Una joya de la literatura epistolar que recuerda al Londres de los racionamientos de posguerra
DOMINGO MARCHENA / Barcelona / COMER / LA VANGUARDIA
Londres, 1949. Ya no suenan las alarmas antiaéreas. La Segunda Guerra Mundial ha acabado, pero sus secuelas todavía se arrastran y las heridas tardarán en cicatrizar. El racionamiento y la escasez de alimentos son tan habituales que los cines británicos emiten más de 200 cortometrajes del Ministerio de Alimentación para que los ciudadanos aprendan a hacer malabares con lo poco que tienen en la despensa.
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Los títulos de aquellos cortometrajes, llamados Food Flash, lo dicen todo. Las patatas están igual de buenas con y sin piel, Cómo quitar la espina a un arenque para aprovecharlo todo, No desperdicies el pan o, entre otros, Si quieres cocinar bien, debes medir bien. En aquella posguerra de restricciones y colas para conseguir alimentos básicos hubo un producto de gran valor nutritivo (para el espíritu) que felizmente no escaseó: los libros.
Y aquí entra en juego nuestra protagonista de hoy, Helene Hanff, autora (o habría que decir coautora) de 84, Charing Cross Road (Anagrama), un librito encantador, una de esas obras que dejan un poso indeleble en los lectores, una maravillosa oda de amor a la letra impresa, la lectura y las librerías. Es también la historia triste de dos almas complementarias y contradictorias que nunca estuvieron juntas y solo se conocieron por carta.
La estadounidense Helene Hanff aspiraba a abrirse un hueco como autora teatral. Sus piezas eran bien acogidas por los productores, pero inexplicablemente las rechazaron todas. La escritora, acostumbrada a “casas cochambrosas y cocinas con cucarachas”, no fue a la universidad porque siempre anduvo escasa de dinero y sobrevivió a salto de mata, con colaboraciones en prensa y adaptaciones para radio y televisión.
Dotada de un ingenio chispeante y de una gran inteligencia e ironía, era muy consciente de sus lagunas formativas y decidió buscar los mejores maestros a su alcance, los libros. Asidua de las bibliotecas públicas de Nueva York, tenía un problema. Por supuesto, devolvía todos los ejemplares, pero le dolía desprenderse de los que le habían marcado. Comprar primeras ediciones, sin embargo, era un lujo inalcanzable para ella.
Y, además, sus gustos eran exquisitos. Buscaba, por ejemplo, los tres volúmenes de los diarios de un viejo conocido de esta minisección, Samuel Pepys, a quien ella llamaba familiarmente Sam. Fue entonces cuando acudió en su ayuda un anuncio que vio publicado en Saturday Review of Literature. Era de los libreros de ocasión Marks & Co, con sede en el 84 de Charing Cross Road, Londres, expertos en “encontrar libros agotados”.
El 5 de octubre de 1949, Helene Hanff hizo varios encargos por carta a la librería londinense, sin imaginarse que sería el inicio de un largo y fructífero intercambio epistolar. Le contestó un empleado de la firma, que le envió los libros solicitados y firmó la respuesta con las iniciales F.P.D. Las cartas que fueron de un lado a otro del océano en los siguientes 20 años testimonian un excelente gusto literario y los vaivenes de una época.
A pesar de sus sempiternas estrecheces económicas y de que se reservaba casi todo el dinero que podía ahorrar para comprar libros, Helene se las apañó para enviar conservas y alimentos a los empleados de la librería, en especial a F.P.D, que con el paso del tiempo se convirtió en Frank (P, de Percy) Doel y más tarde solo en Frank o Frankie. Las cartas entre ambos delatan una extraordinaria complicidad y un profundísimo afecto.
Norah, la segunda esposa de Frank (la primera falleció en 1945) llegó a sentirse algo celosa del magnetismo de Helene sobre su marido. La neoyorquina admiraba la seriedad y el rigor del londinense. Y el londinense admiraba la desenvoltura y el ingenio de la neoyorquina. Se complementaban a la perfección. Si existe el amor platónico y a miles de kilómetros de distancia, ellos lo ejemplificaron mejor que nadie. Nunca se llegaron a ver.
