Esta es la historia real de un sicario en México. El odio en su corazón desde niño fue su mejor arma para destruir y matar. Para masacrar y descuartizar sin remordimientos a sus enemigos. Un luminoso testimonio del poder de Dios sobre el mal
JESÚS V. PICÓN / ALETEIA
Aleteia entrevistó en exclusiva a este sicario converso. Por petición de él y por su seguridad, queda en el anonimato. El lector comprenderá, por el relato de los hechos, por qué.
-¿Cómo fue tu niñez y cómo podrías definirla?
Fue una vida muy dura, una niñez muy difícil, de muchos golpes, pero dentro de todo eso, Dios estuvo presente. Me cuenta mi mamá que cuando ella se embarazó tenía 15 años y mi papá tenía 30, una persona adulta que la engañó y se hizo a un lado. Nunca vio por mí; dijo que yo no era su hijo.
Yo me enfermaba mucho porque la leche no me caía y mi mamá decide regalarme porque ya no podía. Mi abuelita enferma, yo enfermo, mi abuelo era alcohólico y mi mamá dice: “¿Para dónde?”. En eso, tengo una tía que económicamente estaba muy bien y mi mamá me regala con ella y le dice que sí.
Mi tía no había tenido niños, solo tenía tres niñas y aceptó recibirme. Pero mi mamá decía que en realidad no quería regalarme pues después se arrepintió y conoció a un hombre al cual le agradezco muchísimo, porque él me sacó adelante. Él no se casó con mi mamá, pero tuvo una vida con ella y le dijo: “No, Mary, no regales al niño, yo me encargo de comprarle pañales, leche y todo lo que necesite”.
Entonces, mi mamá decide ya no regalarme y empezamos una vida. A los cinco años, ellos se separan, él vuelve a su casa, porque estaba casado, y mi mamá se queda sola.
Al poco tiempo conoce a otro hombre. Era alcohólico, drogadicto y se venía una vida muy difícil en casa, en donde empezamos a padecer hambre, necesidad. Yo tenía que trabajar muchas horas con él y al día siguiente irme a la escuela. En el trabajo eran golpes y golpes, humillaciones, y dentro de mí empezó a crecer el dolor, el rencor, la ira.
Empezaron los golpes hacia mi mamá y yo decía: “Quiero venganza”. Él daba cinco pesos al día, con eso teníamos que comer y a mi mamá le tocaba hacer milagros. A veces nos tocaba comer un caldo de papa y no había más. Había noches que nos acostábamos sin cenar. No teníamos camas, era casa de barro, de palma y piso de tierra.
El hecho de que mi mamá y mi padrastro me golpearan me fue haciendo muy agresivo. En la escuela me hacían mucho bullying y me volví muy agresivo. Mi abuelito un día me dijo: “Si alguien te pega, devuélvesela”. Me dio alas y me volví el más agresivo de la escuela.
Un día agarré a un niño del cuello hasta casi ahogarlo. Tuvieron que llamar a los profes porque yo estaba desquiciado y, desde ese momento, me volví líder en la escuela y todos me tenían miedo.
Un día, cuando yo tenía 11 años y mi hermano estaba en segundo de primaria, me mandaron por las tortillas y mi padrastro pasó a la escuela a preguntar por mí y por mi hermano. Yo no iba tan mal, pero de mi hermanito, que era muy hiperactivo, dieron malas referencias. Mi padrastro llegó drogado y alcoholizado a la casa y agarró a mi hermano a golpes con el cinturón.
La idea de matar
Mi abuelita se quiso meter a defenderlo, la aventó y se dislocó el brazo. Entonces, una prima corrió a la tortillería a buscarme y me dijo: “Corre, a tu hermanito lo están matando. Tu papá lo está golpeando bien feo”. Corro a la casa, veo la escena y dije: “Hasta aquí llegó mi padrastro. Ya estoy cansado de tantos golpes”.
Agarré un machete que siempre tenía bien afilado para la leña y me voy contra él, decido dar el machetazo, pero la misericordia de Dios estaba ahí, porque en eso llegó un tío, me detuvo la mano y me dijo que fuera por la policía.
Realmente yo era cliente de la policía, ya me conocían.
