Por Dr. Carlos Figueroa Ibarra
En un artículo publicado en El Universal la semana pasada, José Woldenberg, exconsejero presidente del antaño Instituto Federal Electoral (IFE) y también mi querido y recordado compañero de aula en la carrera de Sociología en la UNAM, manda una llamada de auxilio a sus excompañeros de los extintos partidos de izquierda en los cuales alguna vez él militó. El llamado de auxilio se hace poniendo en forma de preguntas todos los temas que la derecha neoliberal ha enarbolado como críticas. La primera de las múltiples preguntas que hace Pepe Woldenberg, es si sus excompañeros están de acuerdo en que las fuerzas armadas estén cumpliendo tareas civiles que van más allá de la seguridad pública.
La pregunta está relacionada con la preocupación genuina de parte de algunos y la narrativa de la derecha de otros, en el sentido de que México está siendo militarizado por el Gobierno de la 4T. En efecto, el gobierno presidido por Andrés Manuel López Obrador ha involucrado al Ejército no solamente en tareas de seguridad, sino en obras de construcción en los proyectos de infraestructura más importantes del sexenio, en los diversos operativos relacionados con el control de la pandemia, en la administración de las aduanas en los puertos, en el tutelaje de la organización de la Guardia Nacional.
Llama la atención de que la preocupación por la militarización no haya sido estentóreamente denunciada por la derecha cuando a partir de 2006, Felipe Calderón (2006-2012) metió de lleno a las fuerzas armadas en la guerra contra el narcotráfico, cuando les llenó las manos de sangre como lo evidencia las tasas de letalidad (más muertos que capturados) en los operativos contra el crimen organizado. Cuando él mismo, ultrajando la investidura presidencial, apareció fotografiado usando una chaqueta y una gorra militar.
Lo que está haciendo López Obrador es convertir, es usar a la disciplina, la eficiencia y capacidad operativa de las fuerzas armadas como fuerza de paz en lugar de potencializarlas como máquina de guerra. La propia historia de México enseña que las posibilidades de una dictadura militar en el país son remotas, como lo mostró el que, en la época de la doctrina de seguridad nacional, cuando en América Latina abundaban las dictaduras castrenses, en México lo que observamos fue un régimen autoritario de partido. La propia presencia de las fuerzas armadas en calles y campos combatiendo a la delincuencia tiene fecha de caducidad: en marzo de 2024, Ejército y Marina serán sustituidas por la Guardia Nacional en tales funciones.
Como sobreviviente de la dictadura militar guatemalteca, confieso que me da mucho gusto ver a las fuerzas armadas actuando como fuerzas de paz en lugar de ser un dispositivo de muerte. Me da mucho gusto verlas distribuyendo vacunas, atendiendo a contagiados de Covid-19, construyendo puentes, carreteras y aeropuertos, respondiendo a catástrofes naturales en lugar de estar matando, desapareciendo, torturando y sepultando clandestinamente a sus víctimas. ¿México militarizado? Ni los generales Calles y Cárdenas lo hicieron. En vez de ello, sentaron las bases de un Estado vertebrado por un partido.