El número de festejos se hunde a la mitad en una década en una actividad de público menguante a la que uno de cada cinco espectadores entra gratis mientras el mantenimiento de unos recintos monumentales con cada vez menos uso se convierte en un costoso y creciente lastre para las administraciones, que comienzan a optar por cerrarlas y por destinarlas a otros usos.
EDUARDO BAYONA / PÚBLICO
Las plazas de toros comienzan a ser espacios fuera de lugar en las ciudades ante el declive de la actividad para la que fueron construidas, lo que comienza a situarlas como un pesado compromiso económico, por su demanda creciente y aportación menguante de recursos, para unas administraciones, ayuntamientos y diputaciones en su mayoría, que cada vez con mayor frecuencia exploran alternativas como el cierre y los cambios de uso.
Se trata, de manera generalizada aunque no exclusiva, de edificios construidos en el siglo XIX o a principios del XX, declarados BIC (Bien de Interés Cultural) en buena parte de las ocasiones y ubicados en el centro de las ciudades, circunstancias que, al mismo tiempo que conllevan obligaciones de conservación para esos edificios, aumentan las alternativas para darles nuevos usos conforme se va reduciendo la afluencia de usuarios a su actividad originaria.
No deja de ser algo similar a lo que, con matices, ocurre con algunos mercados centrales y, también, en estadios de fútbol en los que antaño jugaban equipos ahora en decadencia, situaciones ante las que, en función de los grados de protección de los inmuebles, la reconversión y el derribo emergen como principales alternativas.
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En este sentido, la arquitecta Lucía Terrón destaca el «papel en la generación de nuevos espacios de crecimiento de la ciudad» que han tenido las plazas de toros tras una evolución en la que «pasaron de un área ya existente» en las plazas locales hace unos siglos a ocupar otras «de nueva construcción y exenta de la ciudad, que dio lugar a un espacio arquitectónico especializado, desarrollando una tipología arquitectónica nueva durante varios siglos» antes de terminar «convirtiéndose en verdaderos hitos urbanos en la ciudad».
La reconversión de esos espacios para otros usos distintos de los festejos taurinos se está consolidando como una de las vías más frecuentes entre los ayuntamientos que tienen la titularidad de las plazas de toros de sus ciudades ante el menor uso que estas registran en los últimos años como consecuencia de los cambios en los usos sociales, económicos y de ocio que se dan en sus ciudades, unas corrientes con aspecto de ‘mar de fondo’ que ya estaban a activas antes de la pandemia y que esta, en todo caso, ha podido intensificar.
Según los datos del Anuario de Estadísticas Culturales que edita el Ministerio de Cultura, el número de festejos taurinos organizados en España se redujo prácticamente a la mitad (-47%) en la década previa a la pandemia, entre 2009 y 2019, cuando pasaron de 2.684 a 1.425, con un descenso constante y prácticamente paralelo al que experimentaron las corridas de toros, que retrocedieron un 46% al caer de 648 al año a 349.
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Solo en los últimos cuatro años de ese periodo, entre 2015 y 2019, dejaron de acudir a las plazas de toros uno de cada siete espectadores que las visitaban antes: el público de ese tipo de convocatorias pasó de 2,7 a 2,34 millones anuales, con una llamativa constante que mantiene en el entorno del 20% al volumen de usuarios, uno de cada cinco, que entran gratis.
Por el contrario, uno de los principales indicadores (junto con el propio volumen de afluencia) de la expectación que pueden levantar ese tipo de convocatorias, como es la compra de localidades por encima de su precio en la reventa se desplomó a la décima parte en esos mismos cuatro años: las 90.000 personas que acudían a esa fuente al cabo del año quedaron reducidas a 9.000.
Centros culturales y parques deportivos
La decena de cierres de plazas y de proyectos de derribo y/o reforma que se han ido sucediendo en los últimos años en varias de las principales ciudades españolas apuntan a esa ubicación de las plazas de toros como ‘espacios fuera de lugar’ ante la clara tendencia a la decadencia que presenta la tauromaquia.
El Ayuntamiento de Gijón cerró la plaza de El Bobío a mediados de marzo tras detectar un informe riesgo de hundimiento en las gradas («tendidos» en el argot) al haber erosionado una serie de filtraciones de agua la zona de piedra sobre la que se apoyan. Se desconoce cuánto tiempo permanecerá cerrada y si reabrirá o no como coso, aunque el hecho de haber sido declarada BIC augura plazos largos.
