El cantante cumple 25 de años de carrera: “Artistas a los que admiro y quiero son animales seductores y maravillosos en el escenario, y cuando bajan son desgraciados. No quiero eso”
MANUEL JABOIS / Madrid / EL PAÍS
Llena este viernes 10 y sábado 11 el Teatro Circo Price de Madrid en la celebración de sus 25 años de carrera. Aparece en un hotel del centro de Madrid con un libro recién salido de imprenta (ha montado una editorial, Hoy es siempre) que se titula Vallecas. Los años de barro, escrito por su padre, el periodista Rodolfo Serrano, e ilustrado por Román López-Cabrera. Este exestudiante de Astrofísicas (dejó la carrera en cuarto curso) ha sido padre de nuevo hace tres meses. Ismael Serrano (Madrid, 48 años) pide un vino rioja y pica unas patatas después de abrir el libro. “Es una historia que mi padre tenía dentro. La formación de un barrio, Palomeras Bajas de Vallecas. Yo me crié en Sierra Carbonera, otro barrio y otra realidad. Palomeras Bajas en el tiempo de mi padre era calles de tierra y retrete compartido”.
Pregunta. ¿De dónde era su madre?
Respuesta. Aldeaencabo de Escalona, una aldeíta de Toledo. Nació a la luz de la candela porque mis abuelos en ese momento estaban trabajando en el campo, y mi abuela se puso de parto cuando cayó una tormenta brutal que hizo que creciera el río. No podía pasar el carro con bueyes, así que la mujer nació en una casa de aperos en la que no había ni luz.
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P. ¿Y su padre?
R. De Villamanrique, un pueblo de Ciudad Real. Él la conoce a ella en Vallecas de adolescentes en un momento de efervescencia política y cultural. Cuando las parroquias eran centros de reunión de chavales, sindicalistas…
P. Hay historias tremendas en Los años de barro. La del váter.
R. [Ríe] Para que a las viviendas les dieran la cédula de habitabilidad, debían tener un inodoro. Y mi padre cuenta que como allí no había ni desagües, compraban entre todos un inodoro, lo ponían en la casa, llegaba el inspector, daba el visto bueno y alguien salía pitando para llevarlo a otra casa.
P. ¿Por qué eran años de barro?
R. Por algo que también cuenta Javier Pérez Andújar en Paseos con mi madre (Tusquets). La seña de identidad del que venía de la periferia era llegar al trabajo con los zapatos y los bajos del pantalón manchados de barro: había que cruzar descampados. Los autobuses no llegaban hasta allí, y era barro, barro y barro.
P. Sus padres militantes.
R. Los dos militaban como militaba todo el barrio. La militancia entonces era muy sencilla: se luchaba por la democracia y por la libertad, vale, pero en el barrio se luchaba porque llegara el autobús, porque las escuelas dejaran de estar en barracones o porque hubiese un pediatra en el centro de salud. Allí no llegaba el Estado. Se luchaba por estar presentes, porque les reconociesen que existían.
P. Y su abuelo paterno, derrotado.
R. Del bando vencido.Era de Villamanta [Madrid], pero allí no le daban trabajo y tenía que hacerse 40 kilómetros en bicicleta hasta la capital y luego volverse a su casa. Arreglaba los tejados a veces a cambio simplemente de que le dieran los pajaritos que encontraba en los nidos para comer. Y se hartó de comer pajarito frito.
P. Usted graba un disco a los 24 años, Atrapados en azul, y se convierte en estrella de la música. ¿Cómo se gestiona eso?
R. Con una crisis, claro. La crisis que hay que pasar. Noches que duran demasiados días, y es cuando tengo que parar y decirme; “¿Por qué estás aquí, porque te mola o porque te dejas empujar?”. Al empezar te sientes un intruso. Ves la industria como territorio hostil. Y estás permanentemente a la defensiva.
P. No es tan malo: la industria no suele quererte a ti, quiere el producto en que puedes convertirte.
R. Yo sí lo veo negativo porque me volví muy hermético. Tienes veintitantos años, eres arrogante y crees que lo sabes todo, y te cierras. Asumí un rol en un contexto de cantautores comprometidos, y adopté ese papel con firmeza. Dije “sí, esto es lo que soy”. Perfectamente solemne y circunspecto. Y bueno, entre mi segundo y tercer disco, peté. Recuerdo que suspendimos un concierto en Logroño. No estaba bien anímicamente.Pensar que la extrema derecha no puede llegar a gobernar España es la mejor manera de que llegue”
P. El personaje.
R. Hay una ficción en torno al personaje del cantautor y de la bohemia que acabas asumiendo. Sales por la noche como si fueras de safari para nutrirte de canciones. Y no dejas de ser otro personaje patético más: el cantante borrachuzo. Que se cree el rey del mundo. Que no se puede ir por si pasa algo. Que se pone a sí mismo en el centro del relato.
