En esta ocasión el aventurero Zalacaín visita el barrio de Malasaña y descubre los «yayos» de Casa Camacho en la Calle de San Andrés…
Por Jesús Manuel Hernández*
Madrid, España.- Aquél medio día del sábado era prometedor, la cita era en uno de los emblemáticos sitios de Malasaña, el barrio cuyo nombre se debe a la familia del mismo nombre y a la costurera Manuela, quien fuera asesinada por las tropas de Napoleón.
Malasaña ha pasado de ser el antiguo barrio de Maravillas, al otro lado de la Gran Vía, donde se refugiaron en una época mujeres dedicadas al más antiguo de los oficios, así se dice, y cuya presencia aún puede notarse en el llamado Triángulo de Ballesta, a uno de los más notables y exitosos experimentos urbanos del nuevo Madrid. La calle Desengaño, la calle del Pez, la del Espíritu Santo o la Calle de la Nao, eran conocidas por el aventurero desde hacía algunas décadas.
¿La razón? le preguntaron sus amigos ese medio día en una de las mejores tabernas de la zona, Casa Camacho; y la respuesta fluyó.
Hacía décadas las madres del Convento de las Mercedarias Descalzas de don Juan de Alarcón, tenían como superiora a una mercedaria conocida por algunos paisanos de Zalacaín, había pasado por algún templo mexicano, mercedario también, y de ahí existía el contacto.
Cada año había una costumbre, la superiora de las mercedarias compraba algunas series de billetes de lotería de Navidad y los ofrecía a la venta a los mexicanos, quienes pagaban “un extra” a manera de limosna por la tarea y dejaban algunos décimos en custodia de la madre superiora.
Algún mexicano pasaba cada año por las series de la lotería y las transportaba a Puebla, México. Algunas veces el encargado de esa tarea había sido el mismo Zalacaín quien había caminado la zona en busca del convento cuando no había Google Maps. Fue así como conoció más o menos el barrio y podía llegar fácilmente hasta la “Cale de la Puebla, numero 1”, donde lo esperaba la superiora mercedaria. Antes o después de la recogida de billetes, se pasaba por la taberna de “La Ardosa” en la calle Colón donde saboreaba una excelente tortilla de patatas, única en verdad, y una pinta de Guinness tirada “como dios manda”.
Por tanto para el aventurero no fue difícil llegar a la Plaza Pujol y tomar la Calle de San Andrés, en el número 4, estaban sus amigos esperándole para entrar al sitio donde una de las especialidades más demandas es el vermut, pero con la variedad conocida como “Yayo”.
Para Zalacaín el “yayo” resultó ser una “media combinación” clásica con base al vermut de grifo, un toque de ginebra y un poco de agua de sifón.
“Casa Camacho” existe desde 1929, no siempre fue taberna, primero fue bodega de aguardiente, pero pronto se convirtió en una clásica taberna castiza donde se reunía la gente de la llamada “Movida Madrileña” el movimiento posterior a Franco donde los jóvenes empezaron algo así como el “destape”.
En la década de los 80 los hermanos Jesús, Miguel y Santiago González Pérez, de Sanabria, se hicieron del local y conservaron las tradiciones y la decoración aumentada por el estilo particular de la familia. En el sitio hay orden, hay un estilo diferente, el baño queda detrás de la barra, no se permite el consumo de bebidas en la calle, ni para llevar a casa… Es el Madrid castizo y peculiar tan añorado por Zalacaín.
Y pidió el “Yayo” y por supuesto pregunto ¿De dónde el nombre?
Respuesta a flor de piel, en la punta de la lengua, a los abuelos se les dice “yayos” en varias ciudades españolas, la bebida es por tanto, un vermut al estilo de los abuelos.
Y pues a “abuelear” dijo Zalacaín, quien pidió la segunda ronda, 3.50 por cada “Yayo”; y llegaron las anchoas en salazón, del cantábrico, artesanales, pero esa, esa es otra historia.
*Autor de “Orígenes de la Cocina Poblana” Editorial Planeta.