Una semana después de la llegada de Joe Biden al Despacho Oval, charlamos con Barack Obama (Hawái, 1961) sobre sus miedos y frustraciones, la situación política global, el legado que deja Donald Trump y la pandemia de coronavirus que azota el mundo
JAVIER DEL PINO/ CADENA SER
Los comienzos nunca son fáciles. Tampoco lo fueron para Barack Obama (Hawái, 1961). Hijo de un economista keniano y una antropóloga estadounidense, su biografía está llena de curvas hasta llegar a la Casa Blanca. En sus memorias, “Una tierra prometida” (Debate), relata un episodio personal de cuando echó a andar su candidatura y nadie sabía quién era: “No todo el mundo estaba tan seguro de mis posibilidades. Gibbs me comentó que cuando se detuvo en un quiosco de Michigan Avenue para comprar una copia de la revista Time, el quiosquero indio echó un vistazo a mi fotografía y dio una respuesta de tres palabras: “Ni de coña”. Poco tiempo después de aquello, Obama se convertiría en el 44º presidente de Estados Unidos y el primer afroamericano.
Durante la conversación con Javier del Pino rememora su llegada a la Casa Blanca en 2009. Pero no la recuerda precisamente como un camino de rosas: “Me encontré en mitad de cinco crisis simultáneas. No tenía demasiado tiempo para reflexionar. El barco se estaba hundiendo y yo estaba achicando agua para asegurarme de que podíamos seguir a flote”. Y es que incluso la que un día fue la persona más poderosa de la tierra asume que hay cosas imposibles de cambiar. “Los gobiernos son, como yo suelo decir, buques transatlánticos, no lanchas motoras. Mover la maquinaria del estado hacia una dirección mejor, requiere un esfuerzo enorme. En las democracias hay muchas presiones para frenar; hay grupos de interés que hacen lo que pueden para que las cosas no cambien. Es más fácil parar algo que poner algo en marcha”.
La entrevista, en vídeo
Para entender quién es Barack Obama y el porqué de muchas de sus políticas hay que conocer su trayectoria vital. El Obamacare, la gran reforma sanitaria que dio cobertura médica a millones de estadounidenses, es uno de los grandes legados de su Administración. Cuenta en el libro que su madre, en sus últimas semanas de vida y muy enferma de cáncer, continuaba preocupada por el elevado costo de las facturas médicas y reconoce durante la conversación con Javier del Pino que “todos estamos marcados por lo que ocurre en nuestras infancias y en nuestras vidas”. Bajo su presidencia se impulsaron grandes programas sociales no solo en lo que respecta a la salud, sino también a la educación: “Yo no nací rico. Tuve que pedir créditos para poder ir a la universidad y eso me hizo entender mejor los problemas de los jóvenes que quieren ser algo en la vida pero no tienen los recursos para conseguirlo. Sus padres les quieres tanto como los padres ricos quieren a sus hijos, pero no tienen capacidad de proporcionarles ese apoyo. Y eso significa que el gobierno tiene que estar ahí para ayudar. Para darles una escalera hacia el futuro».
Los Estados Unidos que se ha encontrado Joe Biden a su regreso a la Casa Blanca, ahora como presidente, poco o nada tienen que ver con los que conoció como vicepresidente de Obama. Una pandemia que deja miles de muertos y una aguda crisis económica, una sociedad crispada que no confía en sus instituciones y un aumento de las tensiones raciales. Muy lejos quedan las llamadas a la unidad de Obama, como la famosa frase que pronunció en la convención demócrata y que recuerda en el libro: “No hay unos Estados Unidos negros, unos Estados Unidos blancos, unos Estados Unidos hispanos y unos Estados Unidos asiáticos. Hay sólo unos Estados Unidos de América”.
Las expectativas de cambio que generó su figura contrastaron, para muchos de sus votantes, con la tibieza de sus reformas una vez llegó al poder. Lo que en un comienzo desató una Obamamanía que llenaba estadios no tardo en transformase en frustración de los que esperaban más de él. “Por un lado, la ilusión que había en torno a mi candidatura me dio una cierta cantidad de capital político que podía ir gastando. Me hizo potencialmente más influyente en el ámbito internacional de lo que un presidente de Estados Unidos normal podría ser. Me permitía persuadir a otros países, sin tener que forzarlos, para que trabajaran con nosotros en asuntos importantes, pero lo que también implicaba era que la gente estaba proyectando muchos sueños y esperanzas en mi candidatura”, reflexiona. Cuenta que se tuvo que enfrentar a las prisas de un mundo que se mueve muy rápidamente y en el que la gente desea ver resultados rápidamente: “Lo bueno es que yo nunca me creí mi propia popularidad. Era consciente de mis limitaciones”.
