El catedrático de la UNED Antonio Guillamón acaba de publicar un libro con el resultado de años de investigación sobre las bases psicobiológicas de la identidad de género
DANIEL MEDIAVILLA / EL PAÍS
Cuenta Antonio Guillamón (Murcia, 78 años) que cuando reorientó su trabajo científico desde el estudio de la diferenciación sexual del cerebro de los mamíferos hacia la identidad de género, su interés “no se dirigía hacia las personas transgénero”. “Yo quería comparar a las personas trans [las que perciben una incongruencia entre sus rasgos físicos y el género al que sienten que forman parte] y a las cisgénero [aquellas en las que los rasgos físicos y la identidad percibida coinciden] para entender el tema de la identidad, porque sería un poco fatuo decir: ‘A ver qué les pasa a los trasngénero’, cuando tampoco se sabe lo que les pasa a los cisgénero”, aclara este catedrático emérito de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
Guillamón ha publicado recientemente los resultados de años de investigación en el libroIdentidad de Género. Una aproximación psicobiológica. En él, entre otros datos, recoge una estimación de personas trans en la población: unas 4,6 por 100.000 habitantes, según datos europeos. Pese a que los trans son pocos, su realidad genera posiciones encontradas y hasta debates políticos, y el científico es consciente de la particularidad de lo que estudia, aunque él haya querido enfocarlo con la misma disposición que ha aplicado a otras cuestiones científicas durante su carrera.
Tanto en su libro como durante la conversación, el científico muestra que no quiere zanjar un debate y tiene un interés genuino por comprender. “La ciencia no es dogmática. Yo propongo una teoría y después otro puede demostrar que no es cierta, y yo dejaré de defenderla”, afirma. Sin embargo, añade, “en la política y en los colectivos sociales abunda el dogmatismo”. Sobre la sociedad en general y la aceptación de las personas trans, Guillamón cree que “estamos en proceso de humanización y parte de la humanización es la aceptación de la diferencia”. “Lo que radicalmente nos termina de hacer humanos es aceptar la variación, la variabilidad y la diferencia, teniendo todos la misma dignidad. Ese es el recorrido ético que nos queda por delante”, concluye.
Pregunta. ¿Cuál son los principales hallazgos que presenta en el libro?
Respuesta. Hemos observado que hay una diferenciación en el cerebro que prepara para acogerse a una imagen que toma de lo que ofrece la sociedad. La identidad de género es un continuo en el que predominan los extremos. Hay dos grandes modelos, hombre o mujer, y uno se acopla a uno de los dos. En poquísimos casos hay una incongruencia entre el sexo biológico y el modelo, pero en los casos en que se da, hemos visto que existen diferencias cerebrales en hombres cis y trans y mujeres cis y trans.
Los genes y las hormonas prenatales preparan al cerebro para el desarrollo de diferentes identidades de género, y los niños y las niñas desde pequeños tienen unos comportamientos estereotipados. Además de la exposición a la testosterona durante la pubertad, los niños tienen una mayor exposición a esa hormona durante la gestación y también una especie de minipubertad, en la que hay otro pico de testosterona, en los tres primeros meses después del nacimiento. Todas esas diferencias condicionan la identidad de género en la que una persona va a encajar. La identidad de género no es algo que se elige. Si tiene suerte, uno puede elegir lo que va a comer, pero no puede elegir si tiene hambre o no. Algo tan nuclear en nosotros como la identidad no es algo que eliges. Esto lo prueba también el fracaso de las terapias de conversión.
P. Pero hay gente, como la investigadora israelí Daphna Joel, que niega la existencia de un cerebro masculino o uno femenino.
R. Joel dice que hay rasgos que en parte se superponen, que el cerebro es un mosaico. Pero hay un cerebro que será más masculino o más femenino. No hay diferencias cualitativas entre hombres y mujeres, salvo una muy importante: la existencia del cromosoma Y y la existencia de un gen en ese cromosoma, el SRY, que es el que hace que se diferencien los testículos y todo lo que producen. Solo hay una diferencia cualitativa, pero existe y ese gen SRY también se expresa en el cerebro.
Aunque, como dice Joel, tenga algo de mosaico, al final, en las estructuras del cerebro, hay tres posibilidades cuantitativas. Macho mayor que hembra, hembra mayor que macho o no hay diferencia. Es el perfil de todas esas medidas lo que hace que al final alguien se sienta hombre o mujer. Acabamos de publicar diferencias en la conectividad cerebral. Cómo se propaga la información en mil nodos cerebrales y cómo varía esa comunicación en espacios cortos de tiempo. Hemos encontrado cuatro grupos diferentes de conectividad: hombres cis y trans y mujeres cis y trans. Los mismos cuatro grupos que describimos a nivel estructural y ha confirmado un estudio analítico reciente.
