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Lo que aprendimos del Cervantes economista y recaudador de impuestos | Libertad Digital

De todo el universo cervantino, tal vez la mejor enseñanza sea aquella que nos permite entender cómo funciona el gobierno, el poder y el sottogoverno

Cuadro retrato de Miguel de Cervantes. | David Alonso Rincón

JUAN GUTIÉRREZ ALONSO / LIBERTAD DIGITAL

En una reciente publicación en el ABC sobre el nuevo libro de Santiago Muñoz Machado se nos emplaza a leer a Miguel de Cervantes porque habla de nuestros males y se destaca que, «sin padrinos ni universidad, avanzó por la vida sin importar cicatrices, cautiverios, alegrías o experiencias que le llevaron a conocer el tuétano de su época. Triunfó un día con el Quijote, divirtiendo al personal…».

Sabemos que El Quijote se ha presentado históricamente como obra múltiple y compleja. Vargas Llosa, por ejemplo, sostiene que rescata la caballería en la virtud personal de un sujeto medieval idealizado que lucha contra la tiranía temprano-moderna de la casta y el surgimiento del Estado autoritario.

En esta línea, siempre me he preguntado si puede entonces considerarse una obra dramática. Así lo entenderán seguramente quienes han comprendido que las andanzas de nuestro celebérrimo hidalgo nos ilustran sobre el lodazal que es el mundo y el tormento en que puede llegar a convertirse la vida misma. Aquellos que se refugian en la comicidad ante la insoportable cotidianeidad, quienes más penurias y desengaños pasan o han pasado y sin embargo siguen adelante. Los quijotes de todo tiempo y lugar son tal vez quienes mejor pueden detectar la verdadera naturaleza dramática del manuscrito.

¿No es entonces divertida? Desde luego que lo es. Pero es cómica y divertida en el drama. Por eso se ha dicho también que su melodía de fondo es la melancolía. Y no falta razón a quienes así lo entienden porque los escritos de Cervantes son los escritos de quien conocía la dura realidad de las cosas, de alguien que no disfrutó de las ventajas palaciegas, de los cargos ni de la comodidad de los gardingos en la Corte.

Destaca Castro Calvo (1969) que cuando Cervantes escribe ya está de vuelta de todo: «de los primeros a los últimos años de su vida todos están llenos de sufrimiento. De vuelta de las guerras y los cautiverios, creyó encontrar comprensión, amistad, afecto; nada de eso halló. La vida siguió siéndole difícil y dura; él, sin embargo, tuvo condescendencia para juzgar a los demás. Conoció y trató grandes personajes, hubo de poner en sus libros dedicatorias a hombres de alto linaje, peregrinó por el mundo, descendió a las mazmorras, y aun cuando el picarismo salió de su pluma, lo hizo amable, sin amargura».

Podemos y debemos aprender entonces de Miguel de Cervantes. En el Quijote, y no sólo, encontramos impagables lecciones de vida, también de política y hasta cuestiones mercantiles y monetarias. No son pocos los autores que han llamado la atención sobre la libranza de pollinos y la presencia de conceptos o referencias a la inflación, la teoría subjetiva del valor, el control de precios y hasta la usura. Una obra por tanto utilísima para comprender, como denunció Juan de Mariana, las decisiones económicas erráticas de los tiempos de Felipe II. Operaciones y decisiones como las devaluaciones y las reacuñaciones que no suponían más que una expropiación de la riqueza de los ciudadanos. Una forma de robo institucionalizado que llevó al propio Mariana a ser detenido y procesado por la Inquisición. A su manera, fue otro Quijote.

Y luego está aquel pasaje biográfico de Cervantes que no puedo olvidar porque, relacionado con lo anterior, resulta de gran actualidad y se refiere al mayor mal de nuestro país y el de otros muchos. Un episodio que ilustra sobre la Administración pública, el poder y los impuestos, asuntos tan envenenados e ideologizados sobre los que ya solo los hombres libres, sin posición que guardar ni aspiraciones de ningún tipo, alcanzan a ponerse de acuerdo.

Sabemos que Cervantes fue recaudador de impuestos para la hacienda real. Según diversas investigaciones, en la actual Andalucía protagonizó unos sucesos que le llevaron a prisión, siendo precisamente en mi tierra natal donde empezó a encontrar contratiempos que finalmente le condujeron, en efecto, a la cárcel.

En el año 1593-1594, las necesidades fiscales de Felipe II eran apremiantes pero las cosechas estaban siendo nefastas. Cuentan las crónicas y esas investigaciones que la mayoría de los pueblos de Granada dejaron de pagar al fisco y entonces Cervantes creyó ver una oportunidad. Pensó que podría conseguir la recaudación de los tributos impagados en poco tiempo y ganar así algún favor que le permitiera una mejor posición.

Los sujetos pasivos de entonces, villas empobrecidas y miserables, pobladas por gentes de campo, no solamente resistieron las solicitudes de pago, sino que se vieron obligados a engañar a quien acabaría convirtiéndose en el más ilustre de la literatura universal. En Motril exhibieron a Cervantes justificantes de pago al fisco que eran falsos para poder liberarse de nuevas aportaciones. Un temprano caso de evasión fiscal de supervivencia. Aquella astucia motrileña pronto se supo en la vecina Salobreña y después, como es lógico, en Almuñécar, Vélez y otras localidades de la costa según cuentan los estudiosos de estos episodios. Cervantes nunca conseguiría recibir las deudas fijadas desde Madrid, pero su desdicha no acabó aquí.

Ya en Sevilla, confió al comerciante Simón Freire el depósito de la recaudación que sí había conseguido para que se ocupara de transferirlas a Madrid. Éste, asediado por problemas crediticios, se declaró en bancarrota y dejó a Cervantes vendido ante la hacienda pública. El Estado de entonces pensó que lo mejor era acusarle de apropiación y/o de ser incapaz de desempeñar adecuadamente sus funciones. Los jueces de la Corona decidieron encerrarle y allí empezaría a gestarse El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, o eso parece.

No fue Cervantes, por así decirlo, un eficaz servidor del Estado, si bien es cierto que era el Estado quien, como de costumbre, no se estaba portando bien con sus propios vasallos. Un Estado enredado fatalmente con las deudas y entregado ya por entonces al uso temerario de las finanzas públicas. Algo muy parecido a lo que sucede hoy día, por no decir exactamente como hoy día. Entonces no se podía, o no se sabía, costear el Imperio, hoy no se puede, o no se sabe, costear eso que llamamos Estado del bienestar. Algo que ya nadie sabe tampoco qué es exactamente.

De todo el universo cervantino, tal vez la mejor enseñanza sea aquella que nos permite entender cómo funciona el poder, el gobierno y el sottogoverno. Esa lección que nos descubre que «andan entre nosotros siempre una caterva de encantadores que todas nuestras cosas mudan y truecan, y les vuelven según su gusto, y según tienen la gana de favorecernos o destruirnos». De ahí la importancia de la autotutela, que como él mismo dejó también escrito, es el bien más preciado que nos ofrecieron los cielos. No hay nada más estimulante en toda su obra, pues esta es la enseñanza que también nos conduce al reconocimiento de todos aquellos que llevan verdaderamente el mundo a sus espaldas. Esos que no figuran en ningún sitio, pero hacen posible con su trabajo, esfuerzo y sacrificio, la posición y bienestar, también los privilegios, de todos los demás. Esa que, en definitiva, nos hace ciudadanos civilizados.

Fuente: https://www.libertaddigital.com/cultura/2022-04-18/juan-gutierrez-alonso-lo-que-aprendimos-del-cervantes-economista-y-recaudador-de-impuestos-6887860/

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