ALMUDENA DE CABO / BBC MUNDO
Kristina Svensson vivía feliz con sus dos hijos y su marido en el centro de Berlín. Tenía 38 años, se sentía sana y muy en forma, tanto que cuando se descubrió un pequeño bulto en el pecho izquierdo pensó que no sería nada. Cuando su doctora le dio el diagnóstico de que tenía cáncer de mama no se lo podía creer y pensó que se había confundido.
La historia de Kicki, como la llaman sus amigos, no es diferente al de otras muchas pacientes de cáncer: un pequeño bulto descubierto en una revisión o en casa, que acaba siendo cáncer.
Todas las mujeres oímos este tipo de historias, pero intentamos no pensar demasiado en ello y continuamos con nuestras vidas con la esperanza de que en nuestro caso, la amenaza se quede solo en eso, una amenaza.
Pero por mucho que no pensemos en ello, las contundentes cifras están ahí. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cerca de una de cada 12 mujeres enfermarán de cáncer de mama a lo largo de su vida. Esta enfermedad se ha convertido en la principal causa de mortalidad en las mujeres y su diagnóstico precoz es determinante.
Para Kristina, sueca afincada en la capital alemana desde hace casi dos décadas, este análisis temprano fue determinante para que hoy, casi seis años después, pueda contarnos su historia. A continuación la reproducimos en primera persona, tal y como nos la contó a BBC Mundo.
Era finales de noviembre de 2016. Me acuerdo que estaba en la cama y como hacía un poco de frío me puse las manos en las axilas para calentarlas. Fue así como noté algo en el pecho, algo duro del tamaño de una semilla de limón pequeñito.
Era algo que no había notado antes. Aparte del bultito no tenía nada más. Me sentía muy bien. Estaba en una fase de mi vida con muy buena salud.
En ese momento pensé que seguramente no sería nada, pero como dos semanas después tenía mi revisión anual del ginecólogo aproveché para que me lo miraran. Si no hubiera tenido la cita ya prevista, puede que hubiera esperado algo más y mi pronóstico hubiera sido diferente.
Mi ginecóloga lo tocó y me dijo que si bien seguramente no sería nada, me pidió que fuera a hacerme una mamografía.
Todo fue muy rápido. Me hicieron la mamografía, pero las imágenes parecían normales, por lo que decidieron hacer una biopsia. Tomaron una muestra y la mandaron analizar.
Diagnóstico
Unos días después me dieron el resultado. Mi ginecóloga me llamó para decirme que ya estaban los resultados y que fuera a verla. Era un viernes y ese fin de semana me iba a Zúrich a hacer un workshop para ser entrenadora, por lo que le pedí esperar al lunes.
Cuando fui a verla me dijo que era cáncer y que seguramente necesitaría quimio. No me acuerdo muy bien qué me dijo, porque estaba en shock.
Me acuerdo de pensar que se habría confundido con los resultados. Me acuerdo de mirar el papel que ella tenía delante para ver si realmente tenía mi nombre. Me parecía todo tan absurdo que no podía ser. Me sentía bien y sana y ella me decía que no, que estaba enferma.
Salí de la consulta y de camino a casa llamé a mi marido y a mis hermanas para decírselo. Entré en casa y cenamos todos juntos como si nada. Una vez acosté a los niños, hablé con mi marido intentando recordar lo que me había dicho mi ginecóloga.
Me acuerdo muy bien de ese día. Era el lunes 19 de diciembre, el día del atentado de Berlín en el mercadillo navideño. Cuando estábamos hablando nos empezaron a llegar mensajes de amigos que nos preguntaban si estábamos bien.
Fue un momento muy absurdo, porque era como si la gente supiera lo que había pasado, hasta que nos dimos cuenta de que había habido un atentado en Berlín. Nos pasamos la noche contestando a todo el mundo: «Estamos bien, no ha pasado nada», pero la verdad es que no estábamos bien.
Al día siguiente, fui con mi marido al Hospital Charité para que me explicaran todo el proceso. Ahí fue cuando realmente nos enteramos de todo en detalle.
Me contaron que había que hacer primero una operación y después quimioterapia. Era el 20 de diciembre y querían hacer la operación antes de Navidad, el 22 o 23 de diciembre, pero decidimos hacerla entre Navidad y Año Nuevo para dejar a los niños en Suecia.
Fue en esos días cuando se lo contamos a los niños. Nuria tenía entonces 3 años y medio y Adrián casi 7 años.
Les dijimos que habían encontrado un bulto y que me tenían que operar para sacarlo. Nunca usamos la palabra cáncer cuando hablé con ellos para no asustarles.
Me acuerdo que después de haberles explicado todo, Adrián me miró y me dijo: «Mamá, ¿tienes cáncer?»
