Frances Haugen vuelve con un libro en el que cuenta su experiencia en la empresa, exige que se regulen las redes… y pide a su CEO que dimita de una vez. «Está rodeado por un grupo pequeñísimo de personas cuyo único trabajo es blindarle de la realidad y manipularle»
GONZALO SUÁREZ / PAPEL
Eran las diez en punto de la mañana del 5 de octubre de 2021 cuando Frances Haugen entró en la sala de audiencias del Senado de Estados Unidos. Cuando se apagó el barullo de los flashes de los fotógrafos, la joven ingeniera se acomodó ante los micrófonos y se quitó la mascarilla. Luego, con voz firme, soltó las 48 palabras exactas que cambiaron para siempre el debate sobre las redes sociales a escala mundial:
«Me llamo Frances Haugen. Antes trabajaba en Facebook. Me incorporé a la empresa porque pensaba que tiene el potencial de sacar lo mejor de nosotros. Pero hoy estoy aquí porque creo que los productos de Facebook perjudican a los niños, inflaman la división política y debilitan nuestra democracia…».
Su discurso apenas duró cinco minutos, pero el impacto fue colosal. Justo antes de que Haugen desvelara las miserias internas de Facebook, cada acción valía 378 dólares. Un año más tarde, en noviembre de 2022, la cotización se había desplomado hasta los 90 dólares. El gigante tecnológico, dueño también de Instagram y WhatsApp, había perdido el 75% de su valor en bolsa… y en gran parte se debía a la decisión de esta ingeniera de 37 años de robar 22.000 documentos secretos de la empresa y difundirlos a la opinión pública.
Eran los llamados Papeles de Facebook. Y, desde ese preciso momento, la filtradora Haugen se convirtió en la enemiga número uno del todopoderoso Mark Zuckerberg, fundador de Facebook.
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«¡Oh, Dios mío, qué mal lo pasé!», recuerda ahora Haugen desde el salón de su casa de San Juan (Puerto Rico), donde reside ahora. «Me sentía diminuta ante todos esos senadores, aunque luego vi en las fotos que estaban a la misma altura que yo. Pasé unos días muy tensos. Filtrar documentos y comparecer ante el Senado no era mi plan A, ni B, ni C: si acaso, era el plan H, J, o K… ¡Pero no me dejaron otra opción!».
Desde aquella aparición ante el Senado, Haugen se ha erigido en la voz más influyente contra los excesos de las redes sociales. Y, este miércoles, llega su asalto definitivo con la publicación mundial de La verdad sobre Facebook (Editorial Deusto). Se trata de un libro-bomba en el que relata su fulgurante carrera en Silicon Valley… y por qué decidió rebelarse contra las mismas empresas que la habían convertido en una próspera ejecutiva tecnológica.
«Facebook moldea por completo nuestra percepción del mundo a través de un algoritmo que decide la información a la que accedemos», denuncia al otro lado de la pantalla con un timbre de voz que oscila entre la exasperación y el entusiasmo. «Incluso la minoría que no usa redes se ve impactada por la inmensa mayoría que sí lo hace. Una empresa con una influencia tan salvaje sobre tanta gente -sobre sus pensamientos, sus sentimientos y sus conductas más íntimas- requiere un control estricto por parte de las autoridades».
Sólo un puñado de ejecutivos sabe exactamente cómo funcionan sus algoritmos y el efecto perverso que tienen sobre nuestras sociedades
Cuando las empresas tabaqueras ocultaron los daños de sus productos sobre los fumadores, el gobierno intervino para proteger al consumidor. Cuando las automovilísticas causaron miles de muertos con su reticencia a invertir en medidas de seguridad, las autoridades les obligaron a instalar cinturones. Cuando las farmacéuticas facilitaron la crisis de los opioides con sus malas prácticas, los tribunales restringieron la venta de sus drogas e intentaron meter a sus ejecutivos en prisión.
Haugen propone una iniciativa similar con las redes sociales, aunque la escala del problema y la dificultad de arreglarlo sean exponencialmente superiores. «Con los coches y los cigarrillos, los científicos podían hacer experimentos independientes y demostrar los daños que provocaban», explica. «Las redes, en cambio, funcionan en la opacidad más absoluta, porque la experiencia de cada usuario es única e irrepetible. Sólo un puñado de ejecutivos sabe exactamente cómo funcionan sus algoritmos y el efecto perverso que tienen sobre nuestras sociedades. Así que el primer paso es sencillo: necesitamos transparencia, transparencia y más transparencia».
-¿Cree que hay que procesar a Mark Zuckerberg?
-La respuesta corta es que sí: debe ir a prisión. La respuesta larga es algo más compleja…
Dejemos que Haugen se tome su tiempo y, mientras tanto, aprovechemos para recordar todo lo que ocurrió antes de aquella mañana en la que destapó los sucios secretos de Facebook ante un puñado de senadores. Nacida en Iowa en 1984, Frances siempre una alumna ejemplar: sacó matrícula en el instituto, estudió Ingeniería en el Olin College de Massachusets y redondeó su formación con un MBA de Harvard. De allí saltó a la industria tecnológica, donde fue encadenando trabajos por las empresas más punteras: Google, Yelp, Pinterest… Hasta que, a finales de 2018, recibió una llamada de Facebook: ¿estaría interesada en un puesto de máxima responsabilidad en la empresa?
