Sesenta años después de su gran ‘boom’ y marginación, los psicodélicos empiezan a dejar la clandestinidad. Los fondos de capital riesgo apuestan por estos fármacos, los políticos abren la mano… y los médicos piden prudencia
JORGE BENÍTEZ / CARMEN CASADO (ILUSTRACIONES)
De seguir vivo en 2023, el escritor Ken Kesey estaría feliz. No porque se hubiera colocado, que no puede descartarse, sino porque se sentiría reivindicado. Nacido en Colorado en 1935, dedicó toda su vida a defender el hermanamiento de las drogas psicodélicas con la psiquiatría. En sus años universitarios, participó en diversos ensayos clínicos como cobaya humana con LSD y ayahuasca, el psicotrópico amazónico que provoca alucinaciones salvajes. Poco después, se lanzó a escribir su novela Alguien voló sobre el nido del cuco (1962), cuya versión cinematográfica dirigida por Milo Forman ganó cinco Oscars.
Seis décadas después, la salida de la clandestinidad de las drogas psicodélicas que con tanto entusiasmo defendió avanza imparable. O, como poco, cuenta con defensores de mayor renombre que cuando él la reclamaba, casi en solitario, allá por los años 60.
En sus recientes memorias, el príncipe Harry admitió que tomó setas mágicas y ayahuasca terapéutica para combatir el estrés postraumático por la muerte de su madre. Y, sólo esta semana, una carísima clínica de Nueva York anunciaba el primer tratamiento para tratar el alcoholismo que combina la psicoterapia con dosis regulares de ketamina, la revista Time dedicaba un amplio reportaje a la terapia de parejas con MDMA y el músico Enrique Bunbury publicaba un poemario, Microdosis, escrito con ayuda de «entre 125 y 250 miligramos» de psilocibina.
Tras décadas de persecución por las autoridades, cada vez más instituciones científicas presionan para despenalizar los compuestos psicodélicos, tanto naturales como sintéticos, para aprovechar su poderío alucinógeno con fines médicos. Sus defensores consideran que, si se siguen protocolos adecuados, sustancias como la ketamina, la psilocibina, el éxtasis o la mescalina podrían protagonizar la próxima gran revolución de psicofármacos. Es decir, ser claves en el tratamiento de muchos problemas de salud mental que asuelan a la sociedad moderna, como la depresión, la anorexia o las adicciones, cuyo repertorio farma-céutico apenas ha sumado novedades desde los 90.
«Hoy hay muchos más conocimientos sobre los psicodélicos y una mayor comprensión para utilizarlos de forma óptima, reducir riesgos y maximizar sus resultados terapéuticos», explica Charles Glob, profesor de Psiquiatría en la universidad californiana de UCLA y eminencia en la historia de estas sustancias. «En este auge influye otro punto: el creciente desencanto con los tratamientos psiquiátricos convencionales y la necesidad de enfoques novedosos».PARA SABER MÁS
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- REDACCIÓN: JORGE BENÍTEZ
Los psicodélicos fueron introducidos en la ciencia y la cultura occidental en los años 30 y despertaron un gran interés entre los psiquiatras. Sin embargo, su creciente popularidad como chute recreativo y símbolo contracultural asustó a los gobiernos de los años 60, que empezaron a verlos como una amenaza para la salud pública. Su criminalización frenó en seco cualquier intento de investigación médica. «En esos momentos no estábamos preparados para manejar la inesperada aparición de los psicodélicos de una forma responsable», reconoce Glob. «Pero, sesenta años después, ya se han aprendido las lecciones del pasado».
La confianza de Glob es una muestra más de la fiebre del oro psicodélica que vive la industria farmacéutica. Se trata de un arsenal terapéutico prometedor, sí, pero que también entraña muchos riesgos, como reconocen todos los expertos consultados. Sus impactos en la salud mental a largo plazo aún no han sido debidamente estudiados.
