Los Periodistas

La fragilidad del cuarto poder

Por Luis Martínez

Pregunte usted a cualquier persona adulta joven sobre alguna noticia reciente que recuerde, por ejemplo, la muerte de la reina Isabel ll, el alza de algún producto o el escándalo de algún personaje público, y después pregunte dónde lo vio, cuál es su fuente. La respuesta más común será en redes sociales o mencionará alguna de ellas.

Cada día existe menos arraigo e identificación con las marcasperiódicos y noticieros, y por lo tanto la prensa se diluye en una complicada maraña de mil cabezas hablando de lo mismo todo el día, todo el tiempo.

El periodismo se enfrenta a una dura crisis de credibilidad, afectada por diversos factores generacionales, tecnológicos, políticos y culturales y que se profundiza en escenarios de violencia, estigmatización y persecución por parte del poder.

No son pocos los autores que han señalado al término «Cuarto Poder» como un lugar común obsoleto que desdibuja la verdadera posición de la prensa en la cultura socio-política de las naciones, particularmente en tiempos donde la comunicación masiva desde los medios socio-digitales han cambiado las dinámicas de consumo de la información entre las llamadas audiencias.

Gracias a la trampa de este lugar común, hoy la sociedad es incapaz de distinguir los roles entre quienes hacen de la información un derecho humano y para quienes es una mercancía.

Es muy importante distinguir entre quienes ejercen el periodismo como fuerza laboral y vocación, es decir la tropa, y quienes con el periodismo construyen una relación de conveniencia con los poderes públicos y económicos, es decir la élite del periodismo.

Enfrentan a los otros poderes en diferentes circunstancias y condiciones: mientras la tropa lo hace desde la precarización, los riesgos de las coberturas, la censura, la intimidación o la violencia, la élite directiva de la prensa, negocia contratos, convenios, ejecuta órdenes y construye percepciones con columnas de opinión y tuits.

Las redes socio-digitales y nuestra relación cotidiana con el ecosistema digital nos lleva a confundir en un ruido permanente entre información, opinión y entretenimiento.

La creciente industria de la desinformación permitió la proliferación de difusores de posverdades que se hacen pasar por medios. Consultorías que invierten miles de pesos en fijar emociones y construir narrativas que influyan en la percepción mediante las redes sociales.

Hoy quienes gobiernan van más allá de construir con convenios su propio séquito de medios aliados, también crean sus propios canales de información, sus mañaneras a modo, sus noticieros, sus verdades pautadas, sus plataformas, desde las que fabrican amigos y enemigos.

Y el famoso algoritmo les ayuda, porque gracias a él, la información llega a la audiencia indicada, llega filtrada, segmentada y calculada para que coincida con sus posiciones y pensamientos, amplificando una polarización, que inhibe cualquier debate o intercambio de ideas.

Como dijera Fito Páez«en tiempos donde nadie escucha a nadie, en tiempos donde todos contra todos, en tiempos egoístas y mezquinos» el ruido en la red ha creado una sociedad que no confía en la prensa.

Esa fragilidad desafortunadamente afecta a quienes en el periodismo están en el eslabón más débil: una amplia mayoría que todos los días busca ganarse la vida informando, arriesgándose y viven bajo la estigmatización de las voces del poder; mientras un puñado de opinadores a sueldo se buscan confundir entre ellos mientras aplauden y obedecen la voluntad de quien les garantiza sus privilegios del sexenio.

Hasta la próxima.

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