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Fernando Savater: «Me he dado cuenta de que uno puede vivir de pena» | El Mundo

FOTOGRAFÍAS: ANTONIO HEREDIA

DAVID LEMA / EL MUNDO

*Nota del entrevistador:

Me niego a transcribir las risas de ambas partes que envuelven casi cada respuesta. ¡Qué diría Ferlosio sobre tal derroche de simpatía! Matizado esto, arrancamos.

Primicia: Fernando Savater se casa. Bueno, ya saben que él es de no casarse con nadie, por eso de conservar la independencia de opiniones, actitudes y tal; pero sí, sí: Savater contrae matrimonio. De hecho a estas alturas de abril ya debería haber pasado por el juzgado, pero…: «Según tenía programado», explica mientras cuenta cómo ha cambiado su día a día en los últimos años, de mantener una actividad de explorador a convertirse en una especie de explorador de salón, «pues me casaba mañana, aquí en Madrid, pero mi novia se ha puesto con covid. Bueno, a lo mejor es un truco para librarse de mí, ¡y estaría mostrando buen gusto!». ¿Qué nos quiere decir Savater? «Que el tiempo», ay, el tiempo, «va cambiando a uno ,y como ya queda menos, pues te dedicas a la vida real, a vivir normalmente. Yo ya no tengo esas grandes ideas de llevar a la humanidad un mensaje extraordinario».

Según le he leído nunca las ha tenido, ¿no?

Tienes razón, lo que pasa es que hubo momentos en los que he tenido un poco de vocación peleona, borroka, que diríamos en mi tierra, sobre todo frente a la brutalidad política. Yo nací en el brutalismo político de una dictadura y luego, cuando el país afortunadamente salió de esa dictadura, pues sobre todo en el País Vasco entramos en otro brutalismo político que era el de la dictadura de ETA y del nacionalismo obligatorio, que sigue de alguna manera todavía vigente. Contra eso, pues sí. No porque yo tuviera ningún mensaje sino porque alguien tenía que de alguna manera enfrentarse a eso. Yo siempre he pensado que los que hemos tenido suerte desde pequeños, que los que hemos nacido con la cuchara de plata en la boca, algo tenemos que devolver a la sociedad. Yo no tengo derecho a ser cobarde porque he vivido demasiado bien. Entonces siempre me ha parecido que había cosas que decir y pasos adelante que dar. Sobre todo cuando no los daba nadie.

Esto me recuerda a su época en la prisión de Carabanchel, cuando al hablar de aquello parece achacar a cierta oposición al régimen su…

Ah, no, claro, por supuesto. Y nunca ha habido tantos antifranquistas como ahora, pero cuando hacían falta… Ahora todo el mundo quiere dar por cancelada a ETA, como desaparecida y no sé qué cuando resulta que están los etarras en el Parlamento y el proyecto político de ETA se está defendiendo públicamente y sirviendo incluso de apoyo al Gobierno del país. Pues de la misma manera, de pronto todo el mundo se convirtió en antifranquista cuando desapareció Franco. Y mira: yo en este salón toreo todo lo que tú quieras, no hay toros, pero salvo por ese detalle yo aquí puedo torear todo lo que quieras. Hoy hay muchos toreros antifranquistas, pero en su época te puedo asegurar que no. La mayoría de los nacionalistas, por ejemplo, estaban en las cajas de ahorro y en los puestos de administración. Me acuerdo de mi amigo Agustín Ibarrola [pintor y escultor], que pasó mucho más tiempo en la cárcel que yo, y me decía: «¿Pero tú viste algún nacionalista alguna vez en la cárcel?». Yo nunca ni nadie que yo conozca ha visto a un nacionalista en la cárcel durante el franquismo. Luego que si se comían a los niños crudos… De eso queda un poco. Ha habido gente que pasó infinitamente más penalidades antifranquistas que yo, que tampoco he sido un mártir especialmente. Pero bueno, por lo menos algo hizo uno para que se fijase la dictadura en él mientras que otros pasaban desapercibidos.

Dice que no ha sido un mártir, ¿lo dice porque no se puede hacer la revolución llegando al colegio en limusina?

Tanto como en limusina…

Bueeeno, con el chófer de su padre.

Había un coche de mi padre, de la notaría de mi padre, que salía a hacer gestiones por la mañana, a repartir papeles y al Banco Hipotecario, y de paso me dejaba en la facultad como un paquete para gran alarma de los que me veían.

