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Rebelión antivacunas en el Tirol: fiestas Covid, homeopatía y escuelas paralelas | El Mundo

Los activistas contra la inmunización se saltan las restricciones impuestas por el Gobierno italiano

Antivacunas protestan en Pisa (Italia). E. M. Del Punta GETTY

JAVIER ESPINOSA / Merano, Tirol, Italia / EL MUNDO

Quizás el único principio que comparten Patrick Franzoni y Ulrich Witweniger es el simbolismo que mantiene para la población de la región italiana de Alto Adige -«Tirol del Sur en alemán- un personaje como Andreas Hofer.

La estatua de bronce que le rinde memoria se alza frente a la estación de tren de Merano secundada por dos banderas: la de este territorio autónomo y la de las legendarias milicias locales -los «schützen»- que lucharon contra Napoleón y sus aliados de lo que entonces era el reino de Baviera.

El propio Franzoni, un doctor de 51 años nacido en Suiza que lidera los esfuerzos contra la pandemia en la región fronteriza italiana, achaca parte de la resistencia de la población de habla alemana a inocularse contra el Covid al legado histórico de Hofer, que con cierto sentido irónico podría considerarse como un precursor del movimiento anti vacuna de nuestra era.

No en vano los «schützen» que lideraba se alzaron contra las fuerzas de Bavaria cuando esa monarquía intentó imponer la inmunización obligatoria contra la viruela a principios del siglo XIX. La tradición local y Franzoni recuerdan que uno de los lemas más usados por los rebeldes fue aquella frase de un religioso local que aducía que la vacuna pretendía «inocular el alma del enemigo» en el cuerpo de los tiroleses.

«Esa mentalidad permanece», asegura Franzoni. Tanto el psicólogo Ulrich Witweniger como su esposa, Astrid Schonwëger, coinciden en esa apreciación. «Somos gente de montaña. Nuestra cultura es tirolesa y solemos protegernos a nosotros mismos. Estamos más conectados a la homeopatía alemana -un sistema de medicina natural que data del siglo XVIII- que a las medicinas tradicionales, que prefieren los italianos», explica Witweniger.

La pandemia podría entenderse en la mayoría del orbe como una cuestión meramente sanitaria pero aquí, en la provincia autónoma de Bolzano -«Tirol del Sur» para su comunidad de habla alemana-, el virus ha resucitado la memoria histórica de un territorio que hasta 1919 pertenecía a Austria y donde la mayoría de la población todavía se expresa en el idioma de Goethe.

Durante la década de los 20 y los 30 del siglo pasado la dictadura fascista de Benito Mussolini intentó minimizar los lazos de la población local con los territorios contiguos prohibiendo el alemán -incluidos los nombres- y promoviendo la llegada al área de italianos procedentes del sur.

La alianza de Hitler y el Duce provocó una dolorosa escisión en la zona, cuando la pareja de autócratas decidió que los habitantes de cultura germana debían optar por emigrar al Reich o aceptar la «italianización» impuesta por Mussolini.

«Aquello fue terrible. Dividió a familias por la mitad. Quedamos partidos entre los `Dableiber’ (los que se quedaron, tachados de traidores) y los Optanten (los que se fueron, acusados de ser pro nazis). Ahora está ocurriendo de nuevo. Mi madre me lo dice. Está surgiendo una división entre (gente) pro y anti vacuna», admite Schonwëger.

En esta evocadora región instalada entre las imponentes cimas nevadas de los Alpes, la acción mortal del Covid no ha alcanzado los efectos devastadores que tuvo en otras zonas como Lombardía.

Sin embargo, los guarismos oficiales confirman la desconfianza que existe entre un significativo sector de la comunidad local respecto a la inoculación, lo que ha provocado que tenga la tasa más baja de vacunación a nivel nacional y por contra ostente ahora la incidencia más alta de contagios y de ocupación de las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI).

Una soldado tirolesa pone orden en un centro de vacunación de Bolzano.
Una soldado tirolesa pone orden en un centro de vacunación de Bolzano.F. VolpiGetty

Ulrich Gutweniger y su pareja se han erigido como dos de los portavoces más activos del movimiento local opuesto a la vacunación anti Covid y el uso de la normativa del «Pase Verde» -que certifica que se han recibido las dos inyecciones-, que en Italia se ha convertido en un requisito indispensable que se exige para acceder a todos los recintos cerrados.

«No estamos en contra de las vacunas, sólo de estas que no han seguido el proceso de pruebas necesario. No nos pueden obligar a someternos a este experimento», proclama Witweniger.

