El tranquilizante se mezcla cada vez más con el opioide en Estados Unidos, dando lugar a sobredosis letales y heridas graves.
WILFRED CHAN / THE GUARDIAN
El fentanilo –la droga más letal del país– se está volviendo aún más peligroso. En todo Estados Unidos, se mezcla cada vez más este opioide con la xilacina, un potente tranquilizante aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) para su uso en animales como los caballos. Sin embargo, en la calle se le conoce como “tranq” o “tranq dope”, y ha sido vinculada a terribles efectos secundarios así como a un creciente número de sobredosis letales en todo el país.
La sustancia fue encontrada por primera vez mezclada con heroína en Puerto Rico hace apenas dos décadas. En la actualidad, el epicentro nacional de la crisis es Filadelfia, donde la xilacina apareció en el suministro de drogas desde 2006 y se halló en más del 90% de las muestras de droga analizadas en los laboratorios de la ciudad en 2021.
La semana pasada, la Administración de Control de Drogas (DEA) de Estados Unidos emitió una alerta sobre el “marcado aumento del tráfico de fentanilo mezclado con xilacina”, indicando que había incautado mezclas de xilacina y fentanilo en 48 de los 50 estados.
La FDA se comprometió a tomar medidas enérgicas contra las importaciones de la droga, y un nuevo proyecto de ley en el Congreso incluiría la xilacina en la lista de sustancias controladas de la DEA. No obstante, los médicos y los defensores sostienen que aún existe un flagrante desconocimiento sobre el problema y sobre cómo combatirlo.
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James Latronica, médico especialista en adicciones y presidente de política pública de la Pennsylvania Society of Addiction Medicine, lleva años tratando a pacientes que consumen xilacina. La xilacina no es algo que las personas busquen deliberadamente, explica. “Tienes un suministro no regulado, del que no se sabe nada, que se puede cortar con lo que se tenga a la mano”, y desde la perspectiva de un proveedor, “es probable que simplemente sea más barato que el fentanilo”.
La xilacina añade múltiples capas de complejidad a una crisis de drogas ya de por sí traicionera. La xilacina es un tranquilizante. Disminuye la respiración y el ritmo cardíaco de una persona y baja su presión sanguínea. Una sobredosis puede sumirla en un estado parecido al coma, dejándola congelada y vulnerable durante horas en la calle.
Normalmente, los socorristas utilizan un medicamento llamado naloxona (con frecuencia vendido como Narcan) para revertir las sobredosis de fentanilo, pero si una persona ingiere una cantidad excesiva de fentanilo mezclado con xilacina, es posible que ni siquiera el Narcan logre despertarla.
Los socorristas podrían llegar a utilizar una cantidad muy elevada del medicamento, lo que podría hacer que la persona vomitara y posiblemente se asfixiara.
La xilacina tiene un efecto secundario especialmente devastador: heridas espantosas que no sanan. Todavía no se sabe con exactitud por qué, pero los científicos sospechan que la xilacina podría afectar la circulación sanguínea de una manera que repercute en la curación de la piel. Esto significa que para alguien que consume xilacina, algo tan pequeño como un granito o un piquete con una aguja podría convertirse en grandes llagas de carne moribunda, que en algunos casos llegan hasta el hueso.
La vergüenza por las heridas disuade a algunos pacientes de pedir ayuda, “y luego esas empeoran”, señala Latronica. Hace unos dos años, conoció a un paciente adicto que tenía repetidas infecciones en los brazos, pero que no tenía seguro médico y le costaba conseguir atención médica. “Con el tiempo, simplemente dejó de ir hasta que su brazo estaba tan mal que tenía gangrena. Y no había nada que hacer salvo amputárselo”.
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A pesar de los síntomas característicos, Latronica no tenía forma de confirmar si el paciente consumía xilacina, porque no se disponía fácilmente de pruebas. “Por desgracia, los médicos y los servicios de salud pública siempre están atrasados. Organizamos conferencias y aprendemos sobre la xilacina, pero ya existe desde hace varios años, y esa probablemente es la única parte más frustrante de este campo”.
Las organizaciones locales sin fines de lucro intentan ayudar con desesperación. En 2021, Shannon Ashe, trabajadora social de Filadelfia, cofundó The Everywhere Project, un grupo de voluntarios que proporciona alimentos, ropa, atención a las heridas y suministros limpios a las personas que consumen sustancias como la xilacina. Lo que ella presencia es irrefutablemente desalentador: “las heridas se ven como si la gente hubiera sufrido algún tipo de horrible guerra química”, comenta. Pero no se trata de quemaduras químicas: “salen del interior”.
Para reducir el estigma, explica Ashe, la lucha contra la xilacina requiere una estrategia denominada reducción de daños: “conocer a las personas donde se encuentran, sin juzgarlas, de forma que se respeten sus objetivos para sí mismas”.
