Cada vez más científicos rechazan la obsesión de los magnates de Silicon Valley por la inmortalidad. Para ellos lo importante no es cumplir más años, sino disfrutarlos. «Quiero estimular a la gente a que piense sobre su propia vida», dice el prestigioso oncólogo Ezekiel Emanuel, que rechazará todos los tratamientos médicos en cuanto cumpla 75 años
JORGE BENÍTEZ / JOSETXU L. PIÑEIRO / PAPEL
El doctor Ezekiel Emanuel no cambia de opinión a pesar de enfrentarse a la oposición más dura que un hombre puede tener: su esposa, sus tres hijas y, sobre todo, su madre de 89 años. No le importa que, ya cumplidos los 65, esté cada vez más cerca de la línea roja que él mismo se trazó en un artículo en The Atlantic que provocó un terremoto en el ámbito médico y en la opinión pública. Su título no dejaba lugar a dudas: Por qué espero morir a los 75.
No se tratade un texto firmado por un iluminado ni por un polemista en busca de un puñado de clics baratos. Ezekiel Emanuel es un referente mundial de la bioética, un prestigioso oncólogo y uno de los arquitectos del Obamacare, la reforma sanitaria más ambiciosa en la historia de Estados Unidos.
Pero el doctor lo tiene claro: en 2033, cuando cruce este umbral cronológico, dejará de burlar a la muerte. No recibirá quimioterapia si le descubren un cáncer, dejará de tomar antibióticos si sufre una infección y se negará a recibir vacunas. Quiere morir de forma natural -es contrario a la eutanasia- para evitar la decrepitud física e intelectual. Y sólo recurrirá a los cuidados paliativos si es imprescindible.
«Es una decisión personal, no pretendo convencer a nadie ni que cambien las políticas públicas», recalca a Papel desde su despacho en la Universidad de Pensilvania. «Mi intención es estimular a la gente a que piense en su propia vida. Que se haga una simple pregunta: ¿quiero vivir mucho más tiempoo prefiero vivir una vida plena?».
Esa es la pregunta que este reportaje pretende explorar. Y Emanuel tiene clara su respuesta: «Estoy seguro de que el 90% de las personas contestaría lo segundo».
Sin embargo, el 10% restante tiene algo que decir. Dentro de ese grupo se cuentan un puñado de multimillonarios que ansían todo lo contrario: ser cada vez más longevos y, si todo va bien, alcanzar la inmortalidad. Este selecto club está formado por algunas de las personas más ricas del mundo, con fortunas forjadas en las principales empresas tecnológicas del planeta. Bienvenidos al ranking de los faustos contemporáneos:
– Larry Page. El fundador de Google se lo toma tan en serio que montó una compañía llamada Calico cuya razón social no puede ser más contundente: vencer a la muerte. Amado por los trashumanistas, es el hombre más detestado por los empresarios fúnebres.
2- Jeff Bezos. El creador de Amazon no se injerta pelo, pero, como Cristiano Ronaldo, quiere ser eternamente joven. Ya lleva 3.000 millones de dólares invertidos en esta quimera.
3- Peter Thiel. Uno de los fundadores de PayPal junto a Elon Musk podría ser un vampiro (un no muerto): algunas publicaciones afirman que se hace transfusiones regulares de sangre.
4- Familia real saudí. Ha anunciado una inversión de 1.000 millones de petrodólares para levantar la Fundación Hevolution. Su proyecto pretende ampliar la vida útil de los ciudadanos de su país a través del estudio de las causas del envejecimiento y su tratamiento con fármacos.
5- Larry Ellison. El fundador de Oracle donó 500 millones de dólares a empresas antiedad. Su biógrafo, Mike Wilson, ha revelado lo que opina de la muerte: «No tiene sentido».
Hay muchos más: oligarcas cercanos al Kremlin, inversores en criptomonedas, pioneros de la criogenización…
La decisión del doctor Emanuel es estrictamente personal. Sin embargo, la cruzada de los enemigos de la muerte podría suponer un hito extraordinario en la historia de la humanidad. Quizá un momento de gloria sin precedentes… y quizá también una amenaza existencial.
