Cuando su mujer le conoció en 1980 pensó que era un joven «mal vestido» y «poco atractivo». Tres años después se casaron. En 2000 repitió la jugada: llegó al poder con un 2% de popularidad. A los tres meses ganó las elecciones y nunca ha dejado de gobernar
DANIEL J. OLLERO / LOC / EL MUNDO
¿Dónde comienza la Patria? es la canción favorita del presidente ruso. Ha llegado incluso a tocarla al piano en televisión. Una melodía melancólica con un punto Edith Piaf que aparecía en la serie soviética El Escudo y la Espada (1967), una producción de gran popularidad en la que espías rusos luchaban contra Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. El tema fue un éxito hasta tal punto que se convirtió en el himno no oficial de los servicios secretos soviéticos y el ministerio de educación hizo que todos los escolares dieran respuesta a la pregunta que plantea la canción como parte de sus deberes en 1969. Entre ellos un adolescente de 16 años que soñaba con convertirse en espía llamado Vladimir Putin. Un joven que nunca pudo sacarse de la cabeza el ¿Dónde comienza la patria? que la canción repite una y otra vez.
Por eso, el 20 de marzo del año 2000, el entonces presidente en funciones Vladimir Putin se enfundó en un mono de piloto al más puro estilo Top Gun y se montó en un avión de combate Sukhoi SU-27 rumbo a Chechenia, una región separatista en la que los islamistas chechenos habían humillado militarmente a Rusia años atrás. Una puesta en escena que fue el colofón a una atípica campaña electoral de cuatro meses en la que Putin comenzó a dibujarse ante la opinión pública como un macho alfa capaz de liderar al país con mano dura y que se saldó con su primera victoria en unas elecciones presidenciales. Logró el 51,4% de los votos sin necesidad de segunda vuelta. Desde entonces, nunca abandonó el poder.
La patria con Putin al mando comenzó unos meses antes con una popularidad literalmente por los suelos: sus índices se situaban en el 2%, según las encuestas. La maniobra de sucesión se ejecutó con nocturnidad y mileniarismo el 31 de diciembre de 1999. Un enfermo y alcoholizado Boris Yeltsin le entregó las llaves del Kremlin. El ardid se ejecutó confiando en que las borracheras y los festejos de fin de año harían el cambio más llevadero. Tras las bambalinas, un acuerdo tácito: Putin firmó una ley eximiendo a Yeltsin de cualquier responsabilidad penal durante su mandato y, a cambio, tendría algo más de tres meses al frente de la nación para conseguir ganar las elecciones. Algo que lograría días después de su vuelo en caza a Chechenia.
A partir de este momento comenzó el popular despliegue mediático y testosterónico de Putin como cabeza de la patria. Una hábil maniobra sacando a relucir su faceta masculina y su carácter protector.
Por eso desde el Kremlin han mostrado infinidad de imágenes de Putin con el torso desnudo, disparando armas, gruñendo a un leopardo o lanzando virotes con una ballesta desde una zodiac…
Al mismo tiempo, el Kremlin también ha difundido fotos suyas jugando con sus perros: Konnie, un labrador negro que asustaba a Ángela Merkel; Buffy, un mastín obsequio de Bulgaria y Yumé, un akita japonés fruto de su la gratitud nipona por su ayuda en Fukushima.
La sobreexposición de Putin en su esfera pública contrasta con el secretismo alrededor de su vida privada. Una esfera a la que, como reza ¿Dónde comienza la patria?, solo se puede encontrar «rebuscando en algún lugar de su armario».
A Putin le repugnan las noticias del corazón: «Siempre he tenido sentimientos negativos hacia aquellos que, con sus sucias narices y sus fantasmas eróticos, se inmiscuyen en la vida de los demás«, espetó a una periodista italiana.
Por eso, se sabe más sobre sus mascotas que sobre su vida sentimental. Aun así, su ex mujer Ludmilla contó cómo conoció a Putin a través de amigos comunes en 1980. En aquel momento, ella era estudiante de filología hispánica y azafata de Aeroflot de 22 años. Él, un licenciado en Derecho que había cumplido su sueño de infancia: trabajar en la KGB.
Según confesó la propia Ludmilla años después, en aquel momento Putin le pareció un joven «mal vestido» y «poco atractivo» al que «no hubiera prestado atención por la calle». Sin embargo, el agente secreto no se desanimó y ambos se casaron en 1983 cuando Putin estudiaba alemán con vistas a la RDA.
