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#ElRinconDeZalacain | El aventurero repasa los aforismos relacionados con la alimentación, la digestión, la felicidad… Un repaso por Hipócrates y el Dr. Zayas.

Por Jesús Manuel Hernández*

Hacía varias décadas un amigo de la familia de la abuela y sus hermanas un médico de apellido Zallas, era homeópata, chochero le decían, y gozaba de una muy buena fama pues era muy atinado en sus diagnósticos y recomendaciones para curar y prevenir las enfermedades.
El doctor Zayas comía a veces en la casa de la abuela y Zalacaín recordaba algunas de las charlas donde una serie de conceptos, de sentencias, invitaban a las personas a reflexionar sobre cómo, cuándo, dónde y qué se debe comer para prevenir las enfermedades.
Mencionaba mucho el juramento hipocrático y de vez en cuando soltaba algún latinajo en la conversación seguido de la inmediata traducción, pues nadie entendía el latín.
A la abuela le recomendaba beber mucha agua y por las mañanas comerse una manzana, en ayunas decía, con todo y cáscara; la manzana, comentaba Zayas mantiene a los médicos alejados, pues facilita la digestión y previene enfermedades gastrointestinales, y si es un poco ácida, mejor aún.
La recomendación se llevaba al pie de la letra, en una canasta siempre había algunas manzanas amarillas, pequeñas y bien lavadas, se mordían con todo y la cáscara cada mañana.
“Mala sine cortica bona, cum cortica meliora”, decía Zayas, y traducía: “Las manzanas sin piel son buenas, con piel son mejores”. Con esa práctica en casa de Zalacaín se fueron apartando las costumbre de los desayunos infantiles donde la “macedonia de frutas” hacía su aparición. Una copa, lo mismo usada para las frutas y los helados, se llenaba con trozos de varias frutas, peladas todas, y se agregaba un chorro de jugo de naranja.
La “macedonia” era una palabra novedosa en la niñez de Zalacaín, alguna vez un profesor le explicaría su origen, se le debe a Alejandro Magno, fundador del Imperio Macedónico, donde fueron sumados, territorios, lenguas, religiones, tradiciones, de varias naciones conquistadas y mezcladas entre sí, ni más ni menos un coctel, ¡una macedonia!
Esos recuerdos le vinieron a Zalacaín al leer una noticia publicada por un medio especializado en temas de alimentación, se advertía la aparición de una enfermedad cada vez más constante en la vida moderna.
Le llaman SIBO derivado de su nombre en inglés “Small Intestine Bacterial Overgrowth” y sus síntomas se asocian a problemas digestivos crónicos, pesadez, hinchazón del intestino delgado, náuseas… mucha pesadez.
Dicho de una forma más seria el SIBO consiste en la acumulación de diversas bacterias en el intestino delgado producto de alguna gastroenteritis o el consumo de antibióticos; algunas bacterias se resisten y se multiplican, se trata de una especie de “Resistencia a la Microbiota” y se alimenta con la fibra de alta calidad, es decir con los cereales integrales, tubérculos y alimentos fermentados. Bacterias gourmet, pensaba Zalacaín, se comen lo más sabroso.
El artículo leído condenaba el abuso del consumo de probióticos y su ingesta sin recomendación y vigilancia médicas.
Zalacaín seguía recordando los consejos del doctor Zayas para mejorar la digestión y la importancia atribuida a comer alimentos frescos y de temporada, descartaba los productos enlatados y aconsejaba el consumo de vino tinto.
Años después el aventurero estudiaría un poco de Hipócrates, aquél médico griego cuya aportación para la humanización de los métodos empleados en la sanidad había trascendido por siglos y dado origen al llamado ”Juramento Hipocrático”, presuntamente leído por el médico al momento de graduarse.
Zayas tenía en el muro de su consultorio una breve descripción del juramento:
“Juro por Apolo médico, por Esculapio, por Higea y Pancea, por todos los dioses y todas las diosas, tomándolos como testigos, que cumpliré, según mis fuerzas y mi capacidad, el juramento y el compromiso siguiente:
“Respetaré a mi maestro de medicina tanto como a los autores de mis días, compartiré con él mis bienes y, si es preciso, atenderé a sus necesidades; consideraré a sus hijos como hermanos y, si desean aprender la medicina, se las enseñaré gratis y sin compromiso.
“Comunicaré los preceptos, las lecciones orales y el resto de la enseñanza a mis hijos, a los de mi maestro, a los discípulos ligados por un compromiso y un juramento según la ley médica, pero a nadie más.
“Dirigiré el régimen de los enfermos en provecho de ellos, según mis fuerzas y mi juicio, y me abstendré de todo mal y de toda injusticia.
“No entregaré veneno a nadie, si me lo piden, ni tomaré la iniciativa de tal sugestión, tampoco entregaré a ninguna mujer un pesario abortivo.
“Pasaré mi vida y ejercitaré mi arte en la inocencia y la pureza.
“No operaré del mal de piedra…”
Y así seguía el texto, quizá encerrado hoy en el cajón de los recuerdos de los médicos modernos.
Hipócrates fue el primero en usar el concepto del “aforismo” en latín “aphorismus”, una sentencia breve, donde se expresa un principio conciso, coherente y cerrado, según recordaba Zalacaín.
Y entonces le brincó uno, sin duda con mucha vigencia hoy día: “Mala digestio, nulla felicitas”… Simplemente “mala digestión, ninguna felicidad”.
El maestro escultor Santiago de Santiago tenía una frase al final de la cena para animar a Zalacaín a fumarse un puro, decía así: “Si te gusta comer, come menos, pero come mejor; si te gusta beber, bebe menos pero bebe mejor; y si te gusta fumar, que sea Davidoff…”
Y el aventurero procedía a encender el puro, pero esa, esa es otra historia.
*Autor de “Orígenes de la Cocina Poblana, Ed. Planeta

elrincondezalacain@gmail.com

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