P. Usted ha combatido en los últimos años ese personaje de una forma admirable: parodiándose.
R. Lo parodio pero a la vez lo reivindico. Primero desmonto el personaje para luego decir: “Oye, espera, que igual no está tan mal”. Igual tiene que haber un espacio para ponernos serios y tristes. Pero es cierto: con el paso del tiempo te vas despojando de esa rigidez, de esa solemnidad. Y te das cuenta de que nada es tan importante. Cuando eres joven crees que todo es grave, terrible, urgente, definitivo.
P. El relato.
R. Yo soy un tipo muy obsesionado con el relato. También cuando hago un disco. Un disco tiene que contar algo; un concierto, también. Una vez le escuché decir a un novelista famoso que sus novelas no tienen argumento porque la vida no tiene argumento. No es verdad, tío. Yo leo para encontrar un argumento a mi vida, y la literatura me interesa si me ofrece un relato que yo pueda incorporar a mi vida. La vida también es hacerse un relato propio.
P. ¿Y sobre el escenario?
R. Por supuesto, si es tu oficio. Pero me obsesiona la idea de que muchos artistas solo sean felices cuando están en el escenario y profundamente desgraciados cuando se van. Veo a gente a la que yo admiro y quiero, que encima del escenario son animales seductores, maravillosos y brillantes, y cuando bajan son desgraciados.
P. ¿Nunca le ha pasado?
R. No me quiero convertir en el típico artista que lleva toda la puta vida en el escenario, se baja y se vuelve insoportable. Muchos compañeros de profesión están componiendo todo el rato, se llevan la guitarra de vacaciones y a la mínima, en cuanto te descuidas, te cantan una canción. Yo no vivo así la música. Me apasiona. Pero puedo desconectar. Y si nos reunimos y alguien saca la guitarra, toco canciones de Silvio o de Sabina para que las cante la gente, no hago eso de tocar mis propias canciones.
P. Papá, cuéntame otra vez, en 1997, señala a la generación de la Transición.
R. No es una enmienda a la totalidad. Es también el reconocimiento de la gente que se partió la cara y que puso el cuerpo entonces. Pero me hacía gracia: todo el mundo se jactaba de haber estado en mayo del 68. Hubo gente a la que le molestó porque le parecía una osadía. ¿Sabes lo que más me llamó la atención?
P. ¿Qué?
R. Que una canción que yo creía local prendió en Argentina, en Chile, en Latinoamérica. Había paralelismos históricos y culturales que tenían que ver con ese desencanto respecto a la democracia, que prometía mucho más de lo que luego finalmente les dio.
P. ¿Papá qué decía?
R. Papá siempre acompañó en casa. Yo no he vivido ese enfrentamiento generacional de padre e hijo. Incluso cuando no acabé la carrera, aunque mi madre me lo estuvo reprochando hasta los 40 años [ríe].
P. La patria.
R. Un poeta contaba que la patria se sentía en el exilio. Es cierto que la patria para uno son cosas como la educación o la sanidad pública. Pero estás fuera y escuchas a alguien cantando que viva España, a lo mejor te emocionas y te pones a cantar también. Lo cuenta muy bien Pablo Guerrero en su canción Emigrante: “Y si no hay vino, con cervezas brindamos / y porque lo pediste, solo por eso, / una canción de Manolo Escobar tarareamos”.
P. ¿Puede llegar la extrema derecha al Gobierno?
R. Pensar que es imposible es la mejor manera de que llegue. De hecho, ya ha llegado a Castilla y León, y probablemente a Andalucía. No se está siendo consciente de las consecuencias que tiene que la ultraderecha acabe asumiendo cada vez más responsabilidades de gobierno, la normalización de según que conductas. Y percibo una fantasía sobre que hay ciertos derechos que no se pueden revocar. Eso no es verdad: ha ocurrido a lo largo de la historia y seguirá ocurriendo.
P. Lo políticamente incorrecto.
R. La normalización del gamberrismo político. Un sorprendente valor en alza. No es la negación de la sociedad, es su destrucción. El presumir de esa pulsión destructora. Por ejemplo: ¿la lucha de clases no existe? Claro que existe, la estamos ganando y te lo vamos a demostrar en tu cara. Esa pérdida de complejos.
Fuente: https://elpais.com/cultura/2022-06-10/ismael-serrano-lo-politicamente-incorrecto-es-la-normalizacion-del-gamberrismo-politico.html