En aquel momento, la compañía de Mark Zuckerberg ya sufría una aguda crisis reputacional tras escándalos como el de Cambridge Analytica. Haugen también había perdido a un amigo íntimo que se enredó en una espiral de conspiranoia por culpa de su adicción a los grupos de Facebook. Así que sólo puso una condición para aceptar el puesto: dedicar su tiempo a combatir la difusión de fake news. En cuestión de días, recibió una oferta formal para ocupar un cargo con un nombre tan rimbombante como difusas eran sus competencias: «Manager de Producto de Integridad Cívica».
Haugen tenía un sueldo envidiable, una oficina de ensueño… y exactamente cero poder para cambiar las cosas. «Enseguida me quedó claro que era una trabajadora-florero», relata. «Facebook quería fingir que se estaba tomando en serio el problema de la desinformación, pero no tenían ninguna intención de cortar el flujo de noticias falsas. Bastaba con que el tráfico cayera un 1% para que los accionistas empezaran a hacer preguntas incómodas».
Tras el desengaño, llegó la desesperación y, finalmente, la venganza. Fotografió 22.000 documentos secretos de los servidores de la empresa y los puso a disposición de la opinión pública, primero a través del Wall Street Journal y después ante el Senado.
Muy en resumen, la filtración de Haugen demostró que los máximos ejecutivos de Facebook eran plenamente conscientes del gigantesco daño que sus productos provocaban en la capacidad de atención, las ideas políticas y la salud mental de sus usuarios, especialmente los más jóvenes y vulnerables. Pero, ante el riesgo de que sus ingresos menguaran, tomaron una decisión radical: no hacer absolutamente nada.
«En mi tiempo allí, vi cómo Facebook se enfrentaba a todo tipo de conflictos entre sus beneficios y nuestra seguridad», denunció la filtradora al Senado. «En todo momento, resolvió esos dilemas a favor de su cuenta de resultados. El resultado ha sido más polarización, más daños, más mentiras y más amenazas».
Tarde o temprano, alguien pondrá a Mark en una tesitura: o deja la empresa o se arriesga a pasar una larga temporada en prisión
Ya de vuelta al apartamento de Haugen, la ingeniera aún sopesa los pros y los contras de procesar al creador de Facebook: «La prioridad debe ser quitarle el control de la empresa. Tarde o temprano, alguien pondrá a Mark en una tesitura: o deja la empresa o se arriesga a pasar una larga temporada en prisión. Corremos el peligro de que acepte ir a los tribunales, salga absuelto y se crea que tiene un cheque en blanco para seguir haciendo cosas malvadas. Por todo esto, creo que la estrategia más inteligente es darle una salida digna cuanto antes».
-¿Es Zuckerberg tan malvado como lo pinta?
-En realidad, soy una firme partidaria de crear un movimiento Free Mark inspirado en el de Britney Spears (se ríe). En serio, Mark lleva siendo CEO desde los 19 años y no ha tenido la oportunidad de madurar como un adulto normal. Debería hacer como Bill Gates: apartarse de la gestión de su empresa y reinventarse como filántropo. Que intente curar la ceguera infantil o lo que le apetezc a, pero que deje a un adulto al mando de la empresa.
-¿Cree que es consciente del daño que hace Facebook?
-Mark está rodeado por un grupo pequeñísimo de personas cuyo único trabajo es blindarle de la realidad y manipularle para que haga cualquier cosa que optimice los resultados de la empresa. En realidad su vida es trágica: no puede salir a la calle sin que la gente le insulte, se pasa la mitad del año en un complejo amurallado en una isla perdida de Hawai, dedica 10 horas al día a vagar por su propio metaverso… Zuckerberg ha acabado atrapado por su propia criatura, así que debemos ofrecerle una alternativa aceptable y que se vaya de una vez.
Nada indica que el CEO de Facebook, que controla por completo la compañía pese a que sólo posee el 13,6% de las acciones, vaya a aceptar su consejo de retirarse antes de tiempo. Así que, mientras tanto, Haugen encabeza docenas de iniciativas para reformar las redes sociales desde fuera. Su obsesión, asegura, es conseguir acceso al algoritmo de recomendaciones, la salsa secreta de la red social. Sólo así se podrá entender cómo una app que pretendía conectar a miles de millones de personas y derrumbar todas las dictaduras del planeta se haya convertido en queroseno para la polarización política, la degradación de la atención y la crisis de salud mental de los adolescentes.