P. Hay datos que expone en el libro que son llamativos, como la diferencia en Europa entre hombres trans, que son 2,6 por cada 100.000 y mujeres trans que son 6,8 por cada 100.000
R. Esas variaciones las hemos visto en distintos países en distintas épocas. La verdad es que no sabemos lo que está ocurriendo ahora. Especulando, por un lado, hay cambios sociales, porque al final la identidad está determinada por una cuestión biológica, pero nos amoldamos a los modelos que nos ofrece la sociedad y ahora hay más flexibilidad. Pero, además, creo que la actividad industrial ha cambiado nuestro entorno, también en este sentido. Tenemos muchas sustancias contaminantes que afectan a los receptores de estrógenos, de andrógenos, al metabolismo de los esteroides sexuales.
Para la mayor parte de las personas, la identidad de género se conforma en los dos o tres primeros años de vida, pero esa adaptación no tiene por qué ser lineal, hay personas que llegan a la pubertad y aún no lo tienen muy claro. Como han visto investigadores holandeses, una parte importante de los niños que llegan a la pubertad diciendo que son niñas o viceversa, después desisten. Más tarde alcanzan la consciencia de ser personas homosexuales conformes con su identidad. Algunos llegan a la pubertad sin haber consolidado previamente la identidad y a veces se confunde la identidad con la orientación sexual.
P. En España, ¿hay muchas personas que reciban un tratamiento de afirmación y den marcha atrás?
R. Hasta ahora, gracias a las Unidades de Identidad de Género de los hospitales públicos, había poca desistencia. La psiquiatra, que está especializada, analiza si cuando llega alguien a la unidad con ansiedad y depresión es una reacción a su situación de angustia por ver que se siente que es mujer y tiene el físico de un hombre o viceversa, o si es una depresión bipolar o una esquizofrenia que se tendría que tratar antes. Si es un caso reactivo, se pasa directamente al tratamiento. Pero si suprimes ese proceso de evaluación, hay más posibilidades de equivocarse con la persona. Ahora, con la nueva ley en España, se va a pasar a que sea el médico de familia o un endocrinólogo sin especializar, que se dedica a tratar la diabetes o el colesterol, el que tome esas decisiones prácticamente a demanda. Opino que la idea de despatologizar prima sobre la salud. Se podría predecir que habrá más personas transgénero que desistan en los próximos años.
Con el tema de la despatologización lo que sucede es que parece que las personas transgénero son inmunes a todas las patologías mentales que tenemos los cisgénero. No todo es estrés de minoría. El problema es que ahora una persona llega y dice: “Quiero esto”, y se lo tienen que dar, pero no se le ayuda a que esa persona discierna si es algo primario o reactivo.
P. ¿Cuándo se deberían iniciar los tratamientos de afirmación?
R. Si supieras seguro que un niño de 10 a 12 años va a ser estable en querer ser niña para toda su vida o viceversa, lo ideal es que el tratamiento hormonal empiece con los bloqueadores de la pubertad y todo saldría perfectamente. Pero en eso no hay certeza y el niño tiene sus derechos. Cae sobre los padres y sobre los médicos la decisión médica y ética de dar un bloqueador. Hay movimientos en contra del tema del bloqueo, porque por mucho que le expliques a un niño de 11 años que el bloqueador va a tener unos efectos importantes sobre su cuerpo, que además no se sabe cuáles son, es difícil que entiendan. Actualmente, solo veo una solución: especialistas con experiencia clínica en el tema.
P. ¿Los tratamientos de afirmación son seguros?
R. Después de la pubertad, el tratamiento hormonal con testosterona (chicos transgénero) o estradiol (chicas transgénero) no es inocuo, como todo tratamiento puede tener efectos adversos. En el cerebro, por ejemplo, observamos ventrículos agrandados. El primer trabajo de los efectos sobre el cerebro de los tratamientos hormonales es de 2006. Nosotros hicimos un segundo trabajo en 2014, más amplio, que publicamos enJournal of Sexual Mediciney ofrecimos una hipótesis explicativa. En el caso de la androgenización para un hombre trans, lo que está sucediendo es lo mismo que pasa con los músculos, como si tomas un anabolizante, los mismos efectos anabolizantes y anticatabolizantes de los andrógenos en el resto del cuerpo suceden en el cerebro. En la feminización lo que observamos es que, como disminuyen el grosor de la corteza cerebral y los núcleos subcorticales, se expanden los ventrículos. Recientemente hemos demostrado que ello se debe a que el estradiol afecta al metabolismo del agua en la corteza cerebral, no a que disminuyan las neuronas. Estudiamos los efectos del tratamiento para mejorar la atención de las personas transgénero. Hemos propuesto que en los protocolos se incluya un escáner cerebral cada dos años.
De lo que no se sabe absolutamente nada es sobre el tratamiento de los niños con bloqueadores sobre el cerebro. Se nos acaba de conceder un proyecto del ministerio para estudiarlos.“Hay diferencias en la corteza cerebral que en las personas transgénero hace que los genitales se perciban incongruentes”
P. ¿Y cómo es esto posible? Los tratamientos farmacológicos requieren saber qué va a pasar a largo plazo.
R. Hay una frase mágica que el tratamiento es razonablemente seguro. Lo dijo en su momento el doctor Louis Gooren, un endocrinólogo holandés con mucha experiencia. Ves a las personas transgénero bien de salud, pero no hay estudios a largo plazo para conocer cómo envejecen o qué efecto tienen algunos cambios que hemos observado en el cerebro. Hay algún artículo en el que se relaciona un tratamiento de este tipo con meningiomas, pero no ha habido un ensayo general de cómo es el tratamiento. En los niños a partir de los 11 o 12 años, se administran bloqueadores de la pubertad para suprimir la disforia de género, cuando se considera que es necesario. Se administran bloqueadores, pero por un tiempo limitado.
