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Dopamina, la sustancia que domina tu vida: a quién votas, con quién te acuestas y cuánto dinero ganas | Papel

La dopamina es la molécula del deseo: controla nuestros impulsos y nos incita a buscar nuevos estímulos. Los últimos estudios demuestran que está detrás de todos nuestros comportamientos: desde a qué partido votamos hasta los atracones nocturnos de series cuando nos toca madrugar

ILUSTRACIÓN: LUCÍA MARTÍN

REBECA YANKE / PAPEL / EL MUNDO

La primera hora es crucial. Y en las 23 siguientes hay que esforzarse bastante. Qué le voy a contar. Ser uno mismo, estar bien, participar del mundo y de las personas se ha puesto más complicado de lo normal, y no sólo porque aún vivamos tiempos pandémicos. Las exigencias son casi siempre muchas y las dificultades máximas. Porque «vivir se ha puesto al rojo vivo», como dijo Blas de Otero -que de sufrir, como casi todos los poetas, sabía mucho- hay ahora una necesidad extrema de «alcanzar un equilibrio entre placer y sufrimiento» y, así, a la larga comprender qué es realmente «una buena vida». Y vivirla.

Por suerte la ciencia y la psicología llevan un tiempo aunando esfuerzos al respecto, difundiendo la idea de que, para conseguir ese equilibrio, lo que tenemos que hacer es mirar hacia adentro, pero realmente adentro y con ojo microscópico, conocer el baile que nuestras hormonas y moléculas realizan en nuestro cuerpo y la performance que neurotransmisores y neuromoduladores estrenan cada día en nuestro cerebro.

La idea es que cuánto mayor conocimiento tengamos sobre la química de nuestro ser mejor podremos controlar nuestros comportamientos. Y que estos nos sirvan para bien, desde el punto de vista de la salud. y para ser incluso mejores. Entender, por ejemplo, que detrás de su negatividad y poca energía está la dopamina (o la falta de).

Que detrás de su incapacidad para cerrar Netflix a medianoche y seguir viendo un capítulo más, un capítulo más, también está la misma hormona. Detrás de la tableta de chocolate que se come alguien a las 10 de la noche el día que le fueron fatal las cosas en el trabajo. Detrás de la angustia que supone haber roto con la pareja y no poder llamarle. Detrás también de nuestros pensamientos liberales o conservadores, progresistas o lo contrario. Y detrás, por supuesto, de lo locos que nos ponemos cuando acabamos de conocer a alguien que nos parece, de repente, la persona más interesante del mundo.

Durante décadas se ha conocido como la molécula del placer, y es responsable de la adrenalina que a menudo domina nuestros actos. Pero ahora se sabe que, en realidad, «es la molécula de la novedad, de la ilusión y la sorpresa»; de esas continuas ganas de más que tienen algunas personas que solemos tildar de enérgicas, arriesgadas y enamoradizas.

Lo explica bien un libro que acaba de publicarse y que lleva por título -háganse idea de la importancia- sencillamente Dopamina (editorial Península), y cuyo título en inglés, apuntala la idea: es la molécula del más, del no parar, de correr en sentidos físicos o mentales, de querer siempre más y más. Cuestiones que, llevadas a la vida real, a veces se desbocan y terminan en adicciones a distintas sustancias, circunstancias e incluso personas. En palabras más sencillas: necesitamos sin duda la dopamina para estar más o menos contentos con nuestra vida, pero también puede destrozárnosla.

«Se puede ser adicto a cualquier cosa», sostiene Daniel Z. Lieberman, autor de Dopamina junto a Michael E. Long, en una entrevista con este periódico. A Lieberman, que dirige el departamento de Psiquiatría de la Universidad Georgetown, en Washington, le parece alucinante que aún no se comprenda, o no por todo el mundo, que «la adicción es una enfermedad y no una cuestión moral», y que no debemos tomar por norma que un adicto, por serlo, es «mala gente». «Si entendemos mejor la dopamina entenderemos la situación de los adictos desde el punto de vista médico y no moral».

Comprender, entre otras cosas, que la dopamina trabaja con la recompensa o, mejor dicho, con «el error de predicción de recompensa»: sucede algo que no esperábamos y nos resulta estupendo y segregamos dopamina. Y si no la encontramos, la buscamos. «Como me ha ido mal hoy en el trabajo me voy de compras», pone como ejemplo la psicóloga Patricia Díaz Saco.

«Un entusiasmo dopaminérgico, una emoción ante la expectativa», describe Lieberman en su libro, «que tiene una labor específica: aprovechar al máximo los recursos de los que dispondremos en el futuro, la búsqueda constante de cosas mejores».

Lo bueno, aunque difícil, es que podemos «intervenir en ella», como promueve Andrew Huberman, profesor de Neurobiología y Oftalmología de la Universidad de Stanford y director de un laboratorio que enseña, entre otras cosas, «los mejores nutrientes para el cerebro», «cómo usar el frío para activar la mente», «cómo ayunar para perder peso», «cómo usar la testosterona para beneficio propio» y «cómo controlar la dopamina que el cuerpo segrega para mantenernos satisfechos y motivados».