-¿Por qué?
Porque cada semana buscaba a la policía para defender a mi mamá. Entonces llegué y estaba un comandante que me conocía y le conté cómo estuvo todo. Cuando íbamos en el camino le dije: “Te voy a pedir un favor, cuando lleguemos a la casa, saca tu arma y mátalo, porque ya no quiero que esté en la casa; estamos cansados de tantos golpes”.
Cuando llegamos a la casa el policía vio la escena y me dio mucha tristeza en ese momento, porque él salía con unas tortillas en mano, sin playera y se fueron sobre él a golpearlo, a masacrarlo a golpes. Lo suben a una camioneta y se lo llevan.
Nos llamaron a declarar y mi hermano y yo pedimos cárcel, al igual que mi mamá. Nosotros estábamos contentos porque ya lo iban a llevar al Centro Penitenciario y vaya sorpresa, su familia pagó la multa y mi mamá nos dijo que volvería a la casa. Yo dije: “Bueno, en algún momento me voy a desquitar”. Y preparé un cuchillo y un machete. En mi cabeza sonaba: matar, matar. Él regresó a casa y, a la semana, se me dio la oportunidad.
Él llegó borracho y drogado y se acostó a dormir. Mi mamá no estaba ni mis hermanos y vi la oportunidad de hacerlo. Lo intenté hacer, pero la misericordia de Dios nuevamente estuvo ahí. Cuando intenté hacerlo, algo no me dejó bajar la mano, como si alguien me estuviera deteniendo y salí llorando.
Mi padrastro se muda a otro estado y después le dice a mi mamá que se vaya con él. Ella se va sin nosotros, nos empieza a mandar dinero y las cosas empiezan a funcionar mejor.
«A los 12 años probé la cocaína»
Al poco tiempo nos fuimos con ella, pero la necesidad se hizo más fuerte porque había más alcohol, más drogas, más goles y por primera vez, a los 12 años, probé la cocaína y dije: “¡Por qué no conocí esto antes, qué rico!”. Tenía el valor para enfrentarme a mi padrastro sin importarme que era un niño.
Conocí a un grupo de amigos en la calle a los cuales les pedí que me enseñaran a pelear más. Empiezo la calle, a conocer las discotecas; me metí a una bandita que disputaba territorios, pero siempre andaba con el temor porque ya habían muerto dos de mis amigos.
En un tiempo decido salirme de la banda de amigos y dejo la escuela porque mi mamá ya no podía darme dinero y me pongo a trabajar para poder ayudar en la casa. Y a los 15 años, yo ya conocía distintos tipos de droga y alcohol.
Un día llego de trabajar y encuentro a mi mamá tirada a media casa y con la boca llena de sangre y le digo: “¿Qué te pasó?”. Ella me dice que se tropezó y se pegó, pero mi hermanita de cuatro años dice: “No es cierto, le pegó mi papá y dice que si tú te metes también te va pegar”. Entonces le dije: Mira viejo, tu tiempo se acabó y ahora va la mía”, y entonces nos empezamos agarrar a golpes. A pesar de mi corta edad de 15 años, decidí enfrentarme a él y dijo: “Ya no puedo, ya me superaste”. Pasó el tiempo y él dejó de pegarle a mi mamá y a mis hermanos porque ya las cosas no eran lo mismo, ahora yo lo enfrentaba.
El murió muy joven, de 40 años. Le dio artritis, nunca se regeneró y murió de un infarto. A mi mamá le empezaba a sonreír la vida, tenía un negocio. Y una vez le dije: “Mamá, ¿por qué no compramos un carro?” y ella dijo que sí.
También me casé muy chico, a los 15 años, buscando el cariño de una mujer. Tuvimos una hija y empezamos a viajar con mi mamá y todo bien. Al tiempo llegó mi segundo hijo y viajé con mi mamá a nuestro pueblo.
La dejé ahí y regresé para buscar a mi esposa, a mis hijos y a una tía para irnos de vacaciones y alcanzar a mi mamá, pero la vida nos preparaba una sorpresa.
Lo inesperado
Económicamente yo estaba muy bien. Cuando regresé por ellos empezamos el viaje a las cinco de la mañana.
