Activistas palestinos luchan por crear refugios para la comunidad LGTBIQ+ dentro de los territorios ocupados.
MURAD ODEH / PÚBLICO
– «Ten cuidado, no querrás que nos maten hoy»
– «Pero es que quiero darte un beso…»
Tras esta conversación uno solo puede esperar. A encontrar un lugar seguro. A mirar que nadie te observe. A que desaparezca el miedo.
Dos jóvenes gays palestinos caminan por las caóticas calles de Ramallah, la ciudad más moderna de los territorios ocupados de Cisjordania, en Palestina. Camuflados entre la multitud, se separan un poco y continúan hacia la zona de los bares. Nadie les observa, no interesan a nadie, aunque ha sido una caricia la que ha puesto en alerta a uno de ellos.
Tardan tres minutos en llegar al bar, conocido entre la comunidad LGBTIQ+ árabe como un lugar seguro. ¿Cómo se sabe eso? No hay nada que lo asegure, pero al menos el dueño sigue sirviendo copas. La gente ríe, se saluda y se abraza. Es increíble cómo puede cambiar tan drásticamente el escenario en tan pocos minutos. De los escombros de la calle a los cuadros de arte contemporáneo. De la rectitud moral al grifo de cerveza que no descansa. Todos parecen disfrutar y sin embargo, nadie está relajado del todo.
Los efectivos de la Policía palestina están apostados al otro lado de la calle. Es lo habitual en Cisjordania. Si no es el ejército de un bando el que vigila, es el del otro. Nadie se besa ni existe ningún indicio de pecado y aunque no lo parezca, el roce inofensivo de las piernas por debajo de la mesa resulta liberador.
Cierre de locales
Uno de los chicos es Jamal, de 32 años. Vivió la segunda intifada como lo hizo toda su generación, entre la euforia de una revolución y la sombra de un final repentino causado por la bala de un soldado israelí. Por eso, esto es cantar y coser. No sería la primera vez que un lugar como este se clausura. «En los últimos años se han cerrado tres bares por ataques violentos de grupos religiosos, cristianos o musulmanes», como el perpetuado hace unos meses durante el concierto del cantante Bashar Murad. «Amenazan, agreden a los asistentes y destrozan el local».
Jamal lleva años trabajando, junto a otros activistas, en la creación de espacios seguros para el encuentro de personas LGBTIQ+ en Cisjordania. «Nos esforzamos en la creación de una red de centros culturales, espacios privados y lugares que puedan albergar y apoyar actividades beneficiosas para la comunidad. Al operar de manera clandestina, buscamos garantizar tanto la funcionalidad como la seguridad de estos espacios, al mismo tiempo que fomentamos un sentido de unidad y pertenencia para todos los involucrados».
En las calles de Ramallah ya no hay ni rastro de los grafitis pintados por un artista LGTBIQ+ hace unos años. Una acción reivindicativa en la que se podía leer «La comunidad queer ha pasado por aquí» junto a la silueta de dos hombres o dos mujeres besándose.
En pocas horas los comentarios de odio abarrotaron las redes sociales. La investigación policial no consiguió localizar al autor.
Las acciones de represión violentas se repiten con asiduidad a pesar de no constatar un delito. Tras la primera guerra árabe-israelí en 1948, Cisjordania adoptó la legislación jordana, que permitía las relaciones entre personas del mismo sexo en el artículo 306 de su Código Penal.
Antes de esa fecha, era el Código Penal británico de 1936 el que castigaba las relaciones entre hombres con hasta 10 años de prisión. Hoy, aún tiene una disposición legal que sigue vigente en la Franja de Gaza. No existe, sin embargo, ninguna ley que mencione las relaciones entre mujeres.
«La Autoridad Palestina utiliza el pretexto de las leyes contra la indecencia para criminalizar las actividades LGBTIQ+»
Aunque da igual el marco legal. Sobre el terreno la realidad es que «la Autoridad Palestina utiliza el pretexto de las leyes contra la indecencia y los delitos cibernéticos para criminalizar las actividades LGBTIQ+», afirma Izat El Amoor, profesor asociado de Sociología en la Universidad de Hendrix en Estados Unidos.
El Amoor es homosexual y pertenece a una comunidad beduina de palestinos en el sur de Israel. Sus experiencias le han llevado a centrar su carrera profesional en el estudio del movimiento queer palestino y en los actores represivos que lo limitan.
«La Policía utiliza tácticas de abuso físico y psicológico. Amenazan con desvelar su sexualidad a sus familias si no colaboran con las unidades de inteligencia de la Autoridad Palestina. También utilizan aplicaciones de citas como Grindr para dirigirse a estas personas», confirma Izat El Amoor.