Fernando Savater (San Sebastián, 1947) nos recibe en su casa de Madrid, «insoportable de libros y cosas». Hoy vive en su San Sebastián natal y viaja a la capital con cierta frecuencia, no sólo para casarse, eh, sino porque sus hermanos residen aquí, sus amigos… Bueno, vale, también porque ya desde hace un año…: «Digamos que tengo esta relación con esta chica, que además fue una cosa muy moderna porque nos conocimos por Zoom. Y encima hemos tenido que suspender la boda por el covid. O sea, que más, más, más, más tópicos de la modernidad no podemos ser». Pero ¿San Sebastián o Madrid? «Hombre, la vida de San Sebastián es mejor para un jubilado porque es una ciudad muy cómoda. Tiene cosas que yo de joven nunca había valorado, como muchos bancos para poder sentarte: ahora tengo artrosis, me gusta mucho caminar y cada 200 o 300 metros tengo que sentarme porque me duelen las piernas o lo que sea. Aquí en Madrid no encuentro un banco hasta que llego al Retiro. San Sebastián es una ciudad muy de escala humana, como suele decirse. Y yo siempre he sido un ñoñostiarra de esos. Prefiero vivir allí. Pero, claro, ahora en Madrid tengo un interés suplementario…».

L’amour.

El filósofo y columnista Fernando Savater comprando en una tienda.

Fernando, en el periódico quieren saber más sobre su novia.

No hay nada que decir tampoco. Yo he vivido siete años muy malos desde que murió mi mujer, cambié radicalmente cuando murió Sara, yo cambié. Yo era una especie de jilguero bobo que me despertaba alegre por las mañanas y nunca sabía por qué, hasta cuando estaba en la cárcel me despertaba contento. Y a partir de que murió ella pues no he vuelto a conocer esa sensación sino al contrario. La cosa normal de mi vida, el basso obstinato, es la tristeza. Entonces, bueno, pues lo pasé mal, sobre todo por la sorpresa que me produjo vivir triste, porque como no lo había experimentado no tenía ningún entrenamiento en la tristeza y de pronto me cogió sin experiencia. Sigo recordando a Sara cada día, inexorablemente, unas diez o 12 veces, y raro es el día que no derramo alguna lágrima por alguna cosa de ella que veo, pero por otra parte ya se acostumbra uno a eso. Yo me acostumbro a estar así. Ya me he dado cuenta de que no solamente uno no se muere de pena sino que puede vivir de pena. A partir de ahí, pues he seguido teniendo amistades, relaciones y yo siempre he sido de esos hombres que necesitan vivir con una mujer. A mí la vida masculina me dice poco, en cambio la vida femenina es lo que me gusta. Me gusta tener una mujer, sobre todo porque mi idea del amor es que cuando te enamoras, cambias, y dejas de vivir para algo y vives para alguien. Y eso, eso es lo que me gusta a mí. Yo quiero… quiero vivir para alguien. A mí los objetivos, estos premios, no sé qué, la fama, todas estas cosas me han traído siempre bastante sin cuidado. Yo la vida quiero orientarla hacia alguien. Y si hago cosas o me esfuerzo, me esfuerzo por alguien. A pesar de mi edad, que evidentemente no lo favorece, siempre he sido bastante enamoradizo.

[Recupero un poco el temple. Esta tristeza del recuerdo permanente, tan hermosa, tan dolorosa, me ha emocionado y no quiero que se me note demasiado]. ¿Este es su tercer matrimonio?

Mi tercer matrimonio. Un amigo mío irónicamente dice que es un triunfo de la esperanza contra la experiencia. Espero poder celebrarlo cuando se cure mi novia porque si no…

Estas ideas se pueden hilar con dos conceptos que ha tocado mucho: la fidelidad y la lealtad.

Yo siempre he podido diferir. La fidelidad es un poco, digamos, lo que esperamos de los chuchos: silbas, vienen corriendo y nunca se van con otros. La fidelidad es una especie de intento de posesión. No creo que se pueda poseer a nadie, pero sí se puede ser leal. O sea, yo cuando estoy enamorado no voy a decir que no tengo un capricho amoroso por otro lado, porque el erotismo es una cosa y el amor es otra, hay que ser muy ingenuo para confundir el amor con las ganas o el deseo de acostarse con alguien. Ni siquiera sé cómo se pueden confundir. Por supuesto, yo creo que se puede ser leal, no hacer cosas para dañar al otro. Una cosa es acostarte con alguien porque tienes ganas y otra, acostarte con alguien para joder al otro, por fastidiar a la pareja.