En el ámbito internacional, Obama es recordado como el artífice del deshielo de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba que culminó con su visita a la isla. La primera de un presidente estadounidense en 90 años. También marcó un hito en su política exterior el acuerdo nuclear firmado en 2015 entre Irán y otras seis potencias mundiales (Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania) después de más de dos años de intensas negociaciones y que Trump rompió poco después de hacerse con el poder. A Juanjo Millás se “le cortó el aliento” leyendo una parte de sus memorias, en la que relata cómo vivió la operación que acabó con la muerte del líder de Al Qaeda, Osama bin Laden. No era una sorpresa que una parte de mi trabajo implicara ordenar que mataran personas” y se pregunta ¿qué le habría dicho si alguna de sus hijas le hubiera preguntado en qué consiste su trabajo y por qué incluyó esa frase en el libro? Obama no duda un segundo: “Lo hice muy intencionadamente. A menudo describimos la guerra o la lucha contra el terrorismo en términos asépticos (…) la guerra, a veces, es necesaria. No me arrepiento de haber dado la orden a la operación que acabó con la muerte de Bin Laden porque estaba planificando el asesinato de gente inocente, algo que ya había hecho antes. Lo mismo vale para muchas otras redes terroristas”, expone durante la entrevista. Aunque reconoce que “incluso las guerras necesarias conllevan cosas muy terribles. Y eso, es algo que pesa en mi consciencia. Y tiene que ser así. Yo desconfiaría de un líder que no reflexionara sobre esto, que no le afectara”.
Obama no se esconde y admite abiertamente que un líder tiene que tomar decisiones que implican contradicciones con sus propios valores, aunque su apuesta continúe siendo un mundo “gobernado más por la cooperación que por el conflicto”.
En cuanto a la izquierda política y a las políticas progresistas se muestra esperanzado en que en un futuro sean los jóvenes los que consigan llegar más lejos de lo que llegó él. Entiende la impaciencia y se une a las críticas por el lento avance o, incluso, el retroceso, en cuestiones como el racismo, los abusos policiales como el de George Floyd el pasado verano, el cambio climático o la creciente desigualdad. “Lo que me gusta decirme a mi mismo es que en mi tiempo, cuando asumí el cargo de presidente en el 2008, inspiré a los jóvenes e hice avanzar una cierta cantidad de expectativas, y es precisamente porque tuvimos éxito con los acuerdos de Paris o con la reforma sanitaria por lo que pudimos consolidar ciertos avances para que lleguen nuevos políticos, suban las expectativas todavía más arriba y así progresemos”.
Después de cuatro largos años con Donald Trump al frente de la mayor potencia del mundo en los que ha tratado de mover todos los resortes del Estado a su antojo y que culminaron poniendo al propio sistema en jaque durante el asalto al Capitolio, Estados Unidos abre un nuevo capítulo en su historia con Joe Biden al frente. Aunque Obama avisa: “Una de las alegrías y también frustraciones de la democracia es que tienes que llegar a compromisos, y no puedes llegar nunca a lograr el 100% de lo que quieres. La buena noticia es que, gracias a la democracia, Donald Trump tampoco logró el 100% de lo que él quería”.
De hecho, la primera urgencia que debe abordar la nueva Administración es el control de la pandemia que en el caso de Estados Unidos se ha cobrado ya medio millón de víctimas. El presidente Trump llegó a insinuar durante una rueda de prensa que podría ser positivo beber lejía para combatir el virus y, aunque Obama reconoce que esta situación hubiera desbordado a cualquier presidente, también señala que “si el gobierno de EEUU hubiera sido más responsable y más eficaz, se habrían salvado vidas y la enfermedad no habría tenido un efecto tan devastador”.
Fuente: https://cadenaser.com/programa/2021/01/30/a_vivir_que_son_dos_dias/1611996624_047912.html