Los Periodistas

«El ‘smartphone’ es una amenaza para los libros» | LaLectura

La filósofa estadounidense Zena Hitz publica ‘Pensativos. Los placeres ocultos de la vida intelectual’, un ensayo en el que reflexiona sobre la plenitud asociada al estudio y la fragilidad de unos individuos incapaces de leer a los clásicos

HEATHER CROWDER

JULIA VALDEÓN / LA LECTURA

Profesora en el St. John’s College (Maryland, EEUU), Premio Hiett de Humanidades 2020, Zena Hitz abandonó una carrera meteórica como especialista en filosofía griega tras los atentados del 11-S para ingresar en una comunidad religiosa, consagrada al cuidado de los pobres. Posteriormente regresó a la universidad, donde ha fundado un novedoso curso de tutoría a distancia. En ‘Pensativos’ escribe sobre la utilidad de lo teóricamente inútil, la devoción por el aprendizaje y la crisis de los modelos educativos. Sus indagaciones apuntan directas al cableado de un mundo donde la lectura de los grandes libros pierde terreno frente a la miríada de estímulos proporcionados por las redes sociales y el carnaval audiovisual. Hitz apuesta por el aprendizaje sin obsesionarse con las consideraciones utilitarias más inmediatas, de tipo político o económico.

En una entrevista reciente alertaba de que la vida intelectual está dejando de concebirse como un patrimonio común.

Los seres humanos perciben, reflexionan y piensan. Lo hacemos automáticamente, pero nuestra percepción, reflexión y pensamiento se desarrollan, se hacen más ricos y profundos, más sofisticados, flexibles, creativos y ágiles, gracias a la lectura y la conversación. Para florecer, tanto individual como colectivamente, necesitamos desarrollar nuestra percepción y nuestro pensamiento, y esto es así con independencia de cuál sea nuestro estatus y nuestro camino en la vida. Y los sistemas educativos actuales nos tratan como plataformas vacías, que necesitan ser programadas para llevar a cabo las tareas ordenadas por otros.

Leemos menos y, encima, nos cuesta leer a los clásicos…

Sin embargo, en los libros de memorias que reflejan la vida de la clase trabajadora de la primera mitad del siglo XX, los libros y la lectura desempeñan un papel central. La lectura es el gran acto de autoliberación del individuo y, a menudo, como parte del proceso educativo del movimiento obrero, un elemento crucial para la emancipación colectiva.

¿Qué sucedió?

Bueno, la televisión fue un gran factor en contra. Pero la lectura se mantuvo intacta entre algunos sectores de la población. Después de todo, no puedes llevar el televisor a la consulta del médico o en el autobús. Hasta el florecimiento de la televisión creativa, a principios de la década de 2000, fue un medio bastante aburrido. Así que la lectura seguía estando presente, aunque marginada. Pero una vez que hemos vendido nuestra atención al teléfono inteligente, el libro empieza realmente a sufrir la presión. El smartphone es una amenaza para los libros. En los ratos libres, los momentos en blanco, cuando podríamos haber cogido un libro, miramos el teléfono. Y nuestros períodos de atención también son más cortos. Tal vez podamos leer una novela policiaca, pero carecemos de la energía extra necesaria para leer un clásico. Últimamente necesitamos grupos de lectura para lograrlo. El problema es que cuantas menos personas lean será más difícil formar esas comunidades.

¿La importancia decreciente de la lectura y las humanidades podría erosionar las democracias?

