema de salud esté viciado por tomarse a los mayores como rehenes de un «declive físico inevitable». Un planteamiento que conlleva tratarlos mediante costosos tratamientos que, para Levy, «resultan más rentables que los esfuerzos en prevención».

Replantearse las consecuencias de esta yayofobia puede ser vital en países cada vez más envejecidos. En España, según el INE, el grupo de personas de 65 o más años pasó del 16 al 21% desde 2001 a 2020. «Algunos políticos, economistas y periodistas parecen nerviosos ante este tsunami plateado, pero no lo entienden. Es una oportunidad para replantearnos qué significa envejecer», opina Levy en el libro. Nadie mejor que ella, por tanto, para aleccionarnos sobre el tema.

– ¿Qué es eso del edadismo, para empezar?

– Robert Butler, la persona que acuñó el término hace décadas, lo definió como el conjunto de estereotipos y prejuicios basados únicamente en la edad. Lo hizo al ver cómo se excluía a las personas mayores de un complejo residencial en Washington DC. Le pareció que aquello tenía paralelismos con otras formas de discriminación como el racismo o el sexismo.

Levy puede considerarse a sí misma como la heredera de Butler, al menos así la definió el New York Times en un reciente artículo. Los hallazgos de esta investigadora son múltiples, pero ella destaca sus estudios sobre la influencia de los estereotipos en la esperanza de vida. Empezó a interesarse por ello durante una investigación que realizó en Japón.

En Japón a los ancianos se les venera como a estrellas del rock. El modo en que se trata a los mayores tiene un impacto en su salud Becca Levy

«Me interesaba saber por qué los japoneses tienen la esperanza de vida más alta del mundo y si ese dato se relacionaba con su cultura», recuerda la doctora. «Descubrí que allí a los ancianos se les venera como a estrellas del rock. De esa constatación vino la hipótesis de que el modo en que se trata a los mayores podía tener un impacto en su salud. Esa hipótesis llevó a su vez a una investigación que demostró que había una muy significativa asociación entre las creencias positivas sobre la vejez y la supervivencia».

Esa vinculación se concretó en un sorprendente hallazgo: «Descubrimos que, de media, la gente vivía siete años y medio más cuando tenía creencias positivas sobre la edad». En su libro, cuenta el impacto que tuvo: «La gente a la que voy conociendo sigue sacando a relucir este descubrimiento y me dice: ‘Oh, eres la persona que descubrió eso sobre los siete años y medio extras de vida'».

Entonces, ¿qué nos impide pensar en positivo y alargar más la vida? La puñetera yayofobia, claro está. La sociedad nos taladra con todo tipo de asociaciones negativas sobre salud y vejez. Y esos pensamientos, cuando envejecemos, funcionan como una profecía autocumplida. «Pude demostrar que muchos de los problemas cognitivos y fisiológicos que relacionamos con la ancianidad, como la pérdida de audición o las enfermedades cardiovasculares, son producto de creencias sobre la edad absorbidas del entorno social», dice Levy.

Las creencias optimistas sobre la vejez mejoran la memoria o dan más esperanza de vida Becca Levy

¿Y si la moneda de los estereotipos cayera del lado positivo? «Esa es la parte esperanzadora», afirma Levy en la entrevista. «Porque también descubrimos que las creencias optimistas sobre la vejez contribuyen a mejorar la memoria, a mejorar la recuperación tras lesiones, a reducir los riesgos cardiovasculares o a darte más esperanza de vida, como te mencioné antes».

Una de las conclusiones más llamativas tiene que ver con el temido Alzheimer: «Nos fijamos en personas con el gen de riesgo para esta enfermedad, el APOE-4, y nos dimos cuenta de que incluso en este grupo las creencias positivas contribuyen a disminuir la probabilidad de desarrollar demencia con el tiempo».

Pese a la evidencia de que las creencias positivas son beneficiosas para la salud, los estereotipos negativos siguen más arraigados en nosotros. Un sesgo del que no se libran ni los sanitarios. «Creo que muchos profesionales de la salud asumen los mismos prejuicios negativos que los demás. Hay además una ausencia de formación que contribuye a promover ideas falsas, como que la gente mayor no se puede recuperar de lesiones».

¿De dónde sacan los médicos estas ideas? «Desgraciadamente de la Facultad de Medicina», explica en su libro. «La primera vez que muchos estudiantes de medicina se encuentran a un paciente mayor suele ser un cadáver destinado a la disección médica», desarrolla. Y añade: «Cuando Butler era estudiante descubrió que los pacientes de edad avanzada eran denominados GOMER (Get Out of My Emergency Room. O sea, ‘Sal de mi Sala de Emergencias’)».

