Arabia Saudí presenta las imágenes de un doble prisma de 500 metros de altura y cinco kilómetros de largo. La política reformista del régimen depende en parte de su éxito
LUIS ALEMANY / EL MUNDO
Detrás de la fantasía urbanística, hay una historia de política y economía muy seria y muy real: desde 2017, Arabia Saudí emite al mundo noticias sobre The Line, una nueva ciudad planeada desde cero en el despoblado noroeste del país que consistiría en un solo eje recto de 170 kilómetros de largo y 200 metros de ancho. The Line discurriría en paralelo a la costa del Mar Rojo, atravesaría sierras sin torcer su destino y penetraría en el desierto.
¿Por qué, para qué? The Line es también el proyecto estrella de Saudi Vision 2030, el plan para modernizar la economía de Arabia Saudí del príncipe Mohammad Bin Salman, y tiene todos los atributos del optimismo futurista del siglo XXI: trae promesas de una huella de carbono negativo y de nuevas formas de bienestar basadas en el big data; apela a un nuevo tipo de élites creativas que habrán de poblar la ciudad («The Line es la ciudad para los soñadores», dice su literatura); y se adorna con virguerías tecnológicas. En el caso de The Line, la viabilidad de ese modo de vida se basaría en un metro rapidísimo que permitiría llegar desde un extremo al otro de la ciudad en 20 minutos. Para todo lo demás, los habitantes de The Line no necesitarían caminar más de cinco minutos hasta tener atendidas sus necesidades básicas: comercio, educación, deporte… Los coches circularían bajo suelo y sólo para la logística. Para entregar la compra, habrá coches; para dar una vuelta, no.
De todas las nuevas ciudades que han aparecido en el paisaje en los últimos años, The Line es la más fotogénica y la más radical, pero también parece la más utópica e incierta. Sin embargo, el proyecto sigue vivo. Neom, el consorcio de empresas, fondos de inversión y administraciones que promueve The Line, ha encargado a Morphosis, el estudio del pritzker Thomas Mayne, la construcción de dos edificios paralelos de 488 metros de altura (tantos como la 12ª torre más alta del mundo en este momento) y 170 kilómetros de largo: el edificio más grande del mundo. Cinco millones de habitantes podrán vivir en ese conjunto, que arrancaría en el extremo oeste de la línea, el que empieza en la orilla del mar, en el Cabo de Aqaba. La construcción está prevista en módulos de 792 metros. La inversión prevista es de un billón de euros.
La noticia del proyecto llega junto a la confirmación de que hay gente trabajando ya en The Line, acondicionando el suelo del desierto y preparando los campamentos de los obreros. El primer plazo para tener algo real a lo que llamar ciudad era 2025, aunque los últimos informes internos, publicados por The Wall Street Journal, hablan de una nueva previsión más realista hacia 2030 y de 50 años de trabajo por delante hasta completar el conjunto.
¿Cómo entender un proyecto así? La respuesta, más que en el urbanismo, está en la política de Arabia Saudí. «La monarquía saudí es consciente de que se está quedando atrás frente a los centros financieros y logísticos del Golfo, que son más capaces de atraer grandes inversiones. A Arabia Saudí le ha quedado la imagen de un país autoritario, ultraconservador, poco amable para los negocios», explica Daniel Hernández Martínez, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense y autor del libro El reino de Arabia Saudí (Catarata). «El desarrollo reciente de Yeda ya va de eso, de proyectar una imagen atractiva al mundo, una arquitectura más futurista y un modo de vida más laxo, con mucho menos control que en Riad. Todas las imágenes que vemos de aperturismo vienen de Yeda: los partidos de fútbol con mujeres en las gradas, los cines, los festivales de música… Yeda ha sido la imagen de modernidad de Arabia Saudí para competir con Doha y Qatar. Ahora, The Line tiene el sentido de ir más allá, de ofrecer una imagen de modernidad sostenible y creativa«.
En el libro de Daniel Hernández se explica cuál es el gran conflicto interno de Arabia Saudí, su paradoja: la riqueza descomunal del petróleo y el gas ha ocultado la ineficiencia de un sistema anacrónico, que no ha cambiado desde los años 30 y que se basa «en las rentas y las clientelas sociales».
«Un ciudadano saudí que no sea crítico con el sistema, tendrá la vida más o menos regalada por el Estado», explica el autor. Los saudíes acaparan los trabajos en la Administración, no pagan impuestos y tienen una amplia cobertura pública. A cambio, renuncian a muchas de sus libertades. «Si son mínimamente críticos, caerán en desgracia y arrastrarán a sus familias».
