Los Periodistas

¿Comer solo?

El aventurero reflexiona sobre una frase: “No hay soledad más profunda, más hiriente, que la del que come solo”… Lo importante es «comer bien» y saber «para qué se come»

Por Jesús Manuel Hernández*

Un artículo leído en la prensa española le había despertado curiosidad y vuelto a épocas donde la reflexión le acudía al momento de la comida. Quizá muchos de sus nuevos amigos no habían sabido de esa etapa cuando el aventurero por voluntad propia se fue vivir con los cartujos de Sevilla y experimentó los llamados votos de “silencio” sumados a la pobreza, la incomodidad de las celdas, la disciplina, quizá lo más difícil, y donde la mente se permitía espacios sin contaminación externa para llegar a conclusiones verdaderamente trascendentes.

El artículo leído ponía sobre la mesa una frase tremenda “No hay soledad más profunda, más hiriente, que la del que come solo”. Tan solo haberla leído era como un nocaut al cerebro y por supuesto también al paladar.

Y entonces por la mente de Zalacaín pasaron algunas preguntas mientras saboreaba dos rebanadas de queso camembert acompañadas de membrillo y sorbía delicadamente un trago de Oloroso guardado del bullicio y las malas compañías. Era sin duda uno de los vinos con una misión particularísima: acompañar al comensal y a veces una rebanada de queso. ¿Es la charla un requisito para una buena comida, no acaso la soledad permite a la reflexión aflorar, como cuando se practica la meditación?

¿Cuántas veces la compañía se convierte en una piedra en el camino para la requerida concentración en el gusto, los sabores, los olores?

¿Cuántas veces Zalacaín había decidido cambiar de asiento en la mesa para evitar los malos modos, los invasivos perfumes y lociones, la mala costumbre de poner a toda la comida sal o limón antes de tan siquiera probar un bocado?

Un personaje alejado de la religión, conocido como el padre del “humanismo ateo”, Ludwig Feuerbach, filósofo alemán, había escrito en alguna de sus discursos “El hombre es lo que come”, una frase vuelta coloquial a lo largo de los años y donde se pierde el contexto original. Zalacaín lo recordaba, Feuerbach había escrito una investigación titulada “Enseñanza de la alimentación” y la frase completa era así:  «Si se quiere mejorar al pueblo, en vez de discursos contra los pecados denle mejores alimentos. El hombre es lo que come».

Un experto en la alimentación, el italiano Massimo Montanari, autor de varios libros y director de la brillante obra “Historia de la Alimentación” editada por Trea, cuyo volumen de 1101 páginas ocupa un espacio especial en la biblioteca de Zalacaín, dedicó un espacio a un apartado titulado “Comer juntos” atribuye el origen del “convite” a las raíces “cum vivere”, vivir juntos de donde se desprendía en la antigüedad la invitación a “vivir a un pan y a un vino” es decir a compartir dividiendo la comida,  evidentemente el texto ponía en valor la premisa de compartir la mesa como aspecto fundamental para ser humanos y la palabra “compañero” como derivada de “compartir el pan”, un asunto bastante profundo.

Por tanto la comida se convertía en un acto no solo de alimentación propiamente dicha, sino de acompañamiento, de definir un rumbo común entre quienes se sentaban a la mesa a compartir el alimento, no a pelear.

Y ese era otro aspecto muchas veces socorrido por Zalacaín, privilegiar esa frase tan conocida “más vale solo que mal acompañado”, bastante citada en esta reflexión de si es bueno o no comer solo, ¿cómo y con quien le gustaría compartir la comida, preguntaba Zalacaín?

¿Con un amigo, con un enemigo, con alguien similar, con los mismos gustos, o alguien con costumbres, modales y capacidades organolépticas diferentes?

A fin de cuentas el acto de comer no se limita al consumo, la ingesta del alimento para nutrir el cuerpo, para tener salud, también es una manifestación cultural y un acto de amor, de cariño, donde cada comensal se desprende de algo para compartirlo con el otro, de donde Zalacaín tenía por costumbre aquello de “pedir al centro” a manera de ofrecer el mismo plato a sus compañeros de mesa, quizá también un requisito para compartir el pan y la sal.

Hacía algunos años el aventurero había encontrado la obra de Ignacio Doménech Puigcercós, un cocinero e investigador catalán, autor de una docena y media de libros y editor de las famosas revistas “La cocina elegante” en 1904 y “El gorro blanco” mantenida por varios años, la colección alcanza precios muy interesantes para los expertos.

Don Ignacio escribió en una de sus obras, “Un festín en la Edad Media”: “… no hay que olvidar, que el día que el hombre sepa comer bien y por lo tanto reconozca la singular importancia que el arte culinario tiene, la vida de los pueblos será más próspera, debió a que bien nutridos, no sólo con aquellos alimentos que la ciencia ordena, sino también con los que el capricho demanda, trabajarán sus moradores sin fallecimientos de ninguna clase, a la vez que su carácter se transformará en afabilísimo, porque desaparecerán de entre ellos la infinidad de enfermedades y de disgustos que hoy los aniquilan, merced a la ignorancia que predomina respecto a tan universal asunto como es el saber lo que se come y para qué se come…”

O sea, lo importante no es si se come solo o acompañado, sino comer bien pero esa, esa es otra historia.

elrincondezalacain@gmail.com

*Autor de “Orígenes de la Cocina Poblana” Editorial Planeta.

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