Me acuerdo muy bien de ese momento. No sé cómo conocía el cáncer, pero los niños entienden mucho más de lo que uno piensa. Decidimos explicarles siempre todo, pero siempre intentando decirles que no estaba enferma, pero que me lo tenían que quitar para no ponerme enferma y que después me tenían que dar un tratamiento muy fuerte para evitar que me pusiera enferma.
La gran pregunta, ¿por qué yo?
Yo no cabía en el típico grupo de riesgo alto. Era relativamente joven, no tenía 40 años, nunca he fumado, he hecho mucho deporte, he tenido dos hijos y les he dado el pecho, por lo que decidieron hacerme una prueba para ver si se trataba de un cáncer por una mutación genética.
Salió negativo, algo que me alivió mucho, porque piensas en que lo puedan tener los niños en un futuro. Además, el tipo genético va acompañado normalmente del cáncer de útero. Si hubiera salido positivo, me hubieran quitado el útero por precaución.
El cáncer fue mala suerte. Nunca sabes por qué. Al principio estaba más preocupada por el por qué, por si había hecho algo malo, pero rápidamente aparté este pensamiento.
A punto de hacer metástasis
El día 28 de diciembre tuve la primera operación. La doctora decidió intentar sacar en un primer momento solo el tumor y todo lo que pudiera estar afectado sin hacer una masectomía.
Me quitaron un trozo del pecho y el ganglio linfático principal que tiene la conexión directa con el pecho.
Cuando me desperté de la operación recuerdo que vino la doctora para decirme que en el ganglio sí que había células modificadas, pero que estaban encapsuladas. Era un signo de que aún no se había extendido, pero estaban a punto de hacer metástasis. Lo pillamos en el último segundo. En el tumor del pecho que sacaron ya estaban abiertas, en el segundo estadio.
Al analizar los bordes del corte de donde habían sacado el tumor vieron que aún había células cancerígenas y que había que hacer una segunda operación para estar seguros.
Al final quitaron unos cinco centímetros. Como un trozo de tarta. Ahí fue cuando supimos qué tipo de cáncer era.
Yo tenía lo que se llama el triple positivo, que es un cáncer que se alimenta de hormonas (estrógeno y progesterona) y también de un receptor que se llama HER2. Crece muy rápido. Es un cáncer muy agresivo.
«Mirad, mi mamá no tiene pelo»
Después todo fue muy rápido. Fue como tener un trabajo a tiempo completo. Cada día tenía un tratamiento y me tenía que poner inyecciones en casa. Primero me mandaron hacer muchas pruebas para ver si había metástasis en alguna parte del cuerpo.
Ese tiempo de incertidumbre es horrible, te da tiempo a ponerte en lo peor. No sabes si te van a decir que te quedan solo unos meses de vida. Pero todo salió bien.
Mis hijos lo tomaron muy bien. No sé hasta que punto lo entendían. Me acuerdo del primer día que fui a buscar a Nuria a la guardería cuando ya no tenía pelo. Lo primero que hizo fue correr hacía mí, quitarme el gorro y gritar a todos sus amiguitos de la guardería: «Miren, mi mamá no tiene pelo» y todos venir a tocar mi calva fascinados. Ellos no ven lo malo.
Mi familia me ayudó mucho a mantener la cabeza distraída. No había tiempo para pensamientos negativos. Lo que les decía a mis hijos fue como un mantra que también me ayudaba a mí misma: «Tenía un cáncer pero ya me lo han quitado y ahora solo van a darme una medicina fuerte para que el bulto nunca vuelva». Repitiendo eso tantas veces me lo creía yo también.
Me hicieron todas las pruebas y me dijeron que me iban a dar dos tipos de quimio distintas juntas, más inyecciones de anticuerpos y también radioterapia.
La inyección de anticuerpos es un tratamiento que hace diez años no existía por lo que este tipo de cáncer de triple positivo tenía otro diagnóstico mucho peor.
Pierdes el control sobre tu cuerpo
Cuando me dieron el papel de todo lo que me podía pasar durante la quimio, me fui a la peluquería, entré y le dije al peluquero que podía hacer lo que quisiera: «Tienes manos libres».
Me acuerdo que el peluquero me miró y me dijo: «¿Qué? ¿Es una broma?» y yo: «No, haz lo que te parezca porque seguramente en dos semanas ya no tendré pelo». Y me cortó el pelo muy corto y asimétrico, que a lo mejor en otro momento no me hubiera atrevido.
En este tiempo pierdes el control. Todo el mundo decide a dónde tienes que ir y qué tomar. Tampoco tienes control alguno en cómo reacciona tu cuerpo, es como si te hubiera traicionado en cierta manera. Pierdes la confianza en tu cuerpo.
Ir a la peluquería era como una pequeña sensación de: «vale, voy a perder el pelo, pero primero yo lo voy a cortar. No se va a caer de largo». Era un pequeño control mío, porque después estás en manos de médicos y tratamientos.
Sin energía ni para decir una palabra
En general, durante todo el tiempo mi cuerpo soportó el tratamiento bastante bien.