Sin embargo, al dinero parece importarle más bien poco estas cautelas médicas. Cada vez más fondos de capital riesgo invierten en empresas que desarrollan fármacos con estas sustancias, aunque aún se desconoce si las autoridades permitirán que salgan a la venta. Su apuesta no para de crecer: se estima que este mercado casi triplicará su valor en el próximo lustro y pasará de 4.800 millones en 2022 a más de 11.800 en 2029. ¿Estamos ante una revolución que reducirá el sufrimiento de millones de pacientes en todo el mundo? ¿O se trata de una burbuja farmacéutica que estallará en cuestión de unos años?
«Estas inversiones reflejan el punto en el que estamos», dice Irene de Caso, bióloga y doctora en neurociencia. «Aunque los grupos experimentales son pequeños, estamos viendo mejoras potentes y bastante duraderas en individuos que llevaban un gran porcentaje de su vida deprimidos o con adicciones severas y que no respondían a otros tratamientos».
Para la autora del libro Psicodélicos y salud mental(Ed. Guías del Psiconauta), esta forma de terapia asistida por psicodélicos promete un cambio de paradigma dentro de la psiquiatría. «Por eso es normal que estos descubrimientos despierten el deseo de muchas personas que sólo están interesadas en inversiones y patentes, es el orden natural de las cosas». Pero añade una apostilla precavida: «Ya veremos esto hacia dónde nos lleva».
La opinión de De Caso coincide con la de muchos científicos pioneros del psicodelismo. Durante años han investigado con ayuda de donaciones, con una simple intención curativa y no de lucro. Ahora, sin embargo, ven cómo su mercado está siendo asaltado por inversores con intereses más pragmáticos.
Estos inversores no esconden sus intenciones: curar al mundo está bien, por supuesto, pero aquí hay que ganar dinero. Lo dejó bien claro Jamon R. Rahn, cofundador de MindMed, una empresa estadounidense dedicada a los psicodélicos que fue bautizada por la prensa como «el Tesla de la salud mental». «El 40% de los estadounidenses sufre este tipo de problemas», reflexionó. «Eso es un gran, gran mercado».
Muchos de estos nuevos inversores proceden del sector tecnológico: hace años que Silicon Valley muestra interés por estas sustancias. Por ejemplo, la compañía Atai Life Science cuenta con el respaldo de Peter Thiel, el multimillonario fundador de PayPal, que ha invertido enormes cantidades en búsqueda de la receta de la inmortalidad. Mientras, el inversor en criptomonedas Mike Novograts ha reconocido que entendió el potencial del bitcoin y del blockchain gracias a un viaje de setas mágicas.
El dinero está sobre la mesa y el objetivo, también. Según el New York Times, de los 3.063 millones de dólares de capital recaudado el año pasado por las 73 empresas psicodélicas más grandes del mundo, 2.700 se destinarán al desarrollo de fármacos.
Estados Unidos y Reino Unido lideran casi todos estos fondos que buscan medicamentos milagrosos. Su propósito es reproducir la década prodigiosa de los psicofármacos, los años 50 del siglo XX. Fue entonces cuando aparecieron la mayoría de antipsicóticos, antidepresivos y ansiolíticos que prometían cambiar la vida a muchas personas que sufrían enfermedades mentales.
¿Y Europa? De momento, la mayoría de sus esfuerzos de innovación farmacológica están centrados en medicamentos contra el cáncer y la lucha contra el envejecimiento. La salud mental es la gran olvidada, entre otros factores, porque los alucinógenos y los psicodélicos son ilegales en los países de la UE.
«De los últimos 89 fármacos aprobados por la Agencia Europea del Medicamento en 2022, ninguno es psiquiátrico», informa el doctor Juan José Jambrina, uno de los pioneros en España de la incorporación del tratamiento asertivo domiciliario en salud mental. «Actualmente, que me conste, sólo Australia y Canadá dedican a la investigación psiquiátrica los recursos públicos necesarios».