Este mismo verano Benidorm aprobaba una partida de 13,7 millones de euros para transformar su plaza, inaugurada en 1962 y cerrada en 2020, en un complejo cultural con una biblioteca, un hotel de entidades y un centro juvenil, entre otras dependencias, mientras que el Ayuntamiento de Éibar decidía convertir la suya en un parque multiusos que combinará espacios deportivos y zonas verdes tras detectar un «riesgo de derrumbe» y el de Alcúdia (Baleares) acuerda reformar la suya, donde los toros corrieron por última vez el año pasado, en un centro sociocultural.
Plazas de toros sin corrales para vacas
La transformación de plazas de toros en equipamientos, iniciada de manera esporádica en la última década del siglo pasado, aunque quizá no tanto en territorios como Catalunya, donde el proyecto de conversión de Las Arenas de Barcelona en un centro comercial se convirtió en emblemático de esa tendencia.
En Cáceres, donde algunas zonas de la plaza, que lleva dos años vallada y tres sin toros, amenazan ruina, el ayuntamiento ha licitado este verano la explotación de la arena como terraza con la reserva del espacio para acoger conciertos y festivales en varias fechas.
Tampoco en este caso está claro si volverá a haber corridas, como en Getafe, cuyo consistorio, partidario de darle usos culturales, ha abierto un concurso de ideas para resucitar un espacio ruinoso inaugurado en 2004 y cerrado doce años después. Algo similar ocurre en Elda, donde el proyecto de rehabilitación no descarta que pueda haber vacas al mismo tiempo que carece de corrales para ellas.
No son las únicas plazas sin toros por falta de demanda, por ruina arquitectónica o por descuadres económicos: la de Écija lleva sin toros desde 2016 mientras el ayuntamiento busca que algún empresario se haga cargo de ella, la de Santa Cruz sigue clausurada mientras las instituciones discuten sobre la protección de la zona, la de Plasencia se ha quedado sin empresa gestora tras renunciar a una prórroga la que venía explotándola (algo que tampoco se descarta que pueda pasar a medio plazo en Zaragoza), la de Utiel se sigue degradando mientras el consistorio se ve atrapado por un convenio que le obliga a mantenerla hasta dentro de 16 años y la de Buenavista de Oviedo, por último, encadena tres lustros de clausura.
“Extraer algunos beneficios, a modo de cesiones, impuestos y permisos”
En cualquier caso, esos procesos de ‘reciclado’ de los espacios inicialmente dedicados a la tauromaquia suelen acabar resultando accidentados por las dificultades para compatibilizar la conservación de los edificios monumentales con los requerimientos arquitectónicos para los nuevos usos.
Las plazas de toros «son piezas susceptibles de ser transformadas en equipamientos con nuevas funcionalidades y que a la vez, son proclives a sufrir largos litigios donde su protección y valoración patrimonial se pone en cuestión por esos nuevos proyectos», indica el arquitecto mejicano Martín Checa, que ha estudiado varios casos de «refuncionalizaciones polémicas» de cosos de etilo neomudéjar en España, caso de Las Arenas barcelonesa, a las que se refiere como «hitos en el paisaje urbano» por su «larga trayectoria en su interrelación con la ciudadanía».
El arquitecto, que considera el patrimonio arquitectónico como «un elemento flexible y maleable según los intereses políticos de turno», llama la atención sobre uno de los riesgos que suelen aparecer asociados a este tipo de procesos, en los que a menudo coinciden «la búsqueda desesperada por reconvertir espacios» municipales por ayuntamientos «con escasos recursos económicos» que «ven en la interrelación con los operadores privados una solución para acabar con espacios obsoletos, modernizar espacios de uso ciudadano intensivo y para extraer algunos beneficios, a modo de cesiones, impuestos y permisos. Sería ese el caso de la plaza de toros de Santa Cruz de Tenerife o la de Buenavista de Oviedo y Las Arenas de Barcelona».
En este sentido, advierte de cómo la ‘refuncionalización’ de una plaza de toros suele ser «un proceso largo, costoso, donde intervienen variables como la polémica pública, el interés conservacionista y la ventaja especulativa«, una serie de factores «con potencialidades diferentes y que deben funcionar, irónicamente, al unísono e interrelacionadas si lo que se pretende, no sólo es reutilizar sino también, preservar en un cierto grado, un patrimonio que como el analizado tiene un papel destacado en la memoria colectiva de los ciudadanos de esas ciudades».
«Si esa interrelación fracasa se producen casos como el de la plaza de toros de Santa Cruz de Tenerife», concluye, mientras que «si tiene éxito dan como resultado proyectos como el de la plaza de toros de Las Arenas» de Barcelona.
Fuente: https://www.publico.es/sociedad/decae-tauromaquia-ayuntamientos-intensifican-clausura-reconversion-plazas-toros.html#md=modulo-portada-ancho-completo:t1;mm=mobile-big