Reuniones y fiestas
Asociaciones como Al Qaws, Aswat, Alwan y Beit El Meem organizan de vez en cuando reuniones y fiestas. Tienen líneas directas a las que se puede acceder por teléfono y chat, pero no son una opción para todos. No hay trabajadores sociales capacitados, psicólogos y otros profesionales que estén familiarizados con las ansiedades que experimenta la comunidad. No es fácil mantener estas infraestructuras en activo teniendo en cuenta la vigilancia social e institucional a la que se encuentran sometidas.
Para los palestinos cruzar a Israel no es fácil. Los que tienen alguna oportunidad solicitan un permiso que debe estar justificado laboralmente y que se otorga por intervalo de un día. A los que lo consiguen les esperan unos cuantos checkpoints y controles.
Eso sí, al otro lado no escasean los bares o las discotecas que ondean la bandera arcoiris.
Jamal y sus amigos cruzan de vez en cuando, aunque la posibilidad de encontrar a otros palestinos es muy escasa. «Salir de fiesta puede ofrecer un escape temporal de la realidad, pero la proximidad a los puestos de control y la presencia de la ocupación nos devuelve rápidamente a la cruda verdad».
Una verdad que requiere de comprensión y que «inevitablemente les coloca otra vez en la otredad e incluso en peligro», asegura María del Olmo, psicóloga especializada en la comunidad LGTBIQ+. «Los palestinos a veces pueden llegar a sentir como incompatibles ambas partes de sí mismos e incluso sentir que deben elegir una u otra».
La interseccionalidad entre las identidades queer y árabe deriva en uno de los mayores conflictos internos de la comunidad LGBTIQ+ árabe en todo el mundo.
El Amoor ha podido constatar cómo el conflicto es aprovechado por las figuras políticas para «presentar a menudo a la comunidad como colaboradoras de Israel (especialmente si buscaron asilo temporal o permanente en Israel)».
Un mensaje que no solo se escucha en los discursos públicos. El arraigo religioso en la sociedad palestina ha dejado el poso de una comunidad extremadamente homófoba. «Los palestinos siguen siendo en su mayoría tribales. Viven en familias extendidas, lo que hace que la importancia de encajar en la comunidad local sea una prioridad extremadamente alta», afirma El Amor.
Confluencia de opresiones
Bellas Artes ha sido una de las disciplinas más estudiadas por los palestinos para expresar la confluencia de opresiones en su vida. Mustafá –nombre ficticio– es profesor de Arte en una escuela para niños de entre 14 y 16 años en riesgo de exclusión en Jerusalén Este.
Nos citamos en la Puerta de Damasco, escenario repetitivo de numerosos episodios de tensión en la historia del conflicto. Directamente le pregunto: ¿te quieres marchar del país?. Bordeamos el muro y esquivamos unos cuantos coches y contesta tras pensarlo bien: «No lo sé, me sentiría un traidor».
Todo lo relacionado con la identidad palestina no existe en los libros en Israel, pero fuera de ellos el activismo es vital para informar. Ya sea sobre los palestinos o sobre la comunidad LGBTIQ. Mustafá aprovecha sus clases para «generar debates a través del arte, sobre temas como el género o la normatividad, aunque enseguida hay comentarios muy homófobos entre los niños».
Artistas de todo tipo enriquecen el panorama artístico palestino. La música, la pintura, la poesía o lo audiovisual buscan generar un cambio en la conversación. El mensaje es claro: ser palestino y queer es perfectamente compatible.
No solo eso, sino que se trata de algo históricamente documentado. La literatura clásica árabe incluye una enorme cantidad de textos y figuras que celebran los comportamientos entre personas del mismo sexo.»
Muchos árabes piensan que las identidades LGBTIQ+ son una importación occidental»
En sus estudios, El Amoor afirma que «muchos árabes piensan que las identidades LGBTIQ+ son una importación occidental, pero profundizar en esa historia puede cambiar la narrativa»
Este portavoz afirma que «el público podría aprender que la homofobia en sí misma es, de hecho, la ideología que se importó a sus culturas junto con la colonización occidental».
A pocos kilómetros de Ramallah, Tel Aviv celebra el mes del Orgullo con la visita de miles de turistas convencidos de que Israel es la tierra de la libertad. En este lado del muro no hay lugar para banderas, ni carrozas, ni fiestas. Esta es la resistencia queer palestina.
Fuente: https://www.publico.es/internacional/resistencia-queer-palestina.html#analytics-seccion:listado