Contentos, disfrutones sin pasarnos, capaces de trabajar nuestra voluntad y hasta nuestro deseo y de pensar en «retos a largo y medio plazo». El fenómeno de trabajar hasta nuestras propias moléculas entronca con casi todo: los libros de autoayuda que se siguen publicando desde los 80, el auge del coaching, el éxito del mindfulness, la meditación, el yoga, la risoterapia y hasta los retiros espirituales. La última fase -por el momento- es aprender a vivir conociendo el nivel de serotonina, adrenalina, y cortisol de nuestra mente y cuerpo, cómo nos hacen estar así o asao, quizá algo tristes o desmotivados o absolutamente espídicos, expectantes y ansiosos.

Hubo otro libro el año pasado, que se publicó poco antes del confinamiento, que avanzaba esta vorágine.El poder de las hormonas (editorial Crítica), de Randi Hutter Epstein, reivindicaba la función de nuestras «secreciones» en nuestras actitudes, personalidad, deseos, comportamientos… Y Lieberman profundiza aún más cuando se fija en la dopamina pues es la responsable de nuestro nivel de adrenalina. Más aún: si comprendemos la dopamina «tomaremos mejores decisiones» y aprenderemos a «evitar el placer instantáneo» que, según la psicología, es uno de los mayores problemas de las sociedades occidentales.

De la dopamina depende el enamoramiento, el perfil político y la adicción

DANIEL Z. LIEBERMAN, PSIQUIATRA

«Se suele pensar que la dopamina se relaciona sólo o más con las adicciones a las drogas o la ludopatía pero, en realidad, tiene un papel central», resume Díaz Saco, experta en gestión emocional. «Me zampo un trozo de chocolate, eso me da placer aquí y ahora. Un placer hedónico del momento presente, pero nada más. Por eso deja de interesarnos hacer deporte cuando deja de ser novedad, porque no produce el mismo nivel de dopamina», explica.

Y al final, para conseguir «el reto a largo o medio plazo», y según convergen la neurobiología con la psicología y la psiquiatría, hay que aprender a frenar el pensamiento y reducir la expectativa dopamínica. «Simplemente ir y ya está. No pensar en ir, no pensar en hacer, directamente ir y hacerlo», sea esto el gimnasio, el trabajo, la cita con los amigos, el paseo matutino, la compra semanal, la vida… en general. «Hacer planificaciones realistas, generar metas en el día a día que ayuden a motivarse y sentirse capaz, eso también segrega dopamina, y también entrenarse en tolerar el malestar de no obtener placer instantáneo», aconseja esta psicóloga.

Si comprendemos cómo funciona la dopamina, tomaremos mejores decisiones

PATRICIA DÍAZ SACO, PSICÓLOGA

«No puedo tomar decisiones en base al chute de dopamina sino en función de mis metas, de lo que quiero ser», ahonda, «y no tiene nada de malo dejarse llevar, el problema viene cuando dejarse llevar es la única estrategia que uso para sentirme bien». Pero quizá el espacio vital en el que más influye nuestro nivel de dopamina es el amor y también en no saber diferenciarlo del deseo, «cuando ni son de la misma familia», bromea Díaz Saco.

«Hay que transmitir a la sociedad», aboga Lieberman, «que el amor pasional es estupendo, sí, pero que el amor de compañeros es bastante estupendo también. Las falsas expectativas destruyen relaciones que podrían haber sido estupendas durante años si las personas fueran más realistas», sostiene.

Si bien la dopamina se relaciona con el deseo es la serotonina la que actúa cuando entre dos personas se genera una vinculación. Ese momento en el que ya es normal ver a tu pareja sentada en el baño, conocer sus manías más absurdas, cuando el otro ya no es alguien «exótico, cuando el amor se convierte en amor de verdad y no sólo atracción, cuando dejamos de ver a la persona bajo las gafas de la dopamina». «Para no perder la chispa, la gente busca el más difícil todavía. Por ejemplo, son monógamos pero quieren abrir la pareja», cuenta.

En lugar de optar por el trabajo personal, la capacidad para generar hábitos nuevos y perder otros que no son tan beneficiosos, el equilibrio, digamos, de nuestro propio ser. Y la primera hora es crucial, según insiste el doctor Huberman, «porque mientras dormimos nuestro cerebro se resetea y hay que darle esa hora para descargar el trabajo hecho».

Por eso es mejor que se desperece durante 15 minutos a que empiece el día bajando el dedo por el feed de Tik Tok o Instagram. ¿Cómo disfrutar de un café normal y corriente en casa cuando aparentemente todo pichichi se hace frapuccinos en su propio hogar?

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/historias/2021/10/20/6170319121efa04a3c8b4591.html

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