¿El mero hecho de acostarse con otro no puede dañar a la pareja?

Bueno, claro, por eso hay que hacerlo bien. Primero, hay que saber un poco qué relación se tiene. Si tienes una relación medianamente abierta o realmente a la otra persona le causaría un trauma horroroso, por eso te digo que todas estas cosas son personalizadas. No creo que se pueda generalizar, solo te puedo contar lo que he hecho yo. No me atrevería a servir de modelo para nadie. ¡Dios me libre! Yo he sido siempre leal con las personas, no solamente en el terreno amoroso con mujeres sino en general con las ideas, con los amigos… Me reprocho a mí mismo millones de cosas, pero no creo que nadie pueda decir que confió en mí y que yo le traicioné, fui desleal, le abandoné. Pero desde luego eso no es fidelidad, es una lealtad, un compromiso.

Savater ríe, ya lo saben, pero escucha las preguntas con gesto grave, como si prestara atención. Después, se recuesta en su sillón para recordar antes de contestar, entorna la vista en algún horizonte como si su mente estuviera haciendo un ejercicio inusitado, y acaba mirando a los ojos de su interlocutor cuando ya hila la primera frase.

Fernando, antes hablaba de lo mucho que le gusta San Sebastián, pero no de lo poco que le gusta Madrid.

No es eso. Yo he tenido mala relación con Madrid, también biográfica. Es decir, para mí San Sebastián es un poco la infancia, es una especie de Walt Disney espiritual, es el lugar donde yo fui feliz. Soy muy sensible a la infancia. Alguna vez he repetido una frase del filósofo francés Merleau-Ponty que decía: «Nunca, nunca me recuperaré de mi inolvidable infancia». Porque la infancia te marca mucho, sea mala o sea buena. En ambos casos te señala para el resto de la vida. A lo mejor una infancia mala te permite huir hacia delante y buscar una vida buena, mientras que en cambio saber que el paraíso lo tienes atrás es un lastre. Yo estoy convencido de que el paraíso lo pasé y ahora ya no me queda más que luchar por el purgatorio. Y Madrid es la ciudad donde me vine a perderlo. Murieron mis abuelos, mis padres, en fin, fue la entrada en la vida real en su peor sentido de la realidad. He tenido como esa sensación de que aquí solo me pasan cosas malas. También es verdad que yo no puedo vivir lejos del mar. Aunque tengo que reconocer que lo que me gusta de Madrid es que sirve de refugio a los que de alguna manera hemos tenido que escaparnos de los nacionalismos: Madrid no te exige que saques el documento y digas que es un lugar agradable.

En Mira por dónde (Taurus), su «autobiografía razonada», cuenta que cuando se mudan a Madrid la excusa, digamos, es que no había universidades públicas en San Sebastián, pero su familia se traslada muchísimo antes de que usted pudiese cursar la universidad.

Efectivamente. Cuando vine aquí iba a hacer lo que llamábamos la reválida de 4.º, tenía 13 años y no entré en la Universidad hasta los 17. Lo que pasa es que fue en el momento en que a mi padre se le ofreció la oportunidad de venir porque salían plazas. Mi padre era mucho mayor que mi madre, tenía una edad y el hombre tenía miedo de perder la ocasión. Para mí fue traumático. Mi familia era una familia de esas que teníamos que estar todos unidos y que había que estar en casa y había que cenar a la hora, de las de antes, esas que ahora ya ni se recuerdan. Además en mi casa vivían todos, vivían tres abuelos, vivían mis padres, algún pariente… No recuerdo que mi casa estuviera vacía, siempre había alguien. Pero bueno, la verdad es que tampoco Madrid tiene la culpa de mi biografía. Yo aclaro siempre esto en mis discusiones con mi amigo Andrés Trapiello, que es un profesional del entusiasmo por Madrid y que siempre me lleva a discutir con él como si yo fuera un enemigo de Madrid.

¿Por qué fue tan traumático? ¿Por conocer la muerte? En sus memorias detalla problemas en el colegio.

