Varias muestras, de las que una retrospectiva llegará a Madrid en 2023, marcan un siglo del nacimiento. Una de sus hijas, Esther Freud, y la marchante, Pilar Ordovas, recuerdan para ‘Público’ el hombre y el artista.
CONXA RODRÍGUEZ / PÚBLICO
Por chiripa. Lucian Freud nació el 8 de diciembre de 1922 en Berlín, día festivo en otros lares por ser la inmaculada o purísima concepción. Nada más ajeno a él, y a su purísima concepción del arte, que un toque de religiosidad. El programa de festejos va a lo grande en Londres. La exposición retrospectiva de la National Gallery, Nuevas perspectivas, se verá en el museo Thyssen de Madrid del 14 de febrero al 18 de junio de 2023.
Otras muestras conmemorativas se exhiben en la galería Gagosian o en la Ordovas, de la madrileña Pilar Ordovas, marchante del pintor fallecido en 2011. Para intentar captar la totalidad del personaje, Público ha hablado con Esther Freud y con Pilar Ordovas; hija y galerista; el padre y el pintor; dos percepciones de la misma persona. La familia Freud huyó de los nazis en 1933 para cobijarse en Londres. Escaparon tres generaciones; la del padre, la del hijo y la del abuelo, Sigmund, médico del espíritu y creador del psicoanálisis.
La novelista Esther Freud, de 59 años, es una de los 14 hijos que Lucian reconoció haber tenido con seis mujeres. Ella y su hermana, la diseñadora Bella, fueron nómadas un tiempo con su madre, Bernardine Coverley, por Marruecos. En el campo inglés tuvo su recaudo hasta los 16 años, con visitas a su padre en Londres, hasta que ella se trasladó a la capital. La prole de los 14 solo se han reunido en el funeral del padre. Por la parte materna, poca tradición también, su madre fue rechazada por su familia, católica e irlandesa, por tener dos niñas sin estar casada. Ella, asegura, haber normalizado semejante bagaje familiar.
Esther Freud: "Crecimos sabiendo que no teníamos un padre corriente o convencional"
«Crecimos sabiendo que no teníamos un padre corriente o convencional, por eso, cuando le visitábamos, era una fiesta, sonaba a celebración, era divertido porque no tenía que hacer lo aburrido y monótono de la vida cotidiana; ni llevarnos a la escuela, ni preparar el menú del domingo; él vivía la vida que quería vivir, y nosotras nos asomábamos de vez en cuando a ella con alegría y curiosidad», cuenta Esther, menuda, pizpireta y reflexiva, al contrario que su padre. Los caminos del arte son inescrutables. Lucian seguía el suyo pintando a familia, vecinos y a amigos, o las plantas del jardín que veía por la ventana. El retrato, algunos de grandes dimensiones, es el género que le ocupó la mayor parte de su trabajo.
«No hablaba de cómo o por qué pintaba ni teorizaba, en cambio, a partir de los 10 años me hacía observar las obras, y me comentaba si hacía esto o aquello, incluso, en alguna ocasión me llevó por la noche a la National Gallery con el pase especial que tenía. Avisaba a los de seguridad, e íbamos a ver a Rubens. Gastaba toda su energía en pintar, pintar y pintar», explica Esther, prudente, a la hora de juzgar los efectos de un padre distinto. Alguno de los medio hermanos ha tildado al padre de «irresponsable». Esther farfulla: «Esa no es mi experiencia, y no puedo hablar por otros». Ha habido tensiones familiares, pero no será ella quien las airee de nuevo.
Esther y Pilar coinciden en que Lucian Freud prescindía de fuertes convicciones políticas y religiosas, si bien, sentía curiosidad por el judaísmo de sus antepasados. El artista se ha hecho un hueco en el arte figurativo del siglo XX por la sutileza y el realismo con los que trabaja la carne trémula y la anatomía humana. Artista hiperrealista, le han calificado. El énfasis en el cuerpo genera déficit en la psicología de rostros apaciguados. Esther explica que «podía tardar hasta un año para hacer un cuadro, y en ese tiempo las expresiones de los modelos cambiaban, por eso no retrataba expresión de alegría o tristeza, sino que sacaba a través de la carne el interior de las personas para enseñar quienes son».
El artista era disciplinado con sus horarios a la paleta y el pincel
La novelista posó para su padre amamantando a su hija, con su hermana, en grupo y en solitario. «Para el retrato con mi hermana, posamos dos días a la semana durante un año, posábamos un par de horas, cenábamos y después un rato más. Si yo veía que la pintaba a ella, le preguntaba si podía ir a hacer una llamada, él contestaba que no porque la sombra del jersey o el peso de mi cuerpo junto al de mi hermana, era importante, así que a quedarme quieta», explica Esther. El artista era disciplinado con sus horarios a la paleta y el pincel. «Siempre tenía algún cuadro empezado, por si no acudían a quienes retrataba: él necesitaba pintar».