Alguien de mi edad, nacido en la década de 1970, ha visto desaparecer las instituciones igualitarias, al menos en Estados Unidos. Esto incluye desde la muerte de los museos y conciertos gratuitos hasta el colapso de la educación pública en todos los niveles. Peor aún: el acceso a la vida intelectual se ha visto enormemente obstaculizado. Un ejemplo sería el desplazamiento de los libros en papel a la web. Nos parece una gran victoria, que facilita el acceso a la cultura, y puede serlo en algunos aspectos. Puedo leer un manuscrito que esté en Turquía desde mi casa en Annapolis. Pero el libro físico, como el periódico de papel, tiene vida propia. Puede encontrar su camino hacia el espacio común, desde la basura al contenedor de donaciones o el refugio para personas sin hogar. El formato físico se anuncia a sí mismo. El autor de origen dominicano Roosevelt Montás llegó a Nueva York con 12 años sin nada y encontró un libro de Platón en la basura del vecino. Fue un flechazo. Por el contrario, para encontrar los libros y artículos en internet necesitas saber qué buscas y cómo.

Insiste en que internet es un espacio donde las respuestas muchas veces llegan filtradas de antemano.

Mi principal preocupación sobre la biblioteca universal de internet es que necesitas saber qué buscar para encontrarlo. Imagina buscar en una librería o en los estantes de una biblioteca. Las cosas que sabes que te interesan están junto a otras que todavía no conoces. Y están ordenadas por bibliotecarios. Puedes aprender mucho de una estantería sin ni siquiera abrir un libro. Por el contrario, los amos de internet nos ofrecen sugerencias asociadas al algoritmo, pero un algoritmo no es un sustituto de las ricas y complejas instituciones que alguna vez recopilaron y seleccionaron material. Por supuesto, hay excepciones, programas de estudios y de lectura online. Pero lo mejor de ellos es que incluyen conocimientos obtenidos fuera de internet, a través de viejas instituciones que ya no cumplen su función.

¿Es posible tener una vida plena sin una vida intelectual rica?

Si consideras que la vida intelectual es simplemente leer y estudiar, por supuesto que es posible. Quizá prefieras la música, o el arte, o pasar tiempo en la naturaleza. Tal vez simplemente te gusta estar rodeado de personas y ayudarlas. Pero si piensas en la vida intelectual como algo relacionado con la contemplación, como una suerte de atención amorosa a la realidad, entonces la respuesta es no. En ese sentido creo que tenía razón Aristóteles: el trabajo por el trabajo no tiene sentido. El trabajo tiene que servir para algo, y ese algo, en este caso, es la actividad contemplativa.

En su país las universidades de élite todavía apuestan por las «tutorías personales».

Si usted hace un doctorado en Harvard, Princeton u Oxford, tendrá un mentor, un supervisor, con el que trabajará en estrecha colaboración, leerá su trabajo y le ofrecerá sugerencias. Y hará algo incluso más crucial: modelará sus hábitos mentales. Un experto en educación online me confesó una vez que no puedes aprender a diseñar un curso online si sólo te has educado a través de internet. La educación online sirve para realizar tareas concretas, no para desarrollar conocimientos. Hasta el punto de que esos cursos han sido diseñados por personas que fueron educadas por mentores en instituciones de élite.

¿Por qué la educación liberal clásica ha retrocedido en los planes de estudio?

El número de alumnos en las clases en EEUU, en todos los niveles, es demasiado grande para que funcione la educación liberal clásica, lo que acarrea la pérdida de unas mentes creativas y libres. Cada una de esas pérdidas importa mucho a nivel individual, pues son seres humanos dotados de dignidad, y también desde el punto de vista colectivo. Que las personas no sean capaces de pensar por sí mismas, desarrollando sus propias opiniones, es un desastre, una catástrofe.

¿Corremos el peligro de una educación a dos velocidades?

El abandono de las tutorías personales tiene consecuencias aún más ridículas. Nadie estudia kárate, ballet, música o fútbol sin un maestro o un entrenador personal. Entonces, ¿por qué los pasatiempos de los niños deben enseñarse con más atención y recursos que los fundamentos intelectuales que deben adquirir?

¿La educación todavía funciona como la escalera social de la clase trabajadora?

Sólo si la reformamos profundamente. Y quizá sea tarde.

¿Qué hace que un libro sea indispensable, o como dice usted, un «gran libro»?

