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El maquillaje, la mercancía del siglo XXI contra la tristeza | La Lectura

La escritora canadiense Daphné B. reflexiona en ‘Maquillada’ sobre el impacto de los cosméticos para una generación obsesionada con el ‘selfie’.

La escritora Daphné B., autora de ‘Maquillada’. BLATT & RIOS

DARÍO PRIETO / LA LECTURA

«Dado que modifica nuestro rostro, el órgano central de la ‘cultura del selfie’, es posible que el maquillaje esté camino de convertirse en la mercancía del siglo». Para la escritora y traductora canadiense Daphné B. (Montreal, 1990) los cosméticos son algo más que unos polvos mate o una barra de labios. Forman una parte indisoluble de su vida, igual que de la de millones de personas como ella, tal y como cuenta en ‘Maquillada’ (Blatt & Ríos), un ensayo con tintes poéticos y autobiográficos que llega a España traducido por Cecilia Pavón.

‘Ensayo sobre el mundo y sus sombras’ es el subtítulo de esta obra sobre una industria que mueve medio billón de dólares anuales en el mundo (según la estimación de la investigadora Sarah Holm Johansen) y que vive en una constante expansión debido a la importancia de las redes sociales.

A veces se ensalza el maquillaje como herramienta empoderadora y otras se denigra por su falseamiento de la realidad. Los vídeos de tutoriales cosméticos acumulan miles de millones de reproducciones en YouTube y los políticos llaman a que se controle la modificación de la cara mediante herramientas virtuales. «El mundo en el que vivimos es paradójico. Y el maquillaje es una herramienta igualmente paradójica: dependiendo del contexto puede ser vista como un signo de conformidad social o de oposición al sistema», explica Daphné B. a ‘La Lectura’. «No hay forma de vivir en esas contradicciones. Es una disonancia cognitiva que enraíza con muchos de nuestros problemas: el estrés, la ansiedad, la vergüenza y la tristeza en los que vivimos. Por eso nos identificamos con los ‘influencers’, porque muestran sus defectos, sus caídas», plantea. «Conectamos a través de la vulnerabilidad, que es uno de los requisitos, junto con la franqueza, para que haya una conexión entre personas. Pero esa vulnerabilidad se ha transformado en un ‘punto de venta».

«Lo que hemos contemplado en estos años que llevamos con internet es una transformación que nos deja un profundo sentimiento de pérdida», lamenta la escritora. «Y, al menos en mi generación, de nostalgia anticipada. Sentimos que vamos a perder y vemos todo con este filtro nostálgico». Por eso es tan importante para ella el ritual de maquillarse. «Porque los rituales nos ayudan a navegar a través de este sentimiento de pérdida. Es decir, que tener una visión más cíclica del tiempo, en lugar de la lineal (con estas ideas del comienzo, la progresión, etcétera), nos puede ayudar a reformular la aceleración y la pérdida», plantea. «Los ciclos también nos hacen conscientes de nuestro entorno, sabemos que las cosas ‘regresan’, por lo que hemos de preocuparnos por ese retorno si no queremos que eso vuelva y nos ‘muerda».

MATERIA ADICTIVA

Igual que esas ‘influencers’ de las que habla, Daphné B. desnuda sus imperfecciones en el texto. Y de esa forma se entiende mejor que haya marcas que apelen al ecologismo y a estar en contra del maltrato animal (con etiquetas que señalan que sus productos no han sido testados en mamíferos), pero luego empaqueten sus sombras de ojos y perfiladores en innumerables y contaminantes envases.

«Siempre y cuando el mercado siga transformando el maquillaje en algo que se puede comprar y vender, estará contento. Pero, como digo en el libro, la mercantilización no se limita a los objetos físicos. Vendemos sentimientos como el amor, la conciencia ecológica o el deseo. Y también conceptos como el autocuidado», apunta la canadiense.

Así, «el discurso del libro no es que el maquillaje sea bueno o malo. Más bien es una forma de ver el mundo mediante un objeto que es también una mercancía». ¿Igual que un estupefaciente? «Nunca he pensado en el maquillaje como una droga, pero cualquier cosa puede ser adictiva. En este caso, es un sistema de recompensa que crea adicción», concede.

Tampoco lo ve «como una herramienta de control social, desde el momento en que no se impone a nadie», formula. «Siento que la manera en que alguien se presenta a sí mismo está influida por las normas sociales. Pero, al menos en Occidente, maquillarse es una elección que hago cada día. Y eso es para mí lo contrario al control social». E insiste en lo contradictorio y paradójico: «A veces el maquillaje puede ser usado para resistirse a determinadas normas, puede ser subversivo (como un chico que se maquilla en un tutorial), del mismo modo en que puede reproducir esas normas».

