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Martin Rees: «Espero que fracasen los planes para prolongar la vida» | Papel

A sus 80 años, el Astronómo Real británico y profesor emérito de Cosmología en la Universidad de Cambridge ve cómo su último libro se coloca en lo más alto de las recomendaciones de 2022 mientras él sigue haciendo divulgación científica. «El impacto de un meteorito no me quita el sueño, me preocupan más las amenazas que generan los humanos», confiesa.

ANDER MCINTYRE | CAMARA PRESS

JOSÉ MARÍA ROBLES / PAPEL

Martin Rees se reajusta el nudo de la corbata con la coquetería de un gentleman y la destreza de quien está acostumbrado a entrar en los directos de la BBC desde su propia buhardilla, en la que por supuesto no falta el telescopio. Su porte elegante, su amabilidad casi excesiva, su destiladísima ironía y su erudición estratosférica hacen que incluso una videollamada al uso con el astrónomo británico adquiera categoría de evento en plena cuenta atrás de 2022, justo cuando su último libro –If Science Is To Save Us (Polity)- acaba de ser reconocido como mejor título científico del año por el Financial Times.

Lord Rees sopló 80 velas el pasado verano, pero quien desde 1995 ostenta el título honorario de Astrónomo Real y ejerce de profesor emérito de Cosmología y Astrofísica en la Universidad de Cambridge continúa comprometido con la divulgación científica ajeno a las arrugas y como si su currículum no rebosara ya de trabajos y distinciones. Una actitud vital que tiene algo de desafío en estos tiempos de permacrisis y que le sitúan a la misma altura de su amigo Stephen Hawking o del naturalista David Attenborough. En las palabras del profesor se percibe, además, cierto eco de responsabilidad cívica: desde 2005 ocupa un escaño como crossbencher [independiente] en la Cámara de los Lores.


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Si la ciencia va a salvarnospuede leerse como mensaje de advertencia o como apunte para el optimismo. En él, Rees sostiene que la Ciencia debe abandonar su torre de marfil y convertirse en una herramienta colectiva para que la sociedad en su conjunto sea capaz de afrontar las emergencias que vayan apareciendo en el horizonte: desde el cambio climático a la transición digital o el despegue de la inteligencia artificial. «Todos debemos ser evangelistas de las nuevas tecnologías», afirma.

Hace un año la comunidad científica y los medios de comunicación debatían a propósito del escenario que planteaba la película ‘Don’t Look Up‘. ¿Qué le pareció aquella parodia sobre el hipotético impacto de un meteorito contra la Tierra y que pensó, hace tan solo unos meses, cuando la sonda DART de la NASA consiguió desviar la trayectoria de un asteroide por primera vez en la Historia?

Pensé que se trataba de un enorme logro técnico, relevante en el caso de que se detectase con suficiente anticipación que un asteroide se dirige hacia nosotros. Pero me gustaría enfatizar que esto solo se puede hacer con asteroides pequeños y que la amenaza es bastante baja. El impacto de un asteroide no me quita el sueño por las noches. Me preocupan más las amenazas que generamos los humanos, que año tras año son más graves.

Quienes salían peor parados en la cinta eran los líderes políticos, a los que usted se dirige abiertamente en su libro. ¿Confía en que situaciones de emergencia como el Covid-19 hayan cambiado la perspectiva de los responsables de la toma de decisiones en relación a la ciencia o, por el contrario, cree que los políticos siguen viéndola con recelo por el poco beneficio que les reportan las actuaciones a largo plazo?