El relato de Esther sobre su padre empieza a finales de la década de 1970, cuando ella comienza a visitarlo de forma autónoma. «Cuando más lo traté, él ya se acercaba a los 60 años y se conmovía con frecuencia, tenía mucha vitalidad y mucha fuerza para complacer a los que pintaba, quería que estuviesen cómodos para posar; él también podía estar enojado por alguna razón, pero nunca se deprimía; de joven, dicen, tenía más mal humor», recuerda Esther.
Al principio de su carrera, Freud se acercó al surrealismo y al arte abstracto para encauzarse hacia el arte figurativo y concretamente hacia el retrato, o autorretratos, de todo tipo. Pintó a un vecino, delincuente conocido como Ted, y al barón Thyssen, a quien de fondo colocó dos personajes de un cuadro de Jean-Antoine Watteau que el barón poseía. «Quizás quería representar la colección de arte del barón», aventura la escritora. De lo que no quiere opinar es por qué su padre reprodujo a Isabel II con la medida de cuartilla A4. Pilar cree que el retrato pequeño obedece a la escasa disponibilidad de la reina para posar.
La novelista, que se dedica además a la enseñanza de la escritura creativa, opina que su padre creó su propio estilo en las décadas de 1940-50, y después quedó fascinado por el cuerpo humano. «Es más interesante recrear el cuerpo que un jersey, cuando se concentró en la anatomía no gustaba, estuvo casi 20 años estancado, pero no se dejaba llevar por las modas, solo por su interés».
Pilar Ordovas conoció a Lucian Freud en 2003, cuando éste ya se cotizaba, vivía en casa propia, en el barrio de Kensington, al oeste de Londres. Antes había residido en Paddington en vivienda social, de propiedad oficial. La diversión a la que aludía Esther en las visitas paternas, no es compartida por Pilar, que lo trataba para comercializar su obra, y conoce hasta la mínima pincelada del cartílago de la oreja izquierda de quienes posaron para él. «Hasta la década de 1990 Lucian no estuvo bien de dinero. Cuando vendía un cuadro, se gastaba lo cobrado sin pensar en la regularidad de sus ingresos. Sus precios se dispararon a partir del 2000, y eso coincide con su preocupación sobre herencias e impuestos en los últimos años de su vida», explica Pilar.Pilar Ordovas: «Es una sinrazón, pero hay gente dispuesta a pagar esas cifras y sostener este mercado»
Las cifras que baraja la marchante rozan la inmoralidad. «Este mercado es una locura teniendo en cuenta cómo va el mundo, hace tiempo que hemos entrado en la vorágine de la desproporción que, con alteraciones, continúa», reconoce la marchante que intervino en la venta de Inspectora social durmiendo, vendido en 2008 por la friolera de 32.2 millones de euros. Con ese precio, Freud se convirtió en el artista vivo más caro, hasta que perdió la poltrona. En la reciente subasta de la colección de arte del cofundador de Microsoft, Paul Allen, muerto de cáncer a los 65 años, en 2018, el listón de los precios ha tocado la liviandad con Gran Interior, WII, según Watteau, adjudicado por 72 millones de euros.
En tiempos de crisis económica, precariedades sociales de todo tipo y tensiones internacionales, el mercado del arte parece mofarse de propios y extraños. «Es una sinrazón, un despropósito total, pero hay gente dispuesta a pagar esas cifras y sostener este mercado». La galerista conoce como pocos la obra y la biografía de Lucian Freud. Discrepa de la idea muy extendida de que el artista cambió muy poco de estilo en toda su carrera. «Hay un cambio sustancial a mediados de la década de 1950, cuando pasa de la linealidad y la precisión al pincel más grueso y a trabajar de forma distinta la superficie del cuadro; coincide con el reto de Francis Bacon y sus choques de pintura, o los dos desafiándose mutuamente, porque yo no lo veo como competición», explica Pilar.
La Ordovas Gallery se ha incorporado a los homenajes a Lucian Freud en el centenario de su nacimiento con una exposición que explora los vínculos del pintor con los caballos y con las carreras de caballos a las que apostaba con frecuencia. En este ámbito conoció al ex brigadier, Andrew Parker-Bowles, exmarido de la reina consorte. Lucian le hizo extraer a Andrew la polilla del uniforme militar para pintarlo con las medallas honoríficas lustradas. El retrato de Parker-Bowles le capta repantigado, con peso de más desde que se embutía el traje militar, que ha quedado pequeño y le acentúa la barriga y la imposibilidad de que los botones alcancen los ojales que antaño abrochaban con holgura.
Así se ha mantenido Lucian Freud durante su carrera, estudiando la figura humana como en el arte primitivo, pero aplicándola con los medios actuales a un ex brigadier, un vecino malhechor, una inspectora de prestaciones sociales o un barón.
Fuente: https://www.publico.es/culturas/londres-celebra-centenario-pintor-hiperrealista-lucian-freud.html#analytics-seccion:listado