Huevos en polvo, jamón, paté, latas de salchichas, conservas de lengua… Paquetes con exquisiteces para Navidad y Cuaresma… Los envíos de Helene se fueron sucediendo a medida que estrechaba lazos con Frank y con sus compañeros. Una vez hizo llegar unas medias de nylon para la esposa de su corresponsal y, al descubrir lo preciadas que eran en la Inglaterra de posguerra, envió otros cuatro pares para las empleadas de la librería.
Pasan los años. Llega un día, a mediados del decenio de los cincuenta, en que Frank le pide que ya no envíe más alimentos. Las cartillas de racionamiento, que servían incluso para las tiendas de golosinas, han dejado de existir. La guerra ahora sí empieza a quedar atrás. Frank y Helene fantasean con la posibilidad de conocerse, de que ella pueda viajar a Gran Bretaña, un proyecto que acaricia desde su juventud.
Han madurado juntos, pero lejos. Han conocido los anhelos del uno y de la otra. A través de las cartas, ella ha visto crecer a las hijas de su amigo: a Sheila, fruto de su primer matrimonio, y a Mary, la pequeña, la que tuvo con Norah. Adiós al racionamiento y a las gangas. Helene, que consiguió auténticas joyas bibliográficas por módicas sumas, explica para entonces que “ya no hay precios baratos, solo razonablemente ajustados”.
Su pasión bibliófila no ha menguado. Es lo único que permanece inalterable mientras el tiempo avanza, inexorable. Londres ha cambiado. Hordas de turistas norteamericanos llegan cada año de vacaciones, pero la turista que más espera Frank no ha venido aún. Su primogénita, Sheila, ha abandonado el trabajo de secretaria y pronto ejercerá de maestra. La benjamina, Mary, “ya está prometida con un muchacho excelente”.
Helene, que ha abandonado su apartamento en el 14 East 95h Street de Nueva York porque se caía a pedazos, se ha mudado a una modesta vivienda de dos habitaciones. Se gana la vida con la escritura. Ha obtenido becas y ha vendido innumerables guiones. Ya es autora de cuatro libros, el último de literatura infantil, pero no se ha hecho realidad su sueño, triunfar en el teatro, ver su nombre en luces de neón en Broadway.
Tampoco ha podido cruzar el océano, aunque sigue aferrada a la esperanza de hacerlo algún día. Y lo hará, pero demasiado tarde. El 8 de enero de 1969 recibe la enésima carta de Marks & Co, pero esta vez no la firma Frank. Su amigo, le explican, falleció unas semanas antes, a los 60 años, a raíz de una peritonitis. Helene descubrió ese día en qué consiste la muerte: en seguir viviendo sin personas imprescindibles para nosotros.
Aquel mismo año, en 1969, la colección de cartas llega a manos de un editor, que decide publicarlas en forma de libro. Desde entonces, las reimpresiones de 84, Charing Cross Road se suceden y dan una fama tardía a su autora, a su coautora, en realidad. La obra inspira telefilmes y una película deliciosa, que dirigió en 1987 David Hugh Jones con Anne Bancroft y Anthony Hopkins como protagonistas. Y el último guiño del destino…
El argumento también fue adaptado al teatro, pero Helene Hanff, que falleció en 1997, a los 80 años, permaneció al margen. No contaron con ella para el libreto. Por fin llegaba el triunfo tan ansiado, pero era un triunfo con un regusto amargo. El mismo regusto amargo que sintió en 1971, cuando pudo hacer el viaje soñado y fue a Gran Bretaña. Para entonces, Frank llevaba más de un año bajo tierra y la histórica librería ya había cerrado.
Fuente: https://www.lavanguardia.com/comer/20220401/8144557/84-charing-cross-road-libro-alimenta.html#foto-2