El punto de inflexión se produjo justo antes de que Haugen aterrizara en Facebook. El negocio ya estaba implantado en todo el mundo, así que la única forma de mantener su vertiginoso crecimiento era que los clientes pasaran cada vez más tiempo enganchados. Y lo hicieron priorizando los contenidos que aumentaban la interacción: más likes, más shares y más emojis. Ya no te limitarías a ver fotos del gatito de tu prima y de la barbacoa de tu cuñado, sino el contenido más extremo, más angustioso y más polarizador que se generara en toda la red.
Lo crucial es que todo esto ocurrió de forma simultánea en cientos de millones de burbujas perfectamente aisladas. No hay dos facebooks iguales: cada uno está perfectamente individualizado para masajear la visceralidad de su dueño. Y, de paso, cada burbuja es totalmente opaca al exterior, lo que permite que la red utilice a sus usuarios como cobayas de un gigantesco experimento social sin que ninguna autoridad fiscalice su comportamiento.
«Mientras Facebook opere en la oscuridad y blinde sus datos del escrutinio público, no rendirá cuentas a la sociedad», insiste. «Si los incentivos no cambian, ellos no van a cambiar. Si les dejamos en paz, seguirán tomando decisiones que dañen el bienestar común. Nuestro bienestar común».
-¿Deben los algoritmos ser propiedad pública como defienden algunos expertos?
-Me da igual si los algoritmos son públicos o privados: lo crucial es que sean transparentes. Una analogía clara son las listas de morosos: aunque muchas sean privadas, tenemos el derecho a acceder a ellas y modificar los datos que sean erróneos. El algoritmo tiene un poder sobre nosotros muy superior, un poder abrumador, así de deberíamos tener el derecho a conocer todo lo que sabe sobre nosotros, cómo lo utiliza y modificar lo que no nos interesa.
Igual que ahora resulta inconcebible un coche sin cinturón, se verá este tiempo como una aberración histórica
Por eso, si Haugen fuera presidenta por un día, tiene clarísima su segunda medida (la primera, evidentemente, sería destituir a Zuckerbeg): «Obligaría a Facebook a publicar regularmente los 10.000 contenidos más compartidos en cada país. Así se respetaría la privacidad de las comunicaciones, pues no se sabría qué usuario ha leído qué, pero se podría seguir el hilo de la conversación púiblica y detectar qué tendencias preocupantes se están cociendo bajo el radar. Son medidas muy simples, pero con una eficacia tremenda».
Haugen no cree en la libertad absolutísima con la que operan las actuales redes, pero tampoco en la regulación draconiana que proponen países como China. Prefiere medidas concretas, indirectas y centradas en los usuarios más vulnerables, como reducir la velocidad las apps de los adolescentes cuando se acerque la hora de dormir. O forzar a que los 2.900 millones de usuarios diarios de los productos de la empresa tengan que leer los contenidos antes de poder compartirlos por Facebook, Instagram o WhatsApp. «Se trata de crear un poco de fricción en un ecosistema que funciona demasiado rápido», insiste.
También hace campaña para regular el derecho al olvido de los usuarios con problemas de salud mental, especialmente los adolescentes. «Ahora mismo, un chaval con anorexia o pulsiones suicidas sólo puede cerrar su cuenta de Instagram o Facebook y perder todos sus contactos», cuenta. «Hacer algo así resulta casi imposible de asumir en la adolescencia, cuando los amigos son el centro del universo. Pero, si no lo hace, el algoritmo le reconocerá y le seguirá recomendando contenidos que fomenten su enfermedad. Es una espiral atroz que debemos parar».
En el ámbito doméstico, propone dos medidas. La primera, predicar con el ejemplo: «No podemos aleccionar a nuestros hijos si nos pasamos la vida pegados al teléfono móvil». Y la segunda, realizar una compra masiva de despertadores analógicos: «A las nueve de la noche, el teléfono de los hijos debe estar cargándose en el dormitorio de los padres para que haya un momento de desconexión antes del descanso nocturno».
Ya han pasado tres cuartos de hora cuando Haugen pide que cerremos la charla: un periodista finlandés aguarda su turno para entrevistarla sobre su libro. Pero, antes de despedirse, quiere lanza un mensaje de cierto optimismo ante el tremendismo que destila parte de su ensayo y para ello retoma su analogía con la industria del tabaco y del automóvil: «Igual que ahora nos resulta inconcebible que se fume en un colegio o que se venda un coche sin cinturón, dentro de unos años se verá este tiempo como una aberración histórica y habremos aprendido a convivir con las nuevas tecnologías».
-¿A qué se refiere?
-Nuestros hijos nos mirarán con cara de asco y preguntarán: ‘¿Dejábais que los niños de ocho años estuvieran en redes sociales?’. O ‘¿de verdad había chavales de 12 años que usaban el teléfono sin límite?’. Estamos llevando a cabo un gigantesco experimento social que le está costando la vida a un montón de gente. Tenemos que pararlo y tenemos que pararlo ya.
‘La verdad sobre Facebook’, de Frances Haugen, sale a la venta el 14 de junio. Puedes comprarlo aquí
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2023/06/10/64835f9021efa073398b45b1.html