Muchos de los prejuicios se relacionan con la salud. Pero los estereotipos negativos sobre los ancianos van mucho más allá. ¿Ejemplos? La lista de tópicos es interminable. Como que las personas mayores conducen mal: falso. Como que son más improductivas en el trabajo: falso. Como que no tienen sexo: falso. Como que ya no son creativas: falso. Falso, falso y falso. ¡Yayofobiayayofobia y más yayofobia! Los datos que maneja Levy desmontan estas ideas.

-¿De quién es la culpa? Alguien lo tiene que estar fomentando…

-Señalaría hacia la industria de los productos antiedad, un sector que mueve billones de dólares al beneficiarse de estos mensajes negativos. Promueven la idea, a través de la publicidad, de que la edad es algo contra lo que luchar, tratándola como al enemigo. Estos mensajes producen miedo. Creo que son ciertamente el origen del edadismo.

-Cuenta el caso de una adolescente que se pidió de regalo un tratamiento de botox. Impresiona…

-Sí, tenemos documentación sobre empresas de productos antiedad dirigiéndose a adolescentes. Se dan cuenta de que pueden provocar miedo desde muy pronto, algo especialmente nocivo porque a esas edades se carece de mecanismos defensivos.

Levy también apunta hacia plataformas como Facebook. «Hemos estudiado sus mensajes y muchos de ellos implican la exclusión de las personas mayores del día a día. Incluso se fomenta expulsar a los ancianos de las piscinas públicas o de los centros comerciales», comenta en la entrevista. Y en el libro, es aún más explícita: «Las redes sociales son el medio perfecto para difundir estereotipos sobre la edad. La sensación de anonimato fomenta un discurso extremo, provocativo y de odio».

El edadismo tiene el ingrediente cultural que tiene el racismo, la xenofobia o el machismo Emilia Riesco

Este extremismo, similar al de otras modalidades de discriminación, también entra en el diagnóstico de Emilia Riesco, directora de Sociología y Comunicación de la Universidad de Salamanca. «El edadismo tiene el ingrediente cultural que tiene el racismo, la xenofobia o el machismo. Estamos hablando de unas sociedades donde lo que tenemos es culto a la juventud, culto al cuerpo y culto al trabajo», apunta como investigadora del envejecimiento poblacional.

Para ella, como para Levy, las sociedades occidentales son más propensas a desarrollar este problema. Idolatramos la productividad y eso sería el caldo de cultivo ideal para el edadismo. «Las personas que dejan de trabajar pierden valor social. O sea, la jubilación está considerada como una ‘muerte social’ y a partir de ese momento las personas dejan de contar», refiere.

Este estereotipo, muy potente, muy negativo, muy extendido y también muy falso de la improductividad aboca a los mayores a jubilarse, en muchos casos, antes de tiempo. ¿Es viable este modelo con una pirámide demográfica como la actual? Para Riesco la respuesta es evidente: «No es sostenible. Yo creo que se tiene que ir retrasando necesariamente la edad de jubilación, yo eso lo veo clarísimo. Y además, de una manera flexible. No puede ser igual para todos».

A veces, personalidades con una larga trayectoria de éxito pueden permitirse el lujo de trabajar hasta edades muy avanzadas. Son excepciones, pero ni siguiera ellos se libran del edadismo. «Me acuerdo de José María Aguirre, fue presidente de Banesto con 93 años. Hasta ese momento era un señor respetado, una cosa estupenda. Pero fue dejar el poder y al día siguiente ya solo era el anciano Aguirre», dice Riesco.

En el mundo económico o tienes poder o hay un momento en la vida en que te retiranMireia Fernández-Ardèvol

En el contexto laboral esa palabra, «poder», también cobra importancia para Mireia Fernández-Ardèvol, profesora de Comunicación Digital en la Universitat Oberta de Catalunya y coautora de Edadismo digital. Cómo opera y enfoques para abordarlo. «En el mundo económico o tienes poder o hay un momento en la vida en que te retiran. Bien a los 65, porque tienes que jubilarte, o bien a través de formas de edadismo previas como es el paro de larga duración a partir de los 45 años», aporta.

En su caso se ha centrado en un tipo especial de discriminación, la que opera en las compañías digitales. También sus profesionales se ven afectados negativamente por «estereotipos autocumplidos», como dice Fernández-Ardèvol. «Llega una edad en que se ven incapaces de seguir programando código, seguir en la base de la producción digital. Es como que ya se te ha acabado la creatividad», comenta. «Te podría hacer un paralelismo. Sería como si en la Academia nos dijeran que a partir de los 40 ya no podemos pensar más ni hacer ninguna aportación relevante», concluye.

