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El Louvre del cine abre en Hollywood tras un siglo de espera y costar 100 millones más de lo esperado | Papel

La Academia inaugura su anhelado museo, un conjunto de 28.000 metros cuadrados diseñado por Renzo Piano. Una exposición temporal sobre Almodóvar amplía su oferta.

Fotografías: AFP

PABLO SCARPELLINI / Los Ángeles / PAPEL / EL MUNDO

El sueño llevaba coleando desde 1929. La revelación la tuvo Douglas Fairbanks, el actor y primer presidente de la Academia de Hollywood, cuando decidió que a la ceremonia de premios que acababan de parir para celebrar los logros de la industria le hacía falta una guinda, la de un museo dedicado al cine todo el año. El próximo 30 de septiembre el sueño se hará realidad, casi 100 años más tarde. «¡Finalmente, por fin!», exclamó Tom Hanks con ímpetu para presentar ante los medios el proyecto en el que llevan años trabajando. «Bienvenidos al Museo de Cine de la Academia».

Es la referencia cultural que le faltaba a la ciudad que lleva décadas presumiendo de ser la meca del cine. Será grandilocuente, como no podía ser de otra forma tratándose de Hollywood. Tendrá 28.000 metros cuadrados repartidos en siete plantas, dos edificios unidos por dos puentes de cristal, una sala de cine para 1.000 espectadores -con forma de globo y una gran terraza con vistas al cartel de Hollywood-, otra más pequeña con capacidad para 288 personas, y la firma de un premio Pritzker de arquitectura, el italiano Renzo Piano.

Todo ello por unos 482 millones de dólares, 100 más de los presupuestados para este «Partenón» de los museos del cine a del mundo que Hanks consideraba «necesario». Había que «celebrar todo lo que esta ciudad le ha dado al mundo en forma de arte». «Llevábamos hablando de esto desde hace 20 años y el resultado sobrepasa con creces nuestras expectativas», indicó.

Para David Rubin, el presidente de la Academia, solamente una institución así «podía crear un museo de esta magnitud y vitalidad en la capital mundial del cine». Bill Kramer, su director, cree que será «un símbolo desde su primer día» y un «punto de visita obligado» para turistas de todo el mundo. En la Academia se jactan de haber creado una tienda de caramelos irresistible para cinéfilos y mitómanos.

Lo es y no lo es. El museo cumple a la hora de generar cantidades importantes de ilusión y nostalgia, cargado de reminiscencias de tiempos cinematográficos fértiles, de objetos mágicos del pasado: los zapatos de rubíes de Judy Garland en El mago de Oz, el nunchaku de Bruce Lee, el Oscar de Clark Gable por Sucedió una noche en 1934, el extravagante vestido que lució Cher la noche que ganó su estatuilla dorada, o el E.T. en tamaño real y ojos azules tristones con el que Steven Spielberg plasmó mejor que nunca el concepto de la magia en el cine. Es solo una parte del mayor archivo cinematográfico del mundo.

Además, hay una sala dedicada al realizador neoyorquino Spike Lee y una exposición temporal sobre el talento del manchego universal, Pedro Almodóvar, una inmersión en un universo azul -por la moqueta y las paredes- entre una docena de grandes pantallas que alternan escenas memorables de su obra, desde Tacones lejanos hasta Mujeres al borde de un ataque de nervios y su penúltima película Dolor y gloria. Cuesta no ensimismarse con la sucesión en bucle de secuencias almodovarianas.

Pero, al mismo tiempo, la ambiciosa propuesta de la Academia adolece de un sentido narrativo, de un orden cronológico que abarque los 125 años de historia del cine, de un valor académico. Y se echa en falta a muchos talentos del género: no hay espacio para el neorrealismo italiano, para la Nouvelle Vague, para Michael Haneke, Woody Allen o Fritz Lang, por nombrar a algunos. No parece fácil el ejercicio de encajar un océano en una pecera, por muchos recursos que se destinen.

El Museo del Cine de la Academia lo podrá compensar, presumiblemente, con el tiempo y con la versatilidad que le otorgan las dos magníficas salas de cine que abrirán sus puertas al público el jueves que viene. De aquí a que termine el año habrá ciclos dedicados a Hayao Miyazaki -el director de culto japonés sobre el que gira la primera retrospectiva en Norteamérica, con objetos que nunca habían salido de Japón-, a la neozelandesa Jane Campion -incluyendo varios cortos de la directora de El Piano– y a Satyajit Ray, el maestro indio del cine, entre otros.

Están los zapatos de El mago de Oz, el nunchaku de Bruce Lee, el Oscar de Clark Gable…

Está previsto también un ciclo homenajeando a las mujeres compositoras donde han incluido filmes como TronAtlantisEmma y Eyes wide shut, y otro durante todo el mes de octubre sobre cine de terror, con títulos de Guillermo del Toro, William Friedkin o Francis Ford Coppola. El 7 de octubre proyectarán Psicosis, de Alfred Hitchcock, en la pantalla gigante del gran globo de Piano, que no es poca cosa. La del nuevo museo del cine de Los Ángeles será, como mínimo, una soberbia filmoteca para todos los públicos con un fondo de armario descomunal.

«Somos un museo internacional y estaremos contando historias internacionales de forma constante», admitía el director del museo ante un corrillo de periodistas extranjeros. «Queremos ser algo más que un museo del Oscar».

Sobre los Oscar, por cierto, las referencias son amplias. Hay una sala que recrea momentos mágicos de las muchas ceremonias en el baúl de los recuerdos y una pequeña sala circular repleta de estatuillas donadas al museo. Hay trajes varios, el menú de la primera ceremonia de mayo 1929 y hasta el sobre en el que Faye Dunaway leyó el nombre de la película equivocada en 2017, La La Land en lugar de Moonlight.

Existe además la opción de vivir «una experiencia de Oscar» por 15 dólares adicionales a los 25 que cuesta la entrada general. Se posa con un Oscar auténtico y se inmortaliza la escena en un vídeo. Más de uno morderá el anzuelo.

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/cultura/2021/09/26/6150829ee4d4d81b768b4624.html

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