¡Ajá! Bueno, yo defino un gran libro como uno que ofrece una educación. Ciertos libros abren la mente a las preguntas fundamentales, preguntas sobre la vida humana, la naturaleza y el universo, con una profundidad y una complejidad inagotables. Estos son los grandes libros. He leído y enseñado La república de Platón innumerables veces. Trabajé en ello como especialista. Pero si me siento a leerlo mañana en una sala con jóvenes de 18 años, todavía encontraré algo nuevo, que no había visto antes. Además, un gran libro nos educa prácticamente a todos, sin importar nuestro nivel educativo previo. Y lo hace tanto en la primera lectura como en la vigésima. Los clásicos educan al niño, al taxista y también al profesor universitario. Los grandes libros también trascienden su contexto. Que yo sepa, Cervantes escribió El Quijote sólo para entretenerse en la cárcel. Pero al margen de cuál hubiera sido su intención, cientos de años después de haber sido escrito sigo aprendiendo con ese libro, incluso traducido al inglés, debido a lo mucho que se aproxima a los fundamentos de la condición humana.

Pues hay quien considera reaccionario el canon.

¡No hay nada menos reaccionario que el canon! Se trata de un conjunto de libros que cualquier persona puede leer y que le brindarán una educación esencial. Los movimientos obreros de los siglos XIX y XX lo sabían, por eso la autoeducación estaba arraigada en los libros canónicos. Algunas personas se obsesionan con la lista de libros en sí, digamos con el «canon occidental», ya sea porque, en el caso de la derecha, refleja la superioridad de una tradición u otra, o porque, para la izquierda, no refleja la diversidad de la población. Son enfoques gravemente equivocados. Disponemos de estos libros maravillosos, que están conectados, influenciados unos por otros, y que conforman una tradición, pongamos la que va de Homero a Virgilio y Dante. Son tradiciones que van hacia atrás y hacia adelante en el tiempo, y que se entrecruzan en distintos lugares del mundo a lo largo del tiempo. La tradición cristiana tiene influencias antiguas en Etiopía y la India, así como, por supuesto, en Oriente Próximo. La literatura poscolonial, ya sea africana, asiática, latinoamericana, etc. está parcialmente enraizada en los cánones de los colonizadores. Pero eso no es una muestra de corrupción, sino, al contrario, la prueba positiva de que el canon libera. Frederick Douglass era un esclavo fugitivo que aprendió a leer por sí mismo usando una colección de oratoria clásica. Luego escribió su propia oratoria, con su propia voz. Recurrió a los clásicos para definirse a sí mismo, no como esclavo, sino como hombre libre.

Entonces no es partidaria de priorizar la identidad del autor, ya sea por raza, género, religión o preferencias sexuales, sobre el valor literario o artístico de la obra.

No, no y no, por las razones expuestas. Los grandes libros lo son gracias a sus raíces en unos fundamentos universales. El filósofo ghanés Kwasi Wiredu, que murió recientemente, sostenía que la comunicación intercultural es una prueba irrefutable de la universalidad de los valores humanos, que luego pueden aproximarse o describirse de infinitas maneras. James Baldwin escribe sobre el descubrimiento a través de Shakespeare de que los libros canónicos están destinados a ser utilizados, no simplemente imitados. Alimentan la creatividad y la innovación desde las raíces de todo lo que compartimos. La diversidad sin una unidad subyacente, profunda, no tiene ningún sentido y no puede ser la base de una educación. Si seguimos las líneas de evolución de la tradición, según avanzamos encontraremos una enorme diversidad, similar a la de un bosque. Pero la diversidad de la que muchos hablan es la diversidad de los burócratas, superficial, hostil a la búsqueda de los universales humanos, así como a cualquier proyecto común para nuestras escuelas y lugares de trabajo.

Fuente: https://www.elmundo.es/la-lectura/2022/09/02/630f26c121efa09c2d8b45dc.html

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio