Una exposición en los museos monográficos de los dos creadores en París muestra sus convergencias creativas
ÓSCAR CABALLERO / París / Servicio Especial / LA VANGUARDIA
En 1900 Pablo Picasso desembarca en un París que además de la Exposición Universal ofrece una vasta muestra de esculturas de Rodin. Con una, polémica, como eje: Las puertas del infierno. Hoy, los museos monográficos dedicados al escultor y al pintor, en París, se unen por primera vez en una exposición que traza una línea entre dos iconos, aquellas puertas del infierno y el averno de bombas del Guernica, como definición del arte confrontado a la realidad. Documentos, fotos y obras -en total más de medio millar de piezas- se distribuyen en seis exhaustivos espacios del museo ajardinado de la que fuera mansión de Rodin y en diez, no menos minuciosos, del palacete del Marais nacido de la sucesión Picasso.
El objetivo es el de relatar una hermandad creativa. Pero nadie puede asegurar que los dos hombres se hayan tratado. Rodin (1840-1917) tenía 41 años cuando nació Picasso (1881-1973) y el malagueño 36 cuando Rodin murió. John Richardon, en su Vie de Picasso , fecha un encuentro en 1906, “en el taller del Bateau Lavoir del común amigo Zuloaga”.
Puede que los dos creadores, que se llevaban 41 años, llegasen a coincidir en el taller de Zuloaga
Insolente, el joven Picasso, en un carnet de 1900, retrata al escultor con dos focas, la mofa que se cebaba en su estatua a Balzac, también expuesta en 1900. Pero en la pared de su taller barcelonés de las Ramblas había clavado una imagen de E l Pensador , recortada de la revista Pel i Ploma. Y el historiador de arte Werner Spies, responsable de la exposición Esculturas de Picasso y autor del catálogo razonado de esa dimensión de su obra llegó a referirse a un “periodo rodiniano”.
Catherine Chevillot y Virginia Pedrisot-Cassan, las comisarias de esta muestra por partida doble, los englobaron como “dos pensamientos en acción”; dos creadores, de ambiciones e influencia comparables, aunque en distinto contexto”. Y recuerdan que “Rodin reinventó la escultura, Picasso la pintura. Una nueva coherencia visual: expresionista en Rodin, cubista en Picasso”.
Imbuidos del arte de la Antigua Grecia y Egipto, querían más. Rodin se abrió al arte asiático y Picasso al ibérico y al africano. Rodin fue el primero en cuestionar el naturalismo: “Desde los 1880 su lenguaje expresionista provoca debates y polémica. Luego, Picasso romperá con otros códigos de la representación para plasmar ese nuevo ritmo de la vida, sin escapar a las dos dimensiones de la tela”.
Las comisarias proponen en síntesis “una relectura de ambas obras bajo el prisma de que modificaron el lenguaje artístico de sus contemporáneos”. Y “más que de señalar influencias se trata de subrayar dónde convergen ambas búsquedas”. Otra similitud: “el taller como espacio privilegiado de experimentación sobre formas y materiales”. Y “el trabajo seriado, la fragmentación, el ensamblado, desvío de función de un objeto, reflejan intentos singulares e innovadores. Un artista en movimiento constante explora un motivo en constante metamorfosis”.
Además del pedagógico catálogo (Gallimard) dirigido por ambas curadoras, los dos recorridos enseñan. En el Rodin, la visita repasa la relación con la naturaleza (“la materia, como paleta, como arcilla”); la nueva relación con la realidad; el desvío por lo primitivo; la puerta del infierno y Guernica ; y cuerpos y movimiento. El recorrido lo cierra otro tema en simbiosis, Eros y metamorfosis del cuerpo, con el que ambos (Rodin también con sus magníficos dibujos) “vulneraron normas artísticas y la moral de la época”.
En el Picasso, el cursillo arranca con la exposición de Rodin de 1900. Siguen, por ejemplo: el periodo rodiniano; el taller como laboratorio de formas (“allí donde, como alquimistas, transmutaban materiales”); Rodin en Meudon; Picasso en Boisgeloup (en 1895 Rodin y entre 1930 y 1936 el malagueño, “buscan fuera de París otro espacio y otra luz”); la serie como forma; Balzac; la práctica de la colección (ambos dejaron colección importante); biomorfismo; o el trabajo inconcluso. Porque el non finito, de Miguel Ángel, fue credo compartido. “Terminar una obra –definió Picasso– es sabotear el objeto, robarle el alma”.Lee también
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Fuente: https://www.lavanguardia.com/cultura/20210202/6215435/rodin-picasso-exposcicion-paris.html