Poco después el deber le llevó más allá de Dónde Comienza la Patria (geográficamente hablando) y fue destinado a Dresde. Sin embargo, eso no le impidió ser padre de dos hijas: María (1985, San Petersburgo) y Katernia (1986, Dresde). Unas niñas nacidas en los estertores de la URSS que disfrutaron de una vida más cómoda que la del propio Putin, que pasó su infancia y adolescencia en la habitación que su familia tenía en una casa comunal en Leningrado. Allí creció bajo la tutela de una madre tan exigente que sus profesores de judo tuvieron que interceder en alguna ocasión para aplacar las críticas maternas.
Las vidas privadas de las hijas de Putin son casi un secreto de Estado. Ambas han crecido con identidades falsas (algo que su padre también hizo mientras estudiaba en la KGB) por razones de seguridad. Además, en los medios rusos existe una omertá tácita a la hora de hablar de las hijas y amoríos de Putin.
De María (36) se conocen pocos detalles más allá de que es médico, que vive en Moscú y que es madre de dos hijos con el empresario holandés Jorrit Faasen.
Mientras tanto, Katerina (35), tiene un doctorado por la Universidad Estatal de Moscú, fue bailarina de rock acrobático y estuvo casada durante cinco años con el multimillonario Kirill Shamalov.
Sin embargo, la imagen viril de Putin ha provocado que se le achaquen también tres hijas ilegítimas. Dos de ellas habrían sido fruto de su relación con Alina Kabaeva (38), una ex gimnasta de nacionalidad rusa nacida en Uzbekistán. Un largo romance con la atleta apodada «la mujer más flexible de Rusia» que habría provocado su divorciado con Ludmila. Una relación desmentida oficialmente sobre la que se especula desde la década pasada.
Además, medios europeos señalan que Putin podría ser el padre de Elizabeta, una influencer nacida en 2003 hija de la millonaria rusa Svetlana Krivonogikh, que apareció en los Panama Papers.
Donde comienza la Patria habla de que ésta «surge en el corazón». Por eso, Putin siempre ha defendido que quiere «una vida normal para sus hijas». Sin embargo, el ocultar sus presuntas relaciones extramatrimoniales también podría obedecer a una cuestión de Estado: mantener sus buenas relaciones con la Iglesia Ortodoxa Rusa. Una institución a la que se ha mostrado próxima en el plano político (participando en la ceremonia de la Epifanía zambulléndose en aguas heladas) y en el plano legislativo, con iniciativas como la Ley contra la Propaganda Homosexual, aprobada sin votos en contra en la Duma Rusa.
Unos guiños hacia la tradición religiosa que ha compatibilizado con políticas destinadas a reivindicar la URSS: restituyó la melodía soviética, los beneficios para veteranos y obligó a la guardia presidencial a jurar sobre la bandera roja de la hoz y el martillo. Una nostalgia soviet que aprovechó para purgar a algunos de los oligarcas que habían controlado al gobierno de Yeltsin para sustituirlos por otros de su confianza, dando lugar a los tres pilares de la patria construida por Putin durante 22 años: tradición ortodoxa, nostalgia de la URSS y oligarquía.
Dos décadas en las que se le acusa de haber ido liquidando con mano de hierro a sus oponentes como los cabecillas islamistas chechenos o el espía traidor Litvinenko. Además, los tentáculos de sus servicios secretos también llegaron (presuntamente)al presidente ucraniano Viktor Yushenko (envenenado con agente naranja) y al agente doble Sergei Skripal.
Una contundencia que contrasta con la mano izquierda de la que hizo gala cuando, en sus tiempos en la RDA, una turba enfurecida se dirigió al número 4 de Angelikastrasse para apoderarse de los archivos de la KGB. Allí, sin sacar el arma, Putin debatió con la muchedumbre y consiguió que se dispersaran antes de quemar personalmente los documentos secretos. Poco después volvería la URSS, dimitiría de la KGB y comenzaría su andadura como el Putin político. Primero en el Ayuntamiento de San Petersburgo y después en el Gobierno de Yelstin.
¿Dónde comienza la Patria? ha resonado en la cabeza de Putin toda su vida pero la respuesta ha ido expandiéndose con el paso de los años. En el 2000 comenzaba en Chechenia. En 2008, en Abjasia y Osetia del Sur. En 2014, en Crimea y, en 2022, en toda Ucrania. ¿Dónde comienza la Patria? Ni siquiera la propia canción es capaz de responder a esa pregunta de forma concreta. Sin embargo, uno de sus versos esboza el horror de la guerra en el vecino de Rusia:»¿Dónde comienza la Patria? En las ventanas que arden en la distancia».
Fuente: https://www.elmundo.es/loc/2022/03/05/622224b8fc6c8380078b4570.html