Bueno, pero eso ya me pasaba en San Sebastián. El acoso escolar lo conocí en San Sebastián y en Madrid, y por una razón muy curiosa. Allí, yo, como era muy lector, hablaba de una manera que a ellos les chocaba porque les parecía como muy rebuscada. Y cuando vine a Madrid como yo tenía mucho acento vasco me deparó también problemas, sobre todo de hostigamiento. No me gustaba el fútbol, empezaba con mis libros y con mis cosas y despertaba ira entre los más brutos. La idea de la muerte la he tenido desde muy, muy pequeño. Es curioso, no te puedo decir la fecha exacta, pero sí el momento, en la noche, de pronto sentarme en la cama pensando que me voy a tener que morir. Ya lo veía como algo que sellaba la vida para siempre. Aunque esas primeras ideas de muerte que yo oí en San Sebastián no se referían tanto a mí sino a que tenían que morir mis padres. En principio, la muerte era la muerte de los demás.

Le suena el móvil. Le invito a leer tranquilo los mensajes en su cabeza. Y suelta: «Que me dice la novia la próxima fecha disponible para casarnos. ¡Un mes más».

¿Y podrá aguantar?

A mi edad un mes no es poco. Yo no estoy para jugar, voy a decirle que sí, pero no más tarde.

Sabe que no me refería a eso, pero da igual.

Más que el miedo a la muerte, en ese libro que le he mencionado dedica muchas páginas a la enfermedad de su padre, a esos ahogos que sufría.

Prácticamente no hay noche que no sueñe con mis padres. Mi madre siempre es una presencia activa, me acompaña, me regaña… Teníamos discusiones. Incluso las sucesivas mujeres de mi vida se me presentan unidas a la idea de la madre también. A mi padre siempre lo veo como enfermo. La fragilidad de su salud era un poco una obsesión. De pequeño había tenido tuberculosis, después problemas renales y no sé qué. Pero bueno, probablemente no era tan, tan frágil como parecía, porque murió con 84 años. Pero la mitología de que cuidado con papá, que se enfría, que no sé qué, era parte del folclore familiar.

Fernando, ¿qué ocurre si le digo: «El viento lleva esencia sutil de azahar; Margarita, te voy a contar…»?

Esa es la Sonatina de Rubén Darío. Es uno de mis poemas predilectos, a mi padre le gustaba mucho. Se sabía muchas poesías de memoria y me las hacía recitar a mí. Nos gustaban poesías, poesías, o sea, con rima, con ruido. Rubén era su ídolo y fue el mío durante mucho tiempo. En el colegio, el encargado de recitar un poema siempre solía ser yo. Ese poema en concreto me permitió el primer descubrimiento puramente literario de mi vida, porque me lo sabía de memoria. Y los elefantes que desfilan en la orilla de la mar… Mi padre me recitaba y mi madre me contaba cuentos, y hablaba conmigo. Me compraba los libros de Salgari o los de Dahl cuando se me caía un diente y venía el Ratón Pérez. Chesterton, Salgari… empecé a leerlos con ocho o nueve años. Mi madre era la intelectual y mi padre era el que me llevaba a las carreras de caballos y tal.

¿Es verdad que de chaval guardaba en su dormitorio una foto de Bertrand Russell?

Sí, claro. Y de hecho encima de tu cabeza tienes otra. Esa a la que te refieres tiene un mérito extraordinario y es que yo le hice un marquito como de cartón cuando soy la persona más torpe con las manos que puedas imaginar. O sea: no sé hacer nada absolutamente. No sé cómo he aprendido a darle a las teclas o a poder escribir. Entonces, el hecho de que yo hiciera una especie de trabajo manual con Bertrand Russell demuestra el amor que he sentido por él.

¿Es usted, como definió a Russell, hedonista, antirreligioso, racionalista y compasivo?

Yo creo que sí. Yo por lo menos me trato de imaginar así. Y combativo también como fue Russell en su momento, ¿no? Él también definía el pacifista, una persona de ideas fijas que no deja en paz a nadie.

La lectura, en fin, acompañó a Savater desde enano. Tanto que una vez, «con siete u ocho años», su padre le dio a elegir entre mil pesetas y una enciclopedia y, dice, escogió la enciclopedia: «Es de las cosas que con el tiempo más me revelaron algo sobre mí mismo. Porque fue instantáneo. Mi padre tenía tan claro lo que iba a escoger que ya me había comprado los libros. Leer, eso sí que ha sido mi mi pasión, lo mismo que puedo vivir sin escribir y todo eso, que lo he hecho porque tengo que ganarme la vida, no puedo estar sin leer».

