La turbación que sintió el escritor francés en la ciudad italiana no fue un arrebato metafísico: la neuroestética constata las reacciones físicas que los estímulos estéticos provocan en el cerebro
REBECA YANKE / LA LECTURA
Sucedió el 22 de enero de 1817. En su visita a la basílica florentina Santa Croce, Henri Beyle, conocido en la literatura universal con el seudónimo de Stendhal, experimenta «esa emoción en la que se concentran las sensaciones celestiales y los sentimientos pasionales». La turbación deriva en síntomas físicos. Lo describe en Roma, Nápoles y Florencia (Pre-textos, 2005) y en Memorias de un viajero (1836). «Mientras me alejaba de la basílica, mis latidos comenzaron a ser irregulares, la vida se me escapaba, caminaba con miedo a desvanecerme». Sin saberlo, el escritor francés, autor de obras como Rojo y negro y La cartuja de Parma, daba nombre a un cuadro psicosomático desencadenado por lo que se podría llamar una «sobredosis» de belleza: el síndrome de Stendhal.
Y no hay que ser un romántico decimonónico para experimentarlo. Puede ocurrir en un concierto de Bruce Springsteen, o en uno de Beethoven; ante un cuadro que deseábamos tener enfrente –El nacimiento de Venus, La joven de la perla, igual da-, ante una puesta de sol, en una visita como peregrino a Jerusalén y también ante el hoy denostado, cosas de la cancelación cultural, David de Miguel Ángel. La belleza (o su apreciación) ha sido históricamente pasto de literatos y poetas. Esto es: gente especialmente sensible. También de los filósofos, que tienen una disciplina específica, la estética, para analizar por qué algo es hermoso (por artístico), o lo contrario. Hasta Rousseau se preocupó de ella. «Si quitaseis de nuestros corazones el amor a lo bello, nos quitaríais el encanto de vivir», dejó escrito.
Pero la razón de este reportaje no es realizar una historiografía de la belleza sino explicar el cambio sucedido desde 2000: dos décadas en las que los científicos, gracias a las nuevas técnicas de neuroimagen cerebral, han podido constatar la base física del síndrome de Stendhal y las reacciones que la experiencia estética provoca en áreas concretas del cerebro.
NEUROESTÉTICA
¿Qué dice exactamente la neurociencia actual sobre la percepción de la belleza? Habría que empezar precisamente por usar el término exacto de la disciplina en liza, que sería la neuroestética, resalta Marcos Nadal Roberts, investigador del Grupo de Evolución y Cognición Humana y profesor de Psicología de la Universitat de les Illes Balears. El «estudio científico del arte de la estética», al que Nadal se dedica desde hace décadas, comenzó pocos años después de que Stendhal experimentara el stendhalazo. «Se inicia a finales del siglo XIX, alrededor de 1875, en el campo de la psicología. De hecho, Wilhelm Wundt, el fundador de lo que se conoce como estética experimental, es quien crea la psicología científica. Y ya entonces hubo estudios de neurólogos sobre lesiones que generan problemas en la apreciación o producción de la música».
Aunque parezca que el término síndrome de Stendhal convive con nosotros desde siempre, no fue hasta 1977 cuando se gestó: Graziella Magherini, psiquiatra italiana, comenzó entonces una investigación en la que se describe este síndrome en «106 pacientes a lo largo de 20 años de observación». «Tras su visita a Florencia -museos, galerías- muchos pacientes experimentaron mareos, palpitaciones, alucinaciones, desorientación, despersonalización, agotamiento», escribe. Lo mismo que había sentido Stendhal siglo y medio antes en la capilla de la Santa Croce, ante los frescos Giotto, los cuadros de Francheschini y las tumbas de Maquiavelo, Galileo y Miguel Ángel. De ahí que se hable también del síndrome de Florencia. No hace mucho, en 2018, en esa ciudad se registró un stendhalazo notorio: un turista británico sufrió un infarto mientras observaba El nacimiento de Venus en la Galería de los Uffizi.
«Estamos hablando de una respuesta física y cognitiva ante un estímulo artístico que nos impacta profundamente, nos saca de contexto y produce síntomas similares a un ataque de ansiedad, con taquicardias, subidas de tensión, sudoración, mareos, desvanecimientos…», explica Jesús Porta, vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología (SEN). «¿Y por qué se produce esto en el cerebro humano? Probablemente porque durante la evolución hemos sublimado lo bello y tenemos reacciones a estímulos que nos impresionan. Un stendhal sería una serie de síntomas producidos porque el cerebro reacciona como si estuviera ante una situación de alerta».
