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El abad que no quiso ser una estrella y los monjes que desafiaron a Madonna | El Confidencial

EMI Classics lanzó en 1993 el álbum con el que los monjes de Santo Domingo de Silos alcanzaron un estrellato involuntario. El abad Clemente Serna, recientemente fallecido, fue su cara visible

Monjes del monasterio de Santo Domingo de Silos, Burgos. (Getty/Cover/Cristina Arias)

ANA RAMÍREZ / EL CONFIDENCIAL

Los monjes de Santo Domingo de Silos cantan unas cuatro horas al día y, el resto, lo pasan en silencio. En la abadía de Burgos, el coro no es un recreo terrenal para los monjes; es una oración hecha música. Durante esas horas, el canto gregoriano amplifica la palabra bíblica y colma las paredes del monasterio. Por eso el abad Clemente Serna, recientemente fallecido, fue escueto al atender al enjambre de periodistas que acudió allí, hace 30 años. Con su canto gregoriano, los de Silos acababan de alcanzar el tercer puesto mundial de los discos más vendidos de la revista Billboard. En 1994, su oración había desbancado a Pink FloydMadonna y Mariah Carey con un disco de oro y un doble de platino.

“Preferiría que no me consideraran una estrella del pop. Solo soy un monje normal”, declaró Serna a periodistas de todo el mundo. El álbum se llamó Chant y fue comercializado por EMI en 1993. En realidad, esa grabación se había realizado casi 20 años antes, pasando varias veces sin pena ni gloria por el mercado discográfico español. En los años noventa, EMI decidió relanzar este álbum, que después llegó al mercado estadounidense bajo el sello Angel. Así fue como los monjes de Silos terminaron generando 70 millones de dólares en ventas.

Portada del álbum ‘Chant’. (Angel/EMI)

En la portada del álbum, unos monjes encapuchados flotaban sobre un místico fondo azul. El lema que acompañó a la campaña en Estados Unidos envolvía el gregoriano en una áurea new age: “Prepárate para el Milenio”. El éxito de Chant fue una anomalía del marketing discográfico mundial. Se acuñó la chantmanía y proliferaron las copias de otros coros monacales, incluso con versiones de éxitos de entonces (Nirvana, Pearl Jam, Rod Stewart…). Según Rolling Stone, la discográfica Angel llegó a sortear una noche en la abadía de Burgos. Pero, si la ganadora resultaba ser una mujer, dormiría en un hotel cercano para respetar las normas del monasterio.

Tras Chant llegaron los álbumes Chant NoelChant II Chant III. Dos de estas secuelas también escalaron hasta las listas de Billboard 200. La cifra de ventas actual se acerca a los 11 millones de copias. “La campaña en Estados Unidos fue muy marketiniana”, explica a este periódico Rafael Pérez Arroyo, entonces director de EMI Clásica en España. “El spot que se distribuyó allí mostraba imágenes de un mundo convulso, guerras, caos… Y, de fondo, sonaba el canto gregoriano de los monjes de Silos. Lo que se vendió fue un antídoto espiritual para un mundo violento y frenético”, explica.

“Existen muchos factores sociológicos y culturales que pueden ayudar a entender aquello: la caída del muro, la desaparición de la URSS, las convulsiones políticas… Pero uno de ellos fue la autenticidad de los monjes. Eran una comunidad religiosa, no estrellas del pop. Recuerdo un titular de prensa de entonces que me gustó mucho. El abad contaba: ‘Nosotros no salimos del monasterio más que para ir al dentista o a otro monasterio’. En una semana, el disco llegó a ser número uno en Los 40. Aquello trastocó completamente la vida monacal. Vinieron periodistas de todo el mundo y los perseguían como a celebrities. Y Serna fue la cara visible de todo aquello. Con su serenidad, fue el portavoz de toda la historia”, valora Pérez Arroyo.

El abad Clemente Serna. (EFE/Santi Otero)

El abad quiso proteger la delicada comunidad monástica del ruido. Al lado de los discos de Snoop Dog o Mariah Carey, con sus rostros como principal reclamo, el canto de los benedictinos no lucía un nombre propio. “Yo fui solista en alguna de las grabaciones de esa época. Pero mi nombre no aparece en ningún sitio. Solo era el cantor de Silos, y punto. Ni fulano, ni mengano. Allí éramos todos iguales”, cuenta a este periódico Ismael Fernández de la Cuesta, entonces monje, director del coro y ahora catedrático de Canto Gregoriano en el Conservatorio Superior de Música de Madrid.

“Aquello se vivió de una manera distinta y distante a la realidad. Fue un éxito discográfico, pero los monjes habían renunciado a los derechos sobre las grabaciones. El fenómeno les afectó mucho”, recuerda este musicólogo. “Tiempo después, algunos me decían: ‘¡Estarán forrados, se habrán hecho de oro!’. Pero los monjes no vieron un duroLa SGAE intentó que eso se revirtiera, pero no lo consiguieron”. Según informó El País en 1994, los benedictinos no registraron los arreglos de las obras, que eran de dominio público, y dejaron de ganar 700 millones de pesetas.

