La contienda profundiza el distanciamiento entre el Patriarcado de Kiev y el de Moscú
LLUIS MIQUEL HURTADO / EL MUNDO
A pesar de todo es domingo. Por la puerta de la iglesia ortodoxa de San Miguel, fuertemente guardada, desfila un tímido grupo de feligreses. En su mayoría son mujeres y hombres que, a pesar de que la guerra amenaza a unos pocos kilómetros de aquí, han decidido no irse. La fe es un pilar lo suficientemente poderoso como para evitar que sus vidas zozobren hasta desmoronarse. Una de estas personas es Valentina, que desplaza sus 86 años con paso lento pero firme: «Vengo cada domingo. No pienso dejar de hacerlo».
La de Ucrania es más que una guerra entre ejércitos regulares. Es una guerra entre credos. Después del cisma que se vivió en 2018 en el seno de la iglesia ortodoxa rusa, que desembocó en el reconocimiento, por parte del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, de la autocefalia de la iglesia ortodoxa ucraniana, la religión ha cobrado un papel capital en el conflicto: si ganan los rusos, puede esperarse la exclusión de los escindidos ucranianos; si no, toda la presión recaerá sobre los fieles de la rusa.
Esta batalla también tiene sus soldados. El patriarca Cirilo, líder espiritual de los rusos y simpatizante con las ideas de Vladimir Putin, ha dado su visto bueno a la invasión. Si el presidente la considera un proyecto de restauración política, Cirilo la ve como una cruzada. Al pie de los pináculos dorados de San Miguel, Tatiana ve esta alianza de forma más visceral: «Putin no es cristiano. Putin es el Anticristo. Y el patriarca Cirilo, quien ha bendecido esta guerra y a quienes vienen a matar y a robar…es inconcebible».
La catedral de San Volodymyr es la sede del patriarcado de Kiev, una de las iglesias que integran la reconocida iglesia autocefálica ucraniana. A media mañana, alrededor de 40 fieles de los barrios más próximos, tanto mujeres como hombres, y algún niño pequeño, asisten a un oficio repleto de detalles que simbolizan la normalidad que los fieles tratan de preservar: el aroma de incienso, que impregna el ambiente, docenas de velas encendidas y un nutrido coro. El único recordatorio de la guerra está en las plegarias y en los hombres y mujeres que se postran con uniforme de camuflaje.
Uno de ellos es Igor, un joven alistado en las fuerzas de defensa territorial que se lleva del templo un pliego de libros de salmos. «Son para repartir entre mis compañeros». ¿Por quién ha rezado? «Por el futuro de mi país, por mis hermanos combatientes, por los niños inocentes asesinados por Rusia», responde. «Esta es una guerra también por la independencia de nuestra fe», sentencia. «El patriarcado ruso actúa bajo órdenes de los ladrones del KGB. Actuando como lo hacen demuestran que no tienen dignidad alguna».
Aun siendo hijos del mismo Dios, el distanciamiento de las Iglesias deja un poso en la comunidad. En la Iglesia ortodoxa ucraniana que depende de Moscú, las llamadas son, sobre todo, a la paz. En Rusia, un grupo de 300 miembros de la Iglesia ortodoxa rusa, autodenominados Sacerdotes Rusos por la Paz, firmaron una carta condenando las «órdenes asesinas» llevadas a cabo en Ucrania. «El pueblo de Ucrania debería poder decidir por sí mismo, no a punta de pistola, sin presión de Oriente u Occidente», dijeron.
En una capilla, al pie de una imagen de San Juan Bautista bautizando a Jesús, el padre Alexander, a cargo de la catedral de San Volodymyr, se muestra más duro y combativo. De Cirilo dice que «no es moral ni cristiano el permanecer en silencio mientras los civiles están siendo asesinados». Entre sus tareas como religioso, admite, está el ir a los frentes a dar soporte material y espiritual a los soldados. «Nuestro papel es rezar por nuestro país, por el ejército y por las personas», sostiene, «pero también trasladar ayuda humanitaria a los refugiados y a las zonas de combate. Y mantener viva la fe«. La misa se acaba con el lento y grave maullido de las alarmas antiaéreas. Es hora de irse al refugio subterráneo: las iglesias ucranianas, bajo la invasión de Vladimir Putin, no son un lugar seguro.
Fuente: https://www.elmundo.es/internacional/2022/03/21/6237813f21efa0fe6b8b45b3.html