El Covid-19 fue una llamada de atención que hizo que la gente se diera cuenta de que catástrofes globales como las pandemias no son ciencia ficción. Personalmente, he percibido un cambio de actitud hacia mis textos, porque cuando escribí mi libro anterior, hace cuatro años, hablaba de las pandemias como hipótesis, mientras que ahora las vemos como algo que no se puede descartar. Con la pandemia descubrimos que la ciencia funcionó bastante bien, aunque al principio no estuviera claro qué era el virus ni cómo lidiar con él. Poco a poco las cosas se fueron aclarando. Y por supuesto, el desarrollo y la fabricación de vacunas en un año es un éxito, sobre todo si observamos que aún no disponemos de una vacuna contra el VIH, al que conocemos desde hace 40 años. Así que sí, la ciencia estuvo más que a la altura. El público en mi país, Inglaterra, pudo ver regularmente por la televisión a los principales asesores científicos del Gobierno hablando de forma mesurada y sensata, algo que creo que fue bueno para la imagen de la ciencia. Por supuesto, antivacunas hubo en todas partes, pero la mayoría de la gente percibió que los científicos hicieron un buen trabajo asesorando a los políticos. Y los políticos en general, algunos errores al margen, respondieron bastante bien. El coronavirus demostró que la ciencia es importante para la política. De forma más general, sabemos que la ciencia es importante no sólo para la salud, sino también para la energía, el medio ambiente, el clima y muchas otras cosas.

¿El hecho de que hoy, en 2022, tengamos la percepción de que vivimos en un tiempo cambiante hace más difícil pensar a largo plazo que en otras épocas?

Creo que sí. Las cosas cambian rápidamente, y cuando hay tantos problemas urgentes para los políticos es difícil conseguir que piensen seriamente en prepararse para posibles amenazas a largo plazo y ajustar sus programas para minimizarlas. Podemos distinguir dos tipos de amenazas. Están las que surgen de repente, que no sabemos cuándo surgirán -o si surgirán-, pero que son lo suficientemente probables para que debamos protegernos frente a ellas. Por ejemplo, futuras pandemias que podrían ser diseñadas por algunos actores malvados modificando el virus de alguna enfermedad para hacerlo más transmisible. O los ataques cibernéticos masivos, para los que debemos prepararnos. La otra clase de amenazas son las graduales, percibidas a largo plazo, como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Son cosas que podemos predecir que sucederán si no cambiamos de rumbo. Sus efectos serán más graves en la segunda mitad del siglo. Es muy difícil para los políticos que no estarán entonces el cargo priorizar estas decisiones a largo plazo. Lo harán si saben que al público le preocupa. Entonces lo importante es aumentar la conciencia pública sobre estas amenazas. Debemos asegurarnos de que a los votantes les importe, porque sólo así los políticos tomarán medidas para reducir estos riesgos.

En relación a la crisis climática parece que hemos pasado del negacionismo al catastrofismo…

El peor de los escenarios es bastante catastrófico: que la Tierra se caliente y llegue a un punto de no retorno. Pero, por otro lado, también se puede hablar de rebajar los efectos de la crisis con acciones desarrollados durante los próximos 10 o 20 años. El objetivo de alcanzar el cero neto [el recorte de las emisiones de gases de efecto invernadero hasta situarlas cerca de la emisión nula] para 2050 no es una tontería. Y aquí podría hacer una puntualización importante sobre el cero neto. Es completamente factible que el Norte Global -los países de Europa y América del Norte- desarrolle y aplique la tecnología necesaria para garantizar una economía dependiente de una producción de energía con cero emisiones de carbono. Pero también tenemos que asegurarnos de que el Sur Global -los 4.000 millones de personas que vivirán en el sur de Asia y el África subsahariana en 2050- se desarrolle de otra forma a como lo hizo el resto del mundo, dependiente primero del carbón y luego del petróleo, y saltar directamente a las energías limpias. De hecho, han dado el salto a los móviles sin haber tenido postes de telefonía. Quiero decir que no necesitan seguir nuestros pasos, pueden saltar directamente hacia la tecnología avanzada. Es un gran desafío y requerirá transferencia de recursos al Sur Global.

Cada vez sabemos más sobre el universo, el cuerpo humano… y sin embargo también hay cada vez más gente que cree que la Tierra es plana, que el hombre no ha pisado la Luna o que las vacunas no funcionan. ¿Por qué el escepticismo sobre la ciencia parece haberse disparado en los últimos tiempos?

Tengo dudas sobre que se haya disparado. Siempre ha habido gente que ha creído en estas cosas y ha sido enormemente escéptica respecto a la ciencia. En el pasado, la mayoría de la gente filtraba la realidad a través de periodistas responsables, y estos silenciaban a los locos extremistas. Lo que sucede es que gracias a las redes sociales estas personas tienen un altavoz más poderoso y se expresan con más frecuencia, de ahí que todos seamos más conscientes de ellos.