Mil pesetas, Fernando…

Creo que le dije que si podía llevarse cinco libros y darme 500 pesetas, que intenté arreglarlo un poco comercialmente, pero para eso siempre he sido fatal.

Ha contado muchas veces que le cuesta ser desconfiado, cuesta imaginarlo con tanto vivido…

Sigo igual de tonto. Mi Sara me decía: «Qué lástima que no seas trucha porque picas siempre», porque la verdad es que mi primera cosa siempre es pensar que la gente que está hablando conmigo dirá la verdad. Nunca tengo un recelo preventivo contra la gente, sino más bien al contrario. Claro, ahora lo que he aprendido es que de eso no puede uno fiarse del todo. Pero todavía, en general, me equivoco más por a favor que en contra. Creo que la gente es mucho más amistosa y me quiere mucho más de lo que luego resulta que es. No soy el condenado por desconfiado, sino más bien el condenado por confiado.

¿Es poco prejuicioso?

No, no, no, porque tengo un prejuicio contra los prejuicios, un hermano me dice que soy la única persona del mundo a la que le pasa eso. En uno de mis viajes a París, cuando iba a mis cosas de caballos, en la estación, justo en Chamartín, íbamos a coger el tren nocturno. De pronto se me acercó un muchacho y me dijo: «Mire, yo trabajo en la casa Cartier, pero ahora me acaban de robar la cartera». Me contó una historia de estas que cualquier persona normal hubiera encontrado bastante rara, aunque él era muy, muy, muy empático. Pero bueno. De pronto me di cuenta de que, claro, yo empezaba a sospechar un poco porque tenía un aire vagamente marroquí. Y ya pensé en los prejuicios. Le presté el dinero y no le volví a ver en mi vida. Y el verano pasado, cuando mis baños en La Concha, que son el momento más feliz de mi vida, me pasó otra cosa. Yo lo único que bajo a la playa son la toalla y zapatillas, porque vivo afortunadamente muy cerca de la playa. Entonces dejo mi toalla en la playa, me meto en el agua, nado y me vuelvo a casa. Entonces, en el sitio donde yo iba a dejar la toalla, pues vi que había tumbada una pareja de marroquíes o argelinos. Era una toalla muy bonita de Mallorca que me había regalado Sara cuando estuvimos allí con un tiburón, en fin. Total, que pensé, bueno, voy a dejarla un poco más allá por si acaso. Pero luego me dije que no y la dejé al lado de ellos. Cuando salí del agua ya no estaba la toalla. Te quiero decir que ves que no he mejorado mucho con el tiempo.

¡Vaya manera de combatir el prejuicio!

Nadie confirma más con su experiencia los prejuicios que yo. Pero, sin embargo, sigo resistiéndome.

Savater, por cierto, se educó creyendo en Dios y en Franco, o eso le digo. Y lo último lo matiza. Apunta que su padre se casó con su madre porque era la novia de su hermano menor que murió asesinado en Paracuellos. ¿Y? «Pues mi padre, que había sido republicano, siempre guardó la cosa como de culpabilidad por haber apoyado un régimen que acabó luego en matanzas. Y entonces, claro, en casa no había simpatía por los rojos. Mi abuelo había estado en la cárcel, en la cárcel de hermanos Miralles, donde estuvo también Miguel Hernández. Tampoco había fascinación por el régimen. Mi madre era de derechas, pero ninguno era fanático, hasta tal punto que cuando yo empecé en la facultad a meterme en líos tampoco hubo un trauma tipo ¡qué horror este niño, que nos ha salido comunista!

¿Su padre no se encargó del testamento de Franco?

Porque le tocó. No del testamento político, el testamento, digamos, real, de las posesiones de Franco y todo esto. Fue muy gracioso porque como a Franco no se le cobraban estas cosas, te puedes imaginar, el pago fue una foto de Franco vestido de capitán general, con un marco de plata que nada más llegó a casa mi madre cuidadosamente metió en un cajón y no lo volvimos a ver. Pero la noche que yo sabía que iba a venir a buscarme la policía, no le dije nada, pero ella lo intuyó, sacó la foto de Franco y la puso en la entrada. No le sirvió de mucho.

¿Cuál es su recuerdo más vívido de la época de oposición al régimen?

