Virginia Postrel recorre los avances de la humanidad a través del impulso textil en el ensayo ‘El tejido de la civilización’ (Siruela)
LETICIA BLANCO / Barcelona / EL MUNDO
La historia de la humanidad es también la historia de los tejidos. Desde que se hiló la primera hebra, los textiles han cambiado el mundo: han impulsado la economía, los avances tecnológicos y el comercio global; han desatado guerras e inaugurado nuevas rutas marítimas; han llevado sofisticación, riqueza y abrigo a las civilizaciones más recónditas. Así lo explica Virginia Postrel en el deslumbrante El tejido de la civilización (Siruela), un delicioso ensayo donde analiza el impulso que llevó a los pueblos minoicos a Egipto, a los romanos a China en busca de sedas con las que engalanarse y a Levi Strauss a hacerse millonario vendiendo vaqueros en plena fiebre de oro.
«Me interesan las cosas importantes que pasan desapercibidas. Los textiles han sido trascendentales en la historia de la humanidad, pero son tan cotidianos y hoy en día tan asequibles que no los valoramos en su justa medida», afirma Postrel. En el libro, la ensayista norteamericana repasa momentos clave de la historia poniendo el textil en el centro del relato, una óptica desde la que el esclavismo en las plantaciones de algodón, el imperio mongol de Genkis Kan o la poderosa Florencia del siglo XIII adquieren otra perspectiva. El ensayo también bucea en el origen de tintes como el índigo, la preciada cochinilla mexicana o el teñido púrpura (del que ya escribió Plinio el Viejo) y de los avances químicos que impulsaron.
«Los textiles cambiaron el mundo», afirma Postrel, que rescata historias asombrosas y poco conocidas, como la de Agostino Bassi, que investigó toda su vida un remedio para la muscardina que mataba a los gusanos de seda. Sus investigaciones fueron pioneras en el estudio de los parásitos de origen microbiano y su teoría del contagio influyó mucho en Louis Pasteur y Robert Koch, los famosos descubridores de los gérmenes, que leyeron los tratados de Bassi y también usaron orugas para desarrollar sus célebres vacunas.
«Los textiles han iluminado los grandes avances tecnológicos, económicos, científicos y sociales de la humanidad, son mucho más que cultura», afirma Postrel. Entonces, ¿por qué siempre que se explica la historia de las antiguas civilizaciones se hace a través de otros materiales como el oro o las especias? «Hay una razón muy básica y es que los textiles se pudren, no han sobrevivido al paso del tiempo igual que lo han hecho la porcelana o la cerámica. Sólo han sobrevivido en climas muy secos como Egipto, algún sitio de Perú o Asia Central.
Cuando los historiadores hablan de la edad de piedra, también podrían haberla llamado la edad del cordel, pero el problema es que las fibras han desaparecido. Pasa lo mismo cuando pensamos en los vikingos: se conservan algunos de sus barcos en los museos de Escandinavia, pero las velas ya no están ahí».
Postrel calcula que para elaborar una vela de 100 metros cuadrados de la época vikinga eran necesarios unos 154 kilómetros de hilo. Trabajando ocho horas al día, una hilandera de la época debía de emplearse 385 días para producir esa cantidad. Esquilar la oveja y preparar la lana para el hilado precisaba de otros 600 días. Así que de principio a fin, llevaba más tiempo hacer las velas de los barcos vikingos que los barcos a los que estas impulsaban.
Según los registros de la época, a principios del siglo XI el imperio del mar del Norte mantenía una flota con cerca de un millón de metros cuadrados de velamen, lo que equivale a la mareante cifra de diez mil años de horario laboral. «Si pensamos en todo el tiempo que la humanidad le ha dedicado a hilar y tejer, ¡es muchísimo!«, afirma Postrel.
Calcular cuánto tiempo y esfuerzo costaba antes de la Revolución Industrial tejer unas sábanas de una cama de matrimonio o una toga romana ayuda a entender por qué prendas tan sencillas a simple vista eran todo un símbolo de estatus. «Hoy, en cambio, no sabemos de dónde viene la ropa que nos ponemos ni cómo se ha elaborado. Padecemos amnesia textil. Los textiles forman parte de nuestra vida más cotidiana, no como el oro. Nos parecen ordinarios, especialmente hoy que resultan tan abundantes y baratos. Además, el textil casi siempre se les ha asociado con las mujeres y el ámbito doméstico. Todo ello hace que se le haya visto como menos importante. Pero no lo es», sentencia.
