El filósofo Kohei Saito ha vendido medio millón de copias de su relectura ecologista de Marx y es un firme defensor de la teoría del decrecimiento. «El fascismo climático surgirá si la crisis ambiental enriquece a unos pocos», dice
JORGE BENITEZ / PAPEL
Un filósofo japonés de sólo 37 años es el nuevo gurú de la izquierda internacional, incluida la española. Doctor en Filosofía por la Universidad Humboldt de Berlín, Kohei Saito ha seducido incluso a Slavoj Zizek gracias a su libro El capital en la era del Antropoceno (Ediciones B), que ha sido considerado por el intelectual esloveno como una «obra monumental». También presume de ser el ganador más joven del premio Deutscher Memorial y, en 2021, del Asian Book Award. Este profesor de la Universidad de Tokio debe su fama a su relectura de un Marx verde y al medio millón de ejemplares vendidos sólo en su país.
PREGUNTA ¿A qué se debe el éxito de un ensayo como el suyo en una sociedad tan capitalista como la japonesa?
RESPUESTA: La sociedad japonesa no sólo es muy capitalista, sino también muy conservadora en comparación con la europea. El libro se publicó aquí hace dos años y creo que su éxito se debe a la pandemia y cómo reveló a la gente varias contradicciones del capitalismo.
P: ¿Cuáles?
R: La primera es la desigualdad económica. Durante la pandemia los considerados trabajadores esenciales, que llevaban tiempo sufriendo las medidas de austeridad promovidas por el Gobierno, no sólo trabajaron muy duramente y recibieron una remuneración muy baja, sino que corrieron más riesgos sanitarios que los empleados de cuello blanco, que tuvieron la oportunidad de teletrabajar desde su casa y se beneficiaron de las ayudas del Estado. La segunda contradicción tiene que ver con la crisis medioambiental, que también está relacionada con la pandemia, ya que la deforestación masiva tiene gran influencia en el nacimiento de nuevos virus.
P: Habla del Antropoceno como un producto artificial del capitalismo.
R: Lo describo como la capa de la superficie del planeta que ha sido cubierta y transformada por las huellas de la actividad económica humana. Es un proceso que se aceleró a partir de 1990 gracias a la globalización y que resulta tan inestable que incluso pone en peligro la supervivencia de la civilización. Para combatir este panorama desalentador sostengo que lo primero que hay que conseguir es una sociedad más igualitaria. Pero esto no sería suficiente para combatir el cambio climático y por eso hay que analizar cómo vivimos y cuánto producimos.
P: Toma un camino radical y reniega de propuestas diríamos ‘keynesianas’, como la transición ecológica promovida por la Unión Europea o el Green New Deal americano. ¿No concede ninguna posibilidad de redención al capitalismo?
R: Estos proyectos que comenta promueven una gran inversión en energías renovables, prometen nuevos puestos de trabajo y más crecimiento económico. Pero no pueden funcionar, ya que es imposible desafiar la lógica básica del capitalismo: la acumulación de capital y el crecimiento sin fin. Es utópico pensar que el capitalismo y la tecnología pueden resolver la crisis climática.
P: Califica estas iniciativas como un ‘ecoblanqueamiento’ a gran escala.
R: El capitalismo no crea en sí una sociedad próspera. Hemos comprobado cómo la influencia neoliberal de los últimos 30 años ha provocado recortes en el stado del bienestar. En Japón el ejemplo más claro de este adelgazamiento es la sanidad pública, como se vio durante la pandemia. Para proteger nuestra prosperidad hay que vivir dentro de unos límites medioambientales. Los jóvenes, que son los que tienen empleos precarios y problemas de acceso a la vivienda, son los que más cuestionan hoy el sistema capitalista. La generación Z mira hacia ideas radicales como el socialismo como una opción política en un momento de emergencia crónica. Se han dado cuenta de que las cumbres del clima y las soluciones propuestas por el capitalismo no funcionan.
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P: Por su edad no pudo ser testigo del fracaso del comunismo. Cuesta creer que tras lo sucedido en la URSS, Cuba y otros países una propuesta marxista sea capaz de resolver el próximo gran desafío de la humanidad.
R: Cuando hablo de comunismo la gente se asusta, porque lo asocian a países. A mí tampoco me gustan los regímenes que ha citado. No soy estalinista. Me temo que mucha gente malinterpreta el marxismo porque su experiencia política durante el siglo XX ha sido terrible. Lo que defiendo es que el capitalismo es incompatible con el decrecimiento y sin decrecimiento no veo posibilidades convincentes para hacer un planeta sostenible para las próximas generaciones. Lo que yo defino como comunismo es una gestión democrática y horizontal de los bienes comunes.
P: Si no se alcanza el decrecimiento comunista que promueve, considera que las alternativas que se nos presentan son aterradoras. Habla de un futuro regido por el ‘fascismo climático’, el ‘maoísmo climático’ o la barbarie. Me gustaría que las explicara.