Hombre, cuando asesinaron a Enrique Ruano. Enrique había sido compañero mío de colegio. Era parte de mí, de mi vida. Éramos, digamos, de esas amistades de colegio que continuamos después. Cuando lo mataron, para mí fue… El paso. Yo había vivido poco anti régimen, tampoco tenía mucha pasión política. Me dedicaba a mis cosas, mis libros, mis novelas, mis aventuras imaginarias o los caballos. Pero cuando mataron a Enrique, entonces sí ya me pasé a una posición más activa.

¿Ha sido muy apostador de carreras de caballos?

No, no, no, no, no, porque eso me impide ver la carrera bien. O sea, si tú apuestas mucho dinero, o una cantidad suficiente para que a ti te parezca mucho, en vez de ver la carrera ves tu billete corriendo por la pista. Cando empecé a ir al Derby, llevo ya 40 y tantos años yendo, ni quería jugar, para verlo con absoluta pureza. Me parecía que si jugaba iba a viciar un poco mi forma de ver la carrera. Ahora no soy tan purista.

Se lo preguntaba porque en las últimas entrevistas siempre contesta que antes era muy golfo y que ahora no es que uno abandone los vicios, sino que los vicios abandonan a uno. ¿Tantos ha tenido?

Tampoco he hecho mucho hincapié en ellos, comprenderás que no voy a estar a estas cosas. Yo he sido muy juerguista, muy borracho y sigo siéndolo. En cuestiones sexuales, digamos que he sido bastante amplio de gustos. Ya te digo que no era un chico de comunión diaria. ¿Pero qué se puede contar de eso? Cuando eres viejo es un poco ridículo hacerte el Don Juan y tratar de contar lo que no conté en su día. A lo mejor son sueños que tienes ya con la vejez.

¿Qué pasa con la vejez? La mienta mucho.

¿Qué quieres, no? Hombre, la vejez es una humillación. Creo que fue Oscar Wilde, en El retrato de Dorian Gray, quien escribió: «Lo trágico de la vejez es que uno sigue siendo joven». Esta es la verdad. Es decir, la verdad es que yo ahora constato que tengo 75 años, que es una edad digamos que me parece incompatible conmigo. 75 es una edad que pueden tener otras personas, pero cómo voy a tener yo 75 años. De pronto te das cuenta de tus deficiencias, de tu artrosis, de cómo tengo las manos, ya no puedo coger un libro, tengo que leerlo en un atril… La vejez es una humillación porque no va acompañada de un sentimiento. Si tú por dentro te fueras sintiendo viejo… pero por dentro te sientes igual y piensas que es lo mismo de siempre. Y si te acercas a una chica, pues ella está viendo un viejo. Eso es lo que cuesta. El problema es que de pronto la amenaza de la muerte se hace real. Aquello que decía Jaime Gil de Biedma de que un día te das cuenta de que la vida va en serio y que es verdad todo eso que te han contado.

Pero usted ha visto muchas veces a lo largo de su vida que iba en serio.

Claro, pero siempre es otra cosa. Aquellos versitos de Borges que decían: «Murieron otros, pero ello aconteció en el pasado, que es la estación (nadie lo ignora) más propicia a la muerte. ¿Es posible que yo, súbdito de Yaqub Almansur, muera como tuvieron que morir las rosas y Aristóteles?». Bueno, esa idea de que mueren otros pero los otros, claro, ya sabe uno que están hechos de una materia diferente a la de uno. ¿Cómo te vas a morir tú de eso? De hecho, Freud dice que nuestro inconsciente no tiene idea de la muerte propia. Que no la acepta a pesar de que acepta cosas que nos acercan a la muerte.

Y, en fin, hay que ir cerrando la entrevista y todavía ni hemos hablado de columnismo. Dice Savater que ahora sí que tiene una rutina al escribir. ¿Por qué antes no? «Porque ahora no hago otra cosa. Normalmente la columna la empiezo el lunes, el martes la hago y luego dedico el miércoles a repensarla, a cambiar una palabrita, a la relectura. Cuando escribes mucho no puedes permitirte tanta cosa, pero cuando todo lo que tienes son 300 palabras a la semana…». No hay tabúes, claro, a ver qué se esperaban ustedes. Eso sí: «Siempre entiendo que uno tiene una cierta función social. Siempre he entendido escribir como algo que tiene una dimensión pedagógica. O sea, que uno tiene que intentar llamar la atención sobre algo, combatir una idea equivocada y proponer alguna respuesta a esas cosas. Que sirva de algo la columna, que no sea un puro florilegio para hacer bonito. Y para que la gente pueda sacar una moraleja, por decirlo así. Pero no, no tengo ningún tema prohibido e incluso a veces me gusta poner cosas que sé que van a asustar un poco a los lectores habituales de mi periódico».