EMI habría ofrecido 7,5 M a la comunidad de Silos por grabar un segundo álbum, pero esta rechazó el proyecto por «el principio de no necesitar»

Las ganancias para los monjes se redujeron a los royalties pactados con la discográfica que, según el Washington Post, oscilaron entre un 4 y 10% de lo recaudado. Al parecer, el sello EMI habría ofrecido 7,5 millones de dólares a la comunidad por grabar un segundo álbum, pero esta rechazó el proyecto por “el principio de no necesitar”, en palabras del padre Serna.

“Los derechos de autor sobre el canto gregoriano no existían, porque las obras eran de dominio público desde hacía muchísimos años”, explica Rafael Pérez Arroyo. “El contrato que firmaron los monjes era de 1973. No contemplaba los derechos de autor, pero sí los derechos fonográficos, los royalties de entonces. Es cierto que fueron los que fueron, pero el monasterio de Silos recibió visitantes de todo el mundo. En torno a 350.000 turistas por semana. Aquello no solo supuso un impacto enorme para el monasterio, sino para el pueblo”, argumenta.

Ora et labora

Ismael Fernández de la Cuesta fue el director del coro durante las grabaciones originales que se volvieron millonarias. Según informaba ABC Cultural en su día, se realizaron a partir de las nueve de la noche, “una vez se habían dormido los pájaros del ciprés”. Buscaban el silencio absoluto en la abadía, solo interrumpido por el canto y la reverberación en la piedra. “Todas las semanas, teníamos un ensayo regular, al que se añadían más ensayos si había celebraciones importantes. También había clases de lenguaje y teoría musical. Además, un ensayo de solistas. Estos no eran cantantes, sino monjes, exactamente iguales que el resto”, explica Fernández de la Cuesta.

Para el catedrático, una especie de colectivismo es el núcleo de este canto, que debe su nombre al papa Gregorio Magno. A oídos contemporáneos, puede resultar monótono, primitivo y oscuro. El gregoriano es monódico, es decir, con una sola línea melódica. Los monjes cantan en un unísono penetrante, como si fueran uno. No cuenta con acompañamiento instrumental y la melodía tiende a ser suave y sinuosa, a moverse por grados conjuntos. Sin sobresaltos, sin lucimiento del cantante. El texto en latín es el que ordena la música, y nunca al revés. El ritmo viene dado por la oración, que toma la forma de un canto sencillo, sugestivo y con la palabra como protagonista.

“Había algo fundamental en todo aquello: una profunda jerarquía y sentido de la comunidad”, opina Fernández de la Cuesta. “En el coro, existía un primer cantor y un segundo cantor. Los monjes con más aptitudes musicales conformaban algo llamado schola. Era la célula a la que se juntaban todos los demás. Ellos dirigían el canto y el resto debía escuchar y acomodarse a ese grupo. En los coros profesionales, esto no ocurre. Cada miembro del coro es un número uno, un solista. Pero en el canto gregoriano, la jerarquía es importante. Eso es fundamental para el empaste y el sonido del coro”.

“La primera grabación de los monjes de Silos fue en 1964. Yo tenía veintipocos años y venía de estudiar Teología en Francia”, recuerda Fernández de la Cuesta. “La abadía de Solesmes es uno de los epicentros más importantes del gregoriano en Europa. Vine de allí con la idea de darle al canto una nueva expresividad. No queríamos cantar como se cantaba en las catedrales. Nosotros teníamos que cantar conociendo el sentido de las palabras, de cada palabra. Ese fue mi mensaje”.

Monjes cistercienses, durante el canto gregoriano. (EFE)

“La espiritualidad no la daba la música, sino el sentido de las palabras. Tienen que estar perfectamente reflejadas en el canto y en el fraseo. La música es la palabra aumentada, y esa relación entre palabra, significado y música es esencial en el gregoriano. Uno de mis cantos preferidos tiene un verso que dice: ‘Estamos entre la vida y la muerte’. Uno no puede decir que está de paso por este mundo igual que dice cualquier otra cosa. Hay que conocer el sentido de las palabras”, explica.

“Quien canta bien ora dos veces”. A San Agustín se atribuye este aforismo, que podría condensar un fenómeno que conquistó la industria discográfica hace 30 años. Y lo hizo por sorpresa para todos sus protagonistas, que nunca se esperaron mirarse a los ojos con Pink Floyd en los rankings internacionales. En una entrevista para El Mundo hace 15 años, el abad Clemente Serna razonaba una vez más sobre su salto involuntario al estrellato: «Un profesor que tuve en Roma, un benedictino inglés, me visitó en mi celda y me dijo: ‘Ya sé por qué habéis tenido tanto éxito. Vosotros cantáis un gregoriano popular, no el gregoriano casi etéreo, casi imposible de alcanzar y de tocar».

Fuente: https://www.elconfidencial.com/cultura/2023-05-10/canto-gregoriano-monjes-santo-domingo-silos-clemente-serna_3625216/

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