R: El fascismo climático surgirá si la crisis medioambiental se convierte en una oportunidad más para el enriquecimiento de unos pocos. En ese caso, los Estados protegerán a las clases privilegiadas reprimiendo a quienes amenacen su estatus. El segundo escenario, la barbarie, podría desencadenarse si hubiera un gran número de refugiados climáticos y la producción de alimentos peligrara. Esta situación podría derivar en una revolución entre los más pobres contra los más privilegiados. De ocurrir eso, los gobiernos perderían su crédito ante la ciudadanía y la gente lucharía por su propia supervivencia. Para evitar un retorno de este caos habría una tentación de recurrir al maoísmo climático, una dictadura centralizada y sustentada en un líder fuerte que tomaría medidas contra el calentamiento global igualitarias y más efectivas. Pero que también afectarían a derechos básicos como la libertad de expresión o de movimiento.
P: En su proyecto de sociedad hay dinero y mercado.
R: El capitalismo crea escasez artificial, todo en aras de obtener beneficios, y empobrece nuestras vidas. En muchos países el agua está privatizada. En Japón, por ejemplo, esto sucede con la educación. El problema radica cuando el acceso a cosas tan importantes sólo se consigue con dinero. Si no puedes pagar la luz y el agua qué pasa. No defiendo la dictadura del proletariado, sino la rehabilitación de una mancomunidad, es decir, que bienes esenciales dejen de ser mercancías.
P: Sus críticos argumentan que la gestión publica de esos servicios es más ineficiente…
R: Le pongo el ejemplo de París y la remunicipalización de su compañía de agua. Esto no significa que todos los parisinos gobiernen sobre el agua, pero sí que su funcionamiento sea mucho más transparente. Que el ciudadano sepa en qué se gasta el dinero que gana esta empresa, cuánto se paga a los trabajadores, a los otros accionistas… y así sucesivamente.
P: Para usted el problema no está en el consumo, sino en la producción.
R: Por su lógica, la producción en el capitalismo necesita obtener beneficios. Ahí radica el problema que tenemos. El nivel de los medios productivos es demasiado elevado. En Japón en lugar de trabajar 40 horas a la semana, se trabajan 60 o 70. Nuestra sociedad produce demasiado y con un único fin: vender todos los productos que fabrica. De ahí viene también el tema de la obsolescencia programada. Después de varios años de uso vemos cómo los ordenadores o los móviles empiezan a ir lentos o de repente se estropean. Esta práctica debería estar regulada e incluso prohibida.
P: Entiendo por lo que dice que hay que trabajar menos horas.
R: Tendríamos que probar una semana laboral de tres o cuatros días. En Japón hay muchos negocios abiertos las 24 horas. ¿De verdad es necesario? ¿Necesitamos comprar una cosa en Amazon y que nos llegue a casa al día siguiente? ¿O que haya un supermercado abierto hasta las 12 de la noche cada 50 metros ? No sólo se trata de cambiar hábitos de consumo, sino de cambiar el sistema productivo. La pandemia demostró que hay cambios que son posibles. Por ejemplo el Gobierno prohibió la venta de alcohol en restaurantes y limitó sus horas de apertura. Esto provocó que la gente dedicara más tiempo a la familia, a la lectura… Nuestra mentalidad nos invita a pensar siempre que hay que trabajar más para tener un salario más alto, ¿verdad? Quizás lo que había que buscar es una forma de trabajar menos sin perder poder adquisitivo. No tengo ninguna solución concreta, lo que sí veo es la necesidad de debatirlo.
P: El ecologismo se asocia en Europa y en EEUU con la izquierda, pero sin embargo en Reino Unido el partido conservador tiene una tradición ambientalista más arraigada que el laborismo. ¿Por qué un problema que se supone que nos afecta a todos alienta siempre un debate ideológico?
R: El cambio climático no es un problema ideológico, es un hecho científico que afecta a todas las personas y geografías. Es algo que exige luchar juntos. Lo que defiendo es que esta lucha debe ser anticapitalista…
P: Entonces sí defiende que es ideológica.
R: Podría considerarse ideológica en el sentido de que los impactos negativos de la crisis climática se distribuyen de forma desigual. Los más afectados son los más pobres, las minorías raciales y las mujeres, mucho más vulnerables en países menos desarrollados donde el impacto del clima es más severo.
P:¿Echar siempre la culpa de todo a los ricos no es simplificar el debate?
R: Es necesaria una sociedad más justa en la que los ricos asuman la responsabilidad de sus acciones. Hablo de las grandes empresas, como las petroleras, y también me refiero a las sociedades más industrializadas, porque nuestra forma de vida tiene un mayor impacto en el clima. La sociedad en los últimos 200 años se ha construido mediante una convergencia entre capitalismo y combustibles fósiles y hay que romper ese vínculo. Cuando algunos defienden que podemos descarbonizar la economía con energías renovables y coches eléctricos no se dan cuenta de que todo esto puede promover nuevas formas de imperialismo y colonialismo, como sucede con el mercado de los minerales raros en África y Sudamérica.
P: El activismo climático cuenta con grandes hitos, pero últimamente llega al gran público a través de campañas en las que se lanza puré sobre cuadros de museos. ¿No le parecen ridículas estas protestas?
R: Está claro que este tipo de protestas no es la forma más eficaz para encarar el problema. Hay que ser más serios. La gente se olvida hoy en día a los cinco minutos de los problemas más acuciantes y es necesario abrir nuestra mente para plantear propuestas radicales.
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Fuente: https://www.elmundo.es/papel/el-mundo-que-viene/2023/05/05/644bdb10fc6c83fd218b45a4.html