Benedetta Craveri narra cómo las mujeres entraron en la política de Francia a través de la cultura libertina
LUIS ALEMANY / EL MUNDO
De la reina Margot a María Antonieta pasaron dos siglos y medio de historia de Francia y, en paralelo, de historia de las mujeres. Margot, llamada Margarita, hija de Francisco II, fue enviada a casarse con el rey de Navarra para escenificar una reconciliación entre los franceses. La boda se diseñó como una trampa pero, al final, la presa, Enrique de Navarra, devoró al depredador. Margot también le dio la vuelta a su personaje: quizá sea por la película de Patrice Chéreau de 1994, que Margarita nos parece hoy un personaje reconocible, una adolescente transgresora y hedonista cuya personalidad la dirige a la tragedia. En la vida real, Margot sobrevivió a sí misma y se recicló en una mujer independiente, una sabia, una mujer de Estado, casi una mística. En cuanto a María Antonieta, su historia también es la de un molde adolescente muy contemporáneo: la reina de Francia fue la niña privilegiada que, al crecer, se desencantó de los días de la ligereza y se refugió en un mundo interior idealizado y solitario. A diferencia de Margot, María Antonieta no pudo esquivar la tragedia.
El arco que va de Margot a María Antonieta es el que recorre Reinas y amantes (Siruela), el nuevo libro de la historiadora italiana Benedetta Craveri. En apariencia, la obra es un conjunto de perfiles dedicados a eso mismo, a las reinas y amantes reales en Francia. En el fondo, es algo más complejo y ambicioso. Las 19 vidas retratadas por Craveri permiten entender la conquista para la mujer (para unas pocas mujeres) de un espacio de poder casi secreto pero determinante.
«En la Francia del Antiguo Régimen, a diferencia de lo que ocurría en España, Inglaterra o Austria, las mujeres no tenían derecho a gobernar. La ley sálica establecía que el poder se transmitía ea través del varón», explica Craveri a EL MUNDO. «Las reinas eran simplemente las esposas del soberano, no tenían autoridad y dependían en todo de la buena voluntad de sus maridos. Sus deberes eran claros e ineludibles: asegurar la descendencia, tener una conducta moral impecable y ser fieles intérpretes del ceremonial cortesano. Sin embargo, madres, esposas, hijas y amantes de los soberanos ejercieron un poder político clandestino utilizando su influencia psicológica y los lazos del amor», explica Craveri. «Las mujeres de la corte estaban unidas por lazos de amistad, solidaridad y cortesía y constituían una red de contactos secretos y una fuente de información preciosa que se transmitía de manera informal, en forma de sondeos».
La misma Craveri es un personaje complejo. Como su libro, parece una cosa pero es algo más. A Craveri se la podría considerar una historiadora de la vida galante en la edad moderna. En realidad, su investigación se dirige a un fin más ambicioso: documentar los cauces ocultos por los que circuló el poder político: el amor, la cortesía, la ironía y el arte como formas de política y de feminismo… Como una lectura crítica de Las amistades peligrosas.
Craveri, en su obra, detecta el momento en el que «las mujeres dejaron de resignarse a tener un espacio problemático de influencia en la vida doméstica y tomaron la iniciativa en la vida mundana. Y por vida mundana nos referimos a la esfera social. Las mujeres dictaron la ley de las buenas costumbres, la que definió los rasgos distintivos del estilo noble. En los salones, por su iniciativa, se conversaba, escribía y rimaba de manera ligera, rápida y galante sobre psicología y amor: los dos temas en los que su inteligencia, privada de estudios regulares, podía sobresalir sin otra preparación que la sensibilidad, la intuición y el uso del mundo. Las cartas de la marquesa de Sévigné y de la condesa de Lafayette muestran que las mujeres de la nobleza no se limitaron a decretar el éxito de los escritores que les gustaban (Corneille, Racine, Molière…). Ellas mismas escribieron obras maestras». Y eso también era una forma de poder.
Las mujeres ponían el marco pero eso no significa que lo compartieran fraternalmente. En Reinas y amantes, reinas y amantes compiten salvajemente y, a veces, trocan sus papeles. Margot fue reina pero se comportó como amante. Madame de Maintenon, en cambio, fue una amante que se presentó ante el mundo como una perfecta reina y llegó a ser la esposa morganática de Luis XIV. Su caso demuestra que las historias de amor y poder que narra Craveri van más allá del clásico modelo «sexo a cambio de influencia».
«En el caso de Madame de Maintenon, que nació en una prisión y vivió su infancia en la pobreza, el camino al trono es el fruto de un deseo de venganza y de recuperar el honor perdido por su padre. Su belleza, su inteligencia y su voluntad inflexible determinaron su ascenso», cuenta Craveri.
Esa cultura política-galante también tuvo enemigos como el llamado Partido Piadoso, empeñado en neutralizar a las reinas a través de los confesores reales. «El Partido Piadoso fue una asociación secreta de clérigos y nobles que juzgó que el ejercicio de la política era inseparable de los imperativos de la religión cristiana. ¿No obtuvo el rey de Francia su poder de Dios? ¿No era ‘el ungido del Señor’? Sus miembros también trabajaron intensamente -con el apoyo de Ana de Austria- por una moralización de la corte, comenzando por los de la Familia Real». La paradoja es que la Revolución Francesa, con su mensaje de igualdad, libertad y fraternidad, cumplió ese programa de moralización. El pequeño espacio de libertad de la cultura galante quedó segado.
Fuente: https://www.elmundo.es/cultura/2022/03/05/6221e197fdddffff4a8b45de.html