El coronavirus demostró que la ciencia es importante para la política

Señala que hoy en día no somos más sabios que los filósofos de la antigua Grecia, pero que disponemos de mejores máquinas. ¿Qué campo científico ve con más optimismo?

La pandemia nos ha mostrado los avances en la identificación de virus y en la fabricación de vacunas más eficaces. Así que creo que aunque la próxima pandemia pueda ser más mortífera que el Covid, las probabilidades de protegernos de ella con una vacuna desarrollada en poco tiempo son altas. Soy optimista respecto a la alianza entre tecnología, farmacéutica y biomedicina. También me interesa la producción de alimentos. La población mundial acaba de alcanzar los 8.000 millones y para mediados de siglo llegará a los 9.000 millones, según las previsiones. Con la aplicación de técnicas de modificación genética y la agricultura intensiva sostenible se podrá alimentar adecuadamente a 9.000 millones sin invadir hábitats naturales.

El Antropoceno ha provocado una pérdida irremplazable de biodiversidad: más del 10% de todas las especies ya ha desaparecido. ¿Qué pensarán las generaciones futuras cuando vean que un planeta en el que vivían ballenas, elefantes, tigres y osos polares se ha convertido en otro de perros, cerdos, vacas y gallinas?

Es cierto que los mamíferos a los que recurrimos para alimentarnos superan en número a los que se encuentran en estado salvaje. En mi libro cito al gran ecologista estadounidense Edward O. Wilson, fallecido recientemente, quien dijo que «La extinción masiva es el pecado que menos nos perdonarán las generaciones futuras». Por eso la encíclica Laudato si’ es tan importante. La Iglesia católica ha defendido tradicionalmente la idea de que el hombre domina la Naturaleza y que los animales están ahí para él. Ahora acepta que toda la creación es valiosa por sí sola, con independencia del beneficio que pueda ofrecerle al ser humano. Nuestro deber ético es preservar el planeta y evitar las extinciones masivas.

Quisiera preguntarle por una paradoja: que los avances científicos y tecnológicos acaben teniendo aplicaciones relacionadas con la muerte. Ahora mismo tenemos un ejemplo aterrador en la Guerra de Ucrania, donde estamos viendo las consecuencias del uso de armas inteligentes como drones suicidas por ambos bandos y combates en las inmediaciones de la central nuclear de Zaporiyia. ¿Le preocupa que la ciencia se convierta cada vez más en un arma?

Mucho. La ciencia se está volviendo más poderosa y necesitamos sacar partido de sus avances al mismo tiempo que minimizamos sus riesgos. Estamos ante un gran problema. Por ejemplo, las armas nucleares se convirtieron en la primera amenaza existencial para el ser humano, pero al menos a través del Organismo Internacional de la Energía Atómica es posible vigilar su producción. El problema es que las tecnologías del siglo XXI, la biotecnología y la cibernética en particular, permiten a pequeños grupos o incluso a individuos con intenciones malignas conseguir un impacto catastrófico global. La tecnología necesaria para modificar un virus y hacerlo más transmisible cada vez es más conocida y requiere laboratorios que existen en muchas universidades e industrias. Los ataques cibernéticos se están volviendo más amenazantes a medida que nuestro mundo y sus infraestructuras se interconectan. Cada vez es más probable que alguien pueda provocar un corte en la red eléctrica que da soporte a una gran área o que ponga en jaque internet. Tenemos que preocuparnos por esta vulnerabilidad y, sinceramente, no creo que haya una solución fácil. Deberemos aprender a manejar la tensión entre tres cuestiones que nos gustaría preservar: la libertad, la privacidad y la seguridad. En mi opinión, vamos a tener que renunciar a la privacidad y aceptar una vigilancia como la que impone China para garantizar que nadie pueda lanzar clandestinamente un ataque cibernético masivo o liberar un arma biológica. Que una sola persona tenga semejante capacidad es demasiado riesgo, y para reducirlo todo el mundo debe ser monitorizado. Estamos acostumbrados a las cámaras, pero hace falta mucho más que eso. Sé que es lamentable, pero no veo otra alternativa.