«Un logro así conduciría a un nuevo y fundamental tipo de desigualdad si sólo estuviera al alcance de una élite privilegiada», advierte por email Martin Rees, astrónomo real de la Corona británica y uno de los divulgadores científicos más prestigiosos del planeta. «Estos multimillonarios de Silicon Valley querían hacerse ricos cuando eran jóvenes; ahora que han conseguido ser ricos, quieren volver a ser jóvenes».
¿Debemos confiar en ellos? ¿Compartirían con los mortales sus logros si consiguen derrotar al envejecimiento? ¿O se apropiarían de estos hallazgos sin pensar en el resto de la humanidad?
Hay quienes, como el doctor Emanuel, ya tienen clara la respuesta: «Esta gente es de naturaleza egoísta. Su obsesión por la longevidad es fruto de preguntarse: ‘¿qué va a hacer el mundo sin mí?’. Me temo que se creen superespeciales. Así que puedo decirles que la Tierra seguirá girando cuando ellos no estén, porque así ha sucedido cuando ha muerto gente mucho más importante».
Menos severo con ellos se muestra el filósofo Gregorio Luri, quien no ve nada nuevo en su anhelo: «Todos aspiramos a la longevidad desde el momento en el que nos tratamos la enfermedad. Los millonarios de Silicon Valley son iguales que los conquistadores españoles que se adentraron en la selva colombiana en busca de la fuente de la eterna juventud: es una aspiración inherente a nuestro ser. Gran parte de nuestras reflexiones vienen del miedo a la muerte, igual que nuestra actividad lúdica busca olvidarla».
-Señor Luri, ¿vivir más o mejor?
-En mi caso, sólo pretendo tener a alguien a mi lado, ya que el mal de nuestro tiempo es el envejecimiento en soledad.
-¿No quiere ser inmortal?
-La parca llegará cuando tenga que llegar.
Otro grupo de críticos de quienes buscan despistar a la parca lo hacen por otro motivo: consideran que tantos millones serían más útiles en investigaciones de enfermedades curables. «Claro que un millonario puede dedicar su fortuna a estos fines, pero hay una diferencia entre el si se puede y el si se debe», explica el internista Benjamín Herreros, profesor de bioética. «Sería bueno que tuviéramos también en cuenta el bien de todos. Si es así, Jeff Bezos y los demás harían mejor invirtiendo su fortuna en mejorar la vida de la humanidad y no exclusivamente la suya. Pero en una sociedad liberal no podemos meternos en el nivel privado de la ética a no ser que dañemos a los demás o que incumplamos una ley».
Es cierto que el aumento de la financiación de proyectos contra el envejecimiento está abriendo caminos muy interesantes que pueden ser el germen de un futuro sin enfermedades. Uno de ellos se realiza en España y lo comanda María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), que estudia con su equipo el gen de la juventud celular, vinculado a la telomerasa -presente en estados embrionarios del individuo-, que presenta un efecto menguante en el proceso celular. Si se lograra modificar este gen se retrasaría la aparición de enfermedades y, por tanto, aumentaría el tiempo de vida media.
A pesar de estos avances prometedores, el doctor Emanuel, que ha dedicado 40 años de su carrera a mejorar la calidad de vida de los pacientes moribundos, analiza el sueño de muchos perseguidores de la longevidad con cierta ternura existencial: «Hay muchos seres humanos que no se preguntan hasta que son mayores qué sentido tiene su vida, si la han vivido plenamente y en qué han contribuido a la sociedad. Por ello buscan ganar tiempo para hacer alguna contribución. Pero puede que al final sea demasiado tarde».
El tema es si un día consiguen ganar el tiempo anhelado. Imaginen que su nieto es testigo de la llegada a Marte de Jeff Bezos con su quinta esposa en 2070. O de las lágrimas del rey saudí Salmán bin Abdulaziz ante su pueblo porque se han acabado las reservas petrolíferas de su país. Sería la prueba de vida del éxito de los conquistadores de la juventud. «Un mundo así resultaría aburridísimo», contesta Emanuel.
Para este médico un envejecimiento perpetuo de los hombres supondría el fin de la creatividad y la innovación, que considera patrimonio de los jóvenes. «Cuando se habla del empuje a la longevidad, yo me pregunto: ‘¿Qué vas a hacer a los 125 años que no hayas hecho a los 75?’. Por supuesto que puedes tener experiencias enriquecedoras, pero no vas a crear cosas nuevas».
