Entre 1920 y 1933, cuando la llamada Ley Seca prohibía en Estados Unidos la venta, transporte y fabricación de bebidas alcohólicas para su consumo, la cirugía plástica se puso de moda
C. MACÍAS / EL CONFIDENCIAL
En 1934, John Dillinger era uno de los delincuentes más buscados de Estados Unidos. Era uno de esos ladrones del momento que se vuelven casi su propio mito y un personaje por encima de sus delitos. Los titulares de todo el país durante la década de 1930 repetían su nombre: otro robo más, y otro, y otro. Los lugares favoritos de Dillinger eran los bancos. Aquel año, escondido en Chicago, quiso probar una nueva manera de escapar de los focos y el arresto.
Los artículos de la prensa a menudo incluían su foto, es decir, su rostro se había vuelto reconocible en cualquier Estado. ¿Qué podía hacer para salir ileso de su misma huida? Esconderse dentro de sí mismo, o lo que es lo mismo: un cambio de apariencia que iría mucho más allá que dejarse barba o teñirse el pelo.
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Fue así como el médico de origen alemán Wilhelm Loeser accedió al camino elegido por Dillinger. Loeser, que ya estaba involucrado en delitos como tráfico de narcóticos, procedió a cumplir con la petición de su nuevo cliente: alterar la cara y las yemas de los dedos del ladrón más perseguido por aproximadamente 5.000 dólares.
Una nueva moda
En el periodo comprendido entre 1920 y 1933, cuando la llamada Ley Seca prohibía en Estados Unidos la venta, transporte y fabricación de bebidas alcohólicas para su consumo, la cirugía plástica se puso de moda, pero no de cualquier forma. La mayor demanda de empleo para el sector de cirujanos pasó por eliminar las huellas dactilares.
La ecuación es bastante simple: aquella situación de restricciones aumentó la demanda de contrabando, provocando al mismo tiempo que surgiera una demanda de ocupación relativamente nueva, la del cirujano plástico. Por supuesto que estos ya existían, pero no de la manera en que lo hicieron entonces.
Jake Rossen señala en ‘Mental Floss’ que se trataba de médicos con mala reputación que circulaban en lo que se entendía como el bajo mundo, ofreciendo realizar cirugías plásticas para cambiar caras reconocibles y alterar o eliminar huellas dactilares, que rápidamente se estaban convirtiendo en el nuevo estándar de identificación para la policía. En 1933, uno de esos médicos, Joseph Moran, agitó el negocio al aceptar coser a los mafiosos y quitarles las balas a los pacientes que habían recibido disparos.
Cómo camuflarse ante la ley
La lista de personas que vivían de la delincuencia crecía exponencialmente, al tiempo que lo hacía la de aquellas mismas personas que recurrían a técnicas rápidas y dolorosas para deshacerse de su apariencia, camuflarse ante la ley y pasar desapercibidas. En este sentido, la primera que trató de deshacerse de sus huellas dactilares parece haber sigo August «Gus» Winkler, un asesino y ladrón de bancos que a menudo se asocia con Al Capone. Sus huellas dactilares mostraron más tarde evidencia de cortes para tratar de deshacerse de aquellas marcas de identidad.
Para 1934, Moran era uno más entre las pandillas de gánsteres, y fue entonces cuando realizó el primer proceso de cirugía de huellas dactilares a dos de ellos, Chicago Fred Barker y Alvin Karpis. Lo que parecía todo un éxito de la ilegalidad resultó, sin embargo, el inicio para otras dificultades: Karpis tuvo problemas para acceder a Canadá debido a la falta de huellas dactilares limpias, pero Moran no parecía darse cuenta de que estaba nadando con tiburones.
Loeser decidió probar de nuevo la técnica que ya circulaba entre unos y otros, aunque sabía que seguía siendo un procedimiento experimental
Después de jactarse de que conocía una cantidad incriminatoria de detalles sobre las actividades de la pandilla Barker, su cuerpo apareció en la costa de Ontario en 1935. A Moran le faltaban las huellas, pero eso se debió a que le habían cortado las manos junto con los pies.
Pese a todo, Loeser decidió probar de nuevo la técnica que ya circulaba entre unos y otros, explica Madeleine Hiltz en ‘The vintage news’: primero cortó la capa exterior de piel de los dedos de Dillinger y trató las yemas con ácido clorhídrico. Posteriormente, raspó las crestas visibles que quedaban en las huellas dactilares. Sabía que seguía siendo un procedimiento experimental, pero se sintió confiado porque primero lo había probado en sí mismo.
De nuevo, error. La compleja cirugía no ayudó en nada a John Dillinger, que acabó cercado y asesinado a tiros por agentes del FBI en Chicago el 22 de julio de 1934. Al final, los criminales que intentaban borrar sus huellas terminaban resultando muy sospechosos. Era una causa perdida.
Fuente: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2022-04-21/mafia-recurrio-cirujanos-borrar-huellas-dactilares_3410734/