Después del éxito de su alegato feminista ‘Brujas’, la periodista ha recibido el Premio Europeo de Ensayo por ‘Reinventar el amor’ (Paidós). En él, alerta de la inferioridad de la mujer en las relaciones sentimentales.
VANESSA GRAELL / Barcelona / EL MUNDO
Pocos meses después del #MeToo, la periodista Mona Chollet (Ginebra, 1973) publicó ‘Brujas’, un inmediato best seller en Francia, hoy traducido a 15 lenguas y ya convertido en un libro esencial del feminismo. Hace 10 años, ya escribió sobre la tiranía de la belleza como una forma perversa de alienación de la mujer en ‘Belleza fatal’. «Lamentablemente, no veo que hayan cambiado mucho las cosas en esta década», suspira desde su apartamento en París. La editora de Le Monde Diplomatique se atreve a ir más lejos aún con su último libro, que le ha valido el Premio Europeo de Ensayo: Reinventar el amor. Cómo el patriarcado sabotea las relaciones heterosexuales (Paidós). Chollet demuestra cómo el modelo de pareja heterosexual enmascara una dominación del hombre sobre la mujer incluso en las esferas más privadas e íntimas, incluso en las fantasías sexuales. «Somos prisioneros de unos esquemas de pensamiento inconscientes», lanza.
Pregunta: Habitualmente los ensayos sobre el amor suelen ser filosóficos, no estamos acostumbrados a un análisis tan feminista. Al final de su libro da la sensación de que el amor es un arma del patriarcado.
Respuesta: No diría tanto como un arma. El amor siempre se ha utilizado para asimilar a la mujer a la familia, al hogar, a los hijos, para privarla de su legitimidad en el terreno profesional o político. El amor es el terreno donde somos más vulnerables, queremos creer en él, es un lugar de realización de uno mismo. Pero nos vuelve más frágiles porque aceptamos cosas que no aceptaríamos en otras esferas de nuestra vida. Las mujeres tenemos tendencia a condicionar nuestra identidad al amor con un hombre. En parte, porque durante siglos lo que daba estatus social y económico a una mujer era el matrimonio. Estamos dispuestas a muchos sacrificios por amor. Hacía años que tenía ganas de examinar el amor desde un punto de vista feminista, precisamente porque queremos creer que es un refugio, un santuario. Bajo el imperio de los valores dominantes se nos ha inculcado que el amor es un tema femenino y que no vale la pena tratarlo. Si lo tomamos como un tema noble y elevado, solo los grandes filósofos masculinos hablan de amor, entonces sí es respetable. Pero si lo hace una mujer ya no es lo mismo: el tema se vuelve inocente, incluso estúpido.
P: Plantea que nuestros deseos e incluso fantasías sexuales están «fabricados» cultural, social y políticamente. ¿No hay una parte natural o instintiva?
R: Hay reacciones muy epidérmicas cuando se habla de este tema. Se suele decir que el amor no se escoge, que no se decide de quién nos enamoramos, que es algo misterioso… Queremos creer que hay una forma de libertad o ese algo instintivo, casi animal, pero en realidad está completamente construido por lo social. Solo a partir del momento en que lo aceptamos tenemos una oportunidad de llegar a una forma de libertad.
P: Usted denuncia que esa construcción social se basa en la «sublimación de la inferioridad de las mujeres». Como mujeres, es un poco duro aceptar eso.
R: Sí, es muy perturbador. Hay un eslogan de Gloria Steinmen por el que deberíamos guiarnos: ‘Erotizar la igualdad’. De momento, lo que erotizamos es la jerarquía. He querido detallar cómo sucede en todos los ámbitos, empezando por el físico, en el sentido estricto de envergadura: nuestro ideal es que el hombre sea más alto y fuerte. Después, aún persiste esa idea arcaica sobre lo que cada uno aporta a la pareja: el hombre aporta el estatus social, la riqueza, el saber, el talento, la capacidad… Sin embargo, los grandes atributos de la mujer siguen siendo la belleza y la juventud. Resulta difícil la idea de que un hombre pueda amar a una mujer más competente, más brillante, más alta y grande que él.
P: Es el modelo de mujer-muñeca del que ya hablaba Balzac: «esa estatura media que permite convertir a la mujer en un juguete, cogerla y volverla a dejar». ¿El estereotipo no cambia ni dos siglos después?
R: Los cambios de mentalidad son lentos, no es sorprendente que necesitemos décadas para imaginar otros ideales de relación. La exigencia física sobre la mujer sigue siendo brutal. Cada vez hay más jóvenes que se rebelan contra los estándares asfixiantes de belleza y que reclaman poder tratar su cuerpo igual como los hombres tratan el suyo. Pero solo hace falta remontarse al confinamiento de 2020. Al principio se decía que sería una liberación de la mirada exterior, que las mujeres podían dejar de seguir las normas de belleza: maquillarse, teñirse, depilarse… Pero no fue del todo así: las videollamadas seguían confrontando a la mujer con su imagen.