Hasta un estado cercano todo iba muy bien en la carretera y, de repente, nos topamos con una zanja que estaba a todo lo ancho, no tenía señalamiento y, cuando me di cuenta, solo les dije: “¡Agárrense!”, y dimos vueltas. Aparentemente todo parecía bien, todos habíamos salido ilesos. No llegaron las ambulancias, nos llevaron al hospital en carros particulares y cuando llegamos al hospital mi tía murió en mis brazos por muerte craneoencefálica. Mi hija tenía la clavícula quebrada, mi hijo estaba bien y mi esposa estaba lastimada de un tobillo.
La policía llegó y me custodió porque hubo una muerte, pero llegó la familia de mi tía, me otorgó el perdón y nos pudimos ir al pueblo. Pero ya estando allá, nos fuimos a hacer una fotografía para poner en el altar de mi tía y me empecé a sentir muy mal.
Recuerdo que nos subimos al taxi y perdí el conocimiento y no reconocía a nadie. Me llevaron a un hospital y me dieron instrucciones de ingresarme porque tenía un derrame interno.
En una de esas le pedí a uno de mis tíos que me acompañara al baño, estaba todo mareado y empecé a echar coágulos de sangre. Lo analizaron y me dijeron que era urgente que me quedara. Me quedé tres días y tres noches debatiéndome entre la vida y la muerte.
Estuvimos dos días más en el pueblo y nos regresamos a nuestra casa. Aparentemente todo estaba bien y, como a los tres días, mi mamá me dice que estoy solo, que no tenía más mamá, que no tenía hermanos por lo que había hecho, que yo había matado a mi tía. Entonces fui y me encerré.
La voz que decía «Mátate, no sirves»
Los “amigos” no faltaban, me llevaban alcohol y droga. Y así transcurrió un mes. Un día escuché una voz que me decía “mátate, no sirves, nadie te quiere, nadie te ama, eres una basura”. Colgué la soga, puse la silla y la pateé. Solamente te puedo decir que la muerte se siente y que todo queda en oscuridad.
Cuando desperté estaba a media casa y solamente pensé: “¿Estoy en el cielo o estoy en el infierno?”. Y le pedí perdón a Dios por haber atentado contra mi vida y dije “no más”.
-¿La cuerda se reventó?
No. Era como si alguien me hubiera cargado y me hubiera puesto en el piso.
La cuerda estaba suelta a un lado; Dios me estaba dando una segunda oportunidad de vida.
«Fue un milagro»
La puerta estaba cerrada y tenía las luces apagadas. Solo puedo decir que fue un milagro, Dios en ese momento me salvó. Salí con rumbo fijo al lugar en donde trabajaba antes y me acerqué. El dueño me ofreció trabajo como operador de un autobús y me fui por quince días a otro estado. Poco a poco fui perdiendo el miedo para manejar.
Recaída en la droga
Al final terminé reconciliándome con mi mamá, seguí trabajando en la empresa y me hice un empleado de confianza. Pero a los ocho meses la empresa se dio a la quiebra.
Yo tomé una de las camionetas que ofrecían, a cambio de un pago mensual de 15 mil pesos y comencé a dar servicio. El primer mes me fue mal, pero al tercero ya pude poner una mini oficina. Ya me estaba yendo bien y, en ese lapso, ya no me drogaba.
En una ocasión, ya tenía tres noches trabajando y estaba muy cansado. Así me iba a ir a mi casa, pero uno de mis trabajadores me dijo que me veía muy cansado, que él traía algo para quitarme el sueño y sacó una bolsita de cocaína.
Yo le dije que no, porque la acababa de dejar e insistió. Entonces acepté y me metí un “perico” (cocaína en polvo).
En mi casa no podía dormir, así que le marqué a mi compañero y le dije que quería más y de la buena.
Empecé a consumir, no dormí esa noche y así pasaron siete meses; me gastaba entre 5 mil y 7 mil pesos diarios en droga.
-¿Qué sentías?
Se siente adrenalina, euforia, se te va el sueño, el hambre, te sientes valiente, dejas de ser tú, como si otra identidad te controlara, pierdes toda sensibilidad.