El desapego de la industria por este tipo de enfermedades viene de lejos. Gigantes de la industria como GlaxoSmithKline, Eli Lilly, Pfizer y AstraZeneca -las dos últimas, creadoras de pioneras vacunas contra el Covid- han abandonado la psiquiatría en busca de especialidades más rentables. Por ello, el subidón lisérgico genera tanta expectación y atrae a inversores y científicos en la búsqueda de soluciones clínicas a problemas tan serios. Pero esto sólo tendrá futuro si las autoridades sanitarias abren la mano y confirman que esta aventura es segura para el paciente.
En la lucha por convencer a los reguladores pelean un buen número de empresas. La más destacada es la británica Compass Pathways, que trabaja en un fármaco nacido de la fuente de las setas alucinógenas para combatir la depresión. «Si nuestro ensayo clínico tiene éxito, planeamos usar todos los datos generados para solicitar la aprobación reglamentaria de las agencias reguladoras de medicamentos en Estados Unidos (FDA) y Europa (EMA)», explica por email Chris Williams, jefe de Comunicación de la compañía. «Con su visto bueno, seremos la primera empresa reglada para la terapia con psilocibina».
Esta sustancia es, sin duda, una de las grandes esperanzas del sector. Para comprobarlo basta meter la palabra psilocibina en el buscador de la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos (clinicaltrials.gov). En cuestión de milisegundos, aparecen hasta 120 investigaciones relacionadas con fines psiquiátricos.
Una clínica de Nueva York acaba de lanzar una terapia contra el alcoholismo con ketamina y apoyo psicológico
A la espera del veredicto de las agencias, no hay duda de que los políticos, al menos en EEUU, muestran una predisposición a aceptar el debate que habría resultado una quimera hace sólo un par de décadas. Oregón y Colorado han sido los primeros estados en legalizar el uso terapéutico de algunas de estas drogas y se esperan muchas más adhesiones en los próximos dos años. Mientras tanto, estas sustancias están prohibidas para uso recreativo o, como mucho, viven dentro de un limbo legal, como ocurre con la ketamina: la FDA no la ha autorizado para tratamientos de salud mental, pero sí como sedante.
Para el profesor Grub, esta apertura supone un salto cualitativo. «Hay que entender de dónde venimos. Europa como América siempre han visto estas sustancias con antipatía y miedo tanto en sus usos terapéuticos como con fines espirituales. Basta ver cómo muchos de los castigos perpetrados contra los que los defendían eran draconianos».
La historia de los psicodélicos es compleja y no puede resumirse como un salto del chamán al prospecto farmacéutico. Según los historiadores de la medicina, la censura de los años 60 tuvo muchas causas: desde el conflicto político generacional hasta la influencia de los medios, que dieron mucha cobertura a los viajes que acababan mal. Por el camino hubo sucesos escabrosos: del despido de profesores de Harvard que defendían su investigación médica hasta su utilización por parte de la CIA y el Ejército de Estados Unidos en interrogatorios a civiles. Pero, más allá de consideraciones morales, para comprender el impacto de estas drogas conviene conocer sus efectos y el potencial curativo que promulgan sus defensores.
Los psicodélicos como el LSD, las setas alucinógenas, la ayahuasca y la dimetiltriptamina (conocida como DMT o «la partícula de Dios») alteran radicalmente la percepción de uno mismo y tienen el poder de dar una nueva perspectiva de las cosas. «En algunos casos tienen el potencial de aliviar el sufrimiento y hacernos mejorar nuestras conductas», insiste Irene del Cero.
Por su parte, la ibogaína, una sustancia química natural derivada de un árbol africano, ha sido usada en distintas clínicas de desintoxicación de drogodependientes con el fin de bloquear el síndrome de abstinencia de los opiáceos.