MUNDO

Últimamente se rumorea que los asusta mucho.

Sí, sí, sí, sí, claro. Los lectores van desapareciendo con el tiempo. Tampoco el periódico es el mismo que era cuando yo empecé a escribir, yo he escrito el número cero de El País, no hay nadie ahí más antiguo que yo. Desde entonces ha cambiado la izquierda, ha cambiado el concepto de progresismo… Ahora tenemos un tipo de lectores que, bueno, que son más ortodoxos de esta izquierda que a mí no me lo parece y que hay en el Gobierno.

Lleva en El País desde el número cero y dice que nunca le han tocado una coma.

No, no, y es la verdad. A veces una palabra. Por ejemplo, recuerdo una de las últimas ocasiones en que yo había hablado de Pedro Sánchez y de su piara de apoyos parlamentarios. Me llamó un encargado y cambié piara por cáfila, que como no sabe la gente lo que significa…

¿Usted está cómodo en El País?

Yo digo que yo estoy abierto a que, al que yo le moleste, que se vaya. A mí no me molesta nada, me molestaría si me censuraran. Ahora, si yo molesto a alguien pues que se vaya el otro al que le molesto, pero no yo. ¿Comprendes?

Perfectamente. ¿Qué le parece si acabamos con la posteridad?

Eso es absurdo. A mí me gustaría, bueno, ni siquiera te voy a decir que que me recordaran personas que me han querido. Ni siquiera eso. No, yo no creo que haya posteridad.

¿!Cómo que ni siquiera eso?!

Bueno, sí, hombre, uno siempre se hace la ilusión de que… Pero si las personas que te quieren te recuerdan, te van a recordar con un poco de pena. Tampoco quisiera causar pena a nadie. Y no creo que haya hecho nada memorable, ni una obra, en fin, que merezca la pena desafiar los siglos. Creo, eso sí, que mi función como escritor público ha sido de alguna manera insustituible. O sea: no he sido el mejor, pero en unos momentos determinados yo era insustituible, era el único que hacía lo que yo hacía. Me parece haber sido una persona sin importancia que se ha ocupado de cosas importantes. Y en ese sentido sí, no sé si alguien lo mencionará con el tiempo o se olvidará, pero bueno.

Creo que todos sabemos a qué momento se refiere, pero es mejor que se explique usted.

Pues a una función que tuve en el momento en que la única persona de izquierdas que estaba contra el nacionalismo en el País Vasco, con cierto riesgo personal, era yo, nada más que eso. Luego se apuntó la gente, pero antes no había nadie. Antes realmente la izquierda estaba a favor de Batasuna o a favor de lo que sea, no había intelectuales, digamos, o se callaban. Cuando yo saqué un libro de artículos que se llamó Perdonen las molestias, ahí todo lo que se decía no lo decía nadie. Ahora, por ejemplo, la expresión nacionalismo obligatorio se utiliza normalmente, y eso me lo inventé yo. Gente que hubiera estado realmente en el 68 y todas esas cosas de las que la gente solo ha oído hablar pero que yo he vivido, y después te enfrentaras al nacionalismo… En su momento, que alguien que había sido antifranquista con humor, o sea, sin ser comunista, sin ser nada, sin haber sido de ningún partido hiciese eso… En algún artículo he contado que cuando estábamos en la cárcel había dos o tres amigos conmigo y allí todos estaban agrupados. Que si los comunistas, que si los… Socialistas nada, porque no había ninguno. Tampoco nacionalistas. Sobre todo había eso, comunistas, algún anarco… pero nosotros no teníamos un grupo, no teníamos siglas. Entonces nos inventamos la JOS, que la gente creía que era algo así como Juventud Obrera. No, no, la JOS era la Jodida Obsesión Sexual, que era nuestra única caracterización. Yo siempre he sido solo de la JOS.

[Y, cómo no, risas].

Fuente: https://www.elmundo.es/cultura/2022/04/10/62514584fdddff4f808b4579.html

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