Pasó el tiempo y el Señor no quiso que yo me perdiera, pues, faltando tres meses para poder pagar la camioneta, me la pidieron.
No hice un contrato de compraventa y me dijeron que lo que yo había pagado era como una renta y que hiciera lo que yo quisiera.
Y la segunda camioneta tampoco me la siguieron rentando y el negocio se vino abajo.
Yo le reclamaba a Dios, pero yo me estaba perdiendo, hundiéndome en la droga.
Entonces, el actual esposo de mi mamá, que la trataba muy bien, me dijo que me metiera al sindicato de taxistas porque iba a ganar muy bien.
Yo no quería, pero tomé el taxi y me empezó a ir bien.
En el cártel de droga
Y como a los seis meses, conocí al jefe de un cártel de drogas muy importante y me contrató como chofer para transportar a sus hijos y esposa. Hasta que un día me hacen una invitación a una fiesta privada. Todo estaba rodeado de policías y él me dijo que era su gente, que diera la clave y que me iban a dejar pasar.
En la fiesta me sentó a su lado y les dijo que yo era su mano derecha porque cuidaba a su familia, pero yo tenía temor. Me senté. Yo en ese momento no estaba consumiendo droga, y de regalo me trajeron un plato de cocaína. No quería, pero finalmente la consumí.
-¿No podías resistir?
No. Era cocaína pura, sin cortes, sin nada. Solo sentí cómo me sangraba la nariz.
En un momento él me dijo:
“Quiero que trabajes para mí como escolta”.
El primer asesinato fue de 22 personas
El único que le pudo haber hablado de mí es el demonio, pues nadie sabía que era yo bueno para pelear, lastimar y que sabía manejar armas, solo el demonio lo sabía. Me ofreció una cierta cantidad de dinero, me trajeron una R15 y una 9mm y me dijo: “Viene la prueba de fuego. Tengo un cliente que no quiere pagar”.
Yo en caliente, acelerado y drogado fui adonde me dijo y cuando llegamos al lugar vacié la ametralladora. Ese día cayeron 22 personas y al siguiente día en las noticias se leía “Masacre en tal lugar”.
-¿Tú lo hiciste?
Sí. Y al día siguiente, el remordimiento de conciencia.
«Cuando yo tenía 10 años quisieron abusar de mí, (…) ya como sicario tenía en mente que iba a matar a todos los violadores.«
-¿Y quiénes eran?
Era gente que no quiso pagar y gente inocente que no tenía nada que ver en el asunto, fue prácticamente por placer. Así empezó mi carrera delictiva.
Siempre les decía a los que iba a matar: “Mírame a la cara, nos vemos en el infierno”. Les daba el tiro de gracia para que no se levantaran. Mi alias era ‘el diablo’…
Cuando yo tenía 10 años quisieron abusar de mí, me dio mucho coraje y ya como sicario tenía en mente que iba a matar a todos los violadores.
Por eso, cuando andaba con mi grupo, mis sicarios, yo les decía:
“Vamos sobre la persona, no sobre su familia, no sobre sus hijos, no sobre las niñas. El primero que se pase de lanza, yo me lo quiebro”.
Uno de ellos pensó que yo nada más bromeaba y un día abusó de una niña de 17 años, yo no estuve ahí, pero me avisaron. Les dije que a engaños lo llevaran a la bodega y que ya sabían qué tenían que hacer.
Cuando llegué ya lo habían torturado y yo agarré la sierra eléctrica y lo empecé a cortar, él estaba vivo, yo quería que sufriera a todo lo que da. Le dije que no toleraba que violaran a las niñas.
Lo fui cortando, él estando vivo, en partes hasta llegar a la cabeza y le pusimos un letrero que decía: “Esto les va pasar a los violadores”.
Yo no tenía piedad ni clemencia y siempre bajo el influjo de la droga. Por eso era ‘el diablo’…
Palabras para Dios
-¿Cuánta gente llegaste a controlar, cuánta gente estaba bajo tu mando y órdenes?
Era jefe de sicarios y controlaba a cerca de cien personas. Tenía mucho poder. Antes de asesinar siempre me acordaba de Dios, le decía: “Señor, protégeme, que ninguna bala me toque”. Estuve cerca de la muerte muchas veces.