Y, finalmente, está el MDMA, principio activo del éxtasis, convertida en la droga más consumida en las fiestas de música electrónica e inmortalizada por Chimo Bayo como himno de la ruta del bakalao con su canción Así me gusta a mí. «Esta sustancia no interrumpe radicalmente la forma en la que el cerebro procesa la información», continúa De Caso. «Pero sí genera unos sentimientos profundos de seguridad y tiene un potencial terapéutico relativamente general, como podría ser el tratamiento de la depresión, la ansiedad o las adicciones. En el caso del estrés postraumático permite que la persona procese el evento traumático sin entrar en pánico».
Semejante magia resulta poderosamente atractiva. Pero lo cierto es que aún no ha concluido ninguno de los ensayos clínicos más ambiciosos realizados hasta la fecha. Además, hay lagunas importantes debido a la necesidad de cribas notables en los participantes de estos estudios. No se ha permitido participar a personas con antecedentes familiares de esquizofrenia y trastorno bipolar por miedo a que se detonara una predisposición a esas enfermedades. También falta información sobre los efectos secundarios en los epilépticos o en los enfermos de corazón, dado que, por ejemplo, la psilocibina y la ketamina aumentan la presión arterial y la frecuencia cardiaca.
Lo que está claro es que, por muy bien que salieran estos estudios, no todo el mundo podría beneficiarse de los psicodélicos. Y nadie discute tampoco que sería necesario un control médico muy exigente.
De los últimos 89 medicamentos aprobados en 2022 por la Agencia Europea del Medicamento ninguno era psiquiátrico
El optimismo no parece enemigo de la precaución. Si alguien lo demuestra es Michael Pollan, la voz más reputada de los usos beneficiosos de estas sustancias, cuyo libro Cómo cambiar tu mente (Ed. Debate) y su reciente adaptación a serie de Netflix le han convertido en un gurú del tema. «Los psicodélicos son un caso complicado, porque la gente puede meterse en problemas si los consume de forma negligente», explicaba en una reciente entrevista en este diario. «Si observamos el ejemplo de otras culturas, se han tomado desde la antigüedad, pero siempre en un contexto de ceremonias y rituales, en el que no te dejan solo y estás en un lugar seguro. Este colchón social es importante».
Pollan concluía con un mensaje inquietante: «Legalizar sin más estas sustancias, sin asegurar un uso seguro, podría ser un error».
El pasado verano, Irene de Caso trabajó como voluntaria en un festival de música electrónica psicodélica para ofrecer asistencia a consumidores que estaban pasando por un mal viaje. «De las 5.000 personas que atendimos, tan sólo cuatro fueron casos medianamente serios», asegura antes de reconocer que estos números no son extrapolables a la población en su conjunto: «En estos festivales ya existe una cultura psicodélica».
Según defiende, estamos en un momento histórico del que puede nacer una cultura psicodélica que integre a toda la sociedad. «Para evitar errores es fundamental que se haga una buena divulgación», insiste. «Necesitamos que las masas sean informadas rigurosamente sobre los posibles peligros que existen y sobre las formas de minimizarlos, pero también sobre cómo maximizar los beneficios».
El boom psicodélico no deja de plantear miedos, esperanzas y muchas preguntas. Para el psiquiatra Jambrina todo puede resumirse de la siguiente manera: «Los riesgos nunca deben ser mayores que los beneficios, así que hay que tener paciencia y ver qué dicen los estudios. Esto ha sucedido antes: hay fármacos que prometen una revolución y luego se quedan en nada».
Para concluir este reportaje, recurrimos a Bunbury a través de Twitter: «Enrique, ¿nos mandas un verso de Microdosis que refleje lo que piensas del tema?».
El cantante no contesta. Sí que lo hace el doctor Jambrina, quien recuerda una vieja copla para pedir cautela hasta comprobar si la nueva era de la psicodelia da los frutos esperados o no: «Sentaíto en la escalera, esperando el porvenir, pero el porvenir no llega».
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2023/03/22/6414a237fdddff1d2e8b45c8.html