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Moisés Naím: «Los nuevos autócratas generan la misma emoción y tribalismo que los fans de un artista famoso» | Papel

Si cree que su país tiene un problema con la polarización y la posverdad, con los discursos anticientíficos y los liderazgos mesiánicos, está equivocado: ésa también es una pandemia global. El pensador venezolano analiza cómo se obtiene, se usa, se abusa y se pierde el poder en el siglo XXI

El escritor y columnista venezolano Moisés Naím.

SARA POLO / PAPEL / EL MUNDO

El final de la pandemia -esperemos que sea, efectivamente, el final- ha pillado a Moisés Naím refugiado en casa. Pregunta qué tiempo hace en Madrid cuando siente entrar la luz primaveral al otro lado de la pantalla: «Aquí, en Washington, estamos en el Polo Norte».

Director durante más de una década de la prestigiosa revista Foreign Policy, un referente de la política internacional, columnista habitual y ex ministro de su Venezuela natal, la voz de Naím es una guía imprescindible para comprender cómo funciona hoy el mundo.

Para tratar de poner luz en la confusión de un mundo cambiante, esta semana llega a las librerías su nueva obra, La revancha de los poderosos (Debate), un tratado sobre el último enemigo de la democracia, una amenaza invisible y global que corroe el sistema desde dentro y que Naím ha bautizado «autócratas 3P: populismo, polarización y posverdad». Imposible que no le vengan a uno varios nombres a la cabeza.

«La supervivencia de la libertad no está garantizada». Negro panorama pinta usted…

Quién hubiera dicho que en todos los periódicos, la radio y las tertulias de EEUU la supervivencia de la democracia fuera un tema frecuente. Todo el mundo cree que lo que está pasando en su país es único, pero si examinas las democracias del mundo encuentras que no es un fenómeno aislado. Lo excepcional en el mundo de hoy es un sistema en el que haya acuerdos que permitan que se tomen decisiones de largo alcance, aunque no sean muy populares.

Una vez creado este ambiente, ¿sigue habiendo lugar para la política clásica?

La democracia hay que defenderla y, además, mejorarla. No es automática. Hay que abordar el tema del dinero en la política, por ejemplo, el dinero abierto, el dinero negro y el dinero escondido. También la incapacidad de tomar decisiones que requieren explicar a los votantes por qué vale la pena pasar trabajo por un tiempo para lograr una economía más sólida, más justa, menos excluyente.

Vivimos en el cortoplacismo, en la satisfacción inmediata.

Es cortoplacismo con personalismo, donde el líder se vende como el gran salvador. Ese es el populismo, el que divide al pueblo noble, abusado por una casta, una elite abusiva. Y es muy interesante ver cómo en diferentes países la casta tiene diferentes nombres pero aparece en todas partes. La polarización es como el colesterol: la hay buena y mala. Es bueno que haya diferentes puntos de vista y que uno de ellos prevalezca democráticamente. Pero hay una polarización que traba el funcionamiento del país, que socava la democracia, que tiene propensiones autoritarias, que siembra el terreno para el conflicto abierto y en la que quien tiene ideas diferentes no tiene derecho a existir políticamente. Parece que hablo de España pero no, estoy hablando de una tendencia mundial.

Lo excepcional hoy es un sistema político en el que se acuerden decisiones de largo alcance

¿Qué figura política española encajaría mejor en su definición del «autócrata 3P»? ¿Supone también aquí una amenaza para la democracia?

Los ataques furtivos y otros muy públicos que socavan la democracia también están presentes en España. La polarización paralizante, la exacerbación de nuevas y viejas discordias, la deslegitimación de los rivales políticos, el tribalismo y las identidades que fragmentan a la sociedad, la tolerancia a la mentira como instrumento de la competencia política, la manipulación de la información o la politización de instituciones que deberían ser árbitros imparciales de los conflictos son evidentes. El peligro existe.

Dice que la UE «no ha sido un obstáculo eficaz» para frenar el crecimiento de estos «autócratas 3P». ¿Cree que su mediación será efectiva para evitar una guerra en Ucrania?

Lo que le sucede a la UE es lo que le sucede a la mayor parte de las democracias: son aglomeraciones de ideas e intereses que se enfrentan a monolitos. Putin y el Kremlin son un monolito unitario, estalinista en términos de verticalidad, de jerarquía y de poder. Ese choque de la democracia deshilachada contra el monolito va a estar con nosotros un tiempo.

«Adentrados en el Siglo XXI, es diplomáticamente insostenible que un país utilice su poder militar para invadir de forma abierta el territorio de un país vecino». ¿Lo sigue manteniendo?