Su grupo no exige que la gente practique la abstinencia: “Si las personas quieren hacerlo, estupendo. Si quieren recibir tratamiento, estupendo; literalmente, les conseguiremos un Uber. Pero ese no es nuestro objetivo final”. Exigir que alguien deje de consumir xilacina antes de ayudarle no es más que otra “expectativa poco realista que nos lleva al mismo sitio”, señala, “que es más personas muertas”.
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Como ejemplo, los defensores de Filadelfia mencionan una organización sin fines de lucro de la ciudad de Nueva York llamada OnPoint NYC, que recientemente abrió los dos primeros centros de prevención de sobredosis autorizados del país, es decir, lugares autorizados por las autoridades donde las personas pueden consumir sustancias en un entorno limpio y supervisado sin temor a ser arrestadas.
Desde su apertura en 2021, los centros de OnPoint han sido utilizados casi 70 mil veces, en las cuales el personal intervino en casi 850 sobredosis, el 65% de ellas “gravemente adulteradas con fentanilo”, explica Kailin See, directora de programas de la organización sin fines de lucro. Gracias a su estrecha labor de supervisión de las personas, OnPoint solo tuvo que llamar a una ambulancia en 14 ocasiones, y nadie que sufriera una sobredosis allí falleció.
Dado que está autorizado públicamente, OnPoint puede trabajar con el departamento de salud de la ciudad para hacer un seguimiento de los índices de consumo de xilacina en la ciudad. “Hace cuatro o cinco meses, solo observábamos cantidades mínimas”, comenta See. Pero ahora, “estamos empezando a detectar lotes que tienen una concentración considerablemente mayor: más del 25% de xilacina en las bolsas”.
Gracias a este seguimiento, la organización sin fines de lucro ha ganado tiempo extra para aprender a tratar los síntomas de la xilacina, desde las sobredosis similares al coma hasta sus características heridas. “Tenemos una gran ventaja en cuanto a prepararnos para su llegada”, señala See. “No adoptaremos una estrategia basada en el miedo”.
Esto contrasta con las políticas tipo “guerra contra las drogas” que penalizan y castigan a las personas que consumen sustancias. Herramientas tan sencillas como las tiras de prueba de fentanilo todavía están prohibidas en estados como Florida y Texas por temor a que puedan fomentar el consumo de drogas. Y los centros de prevención de sobredosis siguen siendo conceptos muy poco populares en gran parte del país, donde los habitantes y los políticos sostienen que fomentarán las adicciones e incrementarán la delincuencia.
Pero “no puedo tratar la adicción de alguien si ya está muerto”, señala Latronica. Latronica elogia el reciente proyecto de ley aprobado en Pensilvania que legaliza las tiras de prueba, algo que espera que siente las bases para que las pruebas de xilacina también sean más accesibles.
La iniciativa de abrir un centro de prevención de sobredosis en Filadelfia cuenta con el apoyo de las autoridades municipales, aunque se encuentra estancada en una batalla legal y se enfrenta a la oposición de los vecinos.
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El simple hecho de realizar pruebas no resolverá la crisis, señalan los defensores. “Cuando se hacen pruebas de drogas, no se logrará disuadir a la gente de consumir esas sustancias, porque no es así como actúa la adicción, y no es así como actúa la pobreza”, explica See. “Las personas no tendrán la opción de decir: ‘Oh, hay un adulterante peligroso en mi dosis, voy a comprar una dosis ‘más limpia”. Lo importante, en última instancia, son los espacios seguros que la gente puede usar”.
Y para dar un paso más: un suministro más seguro. Algunos países, entre ellos Canadá, permiten que los médicos prescriban versiones de calidad farmacéutica de las drogas ilegales en caso de adicciones graves, lo cual brinda a las personas una forma de evitar el fentanilo cortado con xilacina o la hepatitis C contagiada a través de una aguja contaminada.
En casos como estos, se puede considerar que las estrategias de reducción de daños son un tipo de medicina preventiva, explica Latronica.
A pesar de los horrores que provoca la xilacina, los defensores esperan que pueda constituir otra llamada de atención para lograr un avance nacional en la política antidrogas.
See comenta que existe “una montaña de pruebas revisadas por pares” que sugieren que los centros de prevención de sobredosis marcarían la diferencia en la crisis de los opioides, “pero lo importante para los estadounidenses son los ejemplos y las pruebas estadounidenses”.
En los dos últimos años, OnPoint organizó visitas guiadas para cientos de funcionarios curiosos de otras ciudades de Estados Unidos. “Nadie quería ser el primero en hacerlo”, comenta See. “Y solo esperamos que todos quieran ser los segundos”.
Este artículo fue modificado el 31 de marzo de 2023. Una versión anterior sugería, incorrectamente, que el fentanilo no es un tranquilizante.