Pero quizá haya que empezar a desechar todos esos planteamientos ante la novedad que plantea la cultura del ‘selfie’. «Ésta ha influido de manera drástica en la industria del maquillaje», sentencia la ensayista. «Ha ayudado a su expansión porque es un producto visual y la vista es uno de los sentidos más solicitados, porque las redes sociales se estructuran básicamente en torno a imágenes y vídeos. Es más fácil ver. Y como es también un producto que se usa para transformar, nos encanta consumir este formato. Por ejemplo, un vídeo de alguien que empieza con la cara lavada para hacer una transformación total con maquillaje es algo muy satisfactorio de ver, como lo es ver un vídeo de alguien decorando una tarta. Es muy efectivo desde el punto de vista de la narrativa: hay un comienzo y un final. Y anhelamos ver cómo queda».

De esta forma, se ha conseguido conquistar muchos nuevos nichos de mercado: «Ahora tienes todo tipo de colores que nunca se habían visto antes, pigmentos bicromáticos y multicromáticos, que es la última bomba»

¿Qué lugar ocupa el nuevo feminismo en este escenario? «Hay muchísimos discursos en el feminismo y algunas feministas chocan con otras», responde Daphné B. «Personalmente, siento que a veces he sido juzgada por otras mujeres por el hecho de llevar maquillaje o por querer ser femenina a la manera típica. Se me reprochaba que era una forma de atraer la mirada masculina para ser seductora. Algunas ven en la coquetería algo de lo que avergonzarse».

«Si tomamos el caso específico de los cosméticos, esto sucede porque no ha sido hasta hace relativamente poco (unos 150 años) que han entrado en nuestras vidas diarias», prosigue. «Todo gracias a Hollywood, porque el hecho de que las actrices se maquillaran hizo aceptable, de la noche a la mañana, algo que hasta entonces estaba asociado a las trabajadoras sexuales«.

DE LA MINA AL ‘GLOSS’

«Hay una larga historia de feministas, o presuntas feministas, que son abolicionistas o contrarias a las trabajadoras sexuales. Yo entiendo la prostitución como una elección, y eso supone un desafío, al enfatizar su poder sexual, un poder del cual pueden beneficiarse. A lo largo de la historia, la sexualidad de la mujer ha dado miedo. La promiscuidad femenina tiene el poder de desestabilizar las reglas, el orden de las cosas y los ‘clubs de chicos’ del mundo».

‘Maquillada’ pone igualmente el foco en un asunto no muy conocido. La mayoría de los productos de belleza iridiscentes vienen de la mica, uno de los compuestos del granito, en cuya extracción intervienen hasta niños de la India (tal y como contó la periodista Lexy Lebsack para ‘Refinery 29’) y que resulta muy contaminante. «Lo de la mica es un ejemplo muy interesante, porque cuando esto salió a la luz el mercado reaccionó creando mica artificial en laboratorios», apunta la autora. «Recuerdo la marca Luss, supuestamente comprometida, que atajó el asunto diciendo: ‘No vamos a usar mica de las minas porque es difícil saber si ha sido obtenida de manera ética’. Y lo usaron como una oportunidad de reforzar su imagen. Es hipócrita, porque la solución real no pasa por crear el mineral en un laboratorio, sino por pagar mejor a los mineros que, de este otro modo, pierden sus trabajos. Que tengan más seguridad, mejores condiciones laborales y que puedan permitirse mandar a sus hijos a la escuela para no tener que llevárselos a la mina con ellos».

LA BÚSQUEDA DE LA BELLEZA

Aunque considera que «el maquillaje no está intrínsecamente ligado a la belleza, sino más bien a la transformación, como una tecnología del cuerpo», Daphné B comenta, citando a la pensadora franco-israelí Eva Illouz, que «con el final de la endogamia, el atractivo puede considerarse ahora una herramienta de influencia social». Es decir, que «el atractivo se convierte en un activo, no sólo para ‘aparearse’, sino también para atraer visibilidad y construir una marca personal».

«Tendemos a vernos como individuos indefinidamente ‘perfectibles'», concluye sobre esta idea posmoderna de la búsqueda de la belleza. «Así que se da esta sensación, por ejemplo en los ‘youtubers’ que sigo, de que el cuerpo es algo que siempre se puede ‘alterar’. Y esa creencia puede ser adictiva, porque nos da una sensación de control: control sobre cómo nos vemos, control sobre nuestras vidas… y, en última instancia, control sobre nuestra muerte«.

ADIÓS, SEPHORA; HOLA, INSTAGRAM

Otro efecto de la ‘cultura del selfie’ ha sido una reestructuración del negocio, apunta Daphné B. «Los ‘influencers’ empezaron a crear sus propias marcas de belleza y en los últimos 10 años ha habido un ‘boom’ de éstas. Las grandes firmas han perdido parte de sus consumidores en favor de las nuevas, las ‘indies’, gracias a las nuevas tecnologías. Es decir, que ya no les hacía falta vender en Sephora, sino tan sólo anunciarse en Instagram y YouTube»

CONTRA LOS ÍDOLOS DEL ‘MAKE-UP’

Una de las figuras más criticadas en el libro es Grimes, cantante, compositora y autodenominada «antiimperialista», que en 2018 anunció su relación con Elon Musk, el hombre más rico del mundo

Fuente: https://www.elmundo.es/la-lectura/2022/10/17/6348f34021efa08c0b8b45a1.html

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