No estamos en un mundo de guerras donde 100 o 130.000 efectivos militares invaden un país, no creo. El Kremlin tiene instrumentos muy poderosos para poner de rodillas a Ucrania, no necesita que 130.000 rusos crucen la frontera. Pero a su vez, EEUU tiene una lista de sanciones demoledoras que apuntan muy directamente a individuos, a compañías o a instituciones. Creo que Putin está entendiendo que una invasión no le saldría gratis. El monolito a veces da la sensación de tener más poder del que realmente tiene, allí también hay mucha fragmentación.

La crisis de Ucrania representa a la democracia deshilachada que se enfrenta a un monolito

Describe usted a estos «autócratas 3P» como figuras mesiánicas. Suena al liderazgo de una secta.

No es para nada una comparación exagerada. La esencia del populismo es ese pueblo que necesita la protección de un líder carismático, y que desarrolla con ellos la misma emoción y tribalismo que los fans de un artista o de un deportista famoso. Es una relación que trasciende la política.

Para seguir con esta analogía, ¿nos están lavando el cerebro?

Nos habían dicho que Internet iba a ser una tecnología de liberación. Y sí, en muchos países lo ha sido, pero también es un arma de represión de los gobiernos autocráticos. Ha proliferado el número de manipuladores de la información y se han desarrollado mucho más rápido que los defensores de la privacidad.

El populismo es un grandísimo generador de audiencia, y eso abre una profundo debate interno en las plataformas. ¿Estaría a favor de la regulación de los mensajes en redes sociales?

Yo abogo por la creación de unidades de protección del consumidor digital. Debe haber una vigilancia. Hay que adaptar las doctrinas antimonopolio al siglo XXI. Históricamente, lo más relevante era el precio, el dinero era el instrumento a través del cual se podía discriminar a otros competidores. ¿Pero qué pasa en un mundo en el que el precio no es dinero, sino la cantidad de seguidores que tienes? Les estamos dando toda la información acerca de nuestra conducta como consumidor, como votante, como persona.

Hacen falta unidades de protección al consumidor digital. Debe haber una vigilancia

«El populismo vive en un mundo de fe e instinto, no de datos y ciencia». Le ha venido la pandemia como anillo al dedo…

Absolutamente. Aunque los datos muestran algo muy interesante: la pandemia no ha discriminado a favor de unos o de otros. Hemos visto a democracias tomando decisiones catastróficas y a regímenes autoritarios que han sido más eficaces. Estamos en un mundo muy fluido donde las consecuencias políticas de la pandemia aún están por verse.

Hemos visto caer a Trump en EEUU y vemos tambalearse a Johnson. En España quien ha caído ha sido Pablo Iglesias…

En el siglo XXI el poder se ha hecho más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder. Eso es lo que le pasó a Iglesias, y también a Trump, y se aplica a la economía, a los banqueros, a los medios… Pero esa fuerza centrífuga que dispersa el poder fragmentado y lo debilita se enfrenta hoy a una fuerza centrípeta que lo concentra. La interacción de ambas explica el mundo de hoy.

Trump y Pablo Iglesias demuestran que el poder se ha hecho más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder

¿Ha puesto de relieve el Covid las costuras de las democracias occidentales?

Estamos viviendo una convergencia de crisis inéditas. Tenemos una revolución tecnológica que va a alterar drásticamente cómo vivimos, cómo comemos, dónde y cuándo ocurren el trabajo, la educación, la salud. Luego está el cambio climático, una emergencia que debería ser la prioridad máxima de todos los gobiernos y de la sociedad. Y estamos llegando al final de la coexistencia pacífica con la desigualdad, que se ha ido agudizando. La gente ya no se afilia a un partido político ni a un país, sino a una identidad. Cosas que pensábamos permanentes han demostrado ser transitorias o estar bajo ataque. Verbigracia, la democracia. Mientras tanto, cosas que pensamos que eran transitorias están resultando perdurables: el trabajo remoto, el virus… Todo esto está pasando a la vez y supone una reconfiguración importantísima del poder: de su uso, de su abuso, de su peso y de su desuso.

¿Tenemos que repensar la democracia?

Absolutamente, es la mayor tarea que tenemos por delante.

Tomo prestado ese eslogan algo naíf que caló tras el confinamiento de 2020: ¿saldremos mejores?

Sin duda creo que de esto van a salir reflexiones importantes porque la gente está repensando su vida. El problema está en que al lado de esa introspección hay confusión, hay incertidumbre. Estamos en un mundo muy retador.

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/lideres/2022/02/05/61fc1e8321efa0f3248b459b.html

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