Franzoni rebate su dialéctica con datos. «Tenemos las mismas tasa de contagio del año pasado pero gracias a las vacunas sólo un tercio de los infectados terminan hospitalizados. Es un claro ejemplo de que la vacuna funciona. Todos los pacientes en la UCI son gente sin vacunar», dice.

Como indica el facultativo, la actitud de los tiroleses italianos de habla alemana no es ni mucho menos una excepción sino que guarda gran relación con el comportamiento de otras comunidades vecinas con las mismas raíces culturales, donde Austria podría ser el mejor ejemplo. En ese país, un nuevo partido anti vacunas -el movimiento MFG- alcanza ya un 6% en los sondeos a nivel nacional, lo que le permitiría entrar en el parlamento, una cifra que añadir a los seguidores del Partido de la Libertad de Austria -cuyo primer líder fue un ex oficial de las SS- que logró reunir a finales de noviembre a cerca de 40.000 personas contra la inmunización obligatoria, que se implementará a partir del 1 de febrero.

De hecho, Alemania, Austria y las regiones de habla alemana de Suiza acogen al mayor porcentaje de población no vacunada de todo el oeste de Europa.

«En los países del sur de Europa siempre se ha considerado que las vacunas forman una red de seguridad. La cultura germana es diferente», agrega Franzoni.

La principal disparidad entre las dos comunidades estriba precisamente en el notable predicamento del que goza la homeopatía entre los habitantes de lengua alemana. Sentada en su domicilio, Astrid Schonwëger exhibe el último libro que ha escrito: «La fuerza de las hierbas».

«Son 350 recetas sobre como usar las hierbas (locales) y un tercio de ellas están dedicadas a como tratarse (en base a estos remedios). Esta es una región donde todos tenemos buena salud, que hacemos deporte, que disfrutamos de un aire sano. ¿Por qué quieren imponernos la vacuna si sabemos curarnos?», argumenta la fémina.

Merano se encuentra rodeada de las impresionantes cumbres nevadas de los montes Dolomitas, que personifican ese espíritu natural y saludable asociado a la cultura tirolesa. En sus laderas se suceden estaciones de esquí como la que dirige Paul Jakomet, que sonríe cuando discute sobre los activistas contrarios a la vacunación.

«Somos campesinos y somos muy cabezotas», asevera.

Pese a los estragos económicos que ha generado en su negocio las restricciones impuestas por la pandemia, Jakomet asume las circunstancias con las que debe lidiar y ya ha preparado un sistema informático que vincula la obtención de los billetes para disfrutar de las pistas nevadas con la presentación del Pase Verde.

Los «rebeldes» han sido descalificados por notables representantes del particular estilo de vida autóctono. Uno de ellos fue el reputado escalador y explorador Reinhold Messner, un deportista que pese a autodeifinirse como «anarquista» se ha apresurado a defender la vacunación criticando a esas «personalidades que quisieran ser personajes heroicos del pasado como Andreas Hofer. Algunas personas no han entendido la historia y cuál es la definición de libertad».

La crisis generada al socaire del virus amenaza con agravar las divergencias que han mantenido durante décadas los sectores tiroleses más recalcitrantes y aquellos que enterraron hace años el legado de las Guerras Mundiales.

Muchos de los seguidores del movimiento anti vacunas se identifican con un ideario nacionalista tirolés que se ha prodigado en la zona desde la década de los 50 del siglo pasado. Por eso recurren a colocar «velas encendidas en las ventanas como acto de resistencia» contra las inyecciones -lo explica Schonwëger- buscando la simbología que adquirieron los «fuegos del Sagrado Corazón» que se prendieron durante la época del recurrente Hofer, cuando los tiroleses pedían la asistencia divina en su lucha contra las tropas de Napoleón y sus aliados con estas fogatas.

Ante la decisión de Roma de intensificar las restricciones a los no vacunados, estos grupos opositores han comenzado a establecer una «sociedad paralela» -expresión de Mark Antonio de Giuseppe- para no tener que obedecer las directrices del ejecutivo. De Giuseppe es uno de los abogados que se han incorporado al equipo de voluntarios que intenta asistir legalmente a profesores o empleados del sector sanitarios «rebeldes», que se niegan a vacunarse y someterse a la normativa general.

Cuando él y sus padres -de 73 y 62 años- se contagiaron del virus, recurrió a un doctor sancionado por no querer vacunarse y a remedios como pastillas de Omega 3 o Vitamina D.

«La población no se fía ni de los políticos, ni de los medios de comunicación», opina.

Los actos de «desobediencia civil» apadrinados por esta nebulosa han disparado las deserciones escolares de alumnos cuyos padres se niegan a que los niños sean vacunados.