El apogeo de las ciudades-estado italianas, por ejemplo, no se entiende sin su boyante comercio textil y, en particular, de la seda. De allí surgieron las fortunas que pagaron las grandes obras maestras del Renacimiento, pero también un embrión del servicio regular de correos (la scarsella, un invento de los mercaderes florentinos para estar comunicados con Pisa, Brujas y Barcelona), o el cálculo con lápiz y papel, en vez de con tablero. Postrel recuerda que cuando tenía once años, Nicolás Maquiavelo estudiaba matemáticas con ejercicios sobre trueques de tela y lana comparados con su pago en especie. Las letras de cambio, otro invento de los comerciantes italianos textiles del siglo XIII, fueron la innovación financiera más importante de la Alta Edad Media.
«La ropa siempre ha tenido un significado político muy importante. Hubo auténticas luchas entre lo que la gente deseaba llevar y lo que les estaba permitido vestir. En Padua estaba prohibido que las mujeres tuvieran más de dos vestidos de seda, Venecia multaba a quien osara llevar ‘modas francesas’ y en Florencia sólo se podía enterrar a los cadáveres con lana o lino», recuerda la autora. «El ejército siempre ha sido otro de los grandes consumidores de textil», añade. «Piensa en lo que suponía para el Imperio Romano o para China vestir a sus soldados. Los militares, por cierto, siguen siendo hoy los que más invierten en investigar nuevos tejidos», apunta.
«Los textiles siempre se han asociado al comercio y la riqueza, fueron y siguen siendo una parte importantísima del proceso de globalización del mundo». No es casualidad que el hombre más rico de España, Amancio Ortega, y el de Francia, Bernard Arnault, hayan construido una buena parte de sus fortunas alrededor de la ropa. «Es una industria muy competitiva, pero al mismo tiempo, es algo que todo el mundo necesita. La ropa tiene cualidades funcionales, pero también es una fuente de placer y nos aporta significado. Es algo íntimo y personal, por eso hay una gran oportunidad de negocio si haces las cosas bien. El textil se ha asociado siempre con el lujo».
Postrel también dedica una parte importante de su nutrido ensayo a los nuevos materiales, donde muchos fondos de capital de riesgo y empresas de Silicon Valley llevan años invirtiendo para desarrollar los tejidos del futuro. El rechazo de los consumidores a los químicos industriales y al maltrato de animales es algo que muchas firmas de moda empiezan, por fin, a tomarse en serio.
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Los avances en bioingeniería han conseguido, por ejemplo, fabricar un sustituto del cuero llamado Mylo, de mycelium, las células que forman los champiñones. Stella McCartney ha diseñado vestidos con seda vegana hecha a base de una levadura modificada que al fermentar, en vez de alcohol, genera proteínas de seda. Y ya existen materiales técnicamente muy superiores al algodón y el poliéster como el polietileno, que gestiona mucho mejor la temperatura corporal y que podría ser clave para soportar el calor en el futuro.
El filón de las proteínas es enorme: eligiendo la secuencia de aminoácidos adecuada, el despliegue de nuevos materiales podría ser inagotable y dar respuesta a necesidades concretas. Camisas de trabajo transpirables que nunca huelan mal, cojines blancos de sofá que repelan el vino tinto, sábanas de hospital que eliminen los microbios infecciosos… «La industria lleva mucho tiempo pensando cómo innovar para reducir el impacto ambiental. Siempre ha sido muy contaminante, pero nunca a la escala actual. Lo que tenemos hoy es un problema de abundancia, no de escasez», opina Postrel, que de momento ve el movimiento slow fashion como algo demasiado nicho. «La pregunta del millón es si realmente el consumidor cambiará el chip y querrá menos ropa. Soy bastante escéptica al respecto. No creo que la gente vaya a comprar algo sólo porque sea mejor para el medio ambiente», concluye.
Fuente: https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2021/10/30/617c1d06fdddffd57b8b4590.html