La consecuencia es que no hay suficiente diversidad de edades entre quienes diseñan productos digitales. «Eso los vuelve más estrechos de miras«, dice Fernández-Ardèvol. Esta situación, a su vez, influye en que los productos digitales no se conciban bajo parámetros de diseño universal. «Se prioriza a un tipo de cliente que normalmente suele ser joven», comenta la entrevistada. Sobre este tema añade: «O sea, el sistema nos dice que a las personas mayores no hay que preguntarles».

-¿Por qué sucede?

– La respuesta sirve para el entorno digital y para cualquier otra esfera. Si entras a hacer un estudio de mercado y vas a una empresa a que te haga encuestas, te van a decir que si quieres entrevistar a personas por encima de los 75 años tienes que pagar un sobrecoste.

– ¿Y eso?

– Porque se les considera un target difícil. Te dicen, ‘mira, es que van a coger el teléfono y van a estar hablando no sé cuánto rato’. Te voy a contar una anécdota sobre esto. En una encuesta llamaron a una mujer para entrevistarla. La conversación fue muy bien pero al final le preguntaron la edad. La señora dijo que tenía 81 años y la encuestadora le respondió: ‘Mira, a ti no te puedo usar…’.

Al igual que aquella telefonista con tan poco tacto, la tecnología ha dado la espalda a los mayores. Ante ellos se abre la llamada brecha digital, insalvable muchas veces para acceder a determinados servicios. «Esta situación propicia la exclusión de los mayores de la esfera pública, con el riesgo de que pasen desapercibidos para las propias instituciones. Aunque no es menos cierto que también se aprecia una transformación de esta cohorte social, nutrida de personas cada vez mejor formadas, más autónomas y más empoderadas», afirma Rafael Durán, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Málaga y responsable del Observatorio Europeo de Gerontomigraciones.

Los mayores deberían ser vistos menos como consumidores electorales y más como ciudadanos Rafael Durán

Aporta Durán otra perspectiva al edadismo: la política. A nadie se le escapa que durante las elecciones los candidatos se esfuerzan en captar el voto de los 9,5 millones de españoles con más de 64 años. «Los mayores deberían ser vistos menos como consumidores electorales y más como ciudadanos. Hablar del envejecimiento de la población es hablar de pensiones y de gasto sanitario, pero también hay que hacerlo sobre nichos de empleo o inversión, del desarrollo de ciudades saludables o de fomentar el activismo cívico», afirma este profesor.

Para pedir este tipo de cambios se ha presentado ante la puerta de las instituciones Becca Levy, la profesora de Yale con quien empezamos este artículo. Ya hemos contado que aportó su testimonio ante los senadores de los Estados Unidos, pero además elaboró informes para al Tribunal Supremo sobre casos de discriminación por edad.

Algo de lo que no se libra ni la persona más poderosa del mundo, el presidente Joe Biden. «Creo que hay casos claros ejemplos de edadismo en su contra y en el de otros políticos mayores». El último ejemplo, mientras se escribía este reportaje. Biden abría los informativos por su lapsus al confundir Irak con Ucrania en unas declaraciones sobre la guerra.

¿Qué tipo de intervención pública pide para erradicar este problema? «Creo que lo más práctico sería que se designara a un experto dentro del gobierno que se consagrara a erradicar el edadismo en todos sus ámbitos». Y a continuación, prevención: «Las creencias positivas sobre la vejez deberían enseñarse en el colegio desde una edad temprana. Incluso en las guarderías».

Esta es la causa de Levy. Y también la de los Panteras Grises, el grupo de activistas a los que pertenece. Junto a ellos lucha por generar un cambio a través de pequeñas conquistas: «Por ejemplo, hay caretas de Halloween que promueven estos estereotipos y que hemos pedido retirar».

Horty, su abuela, seguro que estaría orgullosa de su lucha. ¿Qué fue de la anciana tras el incidente del supermercado? «La grosería del dependiente le afectó mentalmente durante un tiempo», explica Levy. Pero enseguida se rehízo. «Vivió su vida al máximo. Ya cumplidos los ochenta y, después los noventa, continuó viajando, jugando al golf y dando largos paseos con sus amigos», relata su nieta en el libro. ¿Sorprendido? Pues háztelo ver: después de todo igual sufres de yayofobia.

‘Rompe los límites de la edad’, de Becca Levy, ya está a la venta (Ed. Paidós). Puedes comprarlo aquí.

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2023/07/02/649ec60021efa02a5a8b45ae.html

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