Ese modelo se ha sostenido durante 90 años gracias a la riqueza del petróleo pero, en el fondo, es problemático, ineficiente e injusto y ya no puede competir con la economía de sus vecinos del Golfo. «Ha habido planes de modernización antes, en los años 80 y 90, orientados a reducir la dependencia del petróleo y la presencia del Estado en la economía. Todos se redactaron en momentos de petróleo barato y todos fueron abandonados cuando los precios subieron».
«Ahora», continúa «el precio del petróleo se ha disparado y no hay tantos alicientes para hacer la reforma, pero existe una brecha generacional muy fuerte que provoca la inestabilidad del sistema«. Arabia Saudí tiene una población muy joven y los índices más altos del mundo de conexión a las redes sociales. Desde hace años, el reino fomenta la educación en el extranjero de miles de ciudadanos, de modo que existe una masa crítica de saudíes jóvenes que se comunica con el mundo exterior y que demanda un modo de vida más laxo: ir al cine, cambiar de pareja, escuchar música pop… Mohammad Bin Salman, el hombre fuerte del régimen, es un treintañero que conecta con esa generación.
¿Es Mohammad Bin Salman un progresista? ¿Un liberal? ¿Un déspota ilustrado? ¿Un reformista pragmático? El proyecto de The Line es la mejor medida de su ideología y las primeras imágenes de los dos edificios de Morphosis en Arabia Saudí, su metáfora perfecta. Las fachadas dibujadas son dos prismas de cristal sin una sola grieta que reflejan el desierto: puro land art, la abstracción más limpia que haya imaginado ningún arquitecto. El interior, en cambio, es un brumoso vergel lleno de recorridos irregulares y de escenarios pintorescos por el que las mujeres correrían vestidas con mayas de Under Armour. The Line, en sus recreaciones digitales, se parece más a un bellísimo paraíso para el que son pocos los elegidos que a una sociedad liberal, con sus paradojas y complejidades.
«Neom se va a constituir como una zona económica especial con sus propias leyes, su propio régimen fiscal y sus propias regulaciones sociales, sin las restricciones que conocemos. El estatuto de The Line estará enfocado en favorecer los negocios y estará diseñado por la gente de los negocios», explica Alshimaa Farag, profesora de Arquitectura de la Universidad de Zagazig, en Egipto. ¿Quién es esa gente? El proyecto está encabezado por «Mohamed Bin Salman, en representación del Reino y de sus fondos de inversión públicos; Miyoshi Son, presidente del Softbank de Japón; Stephen A. Schwartzman, de Blackstone, Marc Raibert, de la compañía de robótica Boston Dynamics y Klaus Kleinfeld, antiguo consejero delegado de Siemens y de Arconic». O sea: la política, el sector energético, el negocio inmobiliario y la tecnología, todos juntos.
Un dato más: Neom es el nombre comercial del consorcio que gestiona The Line, pero también es el topónimo que Arabia Saudí quiere emplear para la provincia que rodeará a la ciudad y que habrá de convertirse en un gran polo logístico e industral. El territorio, tan grande como el de Israel, se confunde con la empresa.
«Creo que Arabia Saudí busca replicar el modelo de Qatar y Emiratos Árabes del liberalismo autoritario. Eso significa liberalización de la economía, cierta laxitud en las costumbres y mantenimiento del poder autoritario«, dice Daniel Hernández. «Es fácil pensar en un espacio en el que se pueda pedir vino en los restaurantes pero no entrar en política. La gran duda es saber qué pasará cuando se dé el contacto de los nacionales saudíes con The Line? ¿Cómo les impactarán esas libertades? ¿Se preguntarán qué pasa con ellos, por qué no disfrutan de ese sistema?».
¿Qué incertidumbres cuestionan el proyecto? Primero, su descomunal escala. «Puede que Arabia Saudí tenga recursos para hacer un proyecto así pero a costa de desviar muchos gastos. Y si el Estado deja de ser el garante económico de la vida de los ciudadanos, hay una incertidumbre. Puede que los ciudadanos empiecen a cuestionar el sistema autoritario y que las consecuencias sean impredecibles», continúa Hernández. Desde hace ocho años, el Ejército saudí combate en Yemen, con resultados pobres y con un coste considerable. «Por otra parte, el riesgo de una regresión conservadora siempre está en Arabia Saudí. El wahabismo controla ministerios, controla la educación y los principales medios de comunicación. Y ha contestado cada apertura que se ha dado hasta ahora».
Hasta ahora, la monarquía saudí ha funcionado como un reparto de poder entre la extensa familia real y la élite religiosa wahabista. Bin Salman ha roto con esa cultura del pacto en nombre de la modernización del país y de las demandas de su generación y se ha creado algunos enemigos poderosos. Esa es su fuerza y su debilidad; The Line es también su apuesta de supervivencia.
Fuente: https://www.elmundo.es/cultura/2022/07/27/62e12884fdddff50068b456d.html