Catherine Fletcher publica «La belleza y el terror», donde relata el contexto político y económico de obras como la «Mona Lisa»
JAVIER ORS / LA RAZÓN
Detrás de toda esa belleza lo que existe es un mundo de ambiciones, conflictos, crímenes y violencias. Los príncipes del Quattrocento y el Cinquecento dejaron de mirar la moral religiosa que predicaban las vitrinas ojivales de las catedrales para reparar en el mundo laico del dinero, la voluptuosidad y el poder terrenal. «La experiencia de los italianos durante los siglos XIV y XV era la de vivir en una zona en guerra. Eso ocurrió en Florencia, donde se cometieron atrocidades. Los soldados con pagas bajas secuestraban personas y exigían rescates para liberarlas. También se cometían asesinatos en masa como ocurrió en 1512. Los Médicis intentaban reconquistar su ciudad y, para aterrorizar a sus ciudadanos, saquearon la villa de Prato. Fue un momento terrible. Hubo masacres, robos, destrucción de iglesias, la gente se refugiaba en los templos para protegerse… y en 1527, hubo otro suceso igual cuando las tropas alemanas se ensañaron en Roma. Entraron incluso en El Vaticano y dibujaron grafitis en sus paredes».
La experiencia de los italianos durante los siglos XIV y XV era la de vivir en una zona en guerra
La historiadora Catherine Fletcher retrata el Renacimiento en «La belleza y el terror» (Taurus), un volumen minucioso, con una mirada global y política sobre un periodo que permanece en nuestra memoria como una época de exaltación de libertades, entendimiento y belleza, pero que dista mucho de ser así. El arrebato que todavía hoy nos despiertan los cuadros de Leonardo, Botticelli, Ghirlandaio, Masaccio, Rafael y las esculturas de Miguel Ángel, Donatello o Cellini nos impide ver el contexto histórico en que fueron engendradas. «Sí, el arte renacentista está manchado de sangre. El marido de Lisa Gherardini, la «Mona Lisa», era Francesco del Giocondo, un traficante de esclavos, un emprendedor que vio la oportunidad de abrir comercio con los imperios nuevos y que trae esclavos del norte África. Es un ejemplo de la conexión que existía en ese instante entre los artistas y el mundo de las nuevas potencias que nace a su alrededor», comenta la autora.
No son solo las centurias de la imprenta, la revolución de las artes, el auge del humanismo y el redescubrimiento de la ciencia. También es el momento en que la riqueza de la burguesía urbana suplanta a los dictados de la religión y acaba imponiendo la moral del dinero. «Hay una competición por incrementar los beneficios. Se genera una tensión entre las reglas de las finanzas y la religión». Un asunto que tiene una traducción evidente cuando los papas prohibieron la exportación de armas de fuego a las naciones no cristianas, y los países europeos, ignorando ese mandato, incumplen la norma y ganan grandes sumas vendiendo armas en África. Roma también intentó limitar la venta de esclavos, pero las razones de un negocio tan lucrativo eran demasiado poderosas para incardinarse a una voluntad ética. «Los traficantes de esclavos jamás han sido escrupulosos y no se ruborizaban al mentir y decir que eran cautivos de guerra. Los beneficios empezaron a imponerse a la ley religiosa».
Maquiavelo
En este marco es donde surgen muchas ideas modernas, como las que predica Maquiavelo y que defienden que el fin siempre justifica los medios. «Él escribe lo que ve: los asesinatos y las prácticas políticas habituales a su alrededor. Conservamos la correspondencia de Isabel De Este y algunas de sus cartas alude a la necesidad de tomar territorios con las premisas de “El príncipe”. Él muestra cómo funcionaba la política y, de hecho, su obra fue censurada y los Papas lo consideraban algo preocupante». Uno de estos pontífices fue Alejandro VI, más conocido como Rodrigo Borgia. Un hombre odiado y que alentó mil envidias en familias rivales. Sus adversarios trataron de horadar su prestigio con los que hoy llamamos «Fake News». «Los Borgia recibieron un tratamiento injusto. Otras familias no eran peores que la suya en cuanto al uso del asesinato. Y los hijos ilegítimos era comunes entre los papas de ese periodo. Su problema es que no tuvieron éxito estableciendo a sus hijos. En Italia había personas hostiles a la presencia española. La mayoría eran propagandistas protestantes que recalcaban su mal comportamiento y lo vinculaban a propósito al mal gobierno y el carácter del español. Hay que señalar que la propaganda resultó crucial en la división religiosa de ese momento».
La libertad solo era real para un reducido grupo de ciudadanos: los hombres de las élites
Otro de los tópicos que permanecen es la idea de que el Renacimiento estuvo marcado por la tolerancia. «La libertad solo era real para un reducido grupo de ciudadanos, los hombres de las élites, pero nunca para las mujeres, los trabajadores medios, los esclavos ni los judíos, que estaban excluidos y segregados en guetos. Entonces, la libertad era un concepto ceñido a un reducido grupo». En medio de esto queda una leyenda de envenenamientos y conjuras para matar duques y nobles. Algo que sucedía en siglos anteriores. Pero fue en el Renacimiento donde nace algo que hoy nos resulta conocido: el deseo de controlar la narrativa. Descubrieron que lo importante no era matar, sino difundir una narrativa propia que justificase esa muerte. «La imprenta permitió la participación de todos en la política».
Fuente: https://www.larazon.es/cultura/20210924/tz6ayb6qdvccvekdwpn26rltdq.html