Sigrun Falkesteiner, responsable de los colegios de lengua alemana a nivel provincial, reconoce que las directrices sobre el Covid están relacionadas con el notable incremento de alumnos que han abandonado las escuelas oficiales para acogerse al sistema de «educación en casa», que en Italia es algo legal.

«No son colegios sino grupos de estudio. Son gente que intenta aislarse del sistema. Hay profesores suspendidos, retirados o familiares. Antes eran menos de 50 estudiantes. Ahora son 600, aunque respecto a un total de 55.000 (de lengua alemana). Siguen siendo una minoría», expone en su despacho de Bolzano, la capital provincial.

El número de profesores y funcionarios del sistema educativo dispuestos a enfrentar una suspensión laboral por no aceptar las normativas oficiales también ha registrado un incremento significativo. Han pasado de ser una anécdota a contarse por cientos (654).

Pese a los avisos oficiales, las multas, las campañas de concienciación o las declaraciones de gente como Messer, los anti vacunas continúan aferrados a su «fe».

INVITA A UN CONTAGIADO

La versión más extrema de este movimiento de «desobediencia civil» ha llevado a una minoría a organizar fiestas que contaban con la presencia de un contagiado buscando así infectarse bajo la creencia de que los efectos del Covid serían anecdóticos. Los seguidores de esta práctica radical se han inspirado en las miles de personas -más de 7.000 sólo en la región de Friuli Venecia Giulia en noviembre- que han conseguido el Pase Verde tras sufrir la enfermedad pero sin tener que recibir la inyección.

Franzoni fue quien denunció este comportamiento el mes pasado. «Hemos recibido más de un caso de pacientes que admiten haberse infectado a propósito. No se dan cuenta de que el virus es peligros para niños y jóvenes», manifestó en una entrevista con un medio local.

La prensa austriaca informó de inmediato sobre la muerte de un individuo de 55 años que había participado en uno de esos festejos, donde se contagió del virus.

A las pocas horas de que Ulrich Witweniger y, Astrid Schonwëger se entrevistaran con este diario, la agrupación que lideran, Wir/Noi, difundía un preocupante mensaje a través de las redes sociales en el que equiparaban los esfuerzos por vacunar a la población a una «guerra», llamaban a la «resistencia» y advertían que todos aquellos que están vinculados a estas iniciativas son ahora sus «enemigos mortales».

El comunicado suscitó un notable alboroto en la región y un concejal de la zona, Felix von Wohlgemut advirtió que los anti vacunas parecen estar «fuera de control».

«Realmente temo que, tarde o temprano, los seguidores de este grupo lleven a cabo actos de violencia concretos. En la vecina Alemania, estos grupos están siendo vigilados», escribió el político en su página Facebook.

Von Wohlgemut aludía a la detención el 15 de noviembre en Alemania noviembre de media docena de activistas anti vacunas en el estado de Sajonia a los que acusó de preparar el asesinato de políticos locales por su defensa de las restricciones impuestas para combatir la pandemia.

Ese mismo mes la justicia italiana inició una investigación contra el grupo anti vacunas local «Basta Dittatura», establecido en torno a una red social, que no sólo organizaba manifestaciones contra el Pase Verde sino que llegó a amenazar al primer ministro Mario Draghi, a otros políticos, a doctores y periodistas. Algunos de los comentarios que se recogían en su foro virtual -que fue clausurado- eran tan explícitos como aquel que pedía pasar a la clandestinidad y comenzar «a lanzar bombas para acabar con esta dictadura».

La obstrucción a las medidas oficiales dictadas para luchar contra la pandemia se ha erigido en bandera de enganche para líderes populistas de todo pelaje, incluidos los dirigentes de los partidos de la ultraderecha más radical como Forza Nuova, los Hermanos de Italia que lidera Giorgia Meloni o la Liga de Matteo Salvini.

El país sufrió una conmoción cuando en octubre una movilización donde participaron miles de neofascistas protagonizó violentos altercados en Roma, incluido el ataque contra un hospital, donde resultaron heridos varios sanitarios. Las amenazas contra representante públicos y encargados de la campaña contra el Covid como el mismo Franzoni -«si, me han dicho cosas muy malas», apostilla sin otorgarle mayor importancia- son legión.

Sin embargo, Ulrich Witweniger y su esposa, Astrid Schonwëger, siguen defendiendo que su «resistencia es totalmente pacífica» y acusan a los medios de comunicación de retratarles como «criminales».

«Se nos ha descrito como diablos y sólo queremos ser libres», concluye el primero.

Fuente: https://www.elmundo.es/internacional/2021/12/21/61c1f16ee4d4d80c338b45ae.html

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