El binarismo es una institución que hay que derribar. La paradoja es que de momento la necesitamos para combatir la desigualdad entre hombre y mujer
JUDITH LORBER / IDEAS
Nos encontramos en una encrucijada entre la fragmentación y la persistencia del binarismo de género. Si la fragmentación avanza y consigue eliminar las categorías de género legales, las identidades y las presentaciones marcadas por el binarismo de género y las prácticas sociales de “mujeres” y “hombres”, se habrán sentado las bases para la igualdad, al menos por categoría de género. Deshacer el género nos permitiría avanzar significativamente en el camino hacia la eliminación de la diferenciación por géneros y de su consecuencia: la desigualdad de género. Deshacer el género implica que el sexo es biológico, fisiológico y reproductivo, pero que no es una buena base para la categorización social, que el deseo sexual es fluido y no está limitado por la oposición entre dos géneros, y que el género ya no es una manera válida de organizar las sociedades. En la medida en que el género es una institución, deshacer el género la fragmenta en sus componentes y arrebata la estructura binaria a muchos de ellos. La identidad, los rasgos, las competencias y la conducta de género se entienden entonces como espectros con los “opuestos” en sendos extremos. El género, entonces, ya no es una institución.
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Sea como sea, de momento aún existen prácticas institucionales e interaccionales de desigualdad de género que hay que visibilizar y combatir. Y, para poder combatir la desigualdad de género, hay que poder distinguir a mujeres y a hombres como categorías legales y sociales. Si queremos visibilizar la desigualdad de género, tenemos que poder comparar a hombres y mujeres.
Y este es el origen de la nueva paradoja del género. Por un lado, necesitamos que el binarismo de género persista si queremos combatir la desigualdad de género que produce, pero, al mismo tiempo, necesitamos fragmentarlo cada vez más hasta que, al final, desaparezca. Es poco probable que estalle una revolución del género, porque la multiplicidad de identidades de las personas que cuestionan el binarismo de género y la diversidad de sus objetivos imposibilitan una acción política unitaria. Los distintos adversarios del dualismo de género no se han reconocido entre sí como aliados y la política de la identidad necesita una separación entre nosotros y ellos. Viven en la frontera entre los géneros binarios. Si se unieran, darían lugar a un tercer género, pero muchos quieren eliminar las identidades de género por completo.
Quizá no sea necesaria una revolución del género para conseguir la igualdad de género. Tanto la multiplicación como la minimización de las identidades de género tienen el potencial de erosionar el tratamiento diferencial de hombres y mujeres. Si no podemos determinar o no aludimos constantemente a qué género pertenece cada persona en las interacciones cara a cara, las mujeres y los hombres se convertirán en iguales socialmente. Cuanto más igualitarias sean las políticas organizacionales, sobre todo en lo que se refiere a los salarios y a los ascensos, menos relevancia tendrá el género. Si tenemos en mente este objetivo, todos deberíamos participar de forma consciente en la deconstrucción del género y actuar y hablar como si nadie tuviera género. Debería ser la revolución de todos, no solo de las personas que cuestionan el género deliberadamente. Sin embargo, esta deconstrucción del género también ha de suceder en las esferas legales y burocráticas, así como en políticas organizacionales igualitarias.
Sería revolucionario que los certificados de nacimiento, los documentos de identidad y los carnets de conducir no indicaran el género. Los cambios que hubo que aplicar a las licencias matrimoniales cuando se legalizó el matrimonio entre personas del mismo género son ejemplos de cómo las políticas legales se han de adaptar a los cambios en la vida real. Los “maridos y mujeres” se han convertido en “cónyuges”. Las personas que se ocupan equitativamente de criar a sus hijos deberían ser “progenitores” y no madres y padres. Las prácticas de deconstrucción del género son revolucionarias en muchos aspectos. Los progenitores que minimizan el género de sus hijos a la hora de criarlos y los hombres que atienden a sus hijos de forma cotidiana son revolucionarios. También lo es el tratamiento neutro de los niños y niñas durante los años escolares. Y las citas románticas igualitarias. Todos nosotros podemos erosionar con nuestras acciones, por pequeñas que sean, el binarismo de género.
Lo que podríamos perder es la valorización de las mujeres, de su historia, de sus logros y de sus culturas tan ricas y variadas que las feministas se han esforzado tanto en producir, mantener y visibilizar durante los últimos cincuenta años. Borraría el enfoque “femenino” sobre las cualidades que caracterizan a las mujeres: la relación que mantienen con su cuerpo y con su sexualidad, sus capacidades emocionales y afectivas, y su punto de vista especial en las sociedades y las culturas dominadas por los hombres.
Cuando las mujeres irrumpieron en los dominios de los hombres, tuvieron que emularlos. A su vez, los hombres emulan a las mujeres cuando cuidan de sus hijos. En la medida en que las diferencias entre el estilo de liderazgo de mujeres y hombres han hecho que las mujeres obtengan mejores resultados en situaciones de crisis, como la pandemia por la covid-19, los hombres podrían emular también a las mujeres a la hora de liderar.
Uno de los grandes problemas sociales que no se resolvería deshaciendo el género es el de la violencia contra las mujeres (maltrato físico y feminicidio machista), además del acoso sexual, la agresión sexual y la violación. El ostracismo al que se condena en la actualidad a los hombres que han explotado o violado a mujeres rutinariamente, y su eliminación de las posiciones de poder ha mejorado de manera significativa la capacidad de las mujeres para luchar contra su vulnerabilidad sexual. Sin embargo, para combatir la violencia contra la mujer es necesario que las mujeres apoyen a las mujeres. Cuando las mujeres minimizan su género mutuo, los resultados son desastrosos. Hay mujeres que han ayudado a hombres en su victimización sexual de otras mujeres. Aún más terrible, las mujeres de la familia en sociedades “de honor” han asesinado a sus propias hijas cuando han creído que estas habían deshonrado a la familia por su conducta sexual o incluso por haber sido víctimas de violación.
Es posible que mantener la identidad y la visibilidad de las mujeres no sea tan necesario en las sociedades donde las mujeres experimentan más igualdad con los hombres y donde estos han visto reducidos su poder y sus privilegios. La deconstrucción del género gradual podría acabar sustituyendo a las prácticas de género que ahora se dan por sentadas en la burocracia y en organizaciones laborales, además de en la interacción informal en la vida cotidiana. Pero antes hay que pasar por un periodo de atención consciente al género. Para poder deshacer el género, antes se ha de ser consciente del género.
Judith Lorber (Nueva York, EE.UU., 1931) es socióloga y profesora emérita en la City University de Nueva York. Este extracto es un adelanto de su libro La nueva paradoja del género. Fragmentación y persistencia de lo binario, que la editorial Paidós publica hoy, 1 de marzo.