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Arthur Brand, detective de arte: «El mercado del arte trata del dinero, no de la belleza» | Papel

Arthur Brand. ESPASA

LUIS ALEMANY / PAPEL / EL MUNDO

Arthur Brand. Deventer (Países Bajos), 1969, Detective de arte. En el libro Los caballos de Hitler (Espasa) narra cómo halló las esculturas que acompañaron al Führer en su cancillería y que se creyeron perdidas 70 años.

PREGUNTA: ¿Cómo es eso de que es usted «detective de arte»?

RESPUESTA: El mundo del arte tiene una cara visible, que es la de la belleza, y otra oculta: se calcula que el 30% de las ventas de arte son de falsificaciones. Que el arte robado es el cuarto negocio criminal del mundo… Y ahí, en el cruce entre el arte y la criminalidad, aparezco yo.

P: ¿Quiénes son sus clientes?

R: Hay coleccionistas que, antes de comprar una obra, me llaman para saber si es una falsificación o si su vendedor es legítimo. Hay museos que, después de un robo, quieren que les ayude en la investigación. Hay gobiernos que persiguen el expolio arqueológico… Y a veces, no hay cliente.

P: Eso pasó con los caballos de Hitler.

R: No tuve a quién mandar la cuenta. ¿Se la podría haber mandado a Merkel? No iba a contestar. Pero yo no pensaba en la cuenta, yo pensaba en la aventura y en que ya veremos cómo pagarla. Bueno: al final, tengo un libro y un documental.

P: En el fondo, mucha gente ve con ironía el mercado del arte: le suena a negocios turbios mezclados con esnobismo.

R: El mercado del arte, en realidad, trata del dinero, no de la belleza… Lo interesante es que justo por eso, los falsificadores no se ven a sí mismos como criminales sino como héroes que, en nombre de la gente, ridiculizan a los millonarios esnobs. Y es verdad que es difícil explicar por qué hay obras contemporáneas que valen 10 millones de euros. Yo no sé hacerlo.

P: Los caballos de Josef Thorak sí son piezas obviamente impresionantes pero yo no sé qué valor estético tienen porque los asocio con Adolf Hitler.

R: Hay gente que dice que hay que destruirlos. No me parece bien: Hitler destruía el arte, nosotros no. Sería fácil borrar la parte de la Historia que no nos gusta, pero entonces no aprenderíamos nada. Si a usted le gustan los caballos, eso no lo convierte en un nazi. Y si no le gustan, me parece bien. Pero dentro de 100 años la gente se seguirá interesando por ellos.

P: ¿Por qué los soviéticos no destruyeron los caballos y los guardaron?

R: Stalin quiso contratar a Arno Breker, el otro escultor preferido de Hitler. Breker le dijo que con un dictador ya había tenido suficiente… En realidad, el arte del comunismo no es muy diferente del arte nazi: quieren imágenes de luchadores, de hombres dispuestos para la guerra, todo muy grande.

P: Luego, el bloque comunista se hunde y la Stasi y la KGB empezaron a vender sus tesoros nazis a nostálgicos del Reich en el bloque capitalista.

R: Tengo que tener cuidado con lo que digo pero, en resumen, digamos que el hombre que compró los caballos puede que tuviera sentimientos ambiguos sobre el Reich. Su hija le dijo que cuando muriese, pensaba dinamitar los caballos porque eran una herencia envenenada. Él no quería que se hiciera eso a las esculturas favoritas de Hitler y por eso las puso en venta.

P: Si supiese que alguien conocido colecciona antigüedades nazis… Creo que pensaría «vaya tío rarito», como mínimo.

R: Es normal pensar así. Pero le voy a decir una cosa: uno del los mayores coleccionistas de objetos nazis que conozco es de izquierdas. También hay coleccionistas judíos a los que les obsesiona lo que ocurrió en los campos de exterminio…

P: Lo que veo es que en Alemania también hubo mucho nazi que rehizo su vida con impunidad. Eso es lo que se critica en España sobre la Transición.

R: Hubo un pacto de silencio que funcionó 30 años, hasta que llegó una nueva generación. Y lo entiendo, hacía falta silencio para reconstruir el país. El fallo fue no aclarar que una cosa era el silencio, y otra el olvido.

P: La última pregunta. ¿Es relevante el hecho de que Hitler fuese un pintor frustrado?

R: Sí. Hitler fue una persona diabólica, pero lo que tenía de humano se asomaba en su interés por la belleza del arte. Le gustaba el arte sinceramente, una parte del arte, porque también odiaba otra parte del arte sinceramente. Y entendió su poder.

Fuente: https://www.elmundo.es/papel/cultura/2021/09/17/61432c1ffc6c8312028b4595.html

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