P. ¿El cambio de legislación afecta a cómo se enfocan los tratamientos?
R. En España se ha cambiado la legislación y en las comunidades autónomas han modificado los procedimientos de atención a las personas transgénero. Que yo sepa en ninguna, independientemente de si eran de derechas o de izquierdas, se ha preguntado a las Unidades de Género que esos gobiernos crearon. En España, hay unidades que son punteras internacionalmente. La de Málaga, que fue la primera, con la doctora Isabel Esteva, endocrinóloga, que introdujo los tratamientos. Después se crearon otras a principios de siglo, la del Hospital Clínic, en Barcelona, en Madrid, hospital Ramón y Cajal, en Sevilla, en Bilbao, en Zaragoza, en Valencia, etcétera. Desde estas unidades se ha apoyado la despatologización. Pero a estos especialistas (endocrinólogos, psicólogos, psiquiatras) no se les ha preguntado absolutamente nada y hasta 2019 ya habían atendido a nueve mil personas.
P. ¿La política no tiene interés en escuchar a los científicos?
R. El mundo de la política se mueve con una idea preconcebida de que todo es social y que en el tema de la identidad de género la persona elige. Todavía funciona en el cerebro de la clase dirigente y los influencers intelectuales la idea de que uno elige como un acto volitivo. Pero hay una interacción entre lo social y lo biológico, y hay algo tan importante como el yo, que es un yo con género. Hay una falta de entendimiento sobre la identidad de género, tanto desde una visión biologicista como desde una social. Una se aferra a los genes y los genitales y la otra al ambiente como moldeadores de la identidad. Sin embargo, la identidad es la consecuencia de un proceso muy complejo en el que intervienen genes, gónadas, hormonas, cerebro y el ambiente pre y posnatal. No se puede explicar desde las esquinas, sino desde la visión de conjunto. Hay que verlo como un proceso. Es a lo que conducen las investigaciones de nuestro grupo y lo que comento en el libro.“La identidad es la consecuencia de un proceso muy complejo en el que intervienen genes, gónadas, hormonas, cerebro y el ambiente pre y posnatal”
P. Existe la idea de que somos una tabla rasa sobre la que se puede escribir cualquier cosa…
R. Yo les diría que demuestren que existe esa tabla rasa cerebral. Eso no es posible cuando tienes tres fases de acción de la testosterona desde el segundo trimestre de gestación hasta la pubertad. No solo está influyendo sobre el cerebro, sino sobre todo el genoma y va creando un epigenoma, determinando qué genes se van a expresar y cuáles se van a inhibir. En un trabajo de colaboración entre las universidades de A Coruña, Gante y la UNED hemos demostrado diferencias en la metilación del ADN entre las poblaciones cis y transgénero en una serie de genes, algunos relacionados con el desarrollo. Al nacer no somos una tabla rasa, no solo es que no sea rasa, es que no existiríamos como especie que somos si fuésemos una tabla rasa al nacer. Darwin no tendría sentido. El entorno social afecta, en primer lugar, facilitando modelos en los que vamos a encajar, pero no parte de cero. Los niños al nacer no parten de cero.
P. ¿Por qué produce tanto sufrimiento sentir esa incongruencia entre lo que uno se siente y lo que ve en el espejo?
R. Es que es más que sentirse. Es la consciencia cognitivo-emocional de ser hombre o mujer. Es el yo. El yo es un yo con género. No es una identidad abstracta. Hasta ahora siempre nos han hablado de un yo abstracto. Pero ese yo se ha formado con la percepción del propio cuerpo y en relación en el tiempo y el espacio con otros cuerpos y a la forma masculina y femenina del cuerpo. La incongruencia se sigue de un rechazo de los genitales en las mujeres transgénero y de las mamas en los hombres transgénero. Esto produce sufrimiento. A este sufrimiento se añade el rechazo familiar y/o social, el estigma que conduce a un estrés de minoría.
P. ¿Por qué no se pueden acostumbrar a verse en esos cuerpos?
R. La construcción del yo se forma por la percepción del propio cuerpo, es precisa una autorrepresentación cerebral del cuerpo y en relación con otros cuerpos y lo que estos hacen. Yo lo que pienso, lo que he propuesto en nuestras publicaciones, es que hay diferencias en la diferenciación de la corteza cerebral que en las personas transgénero hace que los genitales se perciban incongruentes. Y esto no es una patología, pero hace sufrir si no se entiende por todos.
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Fuente: https://elpais.com/salud-y-bienestar/2022-07-07/la-identidad-de-genero-no-se-elige-como-prueba-el-fracaso-de-las-terapias-de-conversion.html