-¿Eras devoto de la Virgen?
Sí, de la Virgen, de los santos; los demás estaban con la santa muerte. Cuando asesinaban, otros sicarios que estaban bajo mi mando, llegaban a comerse el corazón y la sangre de sus víctimas. Yo creo que estaban poseídos.
Aparición del padre Miguel Parra
-¿Cómo regresaste a Dios?
Un día mi mamá conoce al padre Miguel Parra, en paz descanse, un gran sacerdote, y le dice a mi mamá que necesita una cocinera y ella les preparaba comida.
Y un día le dice: “Mari, voy a ir a otro estado, necesito un chófer”, y ella le dijo que me iba a decir a mí. Yo le dije que sí, pero que no quería saber nada de Dios.
El primer viaje éramos como dos barras de hielo, no nos hablamos. Él en lo suyo y yo en lo mío. Llegamos al Seminario a las 5:30 de la mañana y me encuentro con que eran camiones y camiones que esperaban al padre y yo decía: “¿Qué hace esta gente, con mucho frío, esperando a un mugroso sacerdote?”. Pero yo no sabía quién era él; la gente se abalanzaba sobre él.
Yo dejé las camionetas, me subí a dormir y como a las 12 del día bajé de curioso para ver qué se hacía y vi que estaba dando una misa de sanación.
Entonces, se me acercó una persona, me preguntó mi nombre y le dije que venía con el padre y me respondió: “¡Qué dicha, cuánto daríamos por andar con él! Él tiene el don de bilocación”.
Yo le pregunté qué era eso y me dijo: “Es que él puede estar en dos lugares al mismo tiempo”. Pero no le creí. Me acuerdo que me dijo: “Yo me accidenté hace varios días y él me sacó del accidente y me subió para que me atendieran los médicos”.
Después, otra señora se acercó y me dijo: “¿Usted viene con el padre? ¿Le puede entregar esto para agradecerle por haber estado en mi operación?”. Y tampoco le creí. Le dije al padre: “Aquí le dejaron esto, que gracias por haber estado en su operación”.
“Pero yo no vine”, dijo el padre. “Sí”, dijo la señora, “tenía la mano sobre el médico que me estaba operando”.
Yo me quedé con la duda y la gente llegaba con fotografías de él para bendecirlas. Él ya era considerado un santo por los múltiples milagros que había por su intercesión.
Un nuevo padre en su vida
Hicimos viajes una y otra vez y, en uno de esos viajes, me dice:
“Mira, yo sé que no tuviste papá, que estás muy herido y que haces esto por la falta de papá; no hubo amor de papá, hubo mucha necesidad, mucha carencia”, y me pegó en el clavo, puso el dedo en la llaga y me solté a llorar y él me abrazó y me dijo:
“Yo sé que tú haces daño por tanto dolor, por tanto rencor, por todo lo que has vivido. Yo quiero ser tu papá. De hoy en adelante ya eres como mi hijo de sangre y te voy a jalar las orejas”. Y yo estaba feliz.
-¿Ya habías renunciado al cártel?
No. Yo seguía en la vida mundana, pero el padre era un amor conmigo. Un 5 de marzo me manda llamar y me dice: “Quiero que vengas al Seminario, tengo mucho dolor, ya no aguanto; el demonio me tortura, no me deja en paz”.
Llegué al Seminario, toqué la puerta y le dije al seminarista que el padre me había mandado llamar y él me dijo que no, que no me podía dejar pasar.
Yo le marqué al padre y él me dijo que le urgía hablar conmigo, que tenía algo que decirme.
Con el padre ante el Santísimo
Él como pudo bajó, abrió la puerta y me llevó directo al Santísimo.
Cuando llegamos al Santísimo se sentó, volteó a ver al Santísimo y dijo:
“Mira, hijo, yo te amo, pero no amo lo que tú haces. Me lastimas demasiado, cuánto daño le haces a mis hijos”.
De repente me volteó a ver y me dijo: “Tú, ¿qué haces aquí?”, y le dije: “Usted me mandó llamar, estaba hablando con usted”.