Tendremos que renunciar a la privacidad y aceptar una vigilancia como la de China para garantizar que nadie haga daño a otros

¿Ésa es su peor pesadilla?

Mi peor pesadilla es que un lobo solitario se haga con un arma biológica con capacidades globales. Ningún gobierno ha usado armas biológicas en la guerra porque no se puede predecir a quién atacarán y cómo se propagarán. Pero un individuo obsesivo que piense que el planeta está siendo dañado por demasiados seres humanos y sin restricciones éticas… Una sola persona con este perfil ya es demasiado. Y como sabemos por la lucha antiterrorista es muy, muy difícil identificar a estos sujetos antes de que actúe.

Con ChatGPT y Alphacode, están siendo unas semanas fantásticas para comprobar los avances en un campo que le interesa especialmente: el desarrollo de la inteligencia artificial. ¿Estamos preparados para aceptar las decisiones de una máquina?

Espero que siempre haya intervención humana en la toma de decisiones. La inteligencia artificial ya nos puede ayudar de muchas maneras. Puede hacerse cargo de trabajos rutinarios en los almacenes de Amazon, call centers y sitios similares. Y puede resultar útil en el ámbito sanitario, por ejemplo, porque una máquina trabaja tan rápido que en un día puede ver más radiografías de pulmones de pacientes de las que un médico podría ver en toda su vida. Pero necesitamos a un ser humano en el proceso, porque incluso si una máquina opera correctamente no podemos estar seguros de que no cometa errores. No debería alegrarnos delegar en una máquina procesos como una condena judicial, una operación quirúrgica o la gestión de un crédito. Otra cosa es que las máquinas vayan empoderándose y lleguemos a la pregunta filosófica de si alguna vez serán de su propia existencia…

¿Y respecto a la exploración espacial?

El único ámbito donde pueden sernos muy útiles y donde no tendremos que preocuparnos tanto por todo esto es el espacio. Enviar humanos fuera de la Tierra es muy costoso y peligroso. En el libro sugiero que la necesidad de enviar humanos al espacio será cada vez menos perentoria a medida que los robots se vuelvan más capaces y puedan construir estructuras en la Luna, hacer trabajos geológicos en Marte, orbitar Júpiter… El ser humano nunca ha llegado tan lejos. La NASA y la Agencia Espacial Europea son muy conscientes de la seguridad. La NASA hizo 130 lanzamientos de transbordadores espaciales y dos de ellos sufrieron accidentes. Cada uno de ellos supuso un trauma, pero se trata de una tasa de fracaso de menos del 2%. Nunca se enviará a alguien a Marte con un 98% de posibilidades de que regrese sano y salvo. La sociedad no estará dispuesta a gastar más y más dinero en enviar al espacio a personas expuestas a un alto riesgo. Dicho esto, creo que se debería animar a quienes viajen a Marte financiados por un patrocinador privado multimillonario y en plan aventura, aunque sea sólo con billete de ida. Pero ya digo, no creo que sea sensato priorizar el envío de humanos a estos viajes.

En un planeta amenazado por el cambio climático, la guerra, las migraciones masivas, las pandemias globales o las crisis económicas, resulta que los superricos tecnológicos han reducido el progreso a una especie de ‘escape room’. Jeff Bezos y Elon Musk compiten para ver quién coloniza primero el espacio; Peter Thiel persigue la inmortalidad; Mark Zuckerberg diseña universos alternativos antes de que el nuestro implosione. Y, en el mundo más mundano, una larga lista de empresarios está comprando su búnker privado y contratando ejércitos privados. ¿Comparte esa sensación de sálvese quien pueda?

Aunque estoy feliz de animar a Musk y Bezos en sus esfuerzos por lanzar valientes aventureros en viajes de alto riesgo y a bajo coste a Marte, es una peligrosa falacia ver esto como preámbulo de una migración masiva para escapar de los problemas de la Tierra. Lidiar con el cambio climático es un desafío, pero es un desafío sencillo en comparación con la terraformación de Marte. No hay un planeta B para la gente corriente. Debemos apreciar nuestro hogar. Con los survivalistas multimillonarios tengo escasa sintonía. ¡Qué pesadilla sería si una catástrofe acabara con toda la vida humana excepto en una isla del Pacífico Sur y el futuro de la humanidad dependiera de unos pocos indígenas y de algunos survivalistas como Peter Thiel asentados allí!