Como una semana después de la quimio estaba como un zombi. Me sentía muy mal. Tenía muchos efectos secundarios, pero la segunda semana estaba un poco mejor y podía llevar a mis hijos a la guardería y estar más con ellos.
Pero los días que estaba mal no tenía energía para nada. Había días que no podía ni hablar y con niños pequeños era muy complicado. La sensación de no tener energía para mi familia fue muy duro.
Les decía que se tenían que ir y dejarme, porque no podía hacer nada, no podía oír ruido, no podía contestar cuando alguien me hablaba.
Cuando terminé con la quimio, me dieron una semana de descanso y empecé con la radioterapia. Era cada día. Primero me pintaban en el pecho unas cruces donde tenían que dirigir la máquina y después me metían en un tuvo donde me daban indicaciones de cómo tenía que respirar para que hubiera más distancia entre el corazón y la zona que recibe la radiación.
No notas nada. Hay mucho ruido y es incómodo y te sientes desnudo, pintado, con luces y es desagradable, pero son diez minutos máximo. Sé que hay otros a los que se les irrita la piel o se les quema. Yo básicamente estaba cansada. Una cosa al día me robaba toda la energía. Podía ir al hospital a hacer el tratamiento y ya está.
Finaliza el tratamiento y ¿ahora qué?
En febrero de 2018 me dieron la última inyección del tratamiento de anticuerpos. Es una sensación muy rara, porque cuando estás dentro de la maquinaria, vas cada día, no tienes control, sigues lo que te dicen, dónde tienes que estar y lo que tienes que hacer. Cuando llega el último día es como una sensación de «y ahora qué, ahora qué hago». Es una sensación buena, porque has llegado al final, pero también es una sensación de «y si me pasa algo ahora, ¿quién se dará cuenta?» Da vértigo tomar de nuevo el control.
El primer año iba cada tres meses a un control. Después, cada seis meses y a partir del quinto año es una vez al año. Da miedo ir a la revisión. Al principio, porque los primeros años el riesgo es más elevado de que vuelva.
Cuando terminé todo, lo que hice bastante rápido fue quitarme el puerto de las venas, aunque normalmente se deja cinco años por el elevado riesgo de que vuelva el cáncer. No quería tener ese bulto que me recordara cada día que podía volver el cáncer.
También decidí hacerme un tatuaje donde la cicatriz del pecho, también un poco con la misma filosofía del pelo, de volver a tener control sobre mi cuerpo. Sí, me han pasado cosas que no he podido controlar, pero ahora voy a decidir yo cómo continúa todo y qué hacer, así que en lugar de la cicatriz, algo bonito.
Como solo me quitaron una parte del pecho, tengo uno más pequeño que otro. Fue como si quitaran un trozo de tarta y la volvieran a cerrar. Es un pecho que termina más arriba. La cicatriz va del pezón hasta fuera como si cortaras una tarta. El tatuaje no está exactamente dentro de la cicatriz, pero está al lado.
«Ahora no me siento obligada a hacer nada»
Normalmente en el día a día, no pienso nada. Lo olvido. Pero claro, cuando leo títulares como, por ejemplo, alguno que diga: «Tuvo cáncer en 2005 y 15 años después le volvió y tiene metástasis», me da un vuelco el estómago. Me digo, no, eso no puede volver.
Lo que ha cambiado tras el cáncer es que si hay una situación que me quita mi energía, no la hago. No me siento obligada a hacer nada. Soy más selectiva con quién puede tener mi energía y quién no. Qué situación me apetece y cuál no. Puedo decir no y no tener mala conciencia.
Antes me sentía obligada a hacer cosas que quizás no quería hacer, por no quedar mal. Pero ahora ya no me pasa. Es algo que debería hacer todo el mundo. Las cosas pueden cambiar muy rápido y nunca sabes. No gastes el tiempo y la energía en lo que no vale la pena.
Recomendación a otras mujeres: vayan rápido al médico
Como consejo es difícil, porque cada caso es distinto. Es peligroso comparar. Es muy individual. Cada diagnóstico es distinto.
Mi consejo es intentar tomarlo paso por paso, porque no tienes control. Es todo demasiado grande.
Pero, sobre todo, les diría que si encuentran algo raro que vayan rápidamente al médico.
En mi caso lo detectaron a tiempo y eso es lo más importante. Si no hubiera ido a mirar el bulto creo que hubiera sido fatal, habría tenido metástasis y mi situación habría sido mucho más complicada.
Por eso es muy importante, cada vez que notamos algo, preguntar. La mayoría de las veces no es nada, pero a veces puede ser.
Me viene a la cabeza el dicho de: «Si oyes cascos galopear detrás de ti normalmente es un caballo y no una cebra». Para mí significa que la mayoría de las veces no es nada grave. Suele ser un bulto sin gravedad. Por eso es importante ir a mirar. No tener miedo, porque normalmente no es una cebra.
Fuente: https://www.bbc.com/mundo/noticias-63261550