Yo pensé que el dolor lo estaba haciendo delirar y de repente otra vez dijo:
“Mira, hijo, yo te veo como un predicador ayudando a muchos jóvenes, salvando a muchas almas”.
Volvió a salir del trance y me dijo:
“Yo quiero que dejes esa vida, es una vida muy fea. Le sirves a satanás, no le sirves a Dios, Dios es mayor. Dios te puede dar todo lo que tú tienes”.
Pero yo dije que no, que no quería estar ahí. Y ya de repente me dice:
“Ya me voy, tengo mucho dolor. Esta es la última charla que tenemos, ya no va a haber más. Yo ya estoy siendo llamado a la presencia de Dios, pero una cosa te voy a prometer, ya no voy a ver tu conversión en vida, pero de rodillas me voy a postrar hasta verte convertido”.
Un 12 de marzo él muere de un infarto.
Les dije que llamaran al mejor doctor, llegó el mejor doctor, pero dijo que ya no había nada que hacer. Yo me enojé con Dios y le dije: “¿Por qué me arrebatas a mi papá? Me das un papá y me lo arrebatas, eso no se vale”.
Me peleé con Dios y regresé al mundo con más fuerza, más coraje y me fui, todavía, al camino de la droga por un año y siete meses.
Una cita por curiosidad
Después de ese tiempo, recibí una invitación de mi mamá, a esa misma parroquia, con un padre colombiano y yo le dije: “Para qué, si Dios no existe, no me escucha”.
Mi mamá me insistió y fui más por curiosidad que por amor, pero en esa curiosidad Dios ya tenía un plan perfecto.
La mirada de Dios a su oveja perdida
Llegamos temprano, me quedé parado en el atrio de la parroquia recordando al padre y en eso viene llegando el padre colombiano y, desde que él me vio, me puso la mirada. Yo digo que era la mirada de Dios mirando a su oveja perdida.
Entonces, salió a dar la misa. Yo escuché la misa y le dije a mi mamá que me iba a quedar en la puerta. Al final, mi mamá me dijo que nos quedáramos a la adoración y yo le dije que no, que no me gustaba, pero ella insistió y me quedé.
En el momento de la adoración sentía que mi corazón se hacía grande y se hacía chiquito y mi latido estaba muy acelerado; tenía ganas de llorar y no sabía por qué.
Cuando terminó la adoración y el padre tomó el Santísimo, lo elevó y me dijo:
“Tú, el que estás en la puerta, el de playera blanca, ven porque te necesito”.
Me llamó para apoyar a los que caían en descanso para que no se pegaran y, cuando yo tenía a Jesús Eucaristía de frente, temblaba, no lo podía ver, bajaba la mirada porque me daba mucha pena verle. Terminamos con toda la gente y al final me dijo: “Sabes qué, vas a subir al presbiterio conmigo”.
Y en el momento en que me puso el Santísimo, sentí una fuerza extraordinaria que salía de mí, como si me arrancaran la piel; me sentí desnudo. Me bajé quebrado y llorando a mi lugar.
Y el padre dijo:
“Ahora, voy a necesitar adoradores perpetuos de una hora diaria”.
Me dan un papelito y ahí es cuando Dios me hace trampa, porque firmé mis siete horas y hasta abajo había un cuadrito que decía “firme como coordinador de hora de adoración perpetua”. Y me dice el padre:
“Un aplauso para nuestro primer coordinador de hora y ya no hay vuelta de hoja”.
Me voy a mi lugar en un mar de llanto y dice el padre: “Ahora ocupamos un adorador de siete horas que quiera quedarse con Jesús todos los viernes para amanecer el sábado”.
Y escuché una voz tan dulce y tan suave que me decía en mi interior: “Te hablan a ti hijo mío, a ti te gusta la noche”.
Le pregunté a mi mamá que si ella me había hablado y me dijo que no. Volví a cerrar los ojos para ponerme en oración y la misma voz me decía: “Es a ti, hijo mío, a ti te están buscando” y como si fuera por inercia levanté la mano. El padre me dijo “firma” y el obispo me dio el envío para ser adorador perpetuo.
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Ya no iba a regresar al cártel
Entonces, ese día iba a cambiar mi vida, porque yo ya no iba a regresar al cártel.
