La Fundación Loewe acoge una muestra sobre este predecesor de Robert Mapplethorpe que trabajó para la revista Vogue en el Hollywood dorado. Imprescindible.
PALOMA SIMÓN / VANITY FAIR
George Platt Lynes (Nueva Jersey, 1907 – Nueva York, 1955) era tan guapo que las mujeres volvían la cabeza a su paso. También los hombres. Además, fue un tipo con suerte. Nada más poner un pie en París en los años 20 -sus padres, que tenían grandes expectativas para él, lo habían enviado allí para que preparase su ingreso en la Universidad de Yale; lo cierto es que no era lo que se dice un buen estudiante–, conoció a Gertrude Stein, con quien entabló una estrecha amistad. Gracias a ella pronto empezó a codearse con la bohemia: Salvador Dalí, Jean Cocteau, E. M. Forster, Christopher Isherwood, W. Somerset Maugham o Marc Chagall se convirtieron en sus íntimos amigos. Este último protagonizó por cierto uno de sus primeros retratos. Porque, además de un atractivo indudable, George Platt Lynes tenía talento, que dedicó a la búsqueda de la belleza en general y a la fotografía en particular. Una disciplina en la que adquirió una enorme notoriedad en los años 30 y 40 gracias a sus trabajos para revistas de moda como Harper’s Bazaar o a sus estudios sobre danza, que llevó a cabo a partir de 1935, cuando se reencontró con compañeros de colegio, Lincoln Kirstein y George Balanchine, que resultaron ser los fundadores del Ballet de Nueva York.
Injustamente olvidado, como sucedió en un momento dado con su colega Lillian Bassman, Platt Lynes es el protagonista de una de una exposición auspiciada por la Fundación Loewe con motivo de la nueva edición de Photoespaña. Una muestra comisariada por la editora gráfica María Millán, quien llegó a colaborar con Alexander Liberman, el mítico director creativo de Condé Nast que, por cierto, fichó a Platt Lynes para Vogue. “Lo envió de corresponsal a Los Ángeles, donde pronto se especializó en retratar a las estrellas de Hollywood de la época. Por ejemplo, a Yul Brynner, que por aquel entonces era el arquetipo de macho por sus papeles en películas tan populares como El rey y yo o Los Diez Mandamientos o Los siete magníficos, pero que en la vida real era un hombre de una sensibilidad extrema. Entrar en contacto con el círculo de Platt Lynes le ayudó a dar rienda suelta a su verdadera naturaleza”, explica Millán.
Y es que el artista vivía desde hacía tiempo un triángulo amoroso con el editor Monroe Wheeler y el escritor Glenway Wescott, una pareja seis años mayor que él que, como muchos artistas e intelectuales de la época –Jean Cocteau, Thomas Mann, Francis Scott Fitzgerald…– residía entre Villefranche-sur-Mer, en la Costa Azul, y el Greenwich Village, y a los que había conocido en Europa en 1926. Así, su vida privada empezó a inspirar su obra, en la que el erotismo y, en concreto, los desnudos masculinos, adquirieron una importancia capital, lo que le supuso no pocos problemas. “Fotografiar cuerpos desnudos era ilegal en Estados Unidos, la homosexualidad se consideraba una enfermedad mental, por lo que Platt Lynes y sus modelos asumieron un riesgo enorme con estas obras que, como en etapas anteriores de la Historia del Arte, tenían que reproducir escenas mitológicas para sortear la censura”, recuerda Millán. Efectivamente, una de las salas de la exposición, que acoge la Leica Gallery de Madrid, está dedicada a este tipo de trabajos, para los que posaron amigos de Platt Lyne como los artistas Paul Cadmus y Jared French, el director de arte Romain Johnston o el bailarín Ralph McWilliams. En ellas da buena cuenta de su manejo de la luz y de su virtuosismo en el laboratorio. Por ejemplo, en una época muy anterior al Photoshop y los efectos digitales, el mito de Cíclope se conseguía pegando un enorme ojo hecho pintado a mano y recortado sobre la frente del modelo.
A pesar de que su autor destruyó muchas de estas instantáneas, los desnudos de Platt Lynes aún experimentarían una nueva vida cuando el fotógrafo se las entregó al Instituto Kinsey para la Investigación del Sexo, el Género y la Reproducción del biólogo y sexólogo Alfred Kinsey, autor entre otros de El comportamiento sexual hombre. Un estudio académico que escandalizó a la sociedad estadounidense de la época tanto como la figura de Kinsey quien, aunque estaba felizmente casado –su esposa, Clara McMillen, era además su principal colaboradora–, mantenía relaciones homosexuales –su mujer, también– para sus investigaciones, y animaba a los miembros de su equipo a obrar del mismo modo. Él y Platt Lynes estaban pues condenados a conocerse… Y a entenderse.
El fotógrafo estadounidense, que inspiró sin duda la estética, hoy tan célebre, de Robert Mapplethorpe, Francesco Scavullo –a quien también retrató–, o Peter Hujar –objeto por cierto de otra de las retrospectivas de la Fundación Loewe– murió de forma prematura a los 48 años de edad tras haber vivido, eso sí, una existencia fascinante. De la que, si quiere conocer más detalles, ya sabe. Tiene hasta el 22 de octubre.
De María Millán y Liberman ya hablaremos otro día. Prometido.
Fuente: https://www.revistavanityfair.es/articulos/george-platt-lynes-fotografo