Considera que no deberíamos buscar vida inteligente en planetas con características similares a la Tierra porque los encargados de la expansión más allá del sistema solar no serán humanos sino posthumanos. También dice que si se encuentra vida extraterrestre avanzada probablemente no será orgánica, sino electrónica. ¿Qué significaría descubrir que no somos una excepción en la inmensidad del universo?

La posibilidad de que haya vida, incluso vida avanzada en otras partes del universo tal vez sea la pregunta científica más fascinante. Sin duda, es la que más se hacen los astrónomos. Por el momento desconocemos la respuesta, pero se están produciendo avances respecto a la comprensión del origen de la vida en la Tierra: la transición clave de compuestos químicos complejos a las primeras entidades metabolizadoras y reproductoras. Uno de los mayores descubrimientos recientes en astronomía es detectar que hay millones de planetas como la joven Tierra orbitando otras estrellas en nuestra Vía Láctea. Si las formas de vida simple estuvieran extendidas, la próxima generación de telescopios –James Webb y el ELT europeo- podrían revelarlo. Pero, ¿qué pasa con la vida avanzada -o tecnológica- como la que existe ahora en la Tierra? Vale la pena buscar pruebas. Pero si detectamos algo, pienso que es más probable que sea electrónico debido a la escala temporal. La evolución darwiniana ha tardado 3.000 o 4.000 millones de años en dar forma a la maravillosa biosfera de la que formamos parte. Nuestra civilización puede durar solo unos pocos miles de años antes de ser reemplazada por posthumanos electrónicos, que podrían vivir miles de millones de años. Si existiera un gemelo de nuestra Tierra en otra parte de la galaxia, su evolución podría ir 1.000 millones de años detrás de la nuestra y ni siquiera los vertebrados habrían evolucionado todavía. O podría estar 1.000 millones por delante y estar mucho más allá de nuestra era como seres de carne y hueso. Sería poco probable que otra Tierra estuviera tan bien sincronizada que la observásemos en el breve lapso en el que estuviera poblada por una civilización como la nuestra… Encontrar extraterrestres avanzados sería una revelación transformadora. Por el contrario, que la Tierra fuera única, además de decepcionar a quienes buscan otras formas de vida, tendría una ventaja: podríamos ser menos modestos desde el punto de vista cósmico. Hay mucho tiempo por delante, 6.000 millones de años antes de que el Sol muera, durante el cual nuestros descendientes podrán extenderse por la galaxia.

Tras el hito alcanzado por el Laboratorio Nacional Lawrence Livermore en California, vuelve la promesa de la fusión nuclear -tras 70 años de experimentos- como solución al enorme reto energético del siglo XXI. Hablando con The Guardian, Jeremy Chittenden, profesor de Física del Plasma del Imperial College, relativiza: «Cualquiera que trabaje en fusión se apresuraría a señalar que todavía hay un largo camino por recorrer desde la demostración del aumento de energía hasta llegar a la conexión de la pared, donde la energía proveniente de un reactor de fusión excede la entrada de energía eléctrica requerida para hacer funcionar el reactor». ¿Qué perspectiva tiene al respecto?

Este resultado es, de hecho, un paso hacia la fusión controlada. Pero se necesitan varios pasos más antes de que tengamos un equipo que pueda disparar una cápsula cinco veces por segundo en lugar de una vez cada 15 días, y hacerlo mucho más barato: la matriz láser en Livermore se construyó para probar componentes de armas nucleares y a un coste de miles de millones de dólares. ¡Por supuesto que sabemos que la fusión puede liberar más energía de la necesaria para activarla desde las primeras pruebas de la bomba H hace casi 60 años! Estoy a favor de la investigación sobre la fusión, pero supongo que la técnica más prometedora sigue siendo el confinamiento magnético. Hay más de una docena de prototipos en desarrollo en todo el mundo. Y, por cierto, ninguno tan grande como el del ITER.