P: Uno de los capítulos más difíciles de su libro es el de la violencia contra las mujeres, en el que aporta ejemplos de asesinatos a manos de las parejas. Llega a escribir que «la violencia conyugal es una consecuencia lógica de los comportamientos prescritos a los hombres y las mujeres por las normas sociales». ¿La violencia de género está en el seno de la propia sociedad?
R: La violencia física se produce cuando cada uno ha integrado completamente su rol en el patriarcado. Aprendemos a valorizar a los hombres según el prototipo de macho, hay una erotización de la violencia masculina. Tanto en el cine como en literatura aprendemos a ver la amenaza como algo erótico. El desafío de ‘salvar a un hombre’ es algo muy perverso: hay tal recompensa social para las mujeres que se sacrifican, que se dedican al hombre, que curan, que perdonan, que comprenden… Está tan valorizado que un hombre violento se convierte en un desafío: nos decimos que como mujeres vamos a salvarlo, le justificamos porque nos decimos que sufre, que es infeliz; y vamos a liberarlo de sus demonios, vamos a ser aquella que lo va a cambiar. Por otro lado está la duda y la inseguridad hacia nosotras mismas en todos los aspectos, empezando por el miedo a ir solas por ciertas calles de noche. Siempre está ese miedo a decir una tontería, a no estar lo suficientemente arregladas… Y esa falta de confianza, esa inseguridad que llevamos integrada desde que crecemos, los hombres la usan para desvalorizar constantemente a la mujer: «es tu culpa porque me has puesto nervioso», «eres demasiado tonta».
P: Denuncia cierta complacencia hacia los artistas que han tenido comportamientos violentos o abusivos: Polanski, Picasso, Pollock… ¿La idea de «separar al hombre de la obra» le parece hipócrita?
R: Totalmente. Persiste la idea, para mí totalmente falsa, de que el arte autoriza a maltratar al entorno, que curiosamente resultan ser mujeres. Los artistas merecen tanto respeto que se les otorgan ciertos derechos, es algo que se mezcla con el concepto del ‘artista maldito’: para crear un gran arte hay que sufrir, ser infeliz, alcohólico, tener adicciones y problemas… El del artista torturado es un mito muy extendido y se le concede que maltrate a su entorno porque sufre. El arte no justifica ningún tipo de maltrato. Un artista lo es a pesar de sus adicciones, como dice Elizabeth Gilbert.
P: ¿Parte de la construcción del deseo contemporáneo viene de siglos de historia del arte con una mirada masculina?
R: Los museos no están llenos de cuadros espléndidos de cómo las mujeres desean a los hombres… Raramente vemos cómo se expresa el deseo de las mujeres hacia los hombres, ni en el cine ni en la pintura. Lo que resulta chocante es que cuando las mujeres han escrito sobre su deseo hacia los hombres a menudo han sido ridiculizadas. Le pasó a Annie Ernaux cuando publicó Pasión simple en 1991, fue horrible. Hay una reacción furibunda de muchos hombres que no soportan que una mujer exprese su visión del deseo. Por eso es necesario que las mujeres creemos nuestro propio espacio sobre cómo vemos a los hombres, sobre cómo les deseamos. Ya estamos empezando a crearlo, pero hay que enriquecerlo y expandirlo.
P: Entre estas nuevas ficciones que proponen otros patrones pone como ejemplo ‘Normal People’ de Sally Rooney.
R: La serie de televisión es muy diferente en el tratamiento de las escenas sexuales: vemos como él siempre se preocupa por las sensaciones de ella, de que esté cómoda y se sienta bien. Rompe con el cliché de que esa sensibilidad va a deserotizar la relación. Durante el rodaje emplearon a una coordinadora de intimidad, que es un nuevo trabajo en el cine. Y el resultado en pantalla es ejemplar, la demostración de que se puede crear un erotismo que no esté fundamentado en la dominación y el silenciamiento de la mujer.
P: ¿Por qué en el momento en que más se reivindica la igualdad, el feminismo parece más dividido que nunca? Usted misma ha sufrido críticas del feminismo más radical.
R: Es cierto que hay mucha violencia en los debates… Cuando este libro salió en Francia sufrí críticas y ataques de ciertos hombres conservadores conmocionados por el contenido, lo cual era predecible. Pero también de ciertas lesbianas radicales que consideraban que era un crimen no tratar de disuadir a las mujeres de tener relaciones con hombres. El hecho de hablar de un tema mayoritario, como el de las parejas heterosexuales, se percibía como una traición. Estoy convencida de que necesitamos ambos tipos de feminismo, el mayoritario y los minoritarios. No se pueden abordar las problemáticas de las mujeres diciéndoles ‘convertíos en lesbianas’.
Fuente: https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2022/11/02/63243f6321efa07e2b8b4595.html