Por Jesús Manuel Hernández*
El comentario aquél le había hecho pensar en un asunto hasta ese momento desapercibido donde se enfrentaba la cruda realidad de la gastronomía inalcanzable.
La jovencita había tomado una revista del escaparate adjunto a la caja donde se pagaba la compra en la tienda de primera necesidad, la hojeaba, veía las fotos, no la leía, sólo contemplaba las novedades de la moda de la gente famosa, la fastuosidad de las residencias donde vivían los “ricos y famosos”.
La llamada “prensa del corazón” explotaba muy bien las diferencias sociales y contribuía sin duda a fijar un concepto falso de la felicidad a través del consumismo, una de las formas derivadas de la macroeconomía liberal para construir la identidad, según le había explicado un sociólogo recientemente al aventurero Zalacaín para animarlo a hablar más de lo alcanzable y no sólo de lo deseable.
El punto de partida había sido como tomar una decisión respecto a un platillo, un vino o unos ingredientes para guisar. La frase era demoledora, decidir entre los “posible y lo deseable”, un asunto de suma importancia.
El dinero no alcanza para satisfacer los deseos generados a través de las redes sociales o de las revistas de moda y el corazón.
Los seguidores, lectores, se conformaban con “admirar” y aprender a convivir con el deseo y la envidia, pero sabían de la imposibilidad de disfrutar los artículos ahí publicitados.
Una buena razón, pensaba Zalacaín, para optar por los artículos clonados, las falsificaciones, las imitaciones, las de la “fayuca”, les decían.
Era como visitar un museo, acercarse a las salas donde estaban las grandes obras de los maestros del presente o del pasado, observar, aprender a ver el arte y quizá después tomarse una selfi junto al cuadro o comprar una postal, un libro o un póster en la tienda del museo, ponerle un marco y colocarlo en la sala de la casa. Pero el original era inaccesible.
Y por lo visto, ante la crisis económica y la exaltación de las diferencias, con la comida está pasando lo mismo.
La chiquilla le había respondido a su mamá al momento de hojear la revista aquella: “tú haces lo mismo cuando vas al súper, sólo ves la comida pero no la compras”.
¡Zas! duro y a la cabeza el comentario.
Y entonces Zalacaín se puso a pensar en esa escena frente a los escaparates de la tienda más famosa de comida en Angelópolis, ese supermercado donde hay vinos de medio millón de pesos -el Petrus- y un refrigerador con carne importada o nacional cuyo valor supera los ingresos de familias enteras.
Por supuesto Zalacaín se refería a la variedad del ganado Tajima-gyu de la región de Hyogo en Japón donde las reses son tratadas con mimos envidiables. Le proporcionan la mejor comida a su alcance, paja, arroz, maíz, cebada, y las masajean con sake para brindar un “ambiente amoroso” según anuncia la publicidad.
La carne llamada “Kobe” es de este ganado, y sólo se le dice así a la de reses criadas en Japón, en otra parte, siendo el mismo ganado, se llama Wagyu y los precios son notablemente diferentes.
Pararse frente a un refrigerador de este tipo de tiendas es como ver las obras de arte en un museo.
Kilos de carne en 9 mil 280 pesos, la original, o 1540 la de crianza nacional. Difícilmente una familia normal, clase media aspiracionista o no, puede darse el lujo, al menos una vez al año de comprar un chuletón de 3 kilos para 4 o 5 personas cuyo valor alcance los ¡30 mil pesos!
Esa es la realidad reflejada en los ojos de la adolescente aquella, se conformaba con “ver” con “desear” para continuar construyendo su identidad.
Muy fuerte reflexión del aventurero, los precios de los productos son inalcanzables para cualquier mortal. Y no solo la carne o los vinos. Asomarse al escaparate de los quesos y descubrir el foie gras fresco, de pato, de criadero nacional, a 1736 pesos el kilo. O las trufas negras de verano a más de 12000 pesos el kilo…
Sin duda, ir al supermercado es como ir al museo, Zalacaín tomaría fotos de los aparadores y refrigeradores en su próxima visita… pero esa, esa es otra historia.
elrincondezalacain@gmail.com
* Autor de “Orígenes de la Cocina Poblana” Editorial Planeta.