Esa semana yo le dediqué 22 horas al Santísimo y esa semana no me presenté a “trabajar”.
La siguiente semana volví a dedicar otras 22 horas al Santísimo y fue cuando tuve el valor de decir:
“Señor, voy a renunciar, pero ayúdame porque Tú sabes que aquí no hay salida. Si Tú me quieres para ti, dame los medios para salir”.
Cuando yo fui a renunciar al cártel con el mero Narco, mi Jefe mi patrón, llevaba el rosario en la mano, iba rezando y le decía: “Mamita María, ayúdame, que no me maten que no me toquen”.
Puse mi renuncia y me dijeron:
“Tú sabes que aquí no hay salida. Aquí la única salida es con los pies por delante”. Y les dije: “Pero yo he sido fiel, yo trabajé bien”.
Puse todas mis excusas.
Entonces me dicen:
“Bueno, pero una cosa, yo te hice y yo te destruyo. Me vas a entregar todo lo que tienes”.
«Tú y tu familia van a perecer»
Acepté entregar todo, armas, camioneta, casas, dinero y me hicieron la última advertencia:
“Te vamos a dar la salida, pero a la primera que nos caiga un operativo y sepamos que fuiste tú, tú y tu familia van a perecer”.
A la semana cae un operativo y yo me fui al Santísimo y le suplicaba a Dios que cuidara a mi familia para que no la masacraran.
Gracias a Dios supieron quién fue el que los denunció. Yo me volví adorador perpetuo y al mes y medio me nombraron coordinador general de la adoración perpetua por un año.
Cambié de parroquia con un exorcista, a quien le pedí que me aceptara en su parroquia. Él me dijo: “Hijo, te estaba esperando”.
Actualmente llevo seis años como auxiliar de exorcista. Me he preparado en el Colegio de Exorcistas y tengo dos diplomados, uno en Teología del alma y otro en Psicología católica.
«Maté a unas 100 personas y ordené otras 200 muertes»
-¿Con quién te confesaste? ¿A cuántas personas mataste?
Aproximadamente a cien, ordené como 200 y todas las confesé. Cuando yo me confesé, todo esto fueron como tres horas de confesión y el padre me dijo:
“Hoy acabas de salir del mismo infierno, porque si tú morías hoy, no alcanzabas perdón de Dios porque ya estabas condenado, por todo lo que hiciste”.
En varios exorcismos el demonio me ha reclamado por qué lo deje, me ha ofrecido de todo para volver. En un exorcismo me dijo: “Tú padeces porque quieres, porque conmigo tienes dinero, mujeres, todo, pero deja de trabajar en mi contra”. Él me dice: “Asesino, qué haces aquí”. Ya no me da miedo, al principio sí.
Hoy por hoy estoy como un predicador de tiempo completo. Esta vez tuve una gira de 20 días en cuatro estados.
Conversión de otros sicarios
-¿Has logrado rescatar a algunos otros sicarios?
De mi bando y cártel no, pero sí a varios de lugares en donde yo he estado. Actualmente me dedico a predicar en los anexos y hace poco estuvimos en un Centro Penitenciario en donde una persona me decía: “Llevo tres años aquí y es el mejor regalo que he recibido: tu testimonio y la santa Eucaristía”.
-Los medios, la televisión, Netflix, las redes sociales, nos venden la vida de un sicario como si fuera lo mejor.
No lo recomiendo. Es una vida muy difícil y nada agradable. Niños y jóvenes son carne de cañón, son a los primeros que matan, a los primeros que mandan a la cárcel.
-¿Qué les dices a tus víctimas?
Que me perdonen, porque en su momento hice mucho daño y quiero repararlo a través de la predicación, llevando muchas almas a Nuestro Señor. Les pido perdón a esas esposas, a esos hijos que arrebaté a alguien y les hice daño.
En una oración, la Virgen me decía:
“Yo te cubrí, yo te saqué del lodo». Ella es la que me ha llevado de la mano hacia Jesús, por eso mi conferencia se llama “Jesús me sacó del lodo y me cubrió con su amor”.
Fuente: https://es.aleteia.org/2022/08/27/conversion-de-un-sicario-el-demonio-me-exige-que-vuelva/