Emanuel reconoce que su cifra de los 75 años de edad es sólo una «noción». No niega que haya excepciones que logren chispazos de creatividad más tiempo. Uno de ellos es su colega Anthony Fauci, que con 80 años lideró la batalla sanitaria contra el covid en EEUU, aunque lo considera un caso «atípico».
«Yo me considero promedio, soy de la gran mayoría, por eso fijé esa edad», explica. «Las excepciones son mucho menos probables de lo que la gente cree. No sólo hablo del estado físico. Si se estudian las grandes contribuciones a la humanidad de personalidades mayores de 80 años, desde escritores a científicos, estas son escasísimas. Se cuentan con los dedos de la mano».
Los millonarios de Silicon Valley son egoístas EZEKIEL EMANUEL (MÉDICO EXPERTO EN BIOÉTICA)
Otros teóricos de la bioética consideran que poner una edad concreta como frontera de la decadencia es arriesgado: medirla con rigor es casi imposible y, además, cada individuo es diferente. Por ejemplo, el psicólogo Daniel Kahneman, de 88 años, concluyó que la felicidad y el disfrute disminuyen a los 70, pero que el «bienestar emocional» alcanza su pico a los 82 años. Un dato que no ha convencido al doctor Emanuel.
«Lo importante en una vida no son sólo los años, sino también la experiencia», opina Federico de Montalvo, miembro del Comité de Bioética de la Unesco. «Hay gente que ha tenido una vida miserable, pero que pasados los 70 encuentra una vocación, un amor… Además hay que tener en cuenta que en la salud y el envejecimiento hay muchas variables, como la genética, la suerte y también la renta».
Cuanto mayores son los ingresos de una persona, más probabilidades tiene de conseguir bienes y servicios de mayor calidad: una mejor vivienda, una dieta más saludable o acceso a prestaciones sanitarias. Esto es lo que dice la teoría económica, pero si hablamos de renta hay que volver al ránking de los faustos contemporáneos. De eso van sobrados.
Para evitar la temida fractura social de la que alerta Rees, el historiador Andrew Russell, experto en tecnología, considera que sería importante no fiarse de la retórica que se vende desde Silicon Valley. «Este negocio no pretende construir un lugar mejor, como se ha venido pregonando durante años, sino de desarrollar cosas que resulten apps y juguetitos para gente rica». Por eso teme que con la lucha contra la muerte pase lo mismo y crezca la brecha entre ricos y pobres: «Los avances en ciencia, tecnología y medicina deben redundar en beneficio de toda la humanidad, no de unos pocos que se encuentran en posiciones de extraordinario poder».
Lo que sí demuestra la historia del progreso es que los descubrimientos y los inventos más revolucionarios, del aire acondicionado o las vacunas del covid, llegan antes a los ciudadanos y países más ricos, pero tarde o temprano se extienden por la mayoría de la población. Por eso Martin Rees considera que más allá de las intenciones personalistas de esta élite tecnológica, sus investigaciones permitirán profundizar nuestra comprensión del envejecimiento. Incluso irán más allá: «Que alivien, si no retrasen, el final de nuestros días».
Ese aspecto positivo lo comparte el doctor Benjamín Herreros. Según él, el egoísmo que busca un fin particular suele abrir caminos hacia el bien común. «Quién sabe si las inversiones de aquellos que quieren ser eternamente millonarios puedan traernos algún beneficio para todos», se pregunta.
Por el momento no consta, salvo consideraciones religiosas, que nadie haya vencido a la muerte. Incluso si alguien lo logra y vende su secreto al resto, es muy probable que muchos, como el doctor Emanuel, no quisieran comprarlo. No necesitan una prórroga vital. Se sienten satisfechos.
El sueño de muchos no tiene por qué coincidir con el de todos. En una ocasión, cuenta Lord Rees, uno de estos millonarios amantes de la inmortalidad le habló de una empresa de Arizona dedicada a la criogenización. Allí se guardan cuerpos ultracongelados en nitrógeno líquido a la espera de una «resurrección» programada para el día en que se encuentre la cura de la enfermedad que acabó con el cliente. Ante aquel relato tan extraordinario, el astrofísico respondió con su característica flema británica.
-Prefiero pasar mis últimos días en un cementerio inglés antes que en un frigorífico americano.
Fuente: https://www.elmundo.es/papel/futuro/2023/01/23/63caca48fdddffd8088b45c9.html