¿Puedo preguntarle cómo celebró su 80 cumpleaños y qué balance hizo desde un punto de vista científico? Las bombas atómicas, el descubrimiento de los agujeros negros, la llegada del hombre a la Luna, la explosión de Chernóbil, el desarrollo de la tecnología CRISPR, la inauguración del acelerador de partículas, el desarrollo de vacunas contra el coronavirus en tiempo récord… Hay mucho sobre lo que pensar.

He tenido mucha suerte en mi vida y la oportunidad de trabajar como científico en un ambiente académico muy bueno, sobre todo en Cambridge, pero también en otros lugares. De hacer una agenda de contactos internacional, seguir estos emocionantes avances y hacer una pequeña contribución a ellos. Espero continuar haciéndolos un poco más y poder escribir más libros. Y también hacer lo que pueda en política. Ya sabe que estoy involucrado en la política británica y que hago campaña por una serie de temas. Porque, aunque se han producido estos emocionantes avances, hay muchos asuntos del mundo desarrollado que están empeorando, no mejorando. Las desigualdades son demasiado grandes y para muchas personas la vida que se ven obligadas a llevar es menos segura y en peores condiciones que las de hace 20 o 30 años, cuando teníamos sindicatos, etc. Creo que las cosas no son ahora tan favorables para los jóvenes. Hay más distracciones y más competencia de un tipo desagradable. Quiero usar los años que me quedan para intentar que las circunstancias de los jóvenes no empeoren y para que avancemos hacia una sociedad con desigualdades menos acusadas que las que tenemos ahora.

Se suele decir que el sentimiento religioso expresado en la fe en Dios aumenta con la edad. ¿Ha sentido esa sensación o, por el contrario, después de vivir como ateo es imposible considerar conceptos como el más allá?

Durante toda mi vida he creído que el cuerpo y la mente están estrechamente interconectados y, por lo tanto, he dudado de que nada de mi conciencia o personalidad sobreviva a mi muerte física. De hecho, mi más ferviente esperanza es que mi personalidad sobreviva hasta mi muerte física, y no se pierda prematuramente por culpa de la demencia. Aunque soy ateo en el sentido de que no creo en ningún dogma o doctrina religiosa específica, no soy de los que promueven cruzadas contra la religión. Me crie en la tradición cristiana y me describo a mí mismo como cristiano practicante pero no creyente. Valoro las tradiciones culturales de la religión -música, liturgia y arquitectura- y valoro a la Iglesia porque enfatiza nuestra fugacidad, nuestros vínculos con las generaciones pasadas y futuras y, en un mundo de tanta desigualdad, nos recuerda nuestra común humanidad. Por eso apoyo a la Iglesia anglicana. Pero si hubiera crecido en el este de Asia, iría a un templo budista con el mismo espíritu.

En 2003 publicó ‘Nuestra última hora’ (Crítica), en el que predecía que la Humanidad tenía un 50% de posibilidades de extinguirse en el siglo XXI. ¿Ha cambiado su apuesta?

Creo que no es tan probable que desaparezca por completo, pero aún así creo que se tratará de un viaje llenos de baches. Vamos a sufrir pandemias más severas que las que hemos tenido ahora, alteraciones provocadas por pequeños grupos descontentos, grandes desafíos para la gobernanza… Un tema que pasa a ocupar un lugar destacado en la mente de alguien que cumple 80 años es qué hay de la posibilidad de prolongar la vida. Tres laboratorios que están haciendo investigaciones al respecto y son financiados por multimillonarios estadounidenses acaban de abrir sus puertas. Dos de ellos están en California y el otro, aquí donde vivo, en Cambridge. Personalmente, espero que fracasen. A pesar de que a cualquier le gustaría prolongar un poco su esperanza de vida, si eso se traduce en que una pequeña élite de ricos va a disponer de una vida mucho más larga que la media, estaríamos ante un tipo de desigualdad grave. Estos laboratorios están financiados por personas que, cuando eran jóvenes, querían ser ricas, y ahora que son multimillonarias quieren volver a ser jóvenes.

If Science Is To Save Us, de Martin Rees y publicado por Polity, ya está a la venta. Puede adquirirlo aquí

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