Otros intelectuales han narrado episodios de sobrecogimiento: Sigmund Freud lo sintió ante la Acrópolis de Atenas y Fiódor Dostoievski quedó paralizado al ver el Cristo de Holbein en Basilea (Suiza). La científica Deborah García Bello, autora del ensayo La química de lo bello (Paidós, 2023), admitía en una entrevista reciente con La Lectura haber vivido su propio impacto ante un eclipse, tras el que estuvo llorando horas «con lágrimas como uvas». Aunque se permite desconfiar de que con los hechos probados por la ciencia pueda elaborarse una teoría concluyente.
«A partir del año 2000, el desarrollo de la neurociencia permite tener una información que hace posible el estudio, entre otros asuntos, de la experiencia estética y de lo sublime», responde el psicólogo Marcos Nadal, que desde hace dos meses participa como ponente en el ciclo La lógica de la belleza, organizado por Fundación «la Caixa» en varias ciudades españolas. Desde 2004, añade, ha habido «una explosión de artículos y trabajos sobre neuroimagen. Ahora ya es imposible seguir todas las investigaciones que se publican en esta línea».
REGIONES CEREBRALES
Según el doctor Porta, tantos trabajos han permitido determinar que la experiencia de la belleza depende de una red de regiones del cerebro. «Se activa el lóbulo prefrontal, que es donde se halla nuestra capacidad de control, y también el hipotálamo, que es donde se encuentran nuestras emociones, pero lo más importante es el resultado de todas esas acciones en distintas regiones cerebrales, su interacción».
Nadal lo confirma. Y al lóbulo prefrontal y al hipotálamo suma el llamado «núcleo accumbens», que se encarga de predecir las experiencias placenteras y los estados de placer. «Si te gusta mucho el chocolate, como a mí, cuando sabes que llega tu hora de tomar una onza está funcionando el núcleo accumbens, que se une al córtex prefrontal, encargado de transmitir a esas otras regiones las sensaciones corporales ligadas al placer». Por si fuera poco, «hay una región del córtex, la zona orbitofrontal, que calcula cuánto te gusta algo en un determinado momento y en un determinado contexto». No es igual el placer de una primera onza de chocolate que la número 18, que puede producir hasta asco.
Eso sí, Jesús Porta destaca que también la importancia de otro factor: «La personalidad previa, las expectativas y la predisposición del individuo, la idea de dejarse llevar o de ponerse a tiro». Y el hecho de ser extremadamente sensible, como Stendhal.
NEURÓLOGOS SENSIBLES
El vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología (SEN) también aporta una anécdota que da cuenta de «este punto de inflexión en relación al estudio de la belleza, en el que han entrado de lleno las ciencias neurológicas». Y que tuvo lugar, dónde si no, en Florencia, donde la SEN celebró en 2008 el III Curso de Neurohistoria. «Al finalizar el curso, se entregó a los neurólogos participantes una encuesta para evaluar si durante los talleres prácticos habían experimentado síntomas compatibles con los descritos en el síndrome de Stendhal (SS). Se cumplimentaron 48 encuestas. El 25% de los encuestados consideró que había experimentado una forma parcial de SS. No se identificaron crisis de pánico ni alteraciones del pensamiento, pero fue frecuente la influencia del arte en los afectos, principalmente en el placer (83%) y la emoción (62%)». Las comillas pertenecen al estudio de 2010 Síndrome de Stendhal: origen, naturaleza y presentación en un grupo de neurólogos. Está claro que lo hermoso ya no es coto ni de los filósofos ni de los poetas.
ROMA, NÁPOLES, FLORENCIA
HENRI BEYLE ‘STENDHAL’
Trad. de Jorge Bergua Cavero.
Pre-Textos. 420 páginas
25 euros
Resulta clarificador, también, otro trabajo, titulado Síndrome de Stendhal, entre el psicoanálisis y la neurociencia, elaborado en 2014 por investigadores italianos y dedicado a Graziella Magherini, la psiquiatra que describió por primera vez esta sintomatología. Tras desglosar los hallazgos científicos hasta ese momento y describir las respuestas cerebrales, concluyen que «se puede sostener como plausible, desde el punto de vista neurobiológico, el síndrome de Stendhal y hasta la idea de ensimismamiento que produce, que no es un proceso puramente metafísico, introspectivo o intuitivo, sino que dispone de una base material precisa y definible en el cerebro, en áreas concretas que convergen en acciones, emociones y sensaciones corpóreas».
O como diría Lope de Vega de una forma mucho más poética: «Quien lo probó, lo sabe». Quien vivió en sus carnes el síndrome de Stendhal, súbito impacto, deleite mental, rabiosa taquicardia (por ejemplo) es capaz de contarlo y, probablemente, emocionarse otra vez, aunque no tanto como entonces. Y si no lo ha vivido, tal vez podría usted un día ponerse a tiro ante un cielo de Velázquez. O las cataratas del Niágara. O la misma Florencia.
Fuente: https://www.elmundo.es/